El calendario cinéfilo de la ciudad arranca en noviembre y toda la ciudad es consciente. El SEFF, siglas inglesas del Festival de Cine Europeo de Sevilla se inicia en su 21ª edición para ofrecer nuevas voces y viejos hábitos dentro de sus salas. Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” encuentra la manera de participar este año de una manera mucho más activa en su amado festival.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica I del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla
Por lo general, aunque sostenga buen marketing, nadie tiene mucha fe en la resurrección. Así, como truco de magia empresarial, el giro final de guion. Hace un año se vaticinaba el fin del Festival de Cine Europeo de Sevilla, entre espasmos y epitafios, pero que nadie malentienda, aquí nos gusta la hipérbole como a un tonto un lápiz (sospecho que esa frase la popularizó alguien que fabricaba bolígrafos). Entonces la alegría que me surgió tras leer por Instagram que la 21ª edición del SEFF llegaba tan vigorosa (más salas, más secciones, más encuentros) hizo que saliera a las calles, que corriera en direcciones azarosas (pero pal centro) y que, cuando me encontré con las famosas claquetas gigantes dispuestas por la ciudad, corriese a estamparme contra ellas con una sonrisa bobalicona que luego fue un mueca de disgusto (es que uno no calcula bien cómo abrazar tales magnitudes, la hostia fue acústicamente exitosa, algunos peatones aplaudieron la interpretación).
Lo importante fue el clonk-clonk casi simultáneo. Es decir, no fue estrellarme y sonar clonk, que hubiese sido lo lógico, lo que dicta la Ley de Urbanismo, lo mínimo que se le puede exigir a una claqueta de metal que recibe un impacto de hueso y tontuna. No, no… sonó clonk-clonk. Extrañado, mientras me acariciaba el dolor de cara, rodeé la claqueta a fin de encontrar una explicación y, en lugar de respuestas, encontré reproches. Justo había ido a parar, como otra corriente marina que impacta con el mismo rompeolas, Luco Larzo, mi antagonista, luego cómplice y ahora reprochador de los últimos años. Luco pareció más tocado que yo: «Víctor Vigía… Víctor Vigía… ¡Víctor Vigía! ¡VÍCTOR VIGÍA!», le tuve que cerrar la mandíbula a la fuerza, forcejear para que dejara de oxidar mi nombre con el aire que apenas nos separaba, y cuando se contuvo cambió mi nominación por multitud de reproches acerca de mi ausencia esos meses. Puede que prometiese estrenar el SEFFUMENTAL que estuvimos rodando la pasada edición (documental del SEFF, oh, qué ingeniosos con el bautismo, lo sé). Puede que también aseverase que ya tenía un productor y que todo estaba bajo control (a veces la realidad se opone a lo que proyectas en tu mente, algunos lo llaman irresponsabilidad, otros «El asalto de la fantasía»). Total que prescindí de Larzo porque es intenso e impaciente. Y de aquellos lodos, estos… ¿cómo era la frase?
Por suerte los cinéfilos tienen un mecanismo de desactivación muy rápido cuando están en las proximidades de un festival de cine. Quedamos en acudir juntos a la primera proyección del festival, que no se preocupara por las acreditaciones, que yo me encargaría. Por supuesto, cuando nos despedimos, y cada uno pa su casa, tuve que dar muchos rodeos antes de llegar, ya que había constatado en varias ocasiones que el tipo me estaba siguiendo con deficiente disimulo. Saludablemente desconfiado, como debe ser.
El viernes 8 de noviembre estábamos en Plaza de Armas, el centro comercial, no la estación, y allí, como un sabueso fiel, mi viejo compañero estaba esperándome. Fue toda una novedad estrenar las salas de Odeón dentro del marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla, ya que fuimos los primeros (impacientes ambos) en atravesar ese control de acceso en aquel nuevo tentáculo para proyecciones y encuentros. «¿Pero cómo has conseguido entrar este año?» me preguntaba insistente cuando buscábamos nuestra fila, «que me dejeh» solía responder de forma implacable. Al poco llegaron los profesionales y, en pocos minutos, nos rodeó el alboroto clásico del reencuentro de compañeros que cubrirían esta edición del festival, se disparaban datos, a qué película vas mañana, te has enterado de la polémica de tal, blablablá. Fue decir «creo que voy al baño» y comenzó la película; tocó hacerse torniquete mental.
