viernes, octubre 18, 2024
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SEVILLA REMONTA EL VUELO – FeSt 2024 | Festival de Artes Escénicas

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas. Una miríada de artistas desarrollarán estas semanas sus vértigos creativos en los escenarios implicados en la nueva edición del Festival de Artes Escénicas de Sevilla (feSt) del 10 al 20 de octubre de 2024. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia.Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.


SIGUE LAS CRÓNICAS LITERARIAS DE ESTE FESTIVAL A TRAVÉS DE MAPA DESBLOQUEADO (Clic en esta frase)


CRÓNICA LI: SEVILLA REMONTA EL VUELO – FeSt 2024

EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

 

10-13 de octubre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

El azul estaba derramado por el suelo, extraña luz de neón, que estiraba sus ramas hasta los pies en aquel pasillo oscuro, para que caminases por él, aunque fueses un fantasma, que una cosa no quita la otra: Mucha volatilidad, mucha vigencia etérea, pero los ediôlon vamos andando a todas partes. Ni la muerte nos libera del concepto de “hay que ver lo lejos que está tó”. Alcé la vista, el neón rezaba «PLATEA» y supe que me encontraba en un lugar muy especial, un rincón del mundo que no pisaba desde hacía un año: PLATEA ODEÓN IMPERDIBLE, un espacio en las alturas de una antigua estación de tren, que acoge a muchas propuestas escénicas. Siempre me pareció un lugar con mucho encanto (lo dice un fantasma). La última vez que lo visité fue en el marco del feSt… ¿hacía justo un año? ¡¿Estaría acaso de aniversario?!

Corrí (o lo que hace la gente de mi edad) hacia un cartel junto a la entrada, también azul, con una mujer cuya cabeza era una voluta de humo… ¿adivinas de qué color? Me enamoró el cartel, debo confesar. Pero más me alegró ver que correspondía a la nueva edición, ¡el feSt 2024! Un abanico de oportunidades para disfrutar de talentosos artistas a lo largo de múltiples escenarios. Estas cosas no las teníamos en la Antigua Grecia. Así que sin más miramientos, me acerqué a la puerta de entrada. Es cierto que a mi paso, la responsable comentó a su colega que los ordenadores iban muy lentos para sacar los tickets, pero… bueno, mi estricta culpa no es. Una vez dentro, abordé uno de los sofás que habían dispuesto en los laterales, pero allí había múltiples opciones: sillas y mesas en primera fila, mesas altas en la retaguardia, sofás a los laterales… Los asistentes se disgregaron por todos los espacios, aunque me pesó un poco que no estuviese el aforo lleno. Pasó una trabajadora repartiendo por las mesas folletos con la programación y me hice con uno para enterarme quién iniciaría esta edición.

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Asaari Bibang, la humorista, actriz, escritora y activista ecuatoguineana, todo un torbellino de energía y reivindicación, como pronto evidenciamos. Abriría esta edición del feSt con un monólogo llamado «HUMOR NEGRA», como se anunciaba a toda pantalla en el fondo del escenario. Cuando salió fue con gran energía, provocó que el público tocara las palmas, pero no contenta con el resultado, pidió más respuesta y reinició la salida en tono cómplice. Ahí ya fue por todo lo alto y la simpatía ganó la batalla a la vergüenza habitual. Lo cierto es que se ganó al público a capa y espada, pues no postulábamos como el aforo más entusiasta, siendo honestos, pero sospecho que, en parte, se debía a una cuestión de acústica.

