Ruggero Leoncavallo compuso la ópera Pagliacci (Payasos) en 1892 basándose en la crónica policial de un asesinato ocurrido al finalizar una representación teatral. Muchas óperas incluyen asesinatos. La particularidad de Pagliacci radica en la realidad de los hechos originales.
«Pensé en la tragedia que había ensangrentado los recuerdos de mi lejana infancia y en el pobre criado Gaetano Scavello asesinado ante mis ojos. En menos de veinte días tuve el libreto de Pagliacci» se recoge en la Autobiografía incompleta de Leoncavallo que se encuentra en la Biblioteca Cantonal de Locarno en Suiza.
La referencia a la realidad cotidiana es constante. Lejos del belcanto, que da prioridad a la belleza de la voz, los personajes de esta ópera existen con verdad estremecedora. El realismo se opone aquí al esteticismo. Pagliacci busca otro lenguaje. El mecanismo es, salvando las distancias, semejante al del cine neorrealista italiano.
El hecho real
Gaetano Scavello era sirviente en la casa de la familia Leoncavallo en Montalto Uffugo (Calabria, Italia) cuando el compositor tenía ocho años. Scavello amaba a la novia del zapatero Luigi D’Alessandro. Un 5 de marzo de 1865, Luigi pidió ayuda a su hermano Giovanni y juntos apuñalaron a Gaetano tras una representación teatral. Vincenzo Leoncavallo, padre del compositor y juez de Montalto Uffugo, tuvo a su cargo el caso. Concluyó con una sentencia de veinte años para Luigi D’Alessandro y trabajos forzados de por vida para su hermano Giovanni.
De la realidad al escenario operístico
Leoncavallo traslada la acción al 15 de agosto, durante la fiesta de la Madonna della Serra, para subrayar el color local de la ópera. El coro de campanas del primer acto se refiere a la Iglesia de San Domenico. Junto a ella había un espacio utilizado como teatro donde tuvo lugar el asesinato en la realidad.
Los protagonistas también cambiaron. El zapatero Luigi pasó a ser Canio (tenor), dueño de una compañía de teatro ambulante de Commedia dell’Arte. Scavello se convirtió en Silvio (barítono), amante de Nedda (soprano), la mujer de Canio.
Mediante el recurso de «teatro dentro del teatro», Leoncavallo delega el desenlace de la obra a los personajes de la Commedia dell’Arte haciendo dialogar «lo real» con «lo teatral». Canio, interpretando el personaje de Pagliaccio, mata a Nedda que interpreta a Colombina y a Silvio, que está entre el público y no pertenece a la compañía.
Otro personaje importante es Tonio (barítono), integrante del grupo ambulante. Herido al ser rechazado por Nedda, Tonio es quien le cuenta a Canio la relación que su mujer tiene con Silvio. Más allá de su función en la trama, su importancia radica en el primer número de la ópera: el prólogo.
En el prólogo, Tonio se dirige a la audiencia planteando que el teatro y la vida «son la misma cosa». Así, nos introduce en la representación teatral. La ficción toma el escenario y nos sumergimos en ella. De nuestra realidad de espectadores de Pagliacci a Pagliacci. Del asesinato real de D’Alessandro a Scavello a la ópera de Leoncavallo.
Pagliacci se trata de una ilusión que trae consigo la pérdida de conciencia del mundo que nos rodea. Sin embargo, sentimos que ese mundo no nos abandona nunca. Sigue latiendo como un animal subterráneo dispuesto a emerger en cualquier momento.
La realidad inicial, el hecho de la crónica policial, ha sido sustituida por una ilusión de realidad: la ópera con su lenguaje musical-teatral y todas sus convenciones. No es una simple adaptación, como cuando pasamos de una forma de ficción a otra. Se trata de la relación del arte con los hechos reales.
En el final, al contrario que en el inicio, es ese mundo que nos rodea el que invade a la ficción. Canio deja de actuar como Pagliaccio y hace que Nedda deje de actuar como Colombina para asesinarla. Inmediatamente también asesina a Silvio. En el final, una frase hablada (no cantada) cierra la obra: «La commedia è finita» (la comedia ha terminado).
Pagliacci parece decirnos que este drama particular se da entre un millar de otros dramas, como las crónicas policiales que leemos en los diarios. O, como decía Rossellini: «La realidad está ahí. ¿Por qué manipularla?».
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