A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA IX: CIELOS – Sergio Peris-Mencheta y Barco Pirata
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
9 de diciembre de 2023 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Los ojos son pájaros indómitos, van donde les da la gana, de nada sirve razonamientos o amenazas, mucho menos los esfuerzos de domesticación; a la ínfima oportunidad planearan hacia la atención que les surja, aunque no les interese lo más mínimo. Esa mecánica cuántica del visor humano subyace más allá de la muerte, lo aviso, empirismo de eidôlon. Estaba yo sentado en los sofás del vestíbulo del Teatro Central, con la mirada errante entre el profuso público que llegaba, vestidos como hijos de su época, con sus vestidos, sus chaquetas, sus vaqueros oscuros, sus pañuelos o bufandas, algunos con sombrero, otras con tacones, maquillaje arriba, corbatas abajo, y yo me preguntaba: ¿qué inframundos hago yo con una túnica y una cuerda alrededor de la cintura? En mi barrio, allá por la Grecia Clásica, teníamos un dicho que decía «el camello no ve su propia joroba», pero yo llevaba semanas con un espejo delante y ya me daba vergüencita estos ropajes, si soy sincero.
En principio, auspiciado en mi naturaleza ultraterrenal, debo confesar que me decidí por tomar prestado algún que otro abrigo del amable público, una vez lo dejasen apoyado a los pies o brazo de su butaca. Nadie se percató de estos movimientos propios de poltergeist y probé varias modalidades, que si un tres cuartos azul, ora una chaqueta de pelos largos morada, ora algo de lana trenzada con el dibujo de un reno… pero no me sentaba bien. Quizás era la conciencia, estorbo de incautos, que hacía que no me acomodase a esas prendas y las devolviera a sus dueños sin que se percatasen. A saber a cuántos malhechores potenciales ha desviado de sus lucrosos resultados. Ya buscaré un vestuario acorde a esta época, no tuve tiempo a más, se fue la luz en el auditorio, estábamos más allá de la hora programada y una sutil niebla artificial acompañaba a los espectadores en su toma de posesión de las butacas designadas. Se iniciaba CIELOS, obra de Wajdi Mouawad, dirigida aquí por Sergio Peris-Mencheta y Barco Pirata.
Sin duda esta obra de teatro es hija de su tiempo y, para subrayarlo, simula una tecnología propia de un futuro próximo y enarbola un discurso con raíces en el pasado más reciente, esto es el siglo XX y sus belicosidades. Esta propuesta es muy psicológica, te invita a resolver el misterio de la mano de sus protagonistas, siendo prácticamente, en su esencia, una de esas piezas exquisitas de habitación cerrada, aunque hayan sabido sacar partido a su escenografía de tres niveles. Allí, un equipo de inteligencia gubernamental, interpretado por intentará parar a tiempo una amenaza terrorista múltiple y cifrada que, al parecer, puede tener conexión con el suicidio de uno de sus miembros, considerado un genio entre sus filas. Toda una apuesta a contrarreloj que mantuvo al público expectante.
No quiero mencionar de pasada el que considero que es el punto fuerte de esta obra: la escenografía diseñada por Alessio Meloni, junto a la iluminación de David Picazo. Tres niveles, de cielo a suelo, que considero plagado de simbolismo. Encontramos, en las alturas de una pieza rectangular, azotea con barandilla, un espacio transitable, con esculturas inquietantes de ángeles y un observador con prismáticos (el cual de forma azarosa apuntaba a mi posición entre el público), un espacio en representación de una geografía yerma inherente a un futuro deshumanizado, según se explicaba, y en la que la obra se iniciará y finalizará, en busca de sentido circular.
