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EN BUSCA DE UNA MADRIGUERA MEJOR – Compagnie Non Nova y Phia Ménard – “ART. 13”

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.


CRÓNICA XXI: “ART. 13” – Compagnie Non Nova y Phia Ménard

TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

4 de abril de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Estoy convencido de que nací y morí como un creador raro para encontrarme con otros imaginadores del mismo palo. Todo es una cuestión de puertas. Puertas mentales, por supuesto, no busques picaportes con los que forzar caminos, estas funcionan de repente, se abren y dan la sensación de que siempre estuvieron así. Las puertas mentales te llevan a ideas que parecen ajenas entre sí o por explorar, y es mediante esos atajos por lo que puedes disfrutar desde otros planos contemplativos o activos. A veces pasa, pura estadística, con la programación del Teatro Central. Ocurrió ese viernes 4 de abril de 2025, cuando en un segundo tiempo en mi materialización en aquellos pasillos, fui directo a la Sala A para disfrutar de la obra ART. 13 de Compagnie Non Nova y Phia Ménard.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser

Mientras el público entraba, percibí una malla semitransparente que nos separaría de lo que ocurriese en escena, luego entendería que por seguridad, pero se haría casi imperceptible. La sala estaba llena en su graderío central, aunque bastante vacía hacia los laterales, cosa que me extrañó. Llegado el momento, la luz fue menguando, sin prisa, muy, muy lentamente, originando la sensación de un sueño que llega, que te desliza hacia la oscuridad, y que lo que veríamos estaría en otro plano de conciencia, territorio inasible a los raciocinios habituales. Comenzó a sonar White Rabbit, mítica canción de Jefferson Airplane, bastante asociada a viajes de LSD, a la mitología hippie sesentera, pero también a esa otra lectura de Alicia y su viaje al País de las Maravillas que proponía Carroll. El humo cubre una suerte de jardín en escena, cercado de setos, caen chuzos de luz, láseres rápidos que parecen analizar la escena, no son los típicos haces de fiesta, casi parece que analizan el terreno desde las alturas. En el centro del jardín tenemos una estatua sobre un pedestal, es un hombre que sostiene un hacha, algo que me parece muy significativo. Será la única visión completamente humana que nos ofrecerá la obra, como un recuerdo de una civilización ya anterior, de otra edad, quizás. Resuena por todas partes, a grandísimo volumen, el sonido identificable de motosierras y cortacéspedes, con motores que resuenan como tormentas y me dan la sensación de ser muy pequeño, como si lo oyésemos desde la proporción de hormigas.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser

Disipada las luces y el sonido, calmada la niebla, asomó una criatura extraña a la que llamaré el ser. Camiseta roja con finas líneas negras, calzonas azules, calcetines rojos, zapatos blancos y… una máscara. ¿Reconocible? En absoluto. Vi al público escudriñar desde la distancia qué forma antoja la máscara, ¿un bicho kafkiano? ¿Un animal salvaje? ¿Un pasamontañas pasado de lavados con tanta pelusilla? Para mí no era importante, lo identifiqué como parte estética del ser. No era un humano, no como lo fui, no como lo eres, tú que lees estas palabras… eso desde luego. Se comportaba como una suerte de insecto, menea los brazos como si escarbase el aire. Pronto escalaría a la escultura, liberándola de algo que tenía en la cabeza: Un peluche-estuche (de esos con cremallera) con forma de… ¡conejo! Oh, vuelve el guiño a White Rabbit. No te separes del conejo, Alicia.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser

