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LECCIONES PARA LA MISIÓN | La butaca del Enmascarado | Crónica III del 21 SEFF

Continua el SEFF (Festival de Cine Europeo de Sevilla) en su 21ª edición. Esta tercera crónica recoge las suertes y anécdotas de los tres días siguientes, para que el lector quede sumergido completamente en aquella cita cinéfila. Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” encuentra la manera de participar este año de una manera mucho más activa en su amado festival.


Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 21 Festival de Cine Europeo de  Sevilla.

Crónica III del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla

12 de noviembre de 2024

Todos los años me pasa, no es nada nuevo, acumulo visionados y comienzo a atesorar una envidia productiva que me empuja a la creación de nuevos productos audiovisuales. Además ahora, como ostento el título de documentalista youtuber, tengo licencia creativa plena, por lo que sólo requiero una idea prístina y botón para encendido para ponerme en marcha. Pensé que para ambos requisitos me vendría muy bien algunas de las actividades paralelas que desarrollar el SEFF, así que acudí bien temprano a la masterclass que impartiría en CICUS el guionista y director BENITO ZAMBRANO.

La misión, Cine, Película, Jeremy Irons, David Puttnam, festival, SEFF,

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Pronto se formó una cola tremenda de visitantes, todos querían oír de cerca al autor de Solas, película que cumple 25 años y que fue un éxito desde el primer día. Tras solventar algunos problemas técnicos con la proyección, comenzó a entrar el público y poco tardó Benito en sondear al público para conocer su relación con el cine. Lo que más abundaba allí eran actores, interesados en confidencias sobre la dirección actoral, y protoguionistas, que buscaban revelaciones para enfrentarse al folio en blanco. Yo estaba a todo, con el paraguas abierto y al revés, cual señora en cabalgata de reyes, para enriquecerme con todos los dulces que soltase el maestro.

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«Es importante, cuando haces una peli, que tú seas el que más sabe del tema que vas a hablar. No tienes que saber de todo, pero sí de la historia. Saber mucho de lo que quieres contar, porque igual te rodeas de profesionales que llevan más tiempo que tú en ese campo» narró desde el principio, con una lógica aplastante. «El cine es un Arte que se hace en equipo, aunque no es asambleario ni colectivo: el director toma las decisiones. Pero, a partir de eso, hay un trabajo en equipo. Es más importante la película que el director» y ya cuando dijo eso… no sé hasta que punto estaba de acuerdo, porque si bien todos son importantes, yo quiero que en mis futuras películas (dentro o fuera de YouTube) aparezcan firmadas por Víctor Vigía… pero claro, Zambrano, que me da mil vueltas en todo, porque tiene muchísima experiencia en el desarrollo cinematográfico, me calló antes de continuar con mi hilo de pensamiento con una máxima con la que lo entendí perfectamente: «Puede existir lucha de talentos, nunca de egos». Ahí me sentí un poco estúpido, luego cambié de postura en la butaca y se me pasó rapidísimo.

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Más allá de ello, se habló bastante de la diferencia entre la película que uno quiere hacer y la película que acabará haciendo. Todo por el vil metal, ninguna sorpresa. «Nunca hay dinero para todo, una de las primeras lecciones que aprendí haciendo Solas» pero precisamente por ello apostaba por la educación y formación tanto del cine en sí, como de la intuición, tan valiosa para conseguir lo que uno se propone. « En el mundo del arte no hay reglas. Hay que tener muchas herramientas, conocer mucho, leer mucho, haber probado de todo, varios oficios del mundillo, formarse, para luego desarrollar la intuición o solvencias». De hecho, uno de sus pilares de formación fue lo que conoció como Cine Comunitario, algo muy propio de pueblos y barrios humildes (pobres, vaya, como mi barrio de toda la vida). El invento consistía en que uno tuviera un reproductor de vídeo y de dicha máquina se extendía cableado suficiente para todos aquellos que quisieran ver películas diferentes cada noche, alquiladas del videoclub, a cambio de un pago, por supuesto. El vil metal, que por entonces era más cinéfilo. Esa historia que puede parecer de la prehistoria, al menos para mí, que soy un milennial con memoria de pez, es un pilar fundamental en el gran cineasta que aquella mañana teníamos enfrente. La moraleja es echarle mucho morro al tema y adelante. Lo que importa es aprender y hacer, dos verbos activos.

