El cine europeo es celebrado cada 8 de noviembre. Una vez más esa festividad internacional se entroniza dentro del Festival de Sevilla. Esta segunda crónica como espectador del evento recoge los tres días siguientes a la inauguración de la decimoséptima edición. La capital hispalense concentra las mejores producciones europeas de este último año, acercando al gran público su visionado.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta segunda crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca de El Enmascarado» en el Festival de Sevilla.
Crónica II del Festival de Sevilla
Desde «La butaca de El Enmascarado» por Víctor Vigía
Reconozco que me envalentoné. Fui a taquilla y dije: «Quiero entradas para todas las sesiones de la semana». Mostré el pase de prensa del Festival de Cine Europeo de Sevilla. El chico me miró con inseguridad, bajó la mirada a la tarjeta y volvió a mi cara. Por suerte, fui previsor. A la mascarilla preceptiva, había añadido unas gafas de sol cuadradas y un pañuelo enroscado desde la clavícula hasta la barbilla. Irradiación. Eso decía mi antiguo profesor de teatro. Los actores tenemos que irradiar nuestra presencia. Escuela de Chéjov. Gracias a eso o a la vergüenza ajena que le provoqué al taquillero con mis pintas que recordaban a adaptaciones clásicas de El hombre invisible, me tendió al minuto una ristra de entradas sin mayor comentario.
El arte de volver era una película perfecta para mi segundo día disfrutando de cine europeo. Una historia sobre la búsqueda de identidad y de ese lugar en el que podemos ser nosotros mismos. La actriz Macarena García secuestraba toda empatía del espectador, me identifiqué al instante con su personaje. Los secundarios son contundentes a la hora de destacar matices de la protagonista. Salí con tanto entusiasmo que me olvidé de mi papel de mal periodista. Fui a por un café y a la mitad de la taza hui tras recordar que tenía pases para otras proyecciones.
Si hay algo que me subleva por dentro son las películas raras. Aquellas con cierto poso reflexivo o filosófico. Esperaba en la cola para entrar en los cines de Nervión Plaza cuando comprobé que estaba a punto de empezar Siberia. Abel Ferrara dirigía a Willen Dafoe a través de alucinaciones entre montañas nevadas. Aislado del mundo, se enfrenta a sí mismo, a sus demonios refugiados en la memoria, y a la terrible condición natural de aquellos parajes. Ingredientes perfectos para olvidarme del mundo durante los 92 minutos que dura esta catarsis redentora.
A la salida, anulado por el hambre, pensaba dónde comer cuando me crucé con un grupo de auténticos periodistas. Las alarmas saltaron en mi cabeza, ¿estaría allí el chico al que suplanto? El temor a que descubrieran que era un impostor me atravesó por completo y se incrementaría durante la sesión vespertina cuando viese ese mismo terror en los protagonistas de El profesor de persa (una actualización de Sherezade en tiempos de Hitler) y Notre-Dame du Nil (película coral que escenifica conflictos menores en un colegio femenino de élite que derivarían a masacres entre etnias a través de Ruanda durante la segunda mitad del siglo XX). Debo hacer una mención especial al brillante jazz que se emplea como banda sonora en Notre-Dame du Nil, ejecutado con una limpieza y ritmo que hace hablar a las imágenes que acompaña sin necesidad de diálogos.
La mañana del domingo 8 llegué al Festival de Cine Europeo con una pregunta anclada detrás de mis ojos. ¿Y si todos los que asisten al Festival fueran también actores? Porteros, miembros de la Santa Sanidad, taquilleros, prensa, jurados, público… ¿Y si fuese una ficción que todos interpretamos para los demás? Los actores notamos cuando algo es impostado y esa pregunta me turbaba. Una puerta a la conspiración que dejé entreabierta. Sería influencia de la luna, qué se yo. El 8 de noviembre se celebra el Día Internacional de Cine Europeo e igual me autosugestioné en aquel ambiente cinéfilo.
Karen fue la primera película del día. La ópera prima de ficción de María Pérez Sanz aborda los últimos años en África de la aventurera Karen Blixen, más conocida como Isak Dinesen, autora de archiconocida Memorias de África. Máxime sorpresa, más allá de la delicada interpretación de Christina Rosenvinge y Alito Rodgers Jr., fue la música del filme. Pistas de una sutil guitarra acústica junto a voces melódicas, algo minimalista y elegante. Todo ello compuesto por la propia actriz, Rosenvinge. Algo en comunión con la calma y soledad que se arroja en pantalla.
