Malas Redes. En sus orígenes, hace poco más de una docena de años, las redes sociales fueron vistas como instrumentos casi revolucionarios para cambiar las sociedades en todo el mundo en un sentido progresista. Sin embargo, a partir de 2016 esas mismas redes comenzaron a experimentar un viraje torvo hacia el negativismo y la agresividad.
En este post se explica cómo se produjo ese cambio en base a la obra de Angela Nagle, Muerte a los normies. Las guerras culturales en internet que han dado lugar al ascenso de Trump y la Alt Right (Orciny Press, 2018)
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Malas Redes. Cap 25. Perdidos en el tiempo
Si bien las redes sociales más utilizadas (Facebook, Twitter, Badoo, Myspace, Tumblr, YouTube) surgieron entre 2003 y 2007, será a comienzos de la década de 2010 cuando se desarrolle con gran fuerza la denominada ciberutopía: la teoría de que las redes sociales por sí mismas podían mejorar la vida de las personas en todo el mundo e incluso desencadenar verdaderas revoluciones digitales sin líderes.
Teóricos como Heather Brooke, Manuel Castells o Paul Mason eran conocidos ciberutopistas que profetizaban el final de las barreras sociales tradicionales, las cuales serían reemplazadas por valores de colaboración y transparencia. Toda una sociedad en red que en los años de la Primavera Árabe, las protestas de los indignados, el movimiento Occupy Wall Street, el hackerismo politizado (Anonymous, Wikileaks) parecía poder cambiar el mundo en un sentido más justo e igualitario, sin la intervención de las grandes potencias o los poderes políticos.
Al margen de los desengaños que supusieron el estallido de la Gran Recesión, el fracaso de la Primavera Árabe, el desconcierto del populismo o la constatación de que los grandes movimientos de masas del periodo 2000-2011 no habían sido ni mucho menos tan espontáneos, las redes sociales experimentaron en sí mismas una fatiga por el recurso intensivo y cotidiano a la corrección política, el puritanismo o el buenismo, empaquetado todo ello en memes y viralizado.
Se suele considerar el arranque en fuerza de esa tendencia con la potente viralización del vídeo Kony 2012, producido por una ONG que buscaba generar solidaridad internacional para detener a Joseph Kony, el principal dirigente del grupo guerrillero paramilitar keniata denominado Ejército de Resistencia del Señor, compuesto por acholis católicos y volcado en el fundamentalismo. No se entiende que por sí misma la temática del vídeo alcanzara 70 millones de visualizaciones en muy poco tiempo (posteriormente llegaría a los 100 millones) y recaudara cinco millones de dólares en las primeras 48 horas. Las razones de tan extraordinario éxito fueron básicamente técnicas: Kony 2012 fue una obra perfectamente ideada para generar viralización y remover la fibra sensible del espectador. Después de Kony 2012 llegaron otros muchos memes, generando en el usuario, como reacción, la «inevitable carrera por mostrar la propia virtud».
Era un fenómeno que, en principio, estaba al margen de la política, aunque se trataba de un característico producto de la globalización. Sin embargo, si la actitud de censura y corrección política en crecimiento tuvo alguna firma, fue básicamente desde el centro izquierda liberal al progresismo intelectual y/o universitario, «muchas veces con acusaciones a la ligera de misoginia, racismo, capacitismo, gordofobia, transfobia y demás». Después llegaron las guerras culturales y campañas entre la propia izquierda, siempre online. En Estados Unidos saltaron a la red las ofensivas contra el veterano senador progresista Bernie Sanders y candidato a la presidencia en 2015-2016 compitiendo con Hillary Clinton. Esos ataques, en muchos casos infundados, se unieron a los de la derecha más reaccionaria. Algo similar sucedió en Gran Bretaña cuando medios progresistas del establishment se tiraron piedras contra su propio tejado criticando al líder laborista Jeremy Corbyn. La saturación de lo que Angela Nagle denomina «prioridades absurdas de la política performativa progresista occidental y de la histeria online que la solía caracterizar» experimentó un momento de giro a finales de mayo de 2016.
