Santa Sofía: los agravios históricos en cotización. De manera sorprendente, parece haberse olvidado el poderoso atractivo que el corazón del Imperio bizantino tuvo sobre los designios de la vieja Rusia.
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Sofía. Cap. 7. Perdidos en el tiempo
Santa Sofía reconvertida en mezquita, por primera vez desde 1931. ¿Noticia de verano o escándalo internacional de altos vuelos? Para algunos medios, es un desafío a la cristiandad; pero si es así, resulta curioso que Rusia no haya liderado las protestas.
Para el mundo occidental, católico o protestante, la antigua capital del Imperio bizantino era la cismática capital espiritual de la cristiandad oriental. Es cierto que la fecha de su caída en manos de los otomanos, en 1453, marcó el comienzo de la Edad Moderna para la historia europea. Pero para la cristiandad ortodoxa fue, literalmente, el fin del mundo. En algunas regiones apartadas tardaron décadas en asimilar la noticia.
Si visitáis los monasterios bucovinos de Moldovita, Sucevita o Humor podréis admirar, entre sus célebres frescos en los muros exteriores, uno dedicado a la victoria de los bizantinos contra los otomanos. Los cañones disparan desde las murallas y dispersan a los infames asaltantes. En otro de los frescos que se repiten en esos templos, musulmanes y católicos, por cierto, van al infierno; en filas separadas, pero al averno ambos.
Mucho más al norte en entre los densos bosques rusos que protegían a Moscovia del poder mongol, el monje Filoteo escribía al zar Basilio III, en 1511, que Moscú había devenido la Tercera Roma. «Dos Romas han caído. La Tercera se sostiene. Y no habrá una cuarta. ¡Nadie reemplazará tu reino de zar cristiano!». Así, el Imperio ruso se vio destinado, desde un principio, a ser el sucesor del bizantino. Los zares ascendían al trono jurando sobre la carta del monje Filoteo, y expulsar a los musulmanes de Constantinopla se convirtió en una obsesión geoestratégica para los rusos. De hecho, según el historiador americano Sean MacMeekin, el afán principal de Rusia al entrar en la Primera Guerra Mundial fue el de tomar Constantinopla, destruir al Imperio otomano y erigirse en la mayor superpotencia cristiana, uniendo el inmenso Imperio con Asia Menor y Oriente Medio.
En nuestros días, Rusia ha vuelto a reaparecer por esa zona, a partir de su implicación en la guerra de Siria. Los cristianos libaneses ponen velas a Putin y lo que parecía una prolongación de la Guerra Fría obedece más bien a viejos designios.
Y sin embargo, la reconversión del corazón ortodoxo en una mezquita más de Estambul nos demuestra que el valor de los viejos agravios históricos se cotiza con liberalidad en la bolsa de los objetivos estratégicos de las potencias. Porque la relación actual entre Turquía y Rusia es de lo más fluida, con extraños vaivenes y apaños bajo cuerda en el caos de la guerra civil libia o en el escenario de pesadilla de la guerra en Siria. Y eso sin olvidar las recientes maniobras de Ankara para reducir la dependencia de las importaciones de gas ruso.
¿Y cuál es la respuesta rusa todo esto? Que la reconversión de Santa Sofía, el corazón del Imperio bizantino, en una mezquita es, ni más ni menos que «un asunto interno turco».
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