Continua el SEFF (Festival de Cine Europeo de Sevilla) en su 21ª edición. Esta cuarta y última crónica recoge las suertes y anécdotas de los tres días siguientes, para que el lector quede sumergido completamente en aquella cita cinéfila. Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” encuentra la manera de participar este año de una manera mucho más activa en su amado festival.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica IV del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla
15 de noviembre de 2024
Síndrome de bengala, los momentos finales deben acabar en alto. Lo que pasa con la vida es que no tiene guion que te ilustre cuando llegan las finalizaciones, y luego todo queda abrupto, torpe e incómodo, una multa, una ruptura sentimental, perder las llaves, el plazo vencido, el yogurt caducado, la bola de nieve que te aplasta por no aclarar el malentendido en su momento. En mi caso, programa en mano, al menos pretendí exprimir hasta el último minuto de esta 21º Festival de Cine Europeo de Sevilla. Y el primer paso lógico era acudir a una sala de cine. Vi un mensaje de Whatsapp que decía «Guárdate el número, soy Larzo, ¿vas a Odeón esta mañana? Proyectan AL OTRO BARRIO de Mar Olid. ¿Me cuelas con tu pase de youtuber famoso?»
Me encandiló con esa nominación, tengo el ego frágil, para bien y para mal, como todos los actores. Accedí sin saber muy bien qué veríamos, sólo tenía una excusa potente para madrugar y plantarme allí a las diez y media de la mañana: Quim Gutiérrez. Este actor protagoniza esta obra cómica y lo hace con un nivel ostentoso, como siempre, pero que aquí hace una sombra increíble con casi todos sus compañeros de reparto. Puede parecer duro, de verdad que no me gusta criticar por criticar, pero mi compañero me dijo lo mismo que pensaba, y a más de uno de los periodistas que allí se congregaban lo dijeron más tarde, camino a la rueda de prensa. Encontramos una actuación soberbia por parte de Gutiérrez, en la piel de un director comercial en una empresa de marketing que se ve contra las cuerdas cuando Hacienda detecta irregularidades en su práctica profesional, a raíz de una ayuda pública (por cierto, una de las inspectoras de Hacienda, llevada a la vida por Carmen Ruíz, es para mí la otra gran interpretación de la película. ¡Sublime!). Todo ello les obliga a trasladar su oficina de su barrio céntrico a uno de los peores barrios marginales. Y aquí se hunde la película.
No por el argumento, que ya viene como un remake de una película francesa, sino por el abismo que hay entre la intención y el resultado. Dicen buscar una historia de shock cultural, de comedia social, que derive poco a poco a valores humanos e integradores, Fraternité. Pero consiguen solo una película con ritmo (eso hay que reconocerlo) que consiste en escenas previsibles y una cascada de clichés tras clichés, que no se arreglan con cuatro proclamas feministas metidas con calzador. Hablar es fácil, expondré ejemplos: ¿Quiénes trabajan en marketing? Pijos que visten estrafalarios, con gafas de formas ridículas y que necesitan su café con leches raras y semillas diversas, o sino lloriquean. Ajam… ¿Quiénes residen en el barrio pobre? Todos los navajeros, estafadores y violentos que no son capaces de hilar dos frases sin tener que demostrar algo por la fuerza. Por no hablar de la presencia de drogas en el barrio, de la inocencia entre los trabajadores de la agencia, o el uso continuo de los motes noventeros del colegio (el chino, el gordo, el rata… qué pereza), todo para que no te distraigas y olvides de qué va. Ajam… ¿Qué pasará cuando unos niños de papá llegan a barrio chungo? Pues… Ya eres capaz de imaginar TODA la película, nada te sorprenderá. A eso me refiero. Alíñalo con interpretaciones muy forzadas e histriónicas, un humor hueco y fácil, una música muy evidente para manipular las emociones (ahora reggaetón si estamos en el barrio, ahora pianito triste para momento de conflicto interior…), y una saturación de color y bondades en los personajes, que no corresponderían ni a un lado ni a otro de la realidad. Producción Mediaset, vamos. ¿Y qué obtenemos? Pues película-pasatiempo, para público amplio y sin pretensiones que pueda disfrutarla mientras scrollea con el móvil. Fue la sensación más compartida por los acreditados de prensa en aquel pase. La rueda de prensa fue un vano intento de maquillar con profundidad reivindicativa un guion que no da para mucho. No obstante, supongo que está bien que haya de todo en la programación de un festival de cine. Aunque, luego hablándolo con un café, llegamos a la conclusión que la inclusión en esta edición favorecía más a la promoción de la película que al propio festival o espectadores.