La película que abría esta temporada fue FARIO, el debut de Lucie Prost, directora francesa que nos presenta una historia que persigue a un joven protagonista, un chico inmerso en una confusión desorientadora, que cree que puede huir de sus fantasmas con distancia y drogas, pero que, en cuanto pone un pie en su pueblo natal, tanta normalidad y atenciones le comienzan a comer por dentro, porque él mismo está contaminado, le cuesta verlo, con pensamientos, traumas y una búsqueda constante del yo.
Pero hay espacio para la protesta ecológica, para la reflexión sobre qué supone pasar página, e incluso para la comedia más contundente. De hecho comienza con una escena en la que se encuentra en un aparte de una fiesta con una chica y quieren intimar algo más pero no le responde su miembro y ella, despreocupada, le pregunta si quiere que vayan al cine. Ahí le di la razón, por supuesto eso no te arregla los gatillazos («He depuesto las armas y no sé por qué») pero vaya si te anestesia unas horas. Momentos así salpican toda la película que manifiesta una intriga constante hacia el interior del protagonista, que parece casi inexpresivo, porque está muy secuestrado por cosas que no entiende. Además se despliega aroma a thriller cuando comienza a investigar científicamente si una explotación minera (la excusa para estar donde está) está contaminando a las truchas de un río próximo en el que suelen ir a divertirse. Confía en que sufren una mutación por supervivencia pero se aviva la idea de que todo sea una proyección de lo que se remueve en su conciencia.
Una película que nos dejó buen sabor de boca, que compite en Sección Oficial, y que sorprende porque no es lo que uno se espera. Además me encantan los personajes complejos, le dije a Luca: «Me encantan los personajes complejos» para ser coherente con mi monólogo interior. Y es que hay muchas contradicciones intencionadas, como una preocupación por el medio ambiente o temas relacionados como el veganismo pero luego no se deja de fumar y beber en toda la película o incluso consumir otras drogas de forma eventual. Es como manifestar una búsqueda de salvación del medio desde una destrucción personal. No obstante, se alcanzan momentos visuales muy poéticos, como las truchas con luminiscencia o la exaltación de la amistad más allá de las diferentes opiniones. Todos se escuchan, incluso persiste ese lema de «si le hace feliz» y hay un dejar hacer que es muy sano.
Cuando salimos de la película, me quité de encima a mi sombra por medio de un premio. Tomé entre dos dedos un folio impreso, una invitación, y la agité por la cara desconfiada de mi acompañante. «Tengo una misión para ti» le dije, como si no pudiese rechazar la oportunidad. Ante las preguntas, silencio. Leyó el folio, asintió concentrado, me preguntó por qué sólo una entrada, dije cualquier imbecilidad recubierta de grandeza, laureles para él, se guardó el papel en el bolsillo interior de su chaqueta y se largó. Ojalá todo se arreglara así de rápido. No me dio tiempo a celebrarlo porque le oí correr hacia mí de nuevo. «Dime tu número de móvil, tendré que pasarte el material, ¿no?». Vaya trampa autoinducida… Por supuesto se lo di, ¿cómo se sale de eso con los labios sellados?, y me largué casi antes de que girara la esquina, que lo siguiente ya sería que le dejara un maldito riñón o algo peor como que le siguiera en Instagram.
Aquella noche sería la gala de inauguración del festival, le encomendé que la cubriese para mí, para luego hablar sobre ella… Casi se me escapa dónde lo publicaría, que tiene todo que ver con cómo consigo las entradas, pero mientras pudiese resistiría la tentación de narrador. Por mi parte, iría a una cita crucial si quería respetar mis gustos como espectador: El estreno de la segunda película como director de Johnny Depp titulada MODI – THREE DAYS ON THE WING OF MADNESS.
