A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de la IX Edición de INTERESTELAR SEVILLA, celebrado del 16 al 17de mayo de 2025, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
INTERESTELAR SEVILLA
16 de mayo de 2025, Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, al aire libre, más a gusto que todas las cosas…
En Sevilla, mayo es sinónimo de supervivencia. O más bien de esa etapa final de superación, ese llegar al final del túnel, abandonada toda sospecha de lluvia, superadas las obsesiones folclóricas de la ciudad, y fortificada la resistencia a los arpones sensitivos de las alergias. Si has llegado hasta mayo, te mereces una recompensa. Así es como lo veo. Y, con el buen tiempo, con la gracia concedida por el eje de la Tierra, que nos sitúa en un panorama envidiable, llegan algunos de los festivales más importante de la agenda de la ciudad. En concreto, pienso en INTERESTELAR SEVILLA.
A mí, que como deidad de la ciudad se me concedió el privilegio de hablar con las palomas, me llegó la información de que bandadas de jóvenes (y no tan jóvenes) llevaban toda la tarde peregrinando más allá del río, como afluentes que se encuentran en el CAAC. La paloma Califata profetizaba que se venía algo gordo allí (aunque para ella algo gordo podía ser que una familia se hubiera dejado medio bollo del picnic en el césped… no es muy de fiar a veces). Total, que bajé de la Giralda, mi residencia habitual, y me encaminé al río, con Califata sentada en mi hombro, más por evitar que me desviase que por pereza de volar. Y no me venía mal, llevaba un tiempo apoltronado en mi sofá, mirando a los mortales hacer sus cosas de mortales por la ciudad, todas aburridas, que si formularios, cargar con bolsas de comida, recargar bonobuses, en fin… No los envidio. Sin embargo, necesitaba movimiento, hacía mucho que no iba a un concierto, una de las mejores maneras de alimentar el espíritu.
Fue llegar al río y el tiempo se rompió. No literalmente (eso ya me pasó una vez y tremenda liada para repararlo), por suerte hablo de sensaciones, y todo culpa de un grupo de chavales, muy majos, esa fue la trampa. Me vieron llegar, siguiendo la música que se expandía por el cielo, y me dijeron no se qué de un pirata, yo no pillaba nada, luego me invitaron a una copa, me hablaron del festival, que estaban haciendo la previa para entrar, LA PREVIA, yo no les entendía pero empezaron a darme ofrendas en vaso de tubo y, como buen dios bromista, no pude rechazar la voluntad de estos feligreses. Y lo dicho, el tiempo, deshecho entre risas, volvió cuando Califata me picoteó el lóbulo de la oreja, y reparé que era ya de noche, que aún tenía que explorar de dónde venía aquella música en el aire. Mis nuevos compañeros y yo fuimos directos al CAAC, la organización del evento, veterana en su novena edición, había dispuesto todo un reparto del territorio entre cuatro escenarios, puestos de comida, servicios mínimos y mucho espacio para deambular entre ondas musicales. Total, usé mis poderes en el acceso, porque entrada no tenía pero sí una sonrisa entonada y una paloma con los ojos enormes, por lo que fue necesaria cierta prestidigitación para que me ignorasen con educación.
Una vez dentro seguí el grupo hasta un concierto ya empezado y ellos, que se habían memorizado los horarios como si su vida dependiera de ello, me dijeron que estábamos oyendo La Casa Azul. Les reconozco un sonido muy particular y, entre el público, sus temazos se vivían como un karaoke. Pulsos insistentes en forma de graves y percusiones llenaban el ambiente, un buen sinónimo de positividad, mi paloma estaba entusiasmada. A la hora, nos movilizamos a un escenario próximo, querían ver un poco del concierto que daría Alcalá Norte, otra banda con un sonido definido, impactante, cuya mezcla de idiomas en sus letras le da un punch muy personal, y cuya música recordaba al rock ochentero. Fue la leche, ahí si que nos pusimos a saltar y bailar por todos lados.
De repente vivimos un desplazamiento tectónico, una marea de masa, casi todos iban a otro de los escenarios y estos amigos improvisados, la hermandad del vaso de tubo, los llamaré, me ilustraron con su sapiencia: Estábamos a punto de disfrutar del concierto de Mikel Izal, una trayectoria que orbita en solitario desde la disolución de la mítica IZAL en 2022. Esto es hemeroteca de esta hermandad, yo estaba diciendo que sí a todo hasta que empezó a tronar su música y me captó al instante. Noté cómo la gente quería algún guiño a ese pasado, pero también los temas de su último disco. Su música es un himno a la vida y al amor, muy emotivo cuando cantó aquello de «en el paraíso no hay forma de saber si fuera está lloviendo, y no importa».
Pausa para comer, beber, mear, beber y volver a situarnos frente a un escenario. Bueno, para ser precisos, fuimos intermitencias entre dos conciertos que se solapaban: Por un lado, estuvimos un rato frente a Elyella, el dúo de dj, cuyas arquitecturas sonoras surcan la electrónica, el pop y rock en un enérgico show. Ver a un tipo disfrazado de mono ya merece siempre la pena, me hace sentir menos raro con mi paloma, mis pintas de dios nórdico, mis chanclas mojadas por los vasos saltarines. Un concierto que resucitó al aforo de su bajona existencia, «es hora de volver a amar»; y por otro lado, saltamos con Malmö040, grupo joven con su legión de fans, que disfrutaron de sus canciones que se mecían entre la hermosura y la tristeza, vaivén dispuesto a calmar tormentas.
El grupo estaba ya llegando a un valle enérgico, era la una y media de la noche, y ya comenzaban a aflorar comentarios tipo «es que yo hoy madrugué pa trabajar», lo cual me hacía sentir incómodo, porque es algo tan de mortales eso de trabajar que me parecía extraterrestre. Un dios trickster no necesita esos trueques capitalistas, yo bajo a una tienda, cojo lo que necesito, voy a un restaurante, como rico y gratis. Pero eso ellos no lo entenderían así que… hice lo que mejor sé hacer, tergiversar la realidad, y les apareció por arte de magia cincuenta euritos en sus pulseras electrónicas para pagar dentro del recinto. Eso y el papeo que se compraron les ayudó a aguantar para un cierre de noche espectacular: La La Love You, una banda que no era nada de lo acostumbrado, pues buscaban encajar nuevas piezas del puzle musical, o eso me pareció. Alguno lo definió como pop-punk, pero a saber, que la gente dice muchas cosas a esas horas. «Baila y canta sin saber la letra» cantaban y el público parecía obedecer.
Mi improvisada hermandad, a las tres de la mañana que acabó el concierto, acordó vernos al día siguiente, en el mismo punto, el único punto del agua dentro del recinto, a la misma hora. Y yo, impaciente como nadie más, consciente del poder que contengo me bastó chasquear los dedos para…
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