La Gran Reclusión es una de las veintitrés columnas de un «antidiario» del confinamiento publicadas en el mes de mayo en Diario de León. Junto al relato fantástico La luz que no se apaga nunca forman la serie El sueño de McSorley. Esta serie es también un cuento, un monólogo teatral que interpreté en el Festival Celsius 232 de Literatura Fantástica de Avilés, entre la desescalada y los rebrotes.
La Revista Espacio 17 musas recopila ahora todos los textos de la serie El sueño de McSorley, a mitad de camino entre la literatura y el periodismo, entre la realidad y la ficción, como antesala del Curso de Creación Periodística que vamos a programar próximamente.
Una taberna de Nueva York que no ha cambiado en ciento setenta años. Una bodega del Bierzo con un ataúd junto a la barra. Una luz de emergencia en un garaje subterráneo que no se apaga nunca. Una novela sobre la Gran Hambruna que no termino de leer. El eco de las pandemias que han acechado a la humanidad. Y una serie de ruidos en el desván de mi casa durante los días del último confinamiento.
Bienvenidos a este universo paralelo.
La Gran Reclusión
Mucha gente comenzó a leer La peste, de Albert Camus, en los primeros días de confinamiento. La novela, ambientada en Orán cuando la ciudad aún estaba bajo soberanía francesa, arranca un mañana de abril, en el momento en que el doctor Rieux encuentra una rata muerta en el rellano de la escalera.
La peste es una obra maestra y en sus páginas se puede aprender mucho de la condición humana, de la manera en la que el aislamiento y el miedo al contagio cambian nuestro comportamiento. «Retrato de un mundo enfermo al que solo una catástrofe logra rehumanizar», leo en la contra del libro. Y me pregunto, claro, si ese será también nuestro caso. Si el mundo que saldrá de esta pandemia será más humano.
Las señales son contradictorias. El mejor ejemplo es el de los médicos y el personal sanitario. Se están dejando la piel, literalmente, por salvar vidas. Y asumen un riesgo muy alto. Recuérdenlo cuando salgan de paseo.
Pero lo peor de la condición humana también emerge estos días. Lo vemos en todos aquellos que berrean en las redes sociales, que ladran en los medios de comunicación (y no me refiero a la crítica con argumentos, siempre legítima), que se burlan incluso de quienes se esfuerzan, con mayor o menor acierto, en sacarnos de este pozo. Es mezquino buscar un rendimiento político en todo esto.
Yo también empecé a leer La peste, lo reconozco. Pero tuve que dejarlo, saturado a todas horas por las informaciones sobre el avance de la pandemia, sobre la curva de contagios y el número de muertos. Y ahora, en el comienzo de la desescalada, he vuelto los ojos hacia otra plaga; la Gran Hambruna de Irlanda y el éxodo que provocó hacia América entre 1845 y 1849. Si los ruidos en el desván que escucho algunas noches no me lo impiden, estos días leeré El crimen del Estrella del Mar, de Joseph O’Connor, la novela de la que les hablaba ayer.
Imagínense una isla donde la riqueza está concentrada en manos de terratenientes. Un parásito que echa a perder la cosecha de patatas, el principal alimento de la población. Una plaga que se extiende por todo el país. Allí donde escarbas en la tierra aparecen los tubérculos podridos. Y la gente se muere de hambre y de enfermedad.
Inglaterra, principal destino de las exportaciones de carne y cereales, no hace gran cosa para remediarlo. El subsecretario del Tesoro de la reina Victoria, Charles Trevelyan, sin ir más lejos, declara incluso que el hambre es «un castigo de Dios a un país holgazán, desagradecido y rebelde; un país indolente y levantisco». Casi parece un ministro holandés despotricando contra el ‘despilfarro’ de los países del Sur de Europa, ¿verdad?
Así que cientos de miles de personas tienen que embarcarse para América en busca de la salvación. Les espera un viaje muy largo en ‘barcos ataúd’, así los llamaban porque echaban al mar casi cualquier cosa que flotara. Barcos que naufragaban. Barcos con pasajeros hacinados en las bodegas. Viajeros mal alimentados que enfermaban y morían durante la travesía.
La Gran Hambruna dejó una huella profunda en Irlanda. La Gran Reclusión de esta pandemia la dejará también en todo el planeta. Y la duda que tenemos que resolver ahora es si el nuevo sueño americano, la salvación de nuestro tiempo, será un mundo más humano o volverán a imponerse los revanchistas.
Este relato fue publicado el 11 de mayo de 2020 en el Diario de León como parte de la serie Diario de un confinado, el día 57, La gran reclusión.
El texto es parte del material de trabajo para el Curso de Creación Periodística de Carlos Fidalgo en la Escuela del Espacio 17 Musas.
Te invitamos a leer otros relatos y artículos de Carlos Fidalgo en la Revista 17 Musas.