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Con muchísimo humor y cercanía se deshizo en anécdotas y consejos, lo cual supimos valorar adecuadamente, o al menos espero que se notase por entonces. «Con el cine comunitario me dediqué un par de años a grabar y ahí entrené mi ojo a la cámara, y me di cuenta de que soy un tremendo manipulador, porque decides qué contar y qué no contar». Habló de tener un punto de vista para contar historias, «me pegué tanto a la cámara que para mí era un lápiz». Cuanto más escribo, mejor entiendo el mecanismo para dirigir actores. Saber qué hay debajo de las palabras, cómo trascender el texto, entendiendo qué es lo que está debajo. «Estudiar interpretación me sirvió para que me llamase la escritura, para escribir mejor. Más que ver cine, lo que me ayudó fue ver la vida». Así narró cómo se inspiró para su primera película, como aprovechó muchísimo su formación en la escuela de cine de Cuba para ir perfilando sus ideas, cómo comenzó a dialogar con sus propios personajes, buscando la hondura psicológica, la autenticidad. Bergman dijo que tenía que amar a todos sus personajes, y que eso suponía que uno tiene que profundizar en su propia mierda para llegar hasta las últimas consecuencias y comprometerse con los personajes, que saldrán enriquecidos con todo ese esfuerzo. Benito Zambrano dijo estar convencido que uno debería ir a ese tipo de escuelas cuando ya sabes lo que quieres lograr, porque así uno va focalizado y le sacas todo el partido. Todo esto y mucho más que me guardo celosamente (¡haber venido!) fue compartido con una transparencia halagadora. Escucharle diría que fue una experiencia cinematográfica en sí.

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Tras salir del centro caminé rápido a Odeón, la sede de Plaza de Armas, pero embebido de la sensación autoimpuesta de ser parte de un cuento, de una historieta fílmica. Caminaba como creo que algunos actores caminan, con pretensión de salvar el mundo, de una misión importantísima a la que deben acudir. En la sala 3 de aquellos cine me esperaba la película de ELECTRIC FIELDS de Lisa Gertsch. Si quería inmersión peliculera, toma dos tazas.

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Esta película que estaba en blanco y negro y en formato 3:4, para mí formó lo que diría como una antología de cuentos, siete episodios, que no están conectados entre sí, pero que presentan la incontestable hermandad de ser personajes impactantes que irradian normalidad en historias y sucesos que chapotean en surrealismo, a los que si los acompañamos con las puertas abiertas de la empatía, vamos a tener unos ochenta minutos muy divertidos, casi como una cata de historias extravagantes. La verdad es que esta experiencia ejerció una tarea desconfiguradora, si es que esa palabra pudiese existir en nuestra patria. Me hackeó mentalmente, reconfirmando mi pertenencia a un mundo dentro de la pantalla. ¿Habría cambiado la realidad desde que traspasé el otro día la pantalla de cine? Eso lo he leído yo el novelas de Murakami, no sé si se puede dar en este plano de la existencia. Igual todo es ficción. En cualquier caso, salí de la sala satisfecho con la película, me dirigí a la línea de autobuses más próxima para ir hasta los cines MK2 de Nervión Plaza, y prometo que sentía los colores desvaídos, como que perdían consistencia a medida que avanzaba, no sé si quien lee esto puedo imaginarlo, paso, paso, adiós a los azules, paso, traspiés, paso doble, y los rojos bajan a naranjas, los verdes ya eran grises evidentes, el amarillo era apenas un recuerdo. Tomé un bus gris, en un mundo de luces y sombras, rodeado de perfiles cerúleos y tostados, con ojos blancos y pupilas feroces como puntos finales en aquellos silencios que se levantaban entre los pasajeros que cruzaban miradas. Me vino a la mente cómo en música, en una partitura, los silencios de dos tempos se llamaban blancas. Íbamos hacia saturación lumínica en todos los sentidos.

