Ancianos Temibles. En nuestros días, la mortalidad que ha creado entre los ancianos la Covid-19 ha contribuido a difundir una imagen injusta y deprimente del anciano como alguien prescindible e incluso sacrificable.
Por supuesto, el saber que confiere la ancianidad ha mantenido activos y creativos hasta el final de sus días a personas con un intelecto privilegiado. Pero tampoco han faltado, entre los que a veces llamamos viejos, verdaderos prodigios de vitalidad y coraje, capaces de ponerse al frente de tropas y reinos cuando todos los daban por muertos y enterrados.
Hay muchos ejemplos en la Historia, pero aquí voy a referirme a tres: el mariscal Gebhard von Blücher, el Gran Visir Mehmed Köprülü y el capitán de la Armada española Juan Pablo de Carrión.
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Ancianos Temibles. Cap 22. Perdidos en el tiempo
Hasta hace relativamente poco en términos historiográficos, a comienzos del siglo XIX por ejemplo, la esperanza de vida en el mundo no pasaba de los cuarenta años y andaba por los cincuenta y tantos un siglo más tarde. Todavía hoy, en lugares como Angola es terriblemente baja. Aunque las élites estaban mucho mejor alimentadas que el pueblo llano, el nivel de la Medicina, la carencia de medicamentos adecuados y el pobre nivel de la higiene hacían que el más pintado pudiera irse al otro mundo desde el mismo momento de su alumbramiento. En la España de 1900, sólo la mitad de la población aspiraba a llegar viva a los cinco años de edad.
En nuestros días, la mortalidad que ha creado entre los ancianos la Covid-19 nos ha devuelto un poco a aquellas épocas y de paso ha contribuido a difundir una imagen injusta y deprimente del anciano como alguien prescindible e incluso sacrificable. Por supuesto, el saber que confiere la ancianidad ha mantenido activos hasta el final de sus días a científicos, médicos, filósofos, economistas, artistas, literatos y cualquier persona con un intelecto privilegiado. Pero, aunque parezca extraño, tampoco han faltado, entre los que a veces llamamos viejos, verdaderos prodigios de vitalidad y coraje, capaces de ponerse al frente de tropas y reinos cuando todos los daban por muertos y enterrados.
Hay muchos ejemplos en la Historia, pero aquí voy a referirme a tres: el mariscal Gebhard von Blücher, el Gran Visir Mehmed Köprülü y el capitán de la Armada española Juan Pablo de Carrión.
El mariscal Blücher nacido a mediados del siglo XVIII, fallecido a comienzos del XIX con 77 años, fue el líder militar más veterano de cuantos participaron en las guerras napoleónicas. Pero antes, con 73 años comandó las fuerzas prusianas que dieron la victoria al bando aliado en la decisiva batalla de Waterloo. Los ingleses, que siempre han sabido vender lo suyo con maestría, nos ensalzaron la gesta del general Wellington frente a las tropas de Napoleón; pero la verdad es que las casacas rojas lo hubieron tenido muy justo sin los 117.000 casacas azules Prusia de Blücher que llegaron a tiempo de sacarles del atolladero en aquel 18 de junio de 1815.
A Blücher un clásico oficial de caballería, todo pasión y vehemencia, le podía el odio contra los franceses después de haber perdido batallas decisivas contra el Gran Corso en Jena y Auerstadt (1806) que llevaron a la derrota de Prusia. Cautivo y humillado juró venganza y ese afán lo mantuvo en pie de guerra a pesar de los estragos que le iba produciendo la esquizofrenia doblada en demencia senil. Dictaba órdenes al revés, sufría alucinaciones y destrozaba los muebles de la estancia a sablazos o caía en conversaciones delirantes como aquella que mantuvo con Wellington en la cual le participó que creía estar embarazado de un elefante por culpa de un soldado francés.
Aún así, y en contra del parecer parte del Estado Mayor prusiano, Blücher llegó a Waterloo al frente de sus tropas y se metió de lleno en la batalla a lomos de su caballo. Cuando cayó Paris cabalgó triunfal por sus calles, mandó dinamitar el monumento a la batalla de Jena y luego se retiró pasando los últimos años de su vida con sus pasiones favoritas: los naipes, el alcohol y los líos de faldas.
Vayamos hacia atrás en el tiempo. Si ya era toda una hazaña derrotar a Napoleón con 73 años desde la primera línea de batalla, qué decir del hombre que levantó el decadente Imperio otomano también con la misma energía, pero en el siglo XVI. Mehmed Köprülü fue sacado de su retiro para ser nombrado Gran Visir y poner orden en el caos que era entonces en Imperio: jenízaros en persistente rebeldía, gobernadores provinciales independizándose, la guerra en Creta estancada; en Anatolia florecen los levantamientos religiosos y sociales y el sultán es tan sólo un crío.
Köprülü se ganó el apodo de “el Cruel”: campañas represivas, asesinatos de estado, purgas y ejecuciones jalonaron los cinco años que estuvo en el poder hasta su fallecimiento con 78 años de edad. No todo fue mano dura: el Gran Visir expandió la flota, mandó construir fortificaciones, estabilizó el Imperio y evitó un marasmo sangriento.
Continuamos hacia atrás en el tiempo y aún más lejos en el espacio. Filipinas, siglo XVI, el hidalgo y capitán de la Armada española Juan Pablo de Carrión recibe la misión de expulsar a los piratas japoneses de las costas de la isla de Luzón.
Aunque es un veterano de la navegación en el Imperio español, en especial en la línea entre Méjico y las Filipinas, cuenta por entonces 69 años de edad. La campaña exige de él que luche contra los salvajes piratas junto a sus hombres en un entorno geográfico especialmente duro. Y así fue como el acero toledano se midió contra las katanas y la veteranía de Juan Pablo de Carrión triunfó contra la del caudillo pirata Tay Fusan en lo que se llamó combates de Cagayán en 1582.
Al margen de la importancia histórica o militar de esa campaña, no cabe duda de que Juan Pablo de Carrión fue una fuerza de la naturaleza sobre cuyo final nada parece saberse. Y que, por cierto, ha servido de inspiración a un atractivo comic publicado en 2016, firmado por el guionista Ángel Miranda y el dibujante Juan Aguilera, y titulado Espadas del fin del mundo.
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