En un momento determinado se caería el hacha del pedestal, y tras el susto y la reacción de arrojas piedras del jardín por todas partes (menos mal que teníamos la cortina protectora), acabó jugando con ese arma y nada me costó adivinar que, entre juego y juego, acabaría rompiendo algo. Efectivamente, tras comprobar el poder destructivo contra la supuesta roca del pedestal, decidió desarrollar la diversión del caos, la demolición de la escultura fue inminente, acabó sin brazos. Ese ser, tan inconsciente como lleno de potencial, arrastró a un lado a ese cuerpo mutilado y fue colocando cascotes a los lados, formándole unas alas blancas a ese cuerpo gris y sin eje. De repente, otros tintes: Un ángel caído, derribado, por la violencia y diversión de un ser que no necesita respetar nada. Y poco después volveríamos a comprobarlo. Pero antes, del interior del conejo, sacó un espejo roto en forma de corazón que acabó depositando sobre la cabeza de aquella figura alada.  Luego el ser, de forma inesperada, fue engullido por el césped, desapareciendo por vete tú a saber qué madriguera, a todas luces contra su voluntad.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser

Desde los cielos (otra referencia religiosa), entre rayos y un acompañamiento coral de fondo, llegaría una pedestal monstruoso sobre el que una figura gigantesca, de la cual sólo apreciaríamos los pies, que habría descendido cambiando perspectivas y proporciones, y ahora el ser (o nosotros mismos) parecía mucho más pequeño cuando volvió a aparecer en escena por otra salida invisible en aquel césped. Un jardín que ahora tenía connotaciones bíblicas, ¿un jardín donde la vida se desarrolla, donde las representaciones son manifestadas a las criaturas salvajes que lo pueblan? Poco tardó en palpar el drama aquel ser: La mole llegada del firmamento había pisado su conejo de peluche,  no podía recuperarlo bajo ese peso, y aquello le hizo determinar su objetivo: Acabaría con esa representación; divina o alienígena, daba lo mismo. Pero antes se quitó la máscara, facilitando una visión más perturbadora, pues su rostro era una suerte de rostro derretido, que hacía pensar en efectos secundarios de alguna radiación o en figuras que, por muy antropomórfica que fuera, poco tenía que ver con la humanidad.

Lo que vimos a continuación sigue la senda de lo onírico, una desesperación por entrar en la roca y desmontarla desde dentro, como ahondar en un puzle de ingenio, una de esas piezas que tienes que liberar para resolver la forma, buceando en su interior, para acabar sacando una a una, cada parte angulosa, que caían por el jardín casi como fichas del tetris, con terrible esfuerzo del ser, reflejo directo de la pasión visceral por aquello que le importa. Un ser capaz de desmontar la estabilidad de una representación pseudodivina a fin de rescatar lo único que le importa, es decir, por un gesto de amor. ¿Hay algo más temible y poderoso? Cuando ya causó suficiente destrucción, la figura volvió a los cielos mientras el ser saltaba de alegría tras recuperar al conejo. Entonces todo se fue desmoronando, los setos se venían abajo, el zumbido se hacía patente y las luces, esos láseres rápidos, analizaban el escenario, cada pieza vencida, cada estrago, con chasquidos inquietantes y, finalmente, apuntando al ser. Tanto que lo persiguió, entre la nueva niebla que comenzaba a cubrir el escenario, hasta hacerlo ovillarse y desaparecer, como fundido por esas luces chispeantes e indulgentes.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser

Volvió la oscuridad, a medida que se extinguía el sonido, como también retornó su exilio, a los minutos, y vimos con una nueva luz derramada como una lluvia incesante por todo el escenario, casi como un código que leyese al escena. Volvió a sonar White Rabbit pero, ante el desconcierto propio, cuando llegó la voz me di cuenta que era la misma canción pero cantada en árabe. ¿Cómo era posible? Un vecino de butaca confirmó en un susurro a su acompañante: «claro, la versión de Mayssa Karaa, la cantautora libanesa».  Para mí aquello fue la contastación de que, una vez vuelta la luz sobre aquel jardín de vida improbable, se había producido un reseteo, como si hubieran dado luz verde desde aquellas alturas llenas de esculturas y luces a una nueva versión de la vida, que es muy parecida a la anterior, pero con sutiles diferencia. A ver si hay más suerte y esa puerta llevase a una madriguera mejor.

Madriguera, White rabbit, Phia Ménard, el ser


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