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La oscuridad de la sala 1, la más grande de Nervión, fue un bálsamo. Comenzó a los pocos minutos UBU de Paulo Abreu, una ópera prima portuguesa que pronto vi que debía muchísimo al humor británico, especialmente a los Monty Pythons, tan crítico y surrealista, con un espectro de broma que ostenta el récord a la tontería fonética y el de la crítica geopolítica. Todo se remueve y aflora en una película como UBU. Como indicaría en el coloquio que se mantuvo al finalizar la película con el autor, esta obra está inspirada en una obra de teatro, que ya bebe principalmente de la influencia de las obras de Shakespeare (de nuevo influencia británica), de la cual se hizo una película en tono de parodia y, esta obra, UBU, sería «una parodia de la parodia», dijo con humildad. Pero a mí me pareció alucinante. A pesar de ser una obra con un presupuesto muy limitado, ha conseguido crear una atmósfera y tono propio, en el que entras muy rápido, y que consiguió despertar carcajadas entre el público de forma muy notoria.

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Ejemplos de su humor pueden ser aquel de cuando UBU es rey y no le apetece repartir sus riquezas recién adquiridas y su séquito le convence diciéndole «regala dinero para quedar bien pero luego le machacas a impuestos», o cuando tiene que ir a batalla y deja en la regencia a su mujer, que como mano derecha se supone de toda confianza, pero le advierte «te dejo a cargo de la regencia, pero me llevo el libro de cuentas, ¡y ay como me robes!». Por supuesto existen también asincronías en el discurso (nombrar naciones como Rusia o España, cuando esto está ambientado en la Edad Media). Otro de los ejemplos son los razonamientos que manifiestan, propio de otro tiempo, que me recordaban muchísimo a lo visto en La vida de Brian, por ejemplo, o cuando se nombra a la patafísica. En el coloquito también se mencionó el tema de la simetría tan exigente y buscada durante toda la película, los planos estaban cuasiperfectos en este sentido, los protagonistas siempre ostentaban el centro en cada escena, ello me trajo a la cabeza las obras de Wes Anderson, muy propenso a este sobrecontrol. Además el director daba la sensación de ser muy cercano, pero con esto de ver dos películas en blanco y negro se me agravó el síndrome de la escala de grises y me fui a mi casa, a llorar la monocromía y a cruzar los dedos del pie para que al día siguiente volviese el color a mi vida. Porque sino vaya lío pa vestirse.

 

13 de noviembre de 2024

Verde que te quiero verde, y lo mismo para el resto de colores de la caja de alpinos. Nada como un sueño reparador para salir del daltonismo autoinducido. La mañana fue provechosa gracias a EMILIE GIRARDIN, directora de cine suizo-polaca, que ofreció en el marco de las actividades paralelas del SEFF una masterclass sobre «el arte de escribir diálogos a partir de la improvisación».

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Esta joven directora relató algunos de los presupuestos de los que partía a la hora de rodar sus obras y cómo supo aprovecharlas las dificultades para potenciar sus virtudes a favor de sus obras. Por ejemplo, al tener poco presupuesto, se valió de amigos que no eran actores pero que aportaban verdad a la obra, así como algunos otros talentos como las facultades para la danza, si habían estudiado esa vertiente escénica. Subrayó que montar una película era una cuestión coral, punto en el que comulgó con Benito Zambrano, y desgranó (para agradecimiento eterno de los que gateamos en estos escenarios de la industria del cine) lo difícil que era conseguir financiación o distribución si aún no tienes un historial detrás, un nombre, un reconocimiento. Cómo tener un equipo pequeño ya es un logro, siendo aun así conscientes de que cada uno de ellos tendría que desempeñar cinco trabajos como mínimo para que la película saliese adelante. Una charla muy interesante que además se desarrollo en un espacio que no conocía y me encantó, la Academia Sevillana de las Buenas Letras, en pleno Casco Antiguo. Un oasis secreto en mitad del laberinto transitado por turistas y almas en pena.

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La tarde fue otro cantar, pasó lo que todos los años pasa, algo que acepto porque es parte del juego cuando asistes a un festival de cine. Cuando uno se compromete a bucear por este tipo de programaciones, se le exige un mínimo de temeridad: entras a muchas películas que no sabes cómo irán, a veces ni siquiera su argumento (si es que lo tienen). Y está bien que así sea. Pero eso tiene dos resultados cuánticos posibles, así por simplificar la carrera de Estadística: O te sorprende gratamente, alucinas con las ocurrencias, con el formato o la originalidad de la idea que se nos presenta; o la butaca te engulle mientras el insoportable peso del ser cinematográfico cae como un juicio, zapatos de cemento en el Guadalquivir. Esa tarde, jugué a ese juego y me pasó de todo.