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Platea Odeón se dispone en un espacio abierto, a pesar de estar dentro del edificio, y los potentes altavoces pueden generar cierta reverberación que dificulte, en momentos puntuales, la comprensión del texto que se interpreta. Especialmente si quien tiene el micro habla muy rápido, como es el caso de Asaari. Ese fue mi punto de vista, pero no quiero dar una imagen equivocada: el público estaba muy conectado a la humorista, no perdía puntá, y de todas formas ella no iba a dejarlos a la deriva… Empleó una técnica que, al parecer, está muy de moda últimamente, que es la interpelación con el público (escuché a una pareja joven que tenía a mi lado que eso lo veía mucho en reels de Instagram, sea lo que sea eso). Lo cierto es que hizo por conocerlos y satinaba esos apartes con un humor muy bestia sobre situaciones que perfectamente puede haber vivido. La anécdota es el motor de su monólogo. Me pareció muy ingenioso la narración del experimento social que puede observarse cuando coinciden en una habitación llena de blancos dos personas negras, una que llega y otra que ya estaba ahí, el inquietando cruce de miradas, cómo la gente se vuelve al que permanecía, como si debiesen conocerse. O qué clase de papeles le suelen dar en el cine a negros y latinos. Reivindicaciones necesarias que van envueltas en humor, buen rollo y el factor sorpresa, porque sabe que la risa abre la mente mucho más que un discurso.

Llegó un momento en el que decidió abandonar la distancia del escenario, tomar un micrófono inalámbrico y acercarse a pie de público, «Me tenéis cansada de que estéis tan lejos». Pronto conseguiría que brotasen espontáneos como «Benjamín, el chico con flow», que sumó con su pseudorapeo y se lo agradecimos enormemente con aplausos. Desde una cercanía mayor Asaari habló de temas como parejas que «exhiben» a sus parejas en público, el eterno «ahí no es» que las mujeres instruyen en tema de sexo, o la condescendencia de personas formadas que creen hacer las cosas bien… «Me entiendes, ¿verdad? ¡Pues la verdad es que no!». Pero nada se le resiste al humor más transparente y conciliador: «¿Os cuento mi boda? Invitados blancos a un lado, invitados negros al otro… Aquello parecía una partida de damas».

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No obstante, creo que si bien fue una gran actuación, y que la actriz lo dio todo (es evidente), fue un encuentro con altibajos. Quizás la falta de apoyo visual (solo un fondo celeste, de nuevo el azul, con sus letras en amarillo) y sonoro durante el espectáculo, arraigado al clásico monólogo de comedia, hubiese levantado más al público en una sala pequeña, con la acústica mucho más controlada y cierta atmósfera de intimidad. Debe ser muy complicado crear un monólogo, porque si incluyes términos muy actuales, el público de cierta edad lo pierdes; si incluyes referencias televisivas del siglo pasado, adiós a los jóvenes. Yo tomo apuntes de todo. Por lo que vi a mi alrededor, en esa tensión se meció Asaari Bibang aquella noche, saliendo victoriosa, entre aplausos agradecidos y con la sincera alegría de este eidôlon, que se vio bienvenido en esta nueva edición del feSt.

 

11 de octubre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Mi cuerpo va y viene por el espacio-tiempo como los mortales entran y salen del metro, alimentando la desorientación. Algún día me sacaré el título de domesticador de entropías y caniches (¿soy el único al que le parece que esos dos conceptos deben ir de la mano?), hasta entonces, me toca explorar rápido dónde diablos estoy en cada momento. Situado en un recibidor lleno de gente, cuyos pies, chaquetas, bolsos y pelos estaban mojados, observé la copiosa decoración de carteles y objetos por las paredes de aquella estancia. Todo me era muy familiar y encajé el título en algunos carteles: VIENTO SUR TEATRO, la escuela y sala de teatro en la que inicié mis andaduras hace un año. ¡De nuevo se estira el espíritu del aniversario en mis labios! Qué alegría, de verdad. Aunque el tiempo no acompañase, el cielo de Sevilla se deshacía en lluvia y viento aquella tarde. «Viento para Viento Sur Teatro», reflexioné, me pareció idóneo.

