¿Existe un paralelismo entre la catástrofe nuclear de Chernóbil en 1986 y la pandemia del coronavirus en 2020? Ambas supusieron sendos fallos tecnológicos que terminaron con gobiernos y regímenes, pero no con ideologías.
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Nuestro Chernóbil. Cap 19. Perdidos en el tiempo.
Hace casi justamente un año, HBO estrenaba la miniserie Chernóbil de Craig Mazin. Tuvo algo de premonitorio, porque ya casi nadie se acordaba de aquel accidente acaecido en abril de 1986 y que selló el destino de la moribunda Unión Soviética. Si no habéis visto esa obra maestra, os recomiendo encarecidamente que lo hagáis.
¿Por qué selló el destino de la URSS? Porque quedó en evidencia un axioma: en la era actual, ante un fallo tecnológico sistémico el discurso político de los gobiernos puede quedar fuera de juego si no da con la solución del problema o no aplica con rapidez y eficacia las medidas administrativas para paliar el problema.
En la serie Chernóbil podréis ver, en detalle, cómo la conciencia cívica de los ciudadanos, su fe en el prestigio del sistema y la disciplina social imperante en la sociedad soviética, proveen de voluntarios para tareas suicidas –que implican una forma atroz de morir- y hacen que todos se mantengan en su sitio evitando el colapso inmediato del sistema.
Pero el reventón de la central nuclear, a pesar del inexistente debate político y de las restricciones en la información, no engañó a nadie. Ante un fallo así, con la gente muriendo a puñados y la evacuación forzada de poblaciones, los discursos triunfalistas sobre el futuro radiante de la patria o el proletariado tenían ya poco sentido. El régimen se mantuvo por inercia tres años más, y luego colapsó.
Colofón significativo: el fallo tecnológico –que no sólo vino representado por Chernóbil sino que se vio complementado por otros en el ámbito militar y lo que fue el colapso de la producción petrolífera- fomentó la imagen de que el modelo soviético estaba terminado, acabado.
Y sin embargo, sobrevivió en la República Popular China hasta nuestros días, aún a pesar de haber encajado, en la primavera de 1989, un movimiento de protesta masivo en pleno centro de la capital –en la plaza de Tiananmen- que junto con la represión que tuvo lugar, pareció dejar claro que el régimen comunista chino le quedaban dos telediarios. Pero es que en la superpotencia no se produjo un fallo tecnológico de gran envergadura, como en la URSS, que dejara en evidencia el régimen.
Treinta y cuatro años después de Chernóbil, erupcionó la pandemia del coronavirus en China y a partir de ahí, al resto del mundo. La emergencia fue sanitaria, pero el fallo fue, de nuevo, tecnológico. Ningún país tenía la necesaria capacidad como para contrarrestar los efectos de la Covid-19 en la salud humana. Por ende, la gestión logística y administrativa de la crisis sólo fue bien llevada en un puñado de países.
¿Es la Covid-19 nuestro particular Chernóbil? ¿Anuncia el final del capitalismo como el reventón de la central nuclear ucraniana anticipó el final del régimen soviético? El intento de dar respuesta a tales preguntas desborda los límites de estas líneas. Pero sí que se pueden apuntar algunas conclusiones.
La primera es que el fallo tecnológico mal o nada resuelto no marca el final de las ideologías políticas, sino de gobiernos y regímenes; o si se quiere, de determinadas formas de gestionar la res publica. En tal sentido, ni Chernóbil supuso el final del comunismo como ideología –o del socialismo real, como se decía por entonces- ni el coronavirus que nos azota parece destinado a liquidar el capitalismo.
El accidente nuclear de 1986 fue el comienzo del fin para el socialismo entendido a la manera soviética de matriz rusa. La pandemia de 2020 apuntilló el modelo neoliberal impuesto por los vencedores de la Guerra Fría al resto del mundo a través de la globalización; modelo que ya había sufrido un primer pinchazo con la Gran Recesión de 2008. Es paradójico constatar que lo que ha entrado en crisis son los modelos políticos de las dos superpotencias que habían disputado la Guerra Fría: la Unión Soviética y los Estados Unidos.
Pero hay más. La primera quiebra del neoliberalismo, es decir la mencionada crisis económica de 2008 abrió las puertas a eso que se denomina genéricamente “populismo”. El mundo se llenó de políticos que hacían promesas de quita y pon para ganarse a las masas de precaria clase media, decepcionadas con las promesas incumplidas del neoliberalismo. La herencia de la crisis de 2008 ha sido esa generación de políticos populistas, caudillistas y simples autócratas que llegaron al poder para practicar el trilerismo y el regate corto lo cual explica en buena medida las salidas de tono y el desorden reinante por doquier.
El populismo no es una ideología, es una forma de hacer política, de prometer e intentar gobernar. Y precisamente por ello, el virus se ha convertido en el mejor detector de populistas. Dicho de otra manera, la única forma de derrotar al Covid-19 o evitar catástrofes sanitarias asociadas al coronavirus pasa por desarrollar políticas preventivas a medio o largo plazo, asumiendo muchas veces decisiones precisamente impopulares.
Así que la pandemia debería estar destinada a pasar página de ese tipo de políticos y cerrar toda una etapa que los manuales de Historia siguen abriendo en 1991 con el final de la Guerra Fría, pero que quizá sería más apropiado situar en 1986, con la catástrofe de Chernóbil.
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Esta bien hecha la reflexión pero no vamos a ser muy dramáticos de todo esto seguro que saldrán soluciones , tanto a nivel político como económico , la educación cambiara aunque antes habrá una gran brecha tecnológica . Tal vez todos estábamos muy apalancados con esta sociedad del bienestar y es hora que nos movamos.