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En primer lugar, fui al Cine Cervantes a apostar por una película que, si bien estaba en Sección Oficial, estaba fuera de competición: MEET THE BARBARIANS de Julie Delpy, la brillante actriz que aquí interpretaba y, a su vez, dirige. El ambiente estaba animado desde la recepción, Sevilla parecía a punto de romper su cielo y que cayese la lluvia más copiosa, el frío se había instalado al fin, por lo que todo el mundo quería estar dentro y acomodado en su butaca. Desde el minuto uno esta película funcionó, la gente reía, el tono de comedia política y social era una excusa buenísima para reflejarnos a los europeos, y aquí el tema es el acogimiento de refugiados tras los últimos escenarios de guerra. Plantea cosas como la proactividad para acoger a familias ucranianas, pero cuando tras un cambio de planes la familia que acogerá este humilde pueblo francés son refugiados sirios se desvela que igual, esa imagen de solidaridad y grandes gestos, tiene agujeros con los que hace agua, todo fruto de prejuicios y miedos infundados. Con un humor mordaz, se pudo disfrutar de ironías como aquel intento de explicación del alcalde que dice «los ucranianos están muy demandados en el mercado de los refugiados», como si fuera un mero producto televisivo, o «yo no hablo macronés», para diferenciarse de medidas del político francés. Pero más allá de toda la broma, hay una denuncia evidente (sin discursos ni moralinas) en contra de la guerra, de racismos de toda clase, de la necesidad de que impere la humanidad (el humanismo) y la empatía por encima de todas las cosas, y esa apuesta por la humildad y la educación como primeras piedras en un puente intercultural. «Me da igual lo que me pase, sufro cuando veo a otros sufrir» llegará a decir el personaje de Delpy, que no por azar ejerce la función de profesora en aquel pueblito rural.

La misión, Cine, Película, Jeremy Irons, David Puttnam, festival, SEFF, Envalentonado por este chute de positividad, decidí permanecer en mi butaca hasta el comienzo de la siguiente película que allí arrojarían al público cinéfilo. Muchos repitieron, pude apreciarlo, supongo que no a todos les viene bien la pluralidad de auditorios, especialmente si tienen que desplazarse con tanto frío o la amenaza de tormenta. Y ahí llegó la última sesión del día, GRAND TOUR de Miguel Gomes. Este director había recibido honores como el de Mejor Director con esta película en Cannes, pero esto demuestra que los premios no son nada para los que venimos de la calle, del trabajo o de correr bajo una tormenta, los que deciden apostar por evadirse de la realidad un par de horas, compran una entrada y se encuentran algo así. ¿Se intuye ya lo que digo? Esta película, para mí, Víctor Vigía, el documentalista youtuber de 2024, el director de Cine Breve de 2023, el actor buscavidas, alguien que ha visto mucho y ha hecho por hacer ver a otros, para mí, repito, esta película fue una decepción. No es la primera vez que me pasa, uno se entusiasma con otra película, decide quedarse a una más y se pasa de frenada. Ojalá me hubiese retirado a tiempo (es el mantra que se dice uno a mitad de película). Pero no se trata de echar pestes porque sí, voy a lo que me refiero.

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Esta obra tiene un argumento que, desde el inicio, nace con poca fuerza como para querer seguir la pista al protagonista: Un funcionario en Birmania entra en pánico (porque sí) momentos antes de encontrarse con su prometida y huye a través de otros países de Asia. Podría haber tenido un elemento de misterio, de descubrir la razón, pero lo cierto es que el ritmo es tan lento y el personaje tan apático de interés que al espectador le empieza a dar igual quién es y por qué actúa así. Es cierto que llama la atención al principio que intercale secuencias a color de la Asia actual, todo ruidos y colores chillones, un turismo sofocante, y la película de época, ambientada a principios del siglo XX, en blanco y negro, donde el protagonista hace sus escapadas silenciosas. Bueno, esa sorpresa se quema rápido. A veces se habla del protagonista, lo que hace, donde está, pero no sale en escena, solo salen escenas sociales de aquellos lugares, casi, casi a modo de documental, y entonces pierde fuerza narrativa, porque el ritmo no ayuda, los planos confunden sobre su aleatoriedad, y uno se acaba preguntando qué tiene que pasar para que pase algo. No obstante, le valoro el humor que llega a tener (vuelca un tren, sale de dentro el protagonista y lo primero que dice es «bonita mañana» porque está soleado), la carga poética de algunas escenas, «Edward se dejó seducir por los sonidos de la selva», o personajes eventuales con mucha fuerza en escena (pienso en el niño resabiado que habla con aplomo de rey o sabio en mitad de la fiesta). Supongo que la intención de la película se podría resumir en aquella frase que se le dice al protagonista: «Abrázate al mundo, verás cómo el mundo es generoso contigo». Pero ese abrazo, la dura realidad, es que fue soporífero, vi resoplidos, gente consultando la hora, algunas respiraciones profundas propias del sueño y, yo mismo, confieso que pegué alguna cabezada. Terminó la función y la gente salió con prisa, casi desesperación, yo entre ellos.