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Aquella tarde el público disfrutaría de una obra teatral que estaba impaciente por ver, pues se insinuaba bastante inspirada en la obra de algunos autores que admiro bastante y que ya revestían varios siglos de notoriedad: «LA PÍCARA DE CERVANTES» de Aida Santos Allely. Entré sin ser visto, ventajas de la fantasmagoría, y tomé asiento en primera fila, junto a un señor con un polo rojizo, o eso me pareció bajo la luz de los focos. Pareció saludarme al llegar, cosa que me sorprendió, pues como fantasma estoy vetado a la mirada común. Luego oí que le habían operado de la vista y no estaba muy contento… ¿quién le había quitado la cortina que les separa con el más allá? Más allá de estas distracciones, estábamos deseosos de ver el trabajo. Bueno, lo cierto es que tomando referencias como Cervantes, el nivel debía ser muy alto para contentar al respetable, es jugar con fuego manipular tanta altura artística, ¿sería capaz? Deseaba verlo. También me puse a pensar en si esas reinvenciones a partir de mi obra lo harían conmigo algún día, «El pícaro de Aristófocles», lo veo ya, que tome buena nota quien lea estas crónicas…

La obra comenzó y el personaje de la pícara apareció desde el fondo del público, ataviado con un ropaje humilde, a la época del siglo XVII, que demostraría capaz de multiplicar en efectos para crear una miríada de personajes. El bastón también ayudaría, por el momento, el público tuvo que adaptar sus entendederas a la rima, al habla en verso, y verborrea de un castellano antiguo, pues este protagonista se expresaría así casi todo el tiempo. «Desconda sus manos blandas y dé limosna, galán» interpeló a alguien del público.

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Aida Santos demostró su gran dominio corporal, con múltiples muecas, tonalidades de voz, esfuerzos físicos y un dominio pasmoso de la emoción, siendo capaz de hacer carcajear al aforo e, instantes después, que se sobrecogiesen con la pena asomando. Pero no cundió el pánico, que la comedia y la ironía fueron la tónica en estas aventuras. Un relato sobre las peripecias de una mujer, una comediante, en aquella época, cosa inaudita (sirva como reivindicación feminista), que se desarrolla como un homenaje al teatro del Siglo de Oro, entreví los entremeses de Cervantes, por supuesto, pero también a Lope de Vega o Calderón de la Barca, por citar colegas de profesión. Recuerdo acompañar al bueno de Cervantes alguna noche tabernera y, bueno… esa es otra historia, ya la contaré, lo importante aquí es que Aida Santos Allely ha sabido captar perfectamente su esencia y acercarla al público más amplio, que se vería embelesado con las desventuras y suertes de la protagonista.

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Además no dudaba en interpelar a los espectadores si quería más energía: aplausos, interpretación espontánea de Cervantes o reacciones de todo tipo. «Con lo bien que me he muerto, ni me habéis aplaudido». No temía romper la cuarta pared, como dicen los modernos, «¡esto es un teatro interactivo!» y meter muy a cuentagotas conceptos como Star Wars o HBO o el silbido de WhatsApp (yo ahí me perdía). Una obra extensa que se hacía breve, empleaba toda clase de recursos a su alcance, porque «cuando lo imposible se quiere lograr, lo absurdo se debe intentar».

Una actuación que apenas necesita elementos externos para narrar la historia, que todo el peso recaer en la actriz, toda intensidad, y cuyo texto es rico e inmenso, y no descuida una coma, un gesto o un silencio. «¡La memoria que tiene esa mujer!» aclamó una espectadora a la salida del teatro, cuando el clima había dado tregua, satisfecho de habernos juntado en la sala de Viento Sur Teatro. Las tablas de Aida se apreciaron por todos, sin necesidad de ser un experto como yo, saltaba a la vista y surgió una trémula sospecha, prematura, sí, pero que ahora me vuelve a visitar al revisar mis apuntes… ¿es esta, quizás, la mejor obra de este feSt 2024?