Por la tarde la cosa cambió, volvimos a los cauces habituales de un festival así. El Cine Cervantes proyectaba LA TUTORÍA de Halfdan Ullmann Tøndel, un drama psicológico que recorre los barrizales de la incomodidad y las insinuaciones no deseadas, una historia contemporánea que te arrastra a través de la misión de averiguar si entre dos chicos de seis años se han producido abusos o es simplemente una cosa de niños. Una obra que todo el tiempo exhala polémica y calma, para que uno vaya adentrándose en la psicología de los padres y personal de la escuela, donde la historia se desarrolla por completo, para que uno dude de todo y, si cree posicionarse, tenga argumentos para que el suelo se mueva sobre sus pies. Personajes muy poliédricos, lo cual vamos aprendiendo poco a poco, y una gestación de la tensión entre los mismos a fuego lento y que llega a un punto de no retorno para todos.
Manifiesta decisiones en la dirección que fomentan el creciente agobio, como son planos sutilmente torcidos, otros mucho más próximos a los rostros o cuerpos, a fin de generar inquietud por no apreciar la escena completa, una calor notable (está situado temporalmente en el final de curso, justo antes de las vacaciones de verano) que siempre evapora antes la paciencia, así como una presencia sonora muy significativa, como el ensordecedor sonido de la lluvia o esa alarma de incendios que está rota y no para de sonar mientras los personajes deben tratar de hablar con calma y serenidad. Más allá de estos recursos, se permite un par de escenas algo poéticas, quizás al margen del tono global de la película, que acaban resultando algunas de las más magnéticas del metraje, como es el baile de la madre del presunto agresor, una coreografía que connota un zarandeo entre la locura y la terapia del surrealismo, un tanteo en los márgenes de la resistencia mental ante tantas acusaciones a su hijo (e incluso para ella misma, de forma indirecta). Una película llena de matices, con ganas de retorcer las verdades y sus consecuencias, en la que destaca de una forma constatable la actriz Renate Reinsve.
Salimos encantados, nos quedamos en la puerta comentando qué acabábamos de ver, como gran parte del público, y lo bonito era oír cómo todo el mundo tenía su propia versión de los hechos, aún después de cerrar el film. Estas cosas pasan con los buenos visionados. Caminamos en silencio por las calles ya oscurecidas de Sevilla, una ciudad cuyo otoño se echaba encima, aunque aún no se acompañase del frío que se atribuye a esa estación, al menos en estas latitudes. En cualquier caso, recibí un mensaje de un amigo fotógrafo, otro cineherido (si hay letraheridos, ¿por qué no cineheridos?) que decía que cerraría ese día previo al palmarés del festival viendo una película que le habían dicho que jugueteaba con el terror. Nervión, 22h. Allí que nos fuimos.
La película en cuestión nos volvía a meter en un mundo monocromático y recortado, a lo cual ya me había acostumbrado, pero el cual me sobrecogía (por los efectos secundarios que expuse en mi anterior crónica). Se trató de THE GIRL WITH THE NEEDLE de Magnus von Horn. Una historia oscura en el buen sentido de la palabra, en el del argumento que te va llevando a ciegas por las tinieblas de algunos personajes, la precariedad de una época difícil, el Copenhague tras la Gran Guerra, en el que una mujer tendrá que asumir muchos trabajos y contextos que, lejos de hundirlas, le harán sacar su lado más descorazonado y contundente para que no la anulen en una sociedad salvaje y sin recursos.
Una película con aires expresionistas y el formato 1,66:1 (el de La bruja o La naranja mecánica), con un uso de la luz formidable, creando escenas icónicas, primeros planos especialmente, que suponen el mayor componente de miedo en la historia. Porque creo (creemos) que no es una historia de terror como nos la habían anunciado, pero sí que utiliza mucho de sus elementos visuales, sonoros y narrativos. Y aquí quiero nombrar la música, poca pero bien escogida, con violín furioso, percusiones extrañas y una atmósfera eventual que te sobrecoge por muy valiente que creas ser. La diferente escala de maldades e indiferencias que demuestran los personajes con los que tiene que relacionarse a lo largo de la película acaba por normalizar a la protagonista, una excelsa Vic Carmen Sonne, que casi roza la psicopatía. Otra de las grandes figuras que cruzan la gran pantalla es la reconocidísima actriz Trine Dyrholm, que es todo presencia cuando aparece en escena, con un carisma incontestable. Una película cargada de razones para ganar algunos premios, sin duda.
Con este buen sabor de boca, salimos a festejar. El fotógrafo, el trepa y yo, porque el festival de cine llegaba a su final, pero aún ondean los carteles y programas por los distintos auditorios de esta 21º edición.
16 de noviembre de 2024
Empieza por «re» y acaba por «saca». Desperté en la última fila de un cine que no sabía ni cuál era, todo estaba a oscuras cuando abrí los párpados, lo que da cierto vértigo, pero probé a cerrarlos para ver mejor, quién sabe si en mi ausencia las reglas se habían invertido en el mundo. Terminó la película que había en la pantalla y se prendieron las luces para auxiliar en el éxodo de la sala. No existe un cine más elegante que el Cine Cervantes, ahora lo veía claro (lo claro que puede verlo alguien con legañas y fotosensibilidad postalcohólica). Me moví como una bestia que acababa de llegar a la fiesta de la naturaleza, errática, movida por el hambre, guiada por el instinto y acabé, en un descuido de los responsables, hundiendo la cabeza en el interior de la máquina de palomitas. Mi lengua lanzaba brazadas a través del maíz abierto, molusco independiente, ola de carne, se había convertido en cazadora-recolectora, qué hambre, joder, qué hambre.