 

14 de noviembre de 2024

Cuando eres famoso tienes que comportarte como tal. Eso es así, si no lo sabías es porque no eres una celebridad, no te preocupes. Yo ya comienzo a notarlo… Aquella mañana comprobé que ya habían visto mi SEFFUMENTAL en YouTube nada más y nada menos que noventa personas en lo que va de año. ¿Envidia? Lo sé, es apabullante, ya mismo llego a la centena. Empezaré a buscar un psicólogo que me ayude a llevar la fama. Mientras tanto, como soy actor antes que cualquier otra función humana, ejerceré el postureo. Mis andares con flow me duraron como quince minutos porque Sevilla ejercía de anfitriona para una tromba de agua violenta, de esas que duran veinte minutos y te dejan para escurrirte en el fregadero. Y ese fue mi caso, llegué a Odeón con la ropa empapada y ganas de cobijarme en una amable sala de cine. A las doce proyectaban en una sesión especial MIOCARDIO, una película española de José Manuel Carrasco. Creo que a la mayoría de los que estuvimos en la sala nos sorprendió gratamente; de nuevo la rueda del festival, a veces arriba, otras abajo.

Esta película, protagonizada por Vito Sanz, Marina Salas y Luis Callejo, principalmente, podía ser extrapolada perfectamente a una obra de teatro. Se trata de una historia dentro de una historia, un reencuentro de ex tras quince años, pero con el estribillo de una reflexión: Aunque la historia se repita, siempre hay que tratar de hacer una versión mejor. «La vida es una continua reescritura». De hecho, esta historia es repetida varias veces, aplicando cambios, tanto de actuación como de lo que se dice o cómo se dice, que hace que los personajes vayan llegando a puntos diferentes. Este experimento cinematográfico que hace guiños a Sísifo se inserta en esa nebulosa categoría de películas en las que hay muchísimo diálogo y un espacio limitado para desarrollar todo el argumento. Su director, en unos de esos Café con… que celebra el festival para aproximar a autores y periodistas, confesó aquella misma tarde que «me gustan las pelis que se habla mucho. Yo hablo mucho». Esta película que nos zarandea entre la comedia, el drama y una conseguida sensibilidad, deja un poso de oportunidad para hacer mejor lo que nos propongamos, abandonando así los reproches y los desahogos estériles. Vito Sanz, presente en la mencionada charla, argumentó que «siempre me ha gustado la herencia de los actores intensos. […] Cuando te enfrentas a guiones tan bien pensados, hay algo que surge entre esos límites, una libertad bonita.

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Aprovecho para subrayar una labor indispensable en esos Café con… que se hacía en Platea Odeón: Pienso en la labor de la traductora simultánea, una profesional increíble que respondía con muchísima rapidez cuando derivaba a nuestra lengua las opiniones de autores extranjeros y lo hacía con un nivel auditivo tan correcto que apenas se oía un susurro entre los presentes que no necesitaban los auriculares para entenderlo, por lo que conseguía hacer un trabajo efectivo e integrado en el entorno. ¡Bravo por ella!

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Y a partir de entonces decidí que comparecería a cada encuentro con gafas de sol. Porque es un signo de famoseo evidente, gafas de sol en espacios cerrados, protección extra para los flashes de los fotógrafos eventuales y una forma efectiva de ocultar tus pensamientos o dotarte de un aura de misterio. Me fui al fondo de Platea Odeón para pillar sitio, como tantísimos periodistas, porque a las cinco y media tendríamos allí una rueda de prensa con personas tan icónicas como JEREMY IRONS y DAVID PUTTNAM. Esta edición tuvo la gran idea de acogerlos para múltiples actividades y reconocimientos, entre ellos, sendos GIRALDILLOS DE HONOR, así como rescatar para el gran público esa gran obra que fue y es LA MISIÓN.