En término intermedio, encontramos la sala de operaciones de este equipo, encorsetada en un rectángulo de neones blancos, cuyas paredes internas simulan el cemento, presentando la del fondo relieves de raíces, para ofertar la doble idea de estar bajo tierra, es decir, en un lugar secreto y protegido, y de ser un lugar focalizado en llegar al meollo de los asuntos, «a sus raíces». También presentan a sus laterales paneles de botones iluminados, presencia tecnológica al servicio de sus intereses. Una mesa central y taburetes repartidos por la sala dan el juego suficiente para que los actores dialoguen en torno a ella y tomen posiciones en cada diálogo. A mano encontramos pantallas de cristal transparentes pero iluminadas o cables extensibles que harán la función de tablets y teléfonos futuristas. Bueno, para mí casi todo es futurista, un peine mismo, pero creo que se me entiende. A su vez, entre ese espacio y el público han dispuesto una fina tela que permite dar impresión de que vemos a través de las paredes y, a su vez, servirse de todo tipo de proyecciones contra la tela, recurso que emplearan con profusión, tanto para simular presentaciones digitales, como videollamadas u otras excusas audiovisuales.
Finalmente, la planta inferior, cubículos que representarán los dormitorios individuales de ellos, la profundidad física pero también emocional de cada uno, desde allí nos transmitirán sus verdaderas circunstancias, ajeno a lo profesional, sus miedos, algunos tragos de todos los colores, sus contactos con sus seres cercanos y, al fin y al cabo, su rescoldo de humanidad. Por lo que merece la pena salir ahí fuera y seguir peleando. Espacio cubierto con esa fina tela que sirve de nuevo para proyecciones que en todo momento versarán sobre sus estados emocionales.
Dicho lo cual, me parece excelente la idea, su multiplicidad a la hora de explotarla, y su ejecución por parte de los actores, la sincronización con los vídeos y efectos sonoros que se incorporan lo hicieron muy real (ya no solo diálogos, también que se agite la mano sobre la pantalla de cristal y en ese instante suene el efecto como si hubiese hecho una acción sobre pantalla real).
Y esto me lleva a la tarea interpretativa. Echaba mucho de menos ver una obra de teatro en stricto sensu, y me ha parecido muy loable la interpretación de Marta Belmonte, Jorge Kent, Javier Tolosa, Pedro Rubio y Álvaro Monje, aunque he de confesar que la voz de este último a veces no se percibía bien, no sé si porque la tenía tomada, por ser el doblete o un problema de proyección, el sector del público a mi alrededor se quejaba de que no se le entendía a veces. No obstante, atraparon al público y eso que no siempre fue sencillo, me refiero a largos discursos sobre la poesía, la belleza y la destrucción, como un todo posible y ligado. Y es que el discurso entronaba el fragor vengativo y culto de una juventud que recuerda a los jóvenes de generaciones anteriores, los que tuvieron que pagar con sus vidas por culpa de guerras y atrocidades humanitarias. Se dice en un momento determinado: «Bebo a la salud de los viejos, fueron mucho mejor que nosotros, incluso en la adversidad» y y no puedo estar más de acuerdo, siendo el más anciano de la sala con diferencia (veinticuatro siglos bajo esta barba, ¿y acaso no me conservo genial?).
Bajo una lucha de egos, frente a la conciencia de la juventud perdida, la presión de la intrahistoria se resume cuando se dice «aquí, para no reventar, uno habla con las estatuas», casi como nos volcamos en internet, en esta época de tránsito hacia lo que auguran, y más tarde, en torno al poder de las palabras, del florecimiento de significados para la superficie de cierto vocabulario, esa hondura intelectual acompañada por la utilización del Arte como un aliado e incluso una agresiva herramienta de presión, «¿Cómo van a luchar contra un poeta que ha encontrado su final?». Y es que, en guiño directo al pensamiento griego antiguo, «la poesía y la belleza pueden ser destrucción». Recuerdo a los más jóvenes que el mismísimo Platón quería prohibir los poetas en su ideal de República. Aplausos físicos y digitales para esta compañía tan propia de su tiempo y los que están por llegar.
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