Por entonces, guardias del Zoo de Cincinnati mataron a tiros al gorila Harambie ante la duda de si el animal protegía o no a un niño que había caído en el foso. En esta ocasión, tras las previsibles muestras de emocionalidad, indignación y condena en la red, comenzó a aflorar una oleada de ironía reactiva, de burla cínica, que disparó la consagración de una cultura trol que arrastró a millones de personas. El chiste privado se transformó en público y la avalancha aupó a su vez a toda la descarnada subcultura online de la Alt Right americana; eso en plena recta final de la campaña electoral estadounidense, a medio año escaso de la victoria de Donald Trump. En poco tiempo, los foros de la ultraderecha americana reutilizaron a su favor las bromas y comparaciones con el caso Harambie en sus memes, y una gran masa de usuarios de redes sociales empezaron a simpatizar con ellos. Recurriendo al símil argumental del film Gremlins (Joe Dante, 1984), las redes sociales se estaban volviendo «malas» en contraste con el buenismo del anterior periodo ciberutópico, basado en el clictivismo o «activismo de sofá». El carburante de la nueva ola era la transgresión,
Se sucedieron los linchamientos en manada, los episodios de doxxing —revelación de datos personales de la víctima para que sea acosada—, las bromas pesadas, los flames o mensajes provocadores, el shitposting («postear mierda»: forma de sabotear o manchar una discusión con contenidos pobres y agresivos), el troleo RIP en torno a los recién fallecidos o el antifeminista. Inicialmente toda esta reacción parecía eruptiva y descabezada, como los ciberutopistas decían de las «revoluciones» de 2000-2011. Pero, como es lógico, no tardaron en definirse tendencias, plataformas, líderes de opinión e influencers. Lógicamente, fueron muy numerosas, algunas de ellas de vida breve o perfil difuso. Pero en algunos casos alcanzaron gran notoriedad y pronto alumbraron a personalidades concretas.
Uno de los núcleos originarios fue el foro 4chan, donde se juntaban usuarios que, básicamente, compartían su afición por el anime y manga japonés. Con el tiempo crearon una subcultura propia en torno a referencias a videojuegos, cultura gay, bromas cibernéticas, sexo y asuntos políticamente incorrectos. Sobre todo en el apartado /b/, de miscelánea y temáticas más comprometidas, se concentró todo un mundo de pornografía friki, imágenes gore, fantasías extremas, racismo o misoginia.
Lo que hacía atractivo al foro 4chan era que los usuarios no necesitaban registrarse y la mayoría figuraban como anónimos. Allí se podía decir o colgar lo que se quisiera. En 2008, un comentarista escribió que esa «comunidad juvenil y lunática era a la vez brillante, ridícula y alarmante». De cualquier forma, las contribuciones en 4chan no eran nada sofisticadas ni poseían profundiad intelectual.
Las referencias a films de culto como El club de la lucha (D. Fincher, 1999), Matrix (L. Wachowski, 1999) o American Psycho (M. Harron, 2000) eran quizás el material más intelectualmente refinado que se podía encontrar. Básicamente, el foro era una gran plataforma de contacto a partir de la cual grupos de usuarios podían llevar a cabo acciones colectivas, la mayoría de ellas punitivas: acosar a algún perfil en concreto, bromas pesadas recurrentes contra el cantante Justin Bieber y sus fans, hackeo de cuentas o web de celebridades, ataques masivos contra redes sociales —normalmente como represalia—, o por la «libertad de expresión».
En poco tiempo 4chan se convirtió en uno de los foros de imágenes con más tráfico de internet a escala mundial. El resultado fue una genuina «cultura chanera» donde cualquier manifestación de iconoclastia religiosa, sexual, personal o política era aceptada y aireada por esa gran fábrica de memes. Fundada en 2003 en el cuarto de su casa por un adolescente de quince años, sin inversión alguna, 4chan tenía 750 millones de visitas al mes en 2011. Su potencia y simplicidad hicieron de ese foro un ariete contra las redes de los ciberutopistas y el internet de los biempensantes y progresistas.
El foro 4chan fue un puntal importante en «esa colección de tendencias separadas que crecieron de manera casi independiente unas de otras, pero que se unieron bajo el estandarte que supuso “la irrupción de la cultura política contraria a la corrección a través de las guerras culturales de los últimos años”, siempre según Angela Nagle
El texto del presente post proviene de la obra: Veiga, Francisco; González-Villa, Carlos; Forti, Steven; Sasso, Alfredo; Prokopljevic, Jelena; Moles, Ramón. Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría, Alianza Editorial, 2019.
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