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Cuando llegaron, el revuelo de medios y voluntarios fue notorio. Yo me quedé sentado en primera fila, con mis gafas de sol, brazos cruzados, como quien espera con estoicismo los vaivenes de la vida. Tras el nubarrón de fotógrafos, que volvían rápidamente a sus puestos, llegaron estos invitados insignes y tomaron posición para la rueda de prensa. Se habló de todo, desde el riesgo de crear como mero entretenimiento y no aportar valor, hasta pérdidas como el hábito de la concentración o la experiencia colectiva del cine, tan deshilachada a favor de las pantallas caseras, «No saben lo que se pierden». A mitad de la charla, Irons tuvo que disculparse porque le sonó su móvil, el cual sacó de su bolsillo (preciosa funda roja, a juego con el pañuelo que llevaba al cuello), y tras leer algún mensaje pasó algo… inquietante. Levantó la vista, buscó entre la primera fila y me observó durante unos segundos. Luego la rueda de prensa continuó pero ya me dejó con el culo torcido. ¿Quién le escribió? ¿Qué se dijo en el mensaje?

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El ambiente cambió o eso me pareció al otro lado de mis gafas de sol. «Los estudiantes no han visto suficiente cine» comentaba el respetable productor, Puttnam, a lo que añadió Irons «Sé lo que quieres ser, mira, estudia, entiende y respeta la industria, y ve a por ello», a lo que confesó como añadido que «cuando comienzo a rodar siempre me siento fuera de lugar, como si fuese un electricista o fontanero en mitad de un rodaje. Tras unos días desaparece y ya trabajo tranquilo». Aproveché el impase entre preguntas para levantar la mano, a lo que Irons comentó algo al oído de su amigo productor. Me acercaron el micro y, bajo la atenta mirada de ambos, solté una pregunta improvisada sobre cómo saben cuando una idea llegará a ser una obra artística.

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La respuesta es lo de menos, el mensaje era el formato, yo, micro en mano, contacto visual, voz firme (aunque no tan imponente como la de Irons), como queriendo demostrar que sé que él sabe quien soy yo (delirio de famoso o conspiración), que sé que ese mensaje era sobre mí, que no me intimidaba esa supraobservación ni su disimulada arbitrariedad. Terminaron de contestarme y yo asentí con la cabeza, me jode que con tanta estimulación psicótica no me enterase de la respuesta. Oí únicamente la última frase de Irons, que indicó que la clave residía en apreciar cuando «cuentas hablas con alguien y no le aburre lo que cuentas». Terminó ahí la rueda de prensa y todos se disolvieron casi como los ninjas televisivos, todo muy teatral. Pero yo no iba a dejar ahí el asunto, ahora quería saber qué decía el mensaje. Así que les seguí por todo Platea, la salida rápida del recinto, el acceso al hotel, sede anexa a la logística del festival, los pasillos secundarios, la paraita larga en el baño (83 y 76 años, no es baladí), los saludos protocolarios con vete tú a saber quién, y finalmente el momento «voy a la habitación a dejar el sombrero» (porque el señor Irons había llegado con un sombrero tipo mascota, negro, con una cinta azul, elegantísimo. También entendía el código de etiqueta del famoso, yo aún debo conformarme con las gafas de sol, ya llegaré al pañuelo y sombrero). Yo todo esto lo viví desde la distancia, esta vez no me iba a hacer pasar por parte del séquito de Irons o Puttnam, por favor, uno es un actor con recursos… Opté por mirar de lejos y cuando Irons llegó a la habitación, como dejó la puerta encajada, me colé en la habitación y escondí en el primer armario que vi (¿por qué las habitaciones de hotel están repletas de armarios empotrados?). Oí correr el agua, la naturaleza siempre llama dos veces. «They’re wainting for us, Jeremy. Next stop, Cartujar Center» dijo una voz desde el pasillo. Luego un simple clot, es decir, el sonido de la puerta al cerrarse.

