A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XXII: “INSTRUCCIONES PARA SOBREVIVIR EN LO OSCURO” – Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz, Juan Vinuesa, Club Caníbal
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
25 de abril de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
La energía escénica era incontenible, sentí su presunción de importancia desde fuera del espacio-tiempo. Estaba yo a mis cosas, como siempre, en mi habitáculo de la no-vida en la que existo entre espectáculos, cuando me transfiguré violentamente en el vestíbulo del Teatro Central y vi, con muchísima alegría, a su personal, tan sonrientes y profesionales. Diría que hasta más guapas y bellos, ¿qué síndrome de Stendhal era ese? Imagino que la constatación de la primavera, pues fuera de la cristalera enorme de este templo de las Artes Escénicas, veía un sol que todo lo inundaba, un público radiante que llegaba con ropa ligera, un ritmo musical de labios y brazos, que al caminar se agitaban con el entusiasmo solidario de la brisa. Lejos parecían quedar las lluvias. Y la importancia del agua también orbitaba el tema central de la obra que veríamos aquella tarde en la Sala Chácena, entre animales disecados y troncos secos: INSTRUCCIONES PARA SOBREVIVIR EN LO OSCURO, obra de Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz, Juan Vinuesa, (Club Caníbal). Tenía mucho interés en bucear en aquella invocación tan fuerte, algo que presagiaba sólo buenas razones.
El agua, como digo, en cuanto a vida, en cuanto a presencia, era el tema de esta obra en la que una política casposa y rural, aferrada a valores que miran a la cola del progreso, pretende fagocitar un pozo ilegal, aunque suponga la tortura ecológica de una reserva natural, o incluso un sueño con fecha de caducidad. Pero este secarral de deseos y frustraciones estaba bien regado por un humor que todo lo pintaba de colores brillantes (los de la bandera, los de la purpurina falaz de los discursos que no contienen ni su propio eco, los de una Europa que sanciona y es ignorada…) y lo llena de música y efectos sonoros que nos llevaron a ambientes físicos (al poliédrico campo) y emocionales.
Y es que me gustaría destacar el increíble trabajo acústico y digital que desarrolló Pablo Peña, multiinstrumentista y lo que haga falta (como si tocar más de siete instrumentos en directo fuera poca cosa). Responsable directo de llenar los silencios y espacios, así como transportar a la audiencia a escenarios que todos reconocemos, por desgracia, por hundirnos los tobillos del sentido común en el barro de los populismos costumbristas. Y el coraje que levanta, el foco que recrean estos artistas, es banalizado y llevado por el tobogán del chiste, el morro, y el morreo. Te ríes, sí, pero por no llorar con las verdades que escuecen.
Supongo que esto es lo que sería una distopía rural (y real) que puede pasar (porque ya ha pasado). Arrancan en escena con los sinsentidos de la religión (un cura que obliga a los niños a arrodillarse y mirar al sol para ver a la virgen. «Pica un poco el sol en los ojos / ¡Calla!») y termina con las consecuencias de los sinsentidos de la política, una apología del “Catetismo”. Y entre tanto, se habla de deseo, de tozudez, de estrecheces de miras, de amor por conveniencia, de manipulación flagrante, de la violencia bruta por defender privilegios ilegales, de los peligros que conlleva darle una posición de poder a quienes no tienen valores, principios o una inteligencia moderada (lo mínimo, vaya), y de la soledad que siente una persona gregaria si no le hacen casito.
Otro de los puntos fuertes de la obra es la cantidad de personajes que desfilan por el escenario, muy bien perfilados, a base de cambios exprés de vestuario y una psicología patente en cada uno de ellos. El humor negro y el cinismo no abandona a ninguno, tanto será así que el momento cúspide de la obra comenzará cuando tengan la “revelación” de construir en el pueblo «un parque acuático de agua santa» avalado por la virgen en plena aparición. ¿Qué puede fallar ahí? Ellos mismos, como Club Caníbal, defienden, según pude leer en su programa, que son una compañía teatral afincada en el humor negro neorrealista que bebe de las nutridas aguas de Berlanga, Gila y demás ilustres autores del afluente castellano y surrealista. «¡¿Tú qué valores tienes?! / Los que tú necesites» (guiño a Groucho de paso, como regalo).
De hecho se apreció una obra cargada de referencias cinematográficas, musicales, televisivas y literarias, en las que cupo tanto declamar en verso como cubazos de agua que se tiraron los unos a los otros para festejar una supuesta época de bonanza hídrica. Y, por supuesto, no esquivan la situación política actual, nacional e internacional. Fue épica la irrupción de Greta Thunberg («una niña sueca que se toma en serio que las lechugas no sufran») como fuerza destructora, que arrasó con la escena a patadas y gritos de ultratumba, para sobrecogimiento del público; así como el rey emérito, en patinete desde lejanas tierras áridas. Humor y sabor agridulce, como cuando expusieron los recurrentes negocios de aquellos emprendedores que abusan la fe y desesperación de los crédulos, aun a riesgo del dolor de enfermos y familiares. Un cuento con moraleja que te acompaña a casa: No todo vale, nada es infinito, ni el agua ni la suerte de los sinvergüenzas.
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