Ficción hiperrealista. Cap 12. Perdidos en el tiempo

Sobre la ficción hiperrealista, un subgénero del relato de misterio, ficción política o espionaje cuyos orígenes conectan con ciertas formas de novela histórica y reportaje con elementos de ficción.

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Ficción hiperrealista. Cap 12. Perdidos en el tiempo

Escribir en ficción hiperrealista es como apostar contra la historia que está transcurriendo, es decir, aquella en la que somos protagonistas. Planteado como un juego resulta, desde luego, muy divertido. En la cabeza tienes un argumento que transcurre en una realidad paralela. Por lo tanto, has de procurar no desviarte demasiado de la plantilla que te marcan los noticiarios del día a día, la vida cotidiana que prosigue a tu alrededor. A partir de ahí, construyes tu relato puntualmente. Nulla dies sine linea.

Resulta evidente que tomar como referencia la realidad que transcurre a tu alrededor  ayuda mucho. No has de reconstruir la vida en las calles de tu ciudad como era hace dos o tres siglos, por ejemplo. Vas y miras, tomas nota, preguntas, te informas, intentas meterte en el ambiente que estás describiendo y que todavía está vivo. Hay que cuidar la autenticidad, pero eso resulta bastante fácil. Simplemente, debes describir lo que hay, con la precisión más adecuada posible. Viene a ser como elaborar un reportaje periodístico,

Hasta ahí todo parece obvio y sencillo siempre que revises bien la prensa y las redes sociales o salgas de casa y logres conectar con el ambiente que deseas reproducir. Esta es la parte realista del proceso de redacción, que debes tender a que sea hiperrealista al incorporar incluso detalles  que no siempre cuadran. Hacer lo contrario es arriesgar a que el relato se vuelva artificioso. Normalmente no solemos tener ni siquiera asomos de intuición sobre el futuro: ¿Alguien sabe cómo terminará todo esto de la Covid?¿Cómo acabará la guerra de Siria?¿Qué pasará con nuestro propio gobierno? La incertidumbre debe estar presente en el relato de ficción hiperrealista y la mejor manera de mantenerla es no saber qué va a suceder en el futuro.

Pero sucede que al ir de la mano de lo que está teniendo lugar el relato puede verse influenciado por un giro inesperado de los acontecimientos. El autor apostó por una realidad paralela y alehop, ese proceso argumental se ve desviado a otra vía por un cambio en el control de agujas. Imaginad que estáis escribiendo sobre una ficción política. Un cambio de gobierno, por ejemplo. Y una crisis inesperada o una moción de censura que triunfa contra todo pronóstico te chafa todo el guión de la novela o buena parte del mismo.

Eso es lo que le sucedió al autor de estas líneas durante la redacción de la novela Ciudad para ser herida: el inesperado triunfo sobre el Brexit en Gran Bretaña (23 de junio de 2016) y sobre todo los atentados de Barcelona el 17 de agosto de 2017, obligaron a cambios sustanciales en el argumento. En el primer caso sobre la trama del complot descrito en la novela; y en el segundo, en el desenlace de la obra, cuyo manuscrito había sido finalizado poco antes de los atentados en Las Ramblas y Cambrils.  Sobre todo porque fue necesario marcar claramente una distancia entre la trama ficticia y los hechos reales, que ni siquiera a día de hoy han sido aclarados.

En Las reglas de la cabra la sorpresa la dio el desencadenamiento de la pandemia de la Covid-19, que convirtió a la novela en el relato pormenorizado de una era política crepuscular, concluida en las Navidades de 2019, con las últimas fases del procés todavía coleando y un concepto de la globalización que fue cuestionado en pocos meses.

Así que la ficción hiperrealista tiene dos objetivos: el primero, provocar en el lector la duda sobre si la trama ficticia sucedió en realidad o no. El segundo, que corre a cargo de la ambientación hiperrealista,  tiñe a la obra de una pátina de novela histórica que, con el tiempo, resaltará cada vez más.

Claro que hacer referencia a la novela histórica supone puntualizar de qué hablamos. Por supuesto, no se trata del subgénero de evasión al pasado inaugurado por Walter Scott durante la primera mitad del siglo XIX, inmerso en plena eclosión del Romanticismo, y que se ha prolongado hasta nuestros días en la literatura comercial de gran tirada.  Tampoco se trata de tirar por el camino de la historia alternativa, la ucronía o la distopía.  La ficción hiperrealista enlaza más bien con los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós o incluso con ese subgénero denominado “novela de dictador” tan específico de Latinoamérica, al menos en sus sucesivas aportaciones vanguardistas.

Un ejemplo más actual, sobre todo en su faceta de novela de suspense centrada en el espionaje y la intriga política, serían algunas de las muy celebradas novelas de Eric Ambler, y muy en especial, La máscara de Dimitrios, de 1939 o Viaje al miedo de 1940. O ya en los años de la Guerra Fría, algunas novelas de Graham Greene, y muy en especial El americano tranquilo (1955) y quizá también Nuestro hombre en La Habana (1958). En fin: los ejemplos son muchos y variados, pero todos ellos contienen unos rasgos comunes que los tipifican como ficción hiperrealista; eso sí: todo ello cargado con mucho espíritu del recientemente desaparecido Edgard. L. Doctorow.

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