Charles Dickens publicaba sus novelas por entregas, en diferentes fascículos que se iban estrenando en revistas o colecciones semanales o mensuales; la expectación de los boletines se añadía a la que el propio escritor creaba en sus seguidores, puesto que, en su etapa de madurez, Dickens ya era una celebridad. Además de esto, cuando El misterio de Edwin Drood comenzó a llegar al público, hacía ya cinco largos años que el novelista no publicaba.
La primavera tardía llena Inglaterra de un colorido apagado: narcisos que van decayendo, glicinas cuyas garras trepadoras son ya más verdes que moradas, matas de brezo como alfombras desparramadas sin orden por el suelo. Así debía lucir también Gad’s Hill Place, la casa de campo de Charles Dickens en Kent, la última tarde que pudo pasar escribiendo.
Es probable que sus ojos se encontraran con ese mismo verde oscurecido, ese que abre las puertas al verano, cuando soltó la pluma y terminó el capítulo veintitrés de la que iba a ser su última novela, El misterio de Edwin Drood. Era junio de 1870 y, al tiempo que el sol se escondía, Dickens se dirigió seguramente al conservatorio con vistas al jardín para tomar una cena temprana —inglesa— y marcharse a la cama, de donde ya no se levantaría. Su muerte dejó a Inglaterra sin uno de sus novelistas más ilustres, pero regaló a la literatura el enigma eterno de su último protagonista.
Charles Dickens publicaba sus novelas por entregas, en diferentes fascículos que se iban estrenando en revistas o colecciones semanales o mensuales; la expectación de los boletines se añadía a la que el propio escritor creaba en sus seguidores, puesto que, en su etapa de madurez, Dickens ya era una celebridad. Además de esto, cuando El misterio de Edwin Drood comenzó a llegar al público, hacía ya cinco largos años que el novelista no publicaba, desde Nuestro amigo común, algo poco habitual en él, por lo que los fanáticos dickensianos debieron acoger a Drood con los brazos bien abiertos. Poco les duró, sin embargo: de las doce publicaciones en las que se iba a dividir la novela, solo llegaron a editarse seis.
La trama narra la historia de Edwin Drood y sus visitas a su prometida Rosa Bud en el convento del pueblo de Cloisterham, donde reside, pueblo inspirado a su vez en la ciudad real de Rochester. El compromiso de la pareja, ambos huérfanos, fue sellado por los padres antes de morir, pero, según han ido creciendo, el amor no ha dado los frutos esperados. El tío de Edwin, John Jasper, aficionado al opio y director de coro de la Catedral del mismo pueblo, da clases de música a Rosa y mantiene el lazo unido, pero está enamorado en secreto de la muchacha.
En la mañana de Navidad, Edwin desaparece misteriosamente y… nada más, porque así, en ascuas, fue como nos dejó Dickens con su muerte. ¿Ha desaparecido realmente Drood? ¿Está vivo, está muerto? ¿Se oculta disfrazado de algún otro personaje, de ese que parece que lleva peluca? ¿No es su tío, el fantástico antihéroe Jasper, una opción demasiado obvia para ser el asesino, si es que hay un asesino? El legendario escritor quiso lucir maestría en el thriller cuando todavía el género no se había definido y lo llevó hasta el extremo: con el puzle sin resolver.
A partir de ese momento y hasta nuestros días, El misterio de Edwin Drood se ha convertido en la madeja que a todo lector curioso le gustaría desenredar, en el misterio perfecto porque, precisamente, no tiene solución; la tuvo, pero Dickens se la llevó a la tumba. Las versiones han sido múltiples, muchas por aficionados, otras por expertos literatos e incluso una por un médium, Thomas P. James, quien escribió el final, según dijo, mientras el fantasma del propio Charles Dickens se lo iba dictando.
Las versiones más lúcidas y cercanas al momento de la desaparición del escritor se basaron en sus últimas conversaciones, sobre todo en torno a tres personas. El primero su ilustrador Luke Fildes, encargado de los dibujos que acompañaban los fascículos y a quien, para su propia inspiración, explicó que el personaje de Jasper debía lucir una bufanda bien ancha, una con la que poder ahorcar a otra persona. El segundo John Forster, amigo y biógrafo, a quien Dickens habría confesado que, en la trama, un tío asesinaba a un sobrino. Y por último, el hijo mayor del propio autor, Charley, quien confirmó que Edwin Drood realmente moría en la novela tras ciertas conversaciones con su padre en la casa de campo de Kent, durante sus últimos días de vida.
Ahora bien, ¿habría salvaguardado un escritor de tal calibre el enigma de su siguiente novela de éxito con conjeturas y comentarios engañosos? La respuesta queda en el aire… y las interpretaciones también.
La fama del indescifrable caso de Edwin Drood ha inspirado libros, ensayos, series de televisión, películas, obras de teatro y musicales. El caso de estos últimos es el más curioso y tierno: en ciertas representaciones, los espectadores eligen el final votando con sus aplausos las diferentes opciones planteadas por los actores; así, cada noche la obra termina de una manera diferente. Al fin y al cabo, la casa museo de Charles Dickens de Londres estima que se han registrado más de doscientos posibles finales a lo largo de los años.
Hubo una única persona que pudo haber conocido el final, si bien declinó la propuesta de spoiler. En un encuentro privado ocurrido tres meses antes de la muerte del escritor, este le preguntó a la reina Victoria si estaba interesada en conocer cómo terminada su última novela; ella, soberana y abuela de Europa, se mantuvo firme en su majestad y nos dejó con el último regalo de Charles Dickens a la literatura: El misterio de Edwin Drood.
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