Berlín 1945, el último estertor del imperio nazi, es el séptimo artículo de una serie que dedicaré a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.
El Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más allá de la historia negra de un bombardero.
Os invito a hacer conmigo este recorrido.
Berlín 1945, el último estertor del imperio nazi
El río Spree parecía un estercolero de ceniza. Toda la inmundicia de la guerra se deslizaba por el cauce de aguas sucias, en busca del mar. De día, las temibles fortalezas volantes de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos bombardeaban la ciudad moribunda. De noche, eran los Lancaster y los Halifax de la RAF los que se vengaban del Blitz sobre Londres, de los ataques a las ciudades industriales de Inglaterra y a las localidades turísticas de la costa del sur. Todo para derrumbar la moral de la población.
Y ahora las tornas habían cambiado. Berlín era un cadáver; el del régimen nazi en plena descomposición. El Ejército Rojo comenzaba a cercar la capital. El eco de las violaciones que sufrían las mujeres alemanas a su paso había llegado hasta el corazón del Imperio de los Mil Años, tan frágil, y las muchachas preferían perder la virginidad con un desconocido en los parques, siempre que fuera alemán.
Vuelo sobre las ruinas de Berlín, julio de 1945. Kameramann des Special Film Project 186 der United States Army Air Forces (USAAF). Wikimedia Commons
En los refugios antiaéreos, abarrotados, colocaban velas en el suelo para comprobar que todavía quedaba oxígeno. Si la vela se apagaba, lo cuenta el historiador Anthony Beevor, había que evacuar el recinto para no morir asfixiado.
Y eso es lo que hace Olena Holub, la mano de obra semiesclava que protagoniza el tramo final de la novela Stuka. Olena, obligada a fabricar en el aeródromo de Tempelhof los aviones que han bombardeado Ucrania, de donde procede. Y la mirada de Olena nos describe un Berlín en ruinas. Los templos de la noche como el Teatro Wintergarten, que aparece en el comienzo del relato, han caído bajo las bombas aliadas. La música de los cabarets, los aplausos del público que asistía entusiasmado a las hazañas atléticas de Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de 1936, el momento de mayor esplendor de los nazis, son otro eco tapado por los escombros.
Y Olena, que busca a su padre y ha perdido a su hermana, no tiene miedo de los soviéticos, sus liberadores piensa, hasta que se encuentra de golpe con la realidad.
El Berlín del hundimiento nazi, una ciudad convertida en un escenario de Dante, es el telón de fondo del desenlace de Stuka, una novela vertiginosa como el vuelo en picado de aquellos aviones con alas de gaviota invertida que habían marcado el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Pero las sirenas del Junker 87, ese era su nombre de fábrica, las inquietantes Trompetas de Jericó que anunciaban el horror a las víctimas de sus bombardeos, están apagadas.
El Stuka ya es un avión obsoleto. Atreverse a volar con un modelo lento y pesado sobre el cielo de Berlín, en los últimos días del conflicto, casi es un suicido. Y lo sabe Heiko Weber, el piloto nazi que ha manejado el avión en el Alto Maestrazgo, cuando se fogueaba en el Legión Cóndor para ayudar a las tropas de Franco; en los cielos de Polonia, aterrorizando a los eslavos; en la Batalla de Inglaterra, vapuleado por los Spitfire; o sobre el río Dniéster, en la frontera entre Ucrania y Rumanía, armado con dos cañones y convertido en un verdadero rompetanques en un intento desesperado de frenar el implacable avance del Ejército ruso.
Y los rusos no perdonan. Han sufrido la ira de la Operación Barbarroja. Han visto su territorio mancillado por la invasión de los nazis, que consideraban subhumanos a los soldados soviéticos. Privados de esa dignidad, era más fácil asesinarlos cuando caían prisioneros. Y han contemplado, horrorizados, las masacres que sus enemigos cometían sobre la población civil.
Así que no se puede esperar clemencia de ellos. La violación es un arma de guerra. Un instrumento de castigo. Y así lo alienta el régimen de Stalin, otro carnicero. De esta forma, lo que durante mucho tiempo ha sido un tema tabú, la doble condición de víctimas de las mujeres en los conflictos armados, se convierte en el latido profundo de la novela. Lo escribí en el primer artículo de esta serie a la que todavía le quedan algunos capítulos; Stuka es algo más que la historia de un avión siniestro.
Stuka, la novela de Carlos Fidalgo, coordinador del departamento de Periodismo de Espacio 17 Musas, ha sido galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica que concede la Diputación de Castellón. Ha sido editada en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en la página web de Algaida Novela.