Flashman. Cap 6. Perdidos en el tiempo

Sobre el resbaladizo concepto de la corrección política en torno a Harry Flashman el protagonista de las novelas históricas de George MacDonald Fraser (1925-2008)

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Flashman. Cap 6. Perdidos en el tiempo

La corrección política es un invento neoliberal que cobró altura a lo largo de los años noventa del siglo pasado, y que terminó por comerse con patatas la izquierda socialdemócrata que intentaba aferrarse al poder en los años de la posguerra fría. La cosa llegó a tal extremo que hoy en día recurrir a la corrección política se llega a considerar un gesto progresista. Por desgracia y como contrapartida, la nueva ultraderecha montaraz echa mano de la rebeldía para argumentar que así interpretan la realidad mejor que la gente normal, los “normies”, y hasta ahora le ha ido funcionando como para llevar a un Trump a la Casa Blanca o sacar a Reino Unido de la Unión Europea. Tal fenómeno juega detrás de la reconversión de las redes sociales de “buenas” en “malas” y está explicado por la antropóloga Angela Nagle en un libro que ha pasado injustamente desapercibido: Muerte a los normies (Orciny Press, 2018). Pero de esto hablaré otro día, porque aquí hay mucha tela que cortar.

Todo esto viene a propósito de las novelas sobre Flashman, el inolvidable personaje de George McDonald Fraser. Si los británicos son los padres de la moderna novela histórica, este autor era un verdadero maestro. Recuerdo haber visitado su página web –hoy, al parecer cancelada-en la que retaba a sus lectores a pillarle en algún detalle fallido de reconstrucción histórica. Cosa que nunca  conseguían. El contexto era tan realista e impecable que Fraser incluso se atrevió a incluir personajes históricos en facetas poco conocidas de su biografía. Quizás uno de los ejemplos más conocidos es el del joven Bismarck, que se bate en duelo con el protagonista en la novela Royal Flash.

El protagonista. Ese es Harry Flashman,  el héroe, o mejor dicho, el antihéroe de las novelas de George McDonald Fraser. Un apuesto oficial de caballería de la era victoriana, ennoblecido por su valor y galardonado con la Cruz Victoria, que se revela con descaro a la posteridad como el verdadero mentiroso y miserable, jugador, racista y sexista, que en realidad lo ha sido, eso sí con notable sentido del humor” –según lo describía Jacinto Antón en la necrológica que le dedicó a Fraser con motivo de su fallecimiento en 2008. Y es cierto que Flashman es un personaje tronchante, cobarde por naturaleza, cínico a más no poder y crítico mordaz de los valores de la Inglaterra victoriana y de rebote, de la época en la que vivió su creador, ya en el siglo veinte. Novela a novela, el personaje recorre las guerras del Imperio británico comenzando con la primera guerra anglo-afgana de 1839 a 1842 y continuando con las insurrecciones de los sijs y de los cipayos en la India, la rebelión de los Taiping en China, las luchas por la hegemonía imperialista en África, e incluso la guerra de Secesión en los Estados Unidos, en la cual Flashman participa desde ambos bandos, como buen oportunista que es.

El hecho de que Fraser no cometiera errores en la reconstrucción de escenarios tan exóticos da una idea de la apabullante capacidad de documentación que desarrollaba este autor. Pero el encanto de estas novelas era la contraposición de un personaje tan históricamente improbable como Harry Flashman con esa época tan exquisitamente recreada.

La divertida conjugación de ambos factores hacía de Harry Flahsman un hijo de la cultura del 68; de ahí su carácter iconoclasta. De hecho, la primera novela de la serie data de 1969. Recogía el legado de la novela histórica por antonomasia: el  artefacto fantástico apuntalado por un contexto histórico creíble. Pero, al hacerlo, ponía los mitos de la cultura británica ante el espejo de la bruja.

Ha pasado más de medio siglo desde que nació Flashman. ¿Cómo se ve ese personaje en la Gran Bretaña del Brexit? Si hubiera existido, hoy estaría a sus anchas. Como “hero of every hour”, habría chaqueteado sacando partido del recuerdo de las glorias nacionales y soltando cualquier barbaridad, como que «la Guerra de Independencia de los Estados Unidos fue una tragedia que condujo directamente a la Guerra Civil, esa «vil matanza de la raza anglosajona-normanda-celta”». Y ese es el drama: que hoy abundan en la política londinense los Harry Flashman auténticos, aunque desprovistos de la gracia y el salero del personaje de George McDonald Fraser. Y que, sobre todo, le han dado la vuelta a la tortilla: el tramposo, cobarde y desvergonzado ha adquirido ahora calidad de modélico para la nueva derecha radical iconoclasta. Los viejos mitos no se tocan. Otros dirán que Flashman era simplemente un facha, porque el hecho es que el personaje de ficción se ha vuelto una realidad tangible, que aparece cotidianamente en la tele;  y la reconstrucción histórica por sí misma no justifica el interés por las novelas de Fraser. El que intentó ridiculizar es ahora el ridiculizable. He aquí una buena muestra de esa capacidad de mixtificación que puede llegar a tener esa arma de doble filo que es la corrección política, ante la cual mucha gente, a riesgo de hacerse un lío, opta por meter la cabeza bajo el ala.

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