Érase una vez una zanahoria gigante y un montón de buenísimos amigos y buenísimas amigas. Y érase una vez una zanahoria gigante que nadie se quería comer por falta de hambre, pero sí de muy buenas intenciones.
La zanahoria de Laia Domènech (Editorial Mil Razones) es un cuento infantil que nos adentra en una historia sobre la amistad y el deseo de compartir. Versión de un cuento tradicional chino transmitido de manera oral que ganó el primer lugar del Premio Eva Tolrà de Ilustración en 2014.
De estructura sencilla, a modo de estribillo con frases repetitivas para captar la atención de un público infantil mayoritariamente de entre 6 y 10 años, la trama se centra en la magia de la amistad y de la recompensa a la lealtad a ese sentimiento como moraleja final. La aparición de una zanahoria gigante en mitad de un bosque lo desata todo.

Una zanahoria gigante que aparece en la puerta de la madriguera de un conejo que terminaba de desayunar y que no tenía hambre. Un conejo que en lugar de pensar en sí mismo y guardarse la zanahoria decide pensar en su amiga el águila y en su familia y regalársela a ella para saciar el hambre de sus polluelos.
A partir de aquí encontramos el paso de la zanahoria gigante de unos y unas a otros y a otras, siempre con la misma intención y siempre con el mismo fin. Se crea entonces una especie de cadena de la amistad gracias a la cual la zanahoria vuelve de nuevo a su lugar de origen pero con recompensa final que no vamos a desvelar.
Curioso y quizá intencionado el inicio del cuento “Érase un bosque lejano, jamás pisado por los pies de los hombres.” La ausencia del hombre y, por ello, quizá, la armonía del bosque, el buen rollo de todos y todas con todos y todas en virtud a una comunidad inclusiva que da cabida a las relaciones entre distintas razas. La naturaleza virgen de la mano del hombre y a salvo de los sentimientos típicos de envidia, avaricia y sus consecuencias.
Cargado de preciosas ilustraciones sin colores estridentes donde los blancos y los grises dominan sobre una zanahoria anaranjada y gigante que destaca. Los tonos monocromáticos juegan a proporcionar esa pausada y cadenciosa continuidad del modo de contar la historia. También le dan el cálido color del final del otoño principio del invierno donde buscar, valga la redundancia, el calor familiar y apostar por ese sentimiento que, inconscientemente, nos vuelve de algún modo entrañables cuando llegan esas épocas estacionales.

De formato de tapa dura y rectangular largo, como podría ser la misma zanahoria, en su portada no aparece de hecho la zanahoria con lo que la autora sabiamente nos deja con la intriga de cómo será y, para ello, nos obliga a abrir el libro y a comenzar a leerlo. La curiosidad como elemento subjetivo para el niño y la niña. Una curiosidad innata en ellos y ellas.
La metáfora de la zanahoria gigante como gigante será la recompensa final que nos aguarda una historia con aroma a fábula clásica, de las de toda la vida. e las que nos contaban los abuelos y las abuelas, los padres y las madres, cuando eso, cuando se contaban los cuentos y no existían los móviles para dormir.
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