El mismo distanciamiento que sentí al salir y ver las estrictas (y tan necesarias) medidas de seguridad del Festival de Sevilla. En otras circunstancias, estaría tomando un café con otros acreditados, escuchando anécdotas o hablando del Premio Pulitzer. Lo que sea que hagan los periodistas convencionales. Pero este año hay retos nuevos que afrontar. No obstante, no todo iba a ser geles y antifaces.
Entrada en mano, volví a las salas en ese gran Día del Cine Europeo y me sumergí en una comedia franco-belga: Borrar el historial. El punto fuerte lo dan sus personajes, inadaptados sensibles que buscan sobrevivir en un mundo que no entienden. Pero esa inconsciencia acredita algunas de sus decisiones que en otra película serían histriónicas. Se subraya, de paso, sinsentidos actuales como los abusivos permisos de cookies, la adicción extrema a las series o los fraudes en ayudas sociales, entre otros. Me sorprendió el cameo que hace el escritor Michel Houllebecq, con la fina ironía de su tono pesimista frente al mundo.
El mismo tono con el que recibimos todos que, ante las medidas por aumentos de casos por Covid-19 en Andalucía, se reprogramarían todas las películas que a partir del martes 10 acabasen más allá de las 18:00h. Hay que adaptarse, no queda otra. El Festival se niega a detener la maquinaria a favor de su público.
Una lucha similar, en otro tono, se lleva a cabo en My little sister. Dos hermanos mellizos, cara y cruz en el éxito como artistas, deben sobrellevar el cáncer de uno de ellos. El impulso creativo aquí toma el cariz de motor vital. Reconocí de inmediato al actor que hacía de enfermo, Lars Eidinger. El mismo que hacía de coronel nazi en El profesor de persa. Partida doble de coprotagonistas excelentes.
El día del Cine Europeo no pudo ser más ecléctico. Pero la auténtica belleza surgió ante mis ojos la mañana del lunes 9. Antonio Machado. Los días azules de Laura Lojman. Una película que repasa la vida del poeta desde una perspectiva emotiva y respetuosa, asistiendo a las geografías en las que vivió y narrando versos significativos. Se nota el imperante cariño con el que está hecha. Un perfil que se narra con entrevistados como Luis García Montero, Elvira Lindo, Ian Gibson, Amelina Correa o Antonio Muñoz Molina, entre otros. «Yo soy un hombre atento a los sueños» dijo Machado. Y yo me identifico. Comparto con el poeta un amor arrojadizo por el teatro (y me temo que igual suerte como actores). Contestó Unamuno a la frase que «está bien soñar, pero con los ojos abiertos». También para eso vamos al cine.
A lo anterior sumé la nueva película de Francis Lee, Ammonite, una atípica historia de amor decimonónica con la reivindicación de la figura de Mary Anning, paleontóloga audaz cuyas obras se alojaron en los mejores museos de Londres sin reconocimiento alguno por ser mujer. Tambien la apuesta de Kaouther Ben Hania, The man who sold his skin, que plantea dilemas frente al Arte y la libertad humana cuando un artista contemporáneo de renombre internacional decide tatuar a un hombre a cambio de un visado Schengen, transformándolo en una obra artística que se exhibe y vende. Y, finalmente, la historia de animación de Rémi Chayé, Calamity, centrada en la mujer que fue leyenda viva en aquel lejano oeste, Calamity Jane. Aventurera, exploradora e indomable. Una película para todos los públicos con una paleta de colores impresionante en la que es fácil perderse como espectador con la mera contemplación de las nubes azules y rojas o las montañas naranjas con sombras verdes.
A la salida me entretuve hablando con uno de los chicos que velan para que fluyan las entradas y salidas con seguridad. Con todo mi aplomo pregunté cómo les estaba yendo con el festival, preocupándome de hacer visible mi tarjeta de acreditado. La conversación derivó a si era trabajador o voluntario allí y la respuesta me paralizó. Era trabajador, ese año no había voluntarios. Pero lo que sí había, según confesó, es gente en prácticas. Alumnos de la universidad de comunicación y alumnos de la escuela de arte dramático.
¡Arte dramático! ¡Actores! Escapé sin despedida, con ansiedad kafkiana, pues mis temores se confirmaban y la mitad de aquellas personas estaban fingiendo con la desvergüenza que yo lo hago. Y eso me aterrorizó. Otra forma de romper la cuarta pared.
Sigue las crónicas literarias de Víctor Vigía sobre el 17 Festival de Cine Europeo de Sevilla, desde «La butaca de El Enmascarado» a través de la Revista 17 Musas.