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12 de octubre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Volvió la lluvia a Sevilla y comencé a preocuparme de que los vivos lo achacasen a mi presencia, con eso de que queda medio mes para Halloween o vete tú a saber qué… Es rara la presencia de la lluvia en Sevilla, pero nada iba a ser normal aquella noche. Mi no-cuerpo apareció en el patio interior del TEATRO TNT, como caído de una nube oscura, observando cómo la gente se agolpaba en aquel pasillo abierto pero bajo techo, en grupos numerosos, con una charla despreocupada que se extendía hasta la hora de entrar en la sala. Salí del barro sin dejar huellas y me adentré en la sala habitual, sin esperar a que concediesen el acceso. No había nada preparado, sólo oscuridad, y aquello me extrañó profundamente. Cuando oí ruido de movimiento fuera, en el pasillo, parecía que se alejasen y me hizo volver a salir al pasillo. Por primera vez en mi postvida vi que al fondo se había abierto otra puerta y allí daban acceso a una sala, un escenario, más acogedor que el habitual, por lo que sería una experiencia íntima.

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Tomé asiento en primera fila. Ya había alguien, pero al sentarme sobre él y atravesarle, de un respingo se puso en pie y determinó que prefería irse a otra fila. Buena decisión. Tomé el folleto que había olvidado y leí que estábamos a punto de ver ECOS EN EL FANGO de La Machina Teatro. Leí también: «Ecos en el fango explora la violencia machista en el ámbito familiar, donde las experiencias de malos tratos y abusos hacia la mujer desbordan la noción misma de “violencia de género”, ya que afectan e influyen en los hijos e hijas.». Dicho así, reconozco que fui yo ahora quien dio el respingo. Pero lo que encontré en aquella sala fue muy diferente a lo esperado de una fría sinopsis. En torno a una mesa y dos sillas, dos personajes, interpretados majestuosamente por Patricia Cercas y Elena Martinaya, comenzaron a descarnar unas vivencias que parten de un punto aterrador: Dos hermanas se encuentran tras años sin hablarse porque su hermano ha asesinado a su madre. Vemos como la psicología de ambos personajes van a desgranar esa violencia sobrevenida durante años y destilada de la figura paterna, pero cada una de ellas tiene su manera de filtrar ese rechazo, y ahí está lo más llamativo de la propuesta.

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En un caso así, ¿el hermano seguiría siendo un hermano al que tratar? ¿Los asesinos o los abusadores encajan en un árbol familiar, una vez superada la intimidación y la aterrada obediencia? Temas que inquietan y que, como espectadores, nos hacen estar muy pendientes de esta obra. Además su desarrollo está aupado por recursos sonoros (llamadas, música, grabaciones), así como alguna mínima proyección (esas cartas sin remitente) y juegos con luces muy expresivos. No obstante, creo que uno de los puntos fuertes de esta obra es el texto. Por ejemplo, me viene a mi memoria de eidôlon, la brutal y acertada descripción de su madre a medida que ellas crecían: «cada vez se hace más pequeña, hasta que es una silueta en el suelo y, de tanto pisarla, se acaba borrando».

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Intercalaban monólogos con escenas conjuntas, oxigenando el ritmo de la obra, resultado también conseguido cuando interpretaban a sus yoes infantiles, distinguibles mirillas al pasado, que ahora se puede analizar con ojos y miedos adultos. Han sido capaces de narrar todos los recursos que puede emplear un maltratador, pero también la mirada incapaz del niño, el despertar adolescente a las consecuencias físicas, los silencios impuestos, las mentiras forzadas. «Hay quien tiene un bunker en casa, ¿imaginas desaparecer en casa?». De nuevo, el texto, como un bisturí: «Papá nos rompía y nos arreglaba cada vez. Mamá estaba rota. Mamá estaba rota y seguía funcionando». Me inclino en señal de respeto. Como también me gustó mucho el momento en el que, mediante metáforas y narraciones en torno a la pintura contemporánea, describen entre líneas como sometían a sus víctimas estas fuerzas masculinas que las tenían hipercontroladas y magulladas.

