domingo, noviembre 24, 2024
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Rebeca una vez más. Cap 24. Perdidos en el Tiempo

Con motivo del estreno de la nueva versión del film Rebeca (Ben Wheatley, 2020), algunas consideraciones sobre la moda de los remakes glamourosos y la dificultad de reactivar la magia de Hitchcock fuera del contexto de si época.

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Rebeca una vez más. Cap 24. Perdidos en el Tiempo

Hace pocos días, Netflix estrenó el remake de Rebeca, el célebre film dirigido por el mítico Alfred Hitchcock. La nueva versión está dirigida por Ben Wheatley y aparece en nuestras pantallas a los ochenta años de que lo hiciera en el cine la versión original.

Coincidiendo con ello, se han publicado reseñas más o menos apresuradas comparando ambas versiones, cosa de las campañas de promo; y el evento generó también cierto revuelo en redes sociales. Asimismo se recordaron algunas anécdotas superficiales y bien conocidas, como que el título de la película bautizó para siempre con el nombre de “rebeca” a la chaquetilla femenina de punto que luce Joan Fontaine en algunos momentos de la película. Humillación supletoria para la pobre esposa del torturado Max de Winter que hasta su cardigan reciba el nombre de su mortal enemiga.

Poco cabe decir de la nueva versión de Rebeca, convertida en una recreación glamourosa y hasta pomposa de la obra inicial –aunque Wheatley argumenta que su película es una versión de la novela de Daphne de Maurier, no del film de Hitchcock. Hay mucho estampado de calidad, espejos, texturas, decoración Art Déco e imponentes automóviles de hace casi un siglo. Forma parte de esa tendencia actual a refundir productos históricos y darles después una mano de pintura brillante para consumo rápido y fácil digestión. Pero claro, a la versión de Wheatley le faltan varios elementos de la original.

Desde luego, el efecto sorpresa que provocó el genio de Hitchcock, el cual retocó sin piedad la novela homónima de Daphne de Maurier que ya había vendido 20.000 ejemplares en los Estados Unidos. Según la experta Carmen Deltoro, el  maestro del suspense “despreció la novela desde el primer momento calificándola de «novelette», de literatura femenina, y desde los primeros planteamientos del guion decidió suprimir buena parte de la novela y modificar muchos de los personajes con la ayuda de su esposa Alma y diversos guionistas, intentando aprovechar el esqueleto de la novela para hacer un guion con su sello. A tal efecto, introdujo diversas escenas de humor totalmente ausentes en el texto original y diversos elementos para borrar el espíritu femenino de la novela. Así pues, modificó la esencia de todos los personajes y cuando Selznick leyó el borrador del guion del 3 de junio se quedó horrorizado de lo que, a su juicio, Hitchcock había hecho con la novela original”.

Pero funcionó. Rebeca se llevó dos Oscars y fue candidata a nueve más. Arrasó en taquilla y hasta dió lugar a una cierta “moda Rebeca” que quedó plasmada entre  otras cosas, en la canción “Sombra de Rebeca” de Jorge Sepúlveda; sí, el mismo que deleitó a nuestros abuelos con edulcoradas canciones tales como “Mirando al mar”, “Dos cruces”, “Camino verde” o “Casita de papel”.

Pero en definitiva, ¿por qué marcó época el film? Ante todo por ser la primera obra maestra hollywoodiana de Hitchcock, allá por 1940, y por ser también, de paso, una de las primeras pelis góticas. Era una historia de fantasmas sin fantasma. A lo largo del film nunca se veía ni una sola foto ni retrato de la desaparecida Rebeca, lo que todavía hacía más ubicua y obsesiva su presencia. Como alegaba la desaparecida Ana María Matute,  «Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier presencia».

A la vez, el film poseía un componente de cuento de hadas: era la historia de una oscura jovencita, chica de compañía de una millonaria esnob e insoportable, que lograba ligarse nada menos que al multimillonario y misterioso Max de Winter, el cual, por cierto le sacaba veinte años de edad. Para conseguir la felicidad, la joven debía vencer a la siniestra ama de llaves y  ahuyentar al fantasma de Rebeca. El resultado final varía en cada caso –novela y ambas versiones cinematográficas- lo cual realza, precisamente, el componente legendario.

Por último, el film de Hitchcok giraba en torno a un trastorno psicológico: los celos. De hecho, dio nombre al síndrome de Rebeca o celos retrospectivos hacia el ex de la pareja actual. Hacer de sus películas referentes de patologías o sentimientos intensos era un recurso shakespiriano clave en las obras del maestro del suspense. Eso, en aquellos años, resultaba novedoso e impactante. Hoy en día, a mayor abundamiento,  apenas es reseñable el morbo que causaba por entonces la evidente relación lésbica entre la señora Danvers, esto es, el ama de llaves y Rebeca. Por ello, en el ejercicio de sacar fuera de contexto histórico las obras de Hitchcok -o de cualquier otro- y traerlas a la época actual en forma de refrito es fácil que se pierdan componentes. Muchos componentes y los más importantes de ellos, hasta el punto de convertir  el remake en un alimento light desposeído de calorías, grasas, proteínas y hasta sabor, que terminamos adquiriendo, simplemente, por la decoración del envase.

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