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EL TEATRO DE LOS DERECHOS HUMANOS – La Savia Teatro – “Animales humanos”

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.


CRÓNICA XII: “ANIMALES HUMANOS” – La Savia Teatro

LA FUNDICIÓN TEATRO – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

19 de febrero de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Una cascada de asientos, bien alta, descendía ante mis ojos y, al final, el escenario bajo, habitado por el baile de una mujer que guiaba su cuerpo a través de una música electrónica y algo machacona pero que, a todas luces, la hacía parecer contenta. Aquel lugar me era familiar, aunque mis apariciones desde el fondo del espacio-tiempo no fueran tan frecuentes entre aquellas paredes; otro de los templos dedicado a las Artes Escénicas que tiene Sevilla: La Fundición Teatro. Aquello me ilusionó, me gusta diversificar mis escuelas, yo siempre aprendo de cada obra que presencio. La mujer seguía bailando sola, ajena al mundo, al fantasma que bajaba las gradas, a la puerta que se abría sola, y a través de la que desemboqué en un recibidor cálido y lleno de asistentes que aguardaban la apertura a sala. En la pared del fondo, una pantalla emitía el baile de aquella mujer, los curiosos comentaban la escena, otros se abrazaban, algunos iban a taquilla y llegué a oír aquello de para hoy están vendidas todas las localidades. Me acerqué a un póster que presumía la obra inminente: ANIMALES HUMANOS de la compañía teatral La Savia Teatro.

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Abierta la veda, entramos todos a sala con aquella música como mensaje de bienvenida; sobre el escenario ya eran dos las bailarinas, a los pocos minutos se sumaron otros tres compañeros, y debo aclarar que bailaban como muchos catadores de vino lo hacían en mi viejo pueblo, promovidos por el método científico para saber cuál era la mejor bebida espirituosa. De hecho, me motivaron: Subí al escenario, me puse a bailar entre ellos mientras el público terminaba de acceder, ventajas de ser un eidôlon, aquí nadie te ve, todo está permitido. Estuve integrado un par de minutos hasta que me percaté de una luz roja que me apuntaba desde un lateral de las gradas. Intrigado, fui hacia la luz y comprobé como un hombre estaba grabando la escena. De hecho, torpe de mí, al ponerme frente a la máquina comenzó aquel camarógrafo a enfadarse contra la incertidumbre de por qué se veían interferencias de repente. Fantasmas y tecnología, por lo que sea, no nos toleramos.

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Tomé asiento cuando comenzó el diálogo entre las mujeres que habían quedado en escena, una aparentemente más borracha que la otra, estaban en cierto festival, cuando comenzaron a sonar disparos de fondo… Lo que se desarrolló a partir de entonces fue una obra que puede considerarse el teatro de los Derechos Humanos, con la polisemia que pudiese tener esa frase. Comprendí que estaba presenciando una de esas dramaturgias consideradas como teatro social y político, un listado de abusos y presiones que viene sufriendo en los últimos años el Pueblo Palestino, que tratan de concienciar más allá de la mera condena, de despertar en los asistentes la empatía más noble a favor de todos los que sufren sin culpa, los civiles comunes, que como cualquier hijo de vecino, que no ha visto un arma en su vida, que aún tiene un lugar en su corazón para el humor y el cariño, de repente se ve atropellado por unos hechos que modifican su lugar en el mundo, su sensibilidad y razón, todo ello a través de una violencia inusitada que no responde a justa causa ni les oferta alternativas o escape.

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Álvaro Delso

«Es la primera creación propia de Casimiro Aguza» oí a mi vecino de butaca comentar a su acompañante, «y míralo ahí, dándolo todo en escena». Efectivamente, era uno de los actores, interpretando, como todos, una pluralidad de personajes. Le acompañaban sobre el escenario Carmen Tamayo, François Nour, Hazem Abu el Aish, Lya Abughazala y Noemí Martínez Chico. «Gaza es considerada la cárcel al aire libre más grande del mundo», se menciona, «se viola de forma sistemática la ley internacional, ¡y nadie hace nada!». Pone los pelos de punta ante la realidad que llega a través de los medios en estos tiempos.

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Álvaro Delso

En cuanto a la estructura, considero que hubo como dos partes diferenciadas, una breve y algo más lineal, al principio; y luego el resto de la obra, salpimentada por escenas e interrupciones a modo de banalidad publicitaria para tutorializar actuaciones incómodas y peligrosas por las que debía pasar la población casi a diario. La primera parte tuvo el elemento rompedor de que aparecieron los cinco con máscaras de animales (oso, águila, toro, elefante, avestruz… ¿representaciones de estados implicados en la venta de armas a Israel?), y se dispusieron en dos filas y comenzaron una dinámica que consistía en pregunta-respuesta, en la que las contestaciones eran enjundiosas, es decir, con mucha información muy detallada, que provocó cierta sensación de sobrecarga, se hizo largo y difícil de retener, máxime cuando la voz no se proyectaba igual dentro de aquellas máscaras. Como dramaturgo griego, con complicidad, diría que igual fue demasiado pronto para transmitir tantos datos y de una forma tan académica. Entiendo que la intención es poner en contexto, pero a mí me produjo desapego a la tercera o cuarta pregunta-respuesta. La segunda parte, una vez superada aquella escena, fue mucho más fluida y calaba más, tanto el contenido como la emoción inherente.

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Álvaro Delso

Fue todo un acierto esos intermedios publicitarios, bajo una luz rosa, de aquellas dos figuras con pelucas rubias que hablaban con una actitud cínica, forzando una especie de ultrasimpatía televisiva, idiotez repulsiva que te generaba una incomodidad creciente porque trataban asuntos muy serios, e incluso sádicos, de una manera banal. También funcionaba que a veces aparecieran los personajes desde el fondo de la grada o desde las puertas de acceso a sala, mantenía la atención a lo que pudiera pasar. Otro de los elementos empleados fueron las proyecciones, ya sean de tarjetas informativas o de vídeos que reflejaban animales o plantas, estados anímicos que arropaban las palabras, que a su vez se conectaban con la banda sonora que cruzaba la obra (no puedo quitarme de la cabeza la sintonía divertida que se emitía cada vez que salían las falsas rubias, ¡qué pegadiza!). Una mínima escenografía completaba la visión, en la que destaca la simbología del rojo, para los pañuelos con los que taparon los ojos, los mensajes para sembrar terror, las zapatillas Converse de la juventud, que busca un cambio de mentalidad.

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Una obra comprometida a favor de los inocentes siempre es aplaudible, merece respeto y se agradece de corazón. Más aún cuando logran un equilibrio entre el drama inconmensurable que se vive y la forma de transmitirlo para que cale en el público sin que salga por la puerta de la sala sin poder tolerar más sufrimiento, y creo que lo han conseguido. Me guardo en la memoria, como momentos álgidos de emoción, la escena entre el soldado y la mujer que quiere acompañar a su marido en ambulancia; o aquella otra de la embarazada a cargo de su madre, enloquecidas por el hambre, «estoy cansada. Sólo tengo miedo, miedo y miedo…». No se debería permitir volver a las sombras del pasado, la memoria es frágil, «No somos números ni estadísticas». Pero el arte está ahí para hacer lo que mejor sabe.

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