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Ese día nadie podía esperar nada. Todo estaba por configurarse. Salimos todos trastocados, satisfechos, sí, pero turbados por dentro. El cielo seguía gris, agónico, pero ya no llovía. Oía a mi alrededor, mientras salíamos, que vaya obra, que qué bonita, pero que qué horrible. Y es que La Machina Teatro ha sacado brillo a una historia que son muchas, que conviven ahí fuera con nosotros, y que hay que arrancar de cuajo de la sociedad. Y qué mejor detonante que la creación artística.

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13 de octubre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Un festival acoge diversas obras porque responde a la necesidad de complacer a todo tipo de público, es una razón noble que debe mantenerse. Por ello entendí natural que mi materialización pasara de un drama social enfocado en la violencia de género hacia una obra llena de luz y amabilidad dirigida a un público infantil y no tan imberbe (de cero a noventa y nueve años, que se suele decir… aunque ¿qué pasaría con los que llevamos veinticuatro siglos a la espalda? ¿Cómo me afectaría presenciar una obra así?).

Lo primero que percibí al aparecer desde el no-lugar del que provengo fue la música: Violines, percusiones, muy ambiental y alegre, con cierto aire medieval o barroco. En aquella sala oscura, el escenario disponía de tres arcones de mimbre trenzado y un biombo rojo al centro. Fuera de la escena, las butacas ordenadas en filas delataban que las primeras líneas ya fueron conquistadas por niños, cuyos padres los vigilaban desde las últimas filas, con cierta dosis de libertad simulada, suficiente para que ningún bando se inquiete. Aunque también había adultos solitarios que esperaban el comienzo de la obra. Ya imaginaba dónde estaba, así que fui al acceso de sala, en busca de luz para confirmar mis sospechas, y ahí estaba Maite Lozano, cofundadora de VIENTO SUR TEATRO, supervisando que todo estuviese como se debe. En la puerta un cartel poster anunciaba que en breve arrancaba LAS AVENTURAS DE DON QUIJOTE de Uno Teatro. Una extraña luz inundaba el pasillo, una luz muy potente y nítida. Hacía muchísimo tiempo que no veía obras de teatro durante la mañana y eso me puso de buen humor.

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Una vez cerraron la sala, apocada la música, el trío de actores (Nieves Palma, Lúa Santos y Ricardo Luna) apareció en plena carrera desde el fondo de la sala para atravesar al público y alcanzar el escenario, ataviados con ropajes similares a los de Lope de Vega (ojalá vuelva esa moda, qué amplitudes entre el calzón y la camisa valona, qué fresquito para la carnalidad). Comenzaba la adaptación de la obra magna de la literatura española por esta compañía cómica y titiritera, para sorpresa de los presentes, una recreación multidisciplinar.

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A lo largo de la representación desfilaron recursos como títeres, mascaradas, bailes, muñecos gigantes, cambios de vestuario, modulaciones muy diversas de la voz, recursos sonoros, participación del público, referencias ilustres a dramaturgos y escritores de la época, y, más allá del elevado nivel interpretativo, mucho, muchísimo humor. Fue una propuesta completísima que contentó a grandes y pequeños, que magnetizó a este fantasma, casi al borde de la envidia, pues me encantaría haber adaptado una obra con estos vericuetos escénicos. El talento de los actores aquí es más que patente.

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Por otra parte me gustaría hacer zoom, como dicen los cámaras que cubren el festival, y subrayar el nivel estético que tenían las marionetas. Primero el público se topará con un Rocinante muy cómico pero que se deshará en complicidad con los niños de la sala. Pero poco después veremos desfilar a un Alonso Quijano, con esa mirada entre la realidad y la ficción, muy elegante; a un Sancho Panza, quizás algo más hiperbólico en sus atributos; pero también personajes cervantinos (y sempiternos) como algún vecino, el cura, mozos o gigantes, todo con un alto nivel de detalle. Son piezas muy bellas, ya por eso merecía la pena.

