A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XXIII: “LA FIESTA DESDE FUERA” – Lola Botello y Cordelia
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
26 de abril de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Este parpadeo espectral fue distinto. Acostumbrado a tener un tiempo de juego más extenso, me extrañó que tras ver aquella tarde una única obra me llamará la urgencia del espacio-tiempo, difuminando mi presencia para, acto seguido, situarme en el mismo pasillo, con idéntica postura de caminante desorientado, (la misma cara transitoria de imbécil), pero cegado por un sol caliente que se proyectaba con ganas contra los ventanales del Teatro Central. No era el fin del mundo, tampoco un eidôlon puede perder ya la escasa cordura que tiene equipada, para bien o para mal, me quedo como estoy en ese sentido. Se trataba de algo sui generis, una apertura de puertas matutina. El cambio de hora, lo escuché más tarde entre los asistentes, se debía al futbol, qué gran sorpresa. De hecho se podía percibir en el aire cierto zumbido, como el que hacen los atareados panales de avispas o los rebaños durante la trashumancia. Y yo que creía que veinticuatro siglos después de mi muerte la gente tendría una mayor consideración por lo creativo… tendremos que esperar unos siglos más para que salgan así con tal de ver una obra de teatro o un cuadro.
Ceñido a lo mío, seguí a los alegres asistentes (se les notaba los efectos del café) hacia la Sala B, escaleras arriba. Una vez dentro, me encontré con un escenario iluminado en torno a un círculo en el suelo, una alfombra trenzada redonda, cuyo perímetro era peinado con asientos, atriles e instrumentos. Allí aterrizarían los músicos de este concierto, todos de primer nivel. Pronto aprecié que aquí, teatro y concierto, se darían la mano para abrazar un dolor y una alegría: La ausencia de un ser que brilló e hizo lucir a su hija, la protagonista de este invento, Lola Botello. Una declaración de amor filial llena de sensibilidad, tablas y fuerza que ha sido nombrada como LA FIESTA DESDE FUERA.
Lola Botello aquí interactúa como compositora, actriz, cantante y líder de la banda Cordelia, empadronada en el jazz, en la emoción, y con la culpable intención de hacer las cosas bien, se ha rodeado de músicos tan elevados (como altos son el placer y la envidia que genera verlos en acción) como Juana Gaitán (dirección musical, guitarra, bajo, voces y lo que le eches), Bernardo Parrilla (Saxo, flauta, melódica y el viento que quieras), Lucía Martínez (a la batería y divertimentos sonoros, hace ya mucho tiempo que la descubrí y sé que, si está ella en un proyecto, TODO merece la pena) y Javi Mora (electrónica, acordeón y percusión de muleta doble, toma ya). Este grupo en escena comparte el juego con una diversión se escapa de la presunta seriedad con la que quisieron revestir el monumento a la memoria, porque se les notaba, se les escapaban sonrisas cómplices, mirada de aprobación, el ritmo en el cuello, y eso me hacía (nos hacía) inflarnos más aún de alegría a pesar de la oscuridad que todo lo atraviesa. Pero el círculo no se cerraba en ellos.
Faltaba la carta ganadora, quizás un comodín, para que el nervio abocase a la entrega, y el cariño diera paso al pellizco de pecho y párpados. La actriz Carmen León, con su voz aterciopelada, con sus modos delicados y elegantes, llevó la obra mediante la palabra y el acto al lugar que imaginó (imagino) Lola Botello en su catarsis creativa. Vaya equipazo, yo apunté el nombre de todos en mi libreta, igual en el futuro me encantaría contar con ellos. Todos ahí, uniformados con monos azules, de taller de padre, de profesionales de lo etéreo, y así fueron desplegando casi una decena de canciones, cada una con su pálpito, su letra expresa, es decir, con una imagen nítida y casera de la infante memoria (eterna en Lola) de unos padres que compartían momentos con su hija.
«La muerte no es el final de la existencia» diría la voz de una niña por los altavoces, entre grabaciones y mezclas sonoras; no podía estar más de acuerdo, como fantasma sería algo hipócrita. «Aunque me voy, no me he muerto, aunque me voy de palabra, pero no de pensamiento». Tan importante es el lenguaje de lo que se dice con palabras como lo que se dijo sin ellas, el mundo de los sueños, el reino de la memoria que respira cuando respiras, todo eso fue contenido en aquel encuentro.
«Dime qué hacer cuando no sé» se suplicaba en cante y arrancaba a cantar de espaldas al público, aquella tercera canción que manifestaría una flauta bellísima. O me viene a la memoria, entre guiños a los boleros de Machín, «yo no tengo padre, yo no tengo madre, y no tengo a nadie, que me quiera así», los grandes coros de Gaitán en aquel trémulo vals con melódica y acordeón, poco antes de caminar en círculos mientras Botello se derrumba frente al micrófono, como superada por el desfile de letras y recuerdos. Y entre canciones, surge la que quizás sería la mejor de las reflexiones que le ha quedado de su madre: «Cuando las cosas se hacen por el gusto de hacerlas, las cosas brillan por sí mismas». Aquella vez, al final de la canción, el público no sabría contenerse y rompería en aplausos a pesar de no ser el final de la obra.
Me sorprendió la actuación de León como el fantasma de la madre, preocupada por las interferencias en el equipo técnico, pidiendo permiso al jefe del teatro, si yo le contara mis andanzas… De hecho todo dio paso a una de las escenas más bellas y difíciles de la obra. En primera fila, algunos hombres lloraban. Puede que algunos eidôlon también, no voy a negarlo. Tocaron más allá de la piel y los muros, ese lugar reservado a la íntima vulnerabilidad. Y como referenciaba su madre, brillaron por sí mismas.
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