Cuando me echaron, corrí, pero como nadie esperaba, hacia dentro, vuelta al interior del cine, me lancé en plancha al patio de butacas, ya casi lleno de nuevo, para ocultarme de los esbirros que sólo querían conservar el orden en aquel templo sagrado de la cultura. Me arrastré, ahora todo yo había adoptado la función de molusco, y cuando no pude avanzar, tiré de la pernera del señor más próximo y pregunté la hora. Las ocho y cuarto, las ocho vespertinas, medio día en el diván del sueño, qué laguna más reparadora. Tiré de nuevo de la pernera desde aquel frío suelo, pregunté por el palmarés, tendría que haber salido durante la mañana. El señor me dijo que dejara de molestarle o imprimiría el número de zapato en mi moflete. Supuse que no estaría al tanto de a quién fue el Giraldillo de Oro de este año, ya lo miraría en la web del festival, no me preocupaba en exceso.
Por mi riesgo y cuenta, tiré de nuevo de la pernera, quise saber qué hacía allí. «Esperar. Esperar a qué. A la película, imbécil. Quién es más imbécil, el imbécil o el que conversa con el imbécil. Te doy una pista, es más de un cuarenta y cuatro. No me dé pistas, si quiero adivinar su número de pie, soy capaz de deducirlo por mí mismo. Te crees muy listo. No es cuestión de fe. Qué haces ahí abajo. Primero responde tú qué haces ahí arriba. Desear que empiece la película y te calles. Qué película. Te toca a ti responder. Toda la razón, estoy aquí porque la policía palomitera me busca. Qué putada. Bueno, es el último día del SEFF, el año que viene se habrán olvidado. No, digo que qué putada que se me haya olvidado comprar palomitas. Ah, bueno, sí… Qué película es. ALPHA de Jan Willem van Ewijk, ya sabes. Sí, ya sé…» y me incorporé para sentarme junto a mi nuevo amigo. Los siguientes cien minutos fueron de contener el aliento con aquella película, porque si algo puede identificarla es la tensión que la cruza e invade.
Una película en formato 3:4 a través de la montaña nevada, los Altos Alpes, en la que se desarrolla la historia de un hijo que trata de llevar a su manera introspectiva la muerte de su madre, quien parece que está saliendo adelante con un trabajo como monitor de snowboard, con amigos y una forma de vida muy autocontenida. Pero llega su padre, con una energía muy diferente, más extrovertida, charlatán nato, y con cierta actitud disfrutona, no sabemos hasta qué punto es honesta o como mecanismo de defensa por el duelo. Y todo se vuelve incómodo y, poco a poco, muy cuesta arriba. Tanto como las montañas que pretenden subir. Para mejorar aún más el infierno interior desde el que han de tolerarse, llegará un momento en el que toda la película será un contrarreloj de supervivencia en la naturaleza. ¿Quién quería unas vacaciones?
Los actores logran transmitir con pocos aspavientos una agresividad contenida y contaminante que nos hace disfrutar de la historia con una óptica de inquietud, de qué va a pasar ahora, certezas innombrables que cuando las veamos caer por su propio peso sólo podemos asentir con estoicismo ante lo (ahora) inevitable. Me llamó mucho la atención algunos planos al principio de la película que ya no retomarían luego y que tampoco se entendían muchísimo su razón de estar ahí, como planos a cámara lenta desde varios ángulos en un salto de snowboard. Eso sí, los planos aéreos mientras se esquía son una auténtica maravilla. Se lo dije a mi vecino de butaca, «los planos aéreos mientras se esquía son una auténtica maravilla», a lo que me contestó un seco «Shh!» y seguimos atentos. Un relato de aventuras existenciales y comportamientos temerarios. Que podía ser el resumen de mis pasos por el Festival de Cine Europeo de Sevilla cada año. Aventuras existenciales y comportamientos temerarios, sí, señor. El cierre de esta edición lo haría dentro del cine más literario de Sevilla, el Cervantes, identificado con la necesidad de supervivencia de los protagonistas, y contento de que el SEFF ya no presentase la urgencia de asegurar su permanencia como cita anual de la ciudad. Sacó brillo de nuevo a la inspiración más fuerte para su evolución, la complicidad con el público, y creo que supe aprovecharlo, supimos exprimirlo, y agradecidos nos quedamos hasta que se fueron todos y cada uno de los títulos de créditos. Porque esta suerte se consigue entre todos.
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