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Además la forma de resolver episodios como la lucha contra los molinos de viento (¡que son gigantes!) o la quema de la biblioteca de Quijano (esos abanicos con telas rojas y amarillas que recordaban a recursos del teatro asiático), me pareció de una belleza superior y una manera atractiva de transmitir el sinsentido y la confusión que podían sentir los personajes protagonistas, «la razón de la sinrazón».

«¡Viva nuestro gobernador Sancho!» gritaba la mitad del público, bajo la dirección de estos actores, «¡Larga vida!» respondía la otra mitad con entusiasmo. Sin duda, una obra que nadie debería perderse, sea grande, pequeño o eidôlon. Larga vida a la creatividad de Uno Teatro.

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13 de octubre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Hay algunos juegos que, cuando te sancionan por una regla o arbitrariedad de un jugador, obligan a empezar de nuevo desde la casilla de salida. Algo así sentí, horas más tarde, cuando sin mediar el descanso habitual, me vi aparecido de nuevo, ese mismo domingo 13 de octubre, en PLATEA ODEÓN IMPERDIBLE, donde todo había comenzado este año. Casilla de salida, reinicio. Bajo el neón azul pasaba una afluencia de público considerable, eso me entusiasmó, todo acompañado de una música pop a gran volumen que se proyectaba por diferentes altavoces del espacio. Algunos pedían sus bebidas y tomaban asientos, yo fui junto a un periodista que manipulaba su cámara junto a un café recién servido y esperé. En sus notas pude leer que aguardaba el comienzo de una obra llamada MIGAS de Bronte Producciones y, por la foto del folleto, parecía que se avecinaba un videoclip pop. Quedaba intrigado. También leí en sus apuntes, «Las zapatillas verdes, muy buen corto, ¿misma esencia? Pendiente confirmación». Comenzó la música y salieron las actrices con sendos monos, verde y dorado, que tenían mucho brilli-brilli en común.

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Comenzó una obra que se mecía entre la sensación de monólogo y de preámbulo de musical, algo incierto para un dramaturgo de la Grecia Clásica como yo, no sabía por donde tirarían. Y comenzó a dibujarse el argumento: Dos artistas que apuestan por un espectáculo, se endeudan y luego no tienen cómo responder a sus compromisos. Todo ello desde una huida hacia delante, con optimismo. «Nos gastamos todo nuestro dinero en una dramaturga, la más famosa». Pero esta obra fue atravesada por un contratiempo técnico que ya aprecié cuando partí desde este mismo punto: las reverberaciones. El volumen de los altavoces crea ecos en aquel espacio abierto y a veces dificulta el entendimiento cuando los microfoneados hablan fuerte o muy rápido. Bien, pues estas actrices hablaban fuerte y rápido. Me costaba entenderlas sin que resultase algo molesto.

No obstante, Platea me resulta un lugar acogedor, estéticamente puede que sea uno de los mejores de la ciudad, pero debe luchar contra ese hándicap del espacio sin paredes. Respecto a la obra, más allá del argumento esbozado, debo reconocer que no terminaba de captar a dónde iba, qué sentido desarrollaba a lo largo del tiempo. Me parecía que, como un remolino en el agua, mareaban una misma casuística sobre sí misma, para reincidir una y otra vez sobre esa situación calamitosa que no terminaba de solucionarse y cuyas consecuencias postergaban hasta su inevitabilidad, algo predecible. Y, como siempre, me da por observar al público, la intermitente atención en lo que ocurre dentro y fuera del escenario, algo habitual para mis crónicas, y… el lenguaje no verbal del público delataba falta de conexión. Era un quiero y no puedo. Miraban aquel desarrollo, bregaban contra la acústica pero no terminaba de producirse la chispa. Caras apoyadas en la mano, cuchicheos largos entre asistentes, brazos cruzados. La pareja que estaba detrás, a la media hora, aprovechando que desaparecieron detrás del biombo para cambiarse, se levantaron con prisa y se fueron. Me parece descorazonador cuando esto ocurre a veces, no soy la clase de eidôlon que va en busca del fallo, eso no es constructivo. Pero me gusta ser honesto conmigo mismo.

