sábado, julio 27, 2024
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CAPRICHO ETÉREO – “La Sylphide” de la Compañía Nacional de Danza

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.


 

CRÓNICA XVI: “LA SYLPHIDE” de Compañía Nacional de Danza

 TEATRO DE LA MAESTRANZA – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

 

12 de enero de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Es algo etéreo, lo sé, el aire huele distinto, y no sé si alguien más lo ha notado. Para mí es evidente esa distinción porque mis saltos anuales son mucho más frecuentes. Cuando aparecí en el patio de butacas del Teatro de la Maestranza percibí rápidamente los matices de 2024: Aroma de roble y fruta negra madura (quizás cereza picota y mora), con un agradable fondo balsámico, diría un toque de eucalipto. Me he vuelto un sibarita temporal. 2024 huele a buen año. Atendí a mis ojos y tuve que superar un miedo reciente: tenía ante mí, de nuevo, el foso abierto lleno de instrumentos y recordé cómo, con un paso en falso, caí como un eidôlon puede caer, a cámara lenta, por aquella boca vertical escondida al público. Aquello fue un 12 de noviembre, preludio a la ópera de Norma, lo recuerdo perfectamente, y comprobé en la pantalla del móvil de uno de los músicos que allí se preparaban que estábamos a 12 de enero, ¡justo dos meses después! Esas coincidencias, que son lenguaje encriptado del universo, alertan mi atención como el sonido de un trueno; a saber qué podría pasar aquella noche.

Desde mi posición comprobé, en las partituras del atril desde el que comandaría el director, que la música que escucharíamos era de Herman Severin Løvenskiold, aquí a cargo de la ROSS, capitaneada por Daniel Capps, y que estarían al servicio de la Compañía Nacional de Danza que interpretaría aquella noche para todos nosotros LA SYLPHIDE, con coreografía del danés August Bournonville. Cuando leí aquello no pude estar más contento, pues reconocía en aquella obra uno de los ballets más antiguos del mundo, y toda una cúspide en el ballet del Romanticismo. De hecho, yo estuve presente en sus inicios, cuando surgió con otra forma a raíz de un trabajo creado bajo el nombre de “Chopiniana”, al tratarse de una serie de divertissments con música de Frederic Chopin, rescatado por un joven Fokine. Pero esa es otra historia.

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Mientras el público iba entrando y la orquesta afinaba sus instrumentos, me decidí a recorrer los pasillos del teatro y buscar los camerinos de aquellos bailarines, tuve un capricho delictivo que quise perpetrar. Fui repasando mentalmente la historia romántica de LA SYLPHIDE, porque me parece una obra oscura, todo un drama, pero con timbres de ternura. El resumen que me hice, siempre a mi manera, fue: “Un joven se promete con una chica, es un amor recíproco, todo es alegría y belleza jovial (porque siempre son todos preciosos), pero hay dos elementos sobrenaturales que van a malograr esa intención convencional”, anda, encontré algo mejor, donde la compañía ha guardado todo el vestuario del equipo y sus recambios, y está vacío, obviamente todos están ya preparados para salir a escena junto al escenario, así que vía libre para este poltergeist. Prosigo con el argumento: “Esos dos impedimentos serán una etérea sylphide, que es una suerte de espíritu del bosque, y una vengativa bruja; símbolos del amor inalcanzable y el despecho, elementos que truncarán su historia en drama. Me aventuraría a decir que ambas figuras acosan al joven, aunque también creo, por otra parte, que él se lo merece, pero esto ya es una opinión no solicitada”.

Listo, mi crimen es un autorregalo de año nuevo: He tomado del vestuario de reserva lo que será mi nueva apariencia. Adiós, túnica de costura diagonal (último modelo en «la Grecia Clásica»); hola, uniforme kilt completo, como los protagonistas varones de este ballet. En mi caso escogí zapatos negros, medias de verde oscuro, una varonil  falda kilt escocesa, roja de cuadros marcados con líneas verdes y blancas (ojo al elemento estrella), zurrón de cuero a modo de riñonera cool, camisa blanca, chalequito y chaqueta verde oscuro. Gracias, Compañía Nacional de Danza. Debo reconocer que me sentí raro con aquellas vestimentas, incluso más fresco que con mi túnica (ahora el corte de la ropa estaba en la rodilla y no sobre el tobillo) pero cuando llegué de nuevo al patio de butacas ya lo había normalizado. Se oscureció el auditorio y comenzó la música de la ROSS frente a la notable animación del público.

Cuando se abrió el telón, vimos la escenografía de un inmenso salón en el que dormitaba nuestro protagonista. Allí apareció, casi salida de un sueño, aquel capricho etéreo que era la sylphide, la cual revoloteó alrededor del joven hasta despertarlo y engatusarlo con su distante baile levitado por la estancia. ¿Realidad o sueño? Allí comenzaba esa distracción vital que mecería el argumento de esta historia. La gracilidad con la que se desarrollaron los movimientos en el avance de la escena conseguía el milagro