Habían anunciado por todos los medios posibles que el afamado actor y director vendría a Sevilla con motivo del SEFF, pero nadie había expuesto si haría presentación de la película en sala o algún photocall o iría a comer un serranito en Casa Paco. Era todo secretismo y rumorología. Imaginé que un pase para prensa y abonados no sería el lugar que invocase la presencia mágica de un actor de ese calibre. Pero había que intentarlo. Fui esta vez hasta los archiconocidos MK2 CINESUR NERVIÓN, en los que he visto tantísimas películas los últimos años (y a los que me he colado de formas muy originales y variopintas, eso también me enorgullece). A las 17h proyectaban la película y, cuando accedí a la sala, me sorprendió bastante encontrarla semivacía. Pensé que, siendo una película de Depp, aquello estaría a rebosar de periodistas pero… sorpresa. Mientras me acomodaba en mi butaca, escuché a unos periodistas comentar que se había confirmado que Johnny Depp se alojaría en el Hotel Alfonso XIII y que mañana al mediodía habría una rueda de prensa, nada más y nada menos que en el Alcázar de Sevilla. Me hizo mucha gracia que dijeran «en el Salón del Almirante», muy honorífico a su categoría de Capitán de navío (Jack Sparrow). Por supuesto, intentaría ir para hablar de tú a tú con Depp, de director a director (aunque aún no he estrenado un largometraje en sí, pero fui director de Cine Breve y creo que con eso nos entenderemos).
La película es un biopic de una etapa en la vida personal y artística del pintor y escultor Modigliani. Una película que arranca con una escena que se entiende al final de la misma pero que nos mantiene atento durante todo el metraje a una escultura concreta. Me sorprendió notablemente (y creo que es el pálpito de toda la sala, por lo que pude oír al finalizar) que se tratase de una historia cuyo protagonista, Modigliani, «Modi», el artista torturado por su falta de éxito, se moviese y casi bailase en las escenas de acción como lo haría el propio Johnny Depp con sus numerosos y característicos personajes. Realmente hay incluso una escena en la que tiene que huir de un restaurante y salta sobre las mesas, se esconde bajo ellas, tiene una lucha de espadas con un baguette y, entre carrera y carrera, florecen las bromas y gestos, todo muy, muy Sparrow, sinceramente. Imagino que es muy intencionado, como marca de la casa, pero sorprende ver a otro actor actuar así, sabiendo que Johnny le pauta la coreografía.
Y es que es una comedia que baila entre las ruinas y el fuego, entre un París que es bombardeado y unas vidas personales que hacen agua por todas partes, pero el humor y la camaradería salvan a sus protagonistas de una vida dura, embarrada en los fangos del fracaso y la pobreza extrema. Pero esa comedia ilumina esta obra desde los propios formatos en los que se representa. Vemos formatos más cuadrados, también en blanco y negro, típico del cine mudo (incluso llegamos a ver en una ocasión un letrero con los diálogos de los personajes), cámaras rápidas de los añejos tiempos cinematográficos, y una gestualidad que recuerda en más de una ocasión a la obra de Buster Keaton (especialmente huyendo a toda velocidad de la policía), quién sabe si inspiración sempiterna para la carrera de Depp.
«La destrucción es creación» se llega a decir, en reflexión sobre los artistas en tiempo de guerra, pero es una actitud inmadura que acompañará a la crítica que se hace de fondo a la propia batalla, a su inutilidad, y las actitudes que conforman esa atmósfera, desde clasismos hasta mediocridades de todos los colores. No obstante, en la nueva película de Johnny Depp no existen personajes malvados, crueles o retorcidos; muy al contrario, vemos personajes secundarios cálidos y benevolentes, más allá de sus penurias, y los antagónicos son aquí más ridículos y tibios que cualquier otra adjetivación. A veces me recordaba incluso a las figuras paternalmente malévolas de las obras de Dickens (pienso en su representante o en el coleccionista, atinada interpretaciones de Stephen Graham y Al Pacino). Todo algo azucarado, ese es el sabor de boca final, casi como si se hubiese preocupado en poder venderlo a todas las plataformas o que se pudiese emitir en cualquier franja horaria.
Por cierto, hablando de Al Pacino, creo que una de las mejores escenas de la película es precisamente la protagonizada por él, como el coleccionista Gangnat, y el propio Modigliani, el actor Riccardo Scamarcio, puro tanteo y estocadas, medir los ataques, defender los valores, tratar de comprar las creencias del otro y ver hasta dónde manda uno sobre su hambre y su Arte.