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El espectáculo de Migas es irregular y, sospecho, no funciona fuera de un público con un rango de edad muy concreto, unos hábitos muy marcados (muy fan de cultura pop televisiva), e incluso me aventuraría a decir fuera de Madrid, porque tiene un humor o referencias muy localista que, a los que no viven allí, pueden no entender o no importarles. Y eso puede pasar con cualquier ciudad del mundo, pero se suele dar con más frecuencia con las capitales, es mi experiencia, en Atenas creían que todas las polis conocían los barrios atenienses y era un shock para ellos entender que igual en Mykonos no tenían por qué manejar ese callejero. Es más, sería igual de desproporcionado que los artistas de Mykonos fueran a otros lugares y buscaran la risa lanzando chistes sobre los gigantes que Heracles enterró en su isla. Por ahí no van los tiros de eso que se suele decir del Arte mayúsculo que «lo local es universal», hay que aterrizar en lo esencial humano.

Las actrices (Noemi Climent y Rut Santamaría) que ejecutaron esta obra lo dieron todo, eso nadie lo pone en duda, se apreciaron sus tablas y su alto ánimo frente al público tibio, y eso es aplaudible. Pero el humor es lo que más hizo aguas, un humor muy de los años noventa o principio de los dos mil, me duele reconocerlo en un espectáculo tan optimista. Pero la simulación de tertulianos de Telecinco (eso anotó el periodista) o chistes fáciles como decirle a una peluquera que quiere un cambio de look que se vea «Fuenteovejuna pero que no parezca viejuna», es… en fin. Creo que hay margen de mejora. Especialmente con la duración y la repetición, a veces una broma estaba bien pero la alargaban demasiado y se hacía cansina (hablar en rima, por ejemplo, o el «Off, off, off, off-Broadway»); otras hablaban tanto y tan rápido que se pisaban (momentos en bata), y creo que se potenciaría mucho más su obra si tuvieran un tempo más relajado y se respetasen los turnos, salvo en momentos de acción. Sugerencias de alguien que no sabe nada de esta época, humilde punto de vista, lo sé, pero son mis crónicas y debo ser honesto con mi propia letra.

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Y debo destacar que, sin realmente hilarlo con nada de la obra, incluyeron un episodio «hablemos del cáncer», que no sé bien cuánto hay de real o no, y no entro a valorar su contenido, pero sí que no se encadenaba con la historia, y se sintió muy forzado y abrupto. Bravo por el speech a favor de la sanidad pública, pero creo que no encajaba. Ocurrió lo mismo con el final, la ocurrencia del título de la obra, muy forzado.

Salvaría los guiños a Mortadelo y Filemón y a Virginia Woolf. Incluso algunos chistes desde la superación del cáncer, como aquel de «el día contra el cáncer de mama es como si fuera mi cumpleaños». Y la energía de estas actrices, rebosante. Pero reformularía toda la obra si estuviese en mi mano, cosa que, por suerte para todos, nunca será así.

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Y con este sabor agridulce, sonrío con aceptación de que, algo propio de los festivales, son estas turbulencias entre obras que entusiasman y otras que no se terminan de entender. Es natural. Pero esto sólo ha sido la mitad de este gran Festival de Artes Escénicas de Sevilla en su edición de 2024. Sospecho que la semana próxima, cuando retomen las obras, volveré a transfigurarme frente a otros escenarios, porque el programa de espectáculos continúa y, desde aquí, animo a todo el que me lea a asistir a este carrusel de experiencias y emociones. ¿Se abrirá el cielo a partir del ecuador del feSt o nos recibirá con la mayor de las tormentas? Lo descubriré en un parpadeo (así funciona los viajes en el espacio-tiempo). ¡Queda mucho feSt en Sevilla!
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