De lujo, o eso pensé. Me podría dedicar a curiosear las pertenencias personales de Irons, dejarle quizás una nota con mi nombre, teléfono y cómo buscar mi documental en YouTube. La cosa fue salir del armario. El propio armatoste no me dejaba, no cedía la puerta sobre sus goznes, algo me había bloqueado mi salida triunfal. Empecé a rayarme, ¿habría planeado él todo esto para atraparme? La mente es maravillosa para darle la vuelta a la tortilla las suficientes veces para que se acabe quemando o cayéndose al suelo y nos quedemos sin tortilla. Empecé a golpear con vehemencia aquellas puertas y nada… así estuve como tres cuartos de horas, esperando, llorando, sintiéndome un traje de Jeremy Irons, me faltaba morder una percha. Pero entonces escuché de nuevo sonidos provenientes de la habitación. Reavivé mis terrores y grité todo lo que pude. Alguien abrió la puerta con suavidad y salí de forma inmediata. Pobre camarero de habitación, había ido a guardar las mantas y se había encontrado con un autosecuestro. Espero que no piense mal de Irons, por aquello de tener a un jovencito confuso en el armario.

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Salí corriendo hacia el autobús que antes me dejase en Cartujar Center CITE, porque allí se daría lugar un nuevo encuentro de ellos dos, esta vez abierto al público, que ya tuvo la semana pasada la oportunidad de ver en el Cine Cervantes la película restaurada de La Misión y ahora podrían ver la entrega del Giraldillo de Honor a Jeremy Irons, así como una charla entre amigos a la que titularon El arte de crear una obra icónica. Al llegar tarde, pude ver al público sentado, ya listo, y debo confesar que no estaba tan abarrotado el auditorio como habría imaginado. Pero claro, aquel teatro es extensísimo, es injusto ese resumen, aunque al menos favoreció que pillara un asiento en un extremo de las primeras filas. Para mayor sorpresa, Jeremy tomó asiento justo frente a mí, preparado para cuando le invocasen y tuviera que subir al escenario. Empezó la presentación e hice algo muy poco propio entre famosos: le di unos golpecitos en el hombro a Irons para que me situase y le pregunté qué decía el mensaje. Al mirarme, se escandalizó durante un segundo, luego retomó las riendas de su autoridad y me ignoró con éxito. «Elige con mucho cuidado a tus amigos» dijo la traductora simultánea tras las palabras de David Puttnam, que ya había tomado posesión del estrado para dirigir unas palabras al aforo sevillano, «no sé si hoy podríamos haber hecho la película», refirió respecto a La Misión, de la cual pusieron un tráiler en la enorme pantalla.

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Antes de que llamasen a Irons le volví a insistir por el mensaje y cuando se levantó para acudir a la entrega de aquella estatuilla, se giró con disimulo y me dijo en su perfecto inglés algo que entendí como «Imagina de qué me ha advertido Depp». Yo me quedé de piedra: Johnny Depp ahora sabe que existo. Increíble… Irons relató cómo en un principio no le dieron el papel para aquella película, pero que tras mucho insistir consiguió llamar la atención y que le tuvieran en cuenta, «recuerden decirle a los demás lo que quieren hacer para que se den las oportunidades». Pff, qué me va a contar a mí, señor Irons…

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Hablaron de plagas y chamanes durante el rodaje de aquella película, de cómo un chamán dialogó con la reina de las ratas para que se fueran (spoiler: funcionó) pero que cuando eran devorados por mosquitos le pidieron la misma negociación y el chamán se partió el culo, diciéndoles entre carcajadas, que cómo pensaban que se podía hablar con un mosquito. Gran lección de mediación interespecie. Otra anécdota iba sobre cómo alquilaron caballos al traficante de la zona, pero la del chamán fue la mejor. Quizás, a la altura de esas historias, estaba el momento en el que Ennio Morricone lloró cuando le mostraron la película sin música, se tomó unos días pensando y en tan sólo seis semanas escribió esa música tan mítica para toda la película. Un trabajo extraordinario. Con mucha elegancia, plegaron el encuentro, se fueron juntos, con una sonrisa en los labios, con aquel Giraldillo de Honor bajo el brazo y la sala se plegó sobre sí misma, dejándome a buen recaudo en mis pensamientos, con una mano apoyada en el respaldo donde había estado Irons. Por si se me pegaba algo.

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