viernes, noviembre 22, 2024
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La plaza y la torre. Cap 23. Perdidos en el tiempo

La plaza y la torre. El historiador Niall Ferguson nos ofrece un acercamiento al enfoque de la Historia Moderna y Contemporánea basado en la Ciencia de redes en su libro Plazas contra torres (2008). ¿Podría servir ese patrón para evaluar las redes clientelares  como problema  raíz en la gobernabilidad del Estado español?

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La plaza y la torre. Cap 23. Perdidos en el tiempo

Confieso mi afición por las obras de Niall Ferguson. Ya sé que por su éxito comercial puede parecer un historiador poco académico. Además tiene un estilo narrativo que en su conjunto lo acerca a la tendencia de los historiadores liberales anglosajones. Pero no se puede negar que Ferguson posee una enorme cultura y una gran capacidad de sintetizarla y ponerla al servicio de enfoques muy renovadores. En definitiva talento ensayístico, de lo cual necesitamos en nuestras aulas.

La plaza y la torre.Cap 23. Perdidos en el tiempo
Portada del Libro de Niall Ferguson

Su última obra que se titula Plazas contra torres, lleva el subtítulo: El papel oculto de las redes en la historia: de los masones a Facebook (Debate, 2018). La alusión combinada a las redes y a la gran creación Mark Zuckerberg ha hecho que en algunas reseñas apresuradas (muy apresuradas) se haya tomado la parte por el todo. No, el libro de Niall Ferguson no se centra en la importancia de las modernas redes sociales como plataformas de oposición al poder. En realidad su enfoque tiene mucho más calado. “Uno de los temas centrales de este  libro -argumenta- es que la tensión entre las redes distribuidas y los órdenes jerárquicos es tan antigua como la humanidad misma. Existe con independencia del estado de desarrollo de la tecnología, aunque ésta puede dar ventaja a una u otra”.

Así que el autor nos remite a conceptos que en realidad son muy antiguos aunque dándole un enfoque brillante y original: en contra de la presuposición popular de que una serie de redes elitistas controla de forma encubierta las estructuras de poder, sucede más bien al revés: “Las redes informales suelen mantener una relación sumamente ambivalente, y a veces incluso hostil, con las instituciones establecidas”.

Grupos sociales horizontalmente estructurados frente (y a veces contra) jerarquías. Estructuras tradicionales verticales frente a otras elásticas y horizontales. Esto puede generar juegos de ventajas y equilibrios que ayudan a entender de formas alternativas los procesos históricos, y eso desde tiempos remotos. Exploradores e impresores frente a emperadores; redes en la Ilustración y la Revolución, rebelión Taiping contra Imperio Qing.

Por descontado, ese planteamiento inicial se complica  a lo largo de las seiscientas páginas de la obra de Ferguson. Porque las redes pueden competir o luchar entre sí, o terminar convirtiéndose en sistemas jerárquicos. A su vez las ”torres” jerárquicas son en muchos casos redes verticales.

En definitiva, el ensayo de Ferguson es una invitación a contemplar la Historia Moderna y  Contemporánea bajo el prisma de la denominada Ciencia de redes, que incluye el estudio de todo tipo de redes complejas: telecomunicaciones, transportes, informáticas, cognitivas, biológicas y también sociales. O epidemiológicas. Ya sabéis: mucha teoría de grafos, minería de datos, estructura social o estadística inferencial. El objetivo final debería ser la elaboración de modelos predictivos de los fenómenos basados en redes.

Claro está que los críticos atacarán el trabajo de Niall Ferguson argumentando que la realidad de las relaciones entre grupos de poder, y a lo largo de la Historia, es tremendamente compleja y no puede ser reducido a modelos cuasi matemáticos. Desde luego que intervienen en esas relaciones consideraciones antropológicas, de Psicología social, económicas, de desarrollo tecnológico y otras muchas. Pero no deja de ser cierto que enfoques como el que nos ofrece Niall Ferguson son valiosos por cuanto permiten contemplar viejos problemas bajo novedosas interpretaciones.

Tomemos el caso de la larga polémica en torno a los supuestos problemas crónicos de la  gobernabilidad de España. Recientemente se ha recordado una frase supuestamente atribuida a Bismarck: «España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido». Por supuesto se trata de una apreciación hiperbólica aunque refleje unas tensiones internas reales que no faltan en la mayor parte de los países del mundo; al menos de los más veteranos

Pues bien, imaginemos que alejamos por un momento la polémica del ámbito político, incluyendo sus dimensiones culturales o incluso nacionales y la acercamos a los patrones de análisis de Niall Ferguson. Quizás entonces daremos más relevancia al hecho de que en España las redes clientelares han tenido una destacada importancia frente al Estado. Es sintomática la insistencia en referirse al Estado español –en sustitución de España- por parte de quienes, de forma más instintiva o consciente identifican el problema.

La cultura de las redes clientelares se extiende a todos los niveles, desde el familiar al municipal o comarcal en el tejido económico y hasta en la torre del Estado. Compiten entre sí y relativizan por sistema a la jerarquía, sea cual sea, a todos los niveles y en todos los territorios, De ahí han surgido instituciones que todos conocemos: el caciquismo histórico, la recomendación y el enchufe, las legalidades paralelas, la defraudación, la resistencia a asumir responsabilidades personales o, sobre todo, la dificultad de llegar a consensos.

En sus aspectos positivos, la pugna plaza-torre ha conferido a eso que llamamos España la resiliencia a la que hacía referencia (supuestamente) Bismarck. Es un efecto paradójico. Las redes clientelares no buscan la destrucción del medio en el que viven y medran, dado que no serían capaces de imponer uno nuevo a todo el territorio.

Por otra parte, las redes viven de drenar recursos para sus miembros, su objetivo es el control y la redistribución, no la generación de bienes por cuenta propia. Así que la plaza necesita de la torre, porque el objetivo final es vivir a su sombra o infiltrarla, no dinamitarla. A veces esa pugna genera adaptaciones brillantes o asegura una redistribución más justa para la mayoría. Pero también puede llevar a un peligroso inmovilismo y a que el sistema, en su conjunto, torre más plazas, pueda ser depredado desde el exterior. No está el mundo como para hacer del propio ombligo una filosofía universal.

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