Por otra parte, se enaltece reflexiones sobre el propio arte o la conducta de artistas. Recuerdo alguna excusa mentada como «Procrastino. Como Da Vinci» pero también otras preguntas abiertas sobre el hecho de tener que dar a conocer nuestra obra como artistas todo el tiempo «¿Cuánto tiempo tenemos que buscar a las personas que no nos están buscando?» o la ironía lanzada sobre la típica frase de labios incautos que, al ver una obra de arte moderna, dice aquello de «eso lo haría mi niño». Además, la música tiene una presencia incontestable en esta historia, casi diría que con una clara inclinación europea, con mucho jazz, algo de clásica, una pieza en español y algo más en italiano e inglés. Lo cierto es que es muy variada y eso enriquece la obra, porque encaja perfectamente con cada escena y tono. De hecho, al final de la misma, vemos que está dedicada a su compañero de banda, Jeff Beck, quien murió el año pasado y a quien acompañó en sus últimos momentos.
Salí de aquella película bastante pleno pero, como siempre pasa cuando estás dentro de la rueda de un festival de cine, uno nunca sabe cuándo parar. Es parte del juego, a veces te pasas y otras llegas en su justa medida. Al menos tratas de nunca quedarte corto y tener menos experiencias que las mínimas a las que puedes optar esos días. Por ello me fui a por un café y, un rato más tarde, entraba a la sala 1, la más grande de MK2 CINESUR. Allí proyectarían LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA, película de Mohammad Rasoulof.
Esta obra era un misterio para mí. Me había llamado que fuese una producción iraní, ambientada en el propio Irán y dispuesta a criticar la represión que sufren jóvenes y mujeres por aquella teocracia, especialmente con los abusos policiales y las penas de muerte masivas. Todo desde un prisma doméstico: El padre es ascendido como Juez de Instrucción para estudiar casos a los que atribuyen penas de muerte. Lleva veinte años siendo un jurista dedicado, sin dejarse tentar por corrupciones ni dejar de estudiar a fondo cada caso. Pero el ascenso le hará estar en el punto de mira de grupos de poder que van a diezmar sus principios entre una situación de peligro dentro y fuera de la administración a la que pertenece. Pero aquí los laureles deben ir, sin lugar a dudas, al elenco femenino que interpretan los papeles de esposa e hijas, las actrices Soheila Golestani, Mahsa Rostami y Setareh Maleki. No es sencillo el trabajo que han hecho, tanto de madre conservadora y temerosa de consecuencias políticas, como las hijas, mucho más abiertas al cambio y a entender que el castigo indiscriminado no debe ser permitido durante más tiempo, aunque sea su padre quien ejercer tal tarea.
Es una obra valiente, con una idea actual y que se nutre de recursos muy familiares y útiles para transmitir la historia, como que las jóvenes se informen de lo que ocurre en las calles mediante vídeos verticales en redes sociales, ya que las noticias contradicen la verdad que están padeciendo. Se demuestra esa brecha generacional. Por otra parte es una película bella de contemplar, a veces se recogen unos paisajes que atrapan, especialmente en la segunda parte de la película, así como hay muchísima presencia de los momentos de comida, almuerzos, cenas, té… Momentos cotidianos que a mí, por lo menos, me gusta ver y aprender sobre esas costumbres.
Por poner un pero, creo que la película es excesivamente larga. Hay momentos en los que flaquea la tensión y me hizo desconectar por desgracia. O quizás sea culpa mía, un día largo que ya me carcomía la atención. En cualquier caso, me reafirmo que 168 minutos son demasiados para esta historia, pero que la interpretación de las actrices eleva la obra y la hacen magnética, especialmente al inicio y en el momento final.
Cerré el día a las doce de la noche, suficiente para una primera sesión. El móvil estaba atestado de mensajes de Larzo, me hizo gracia el primero: «Al final he pasado de ir a la gala… Lo siento pero me aburren muchísimo. A cambio he ido a ver La Misión al Cine Cervantes (te paso foto), aquella mítica película protagonizada por Jeremy Irons y Robert de Niro, y con esa banda sonora tan mágica… ¿Sabes que podremos ver a Jeremy Irons la semana que viene hablando de esta película con su productor David Puttnam?». Por supuesto, tenía ya mi entrada a buen recaudo para ese encuentro. Ahora, el único ticket que quería que me validaran con urgencia es el de mi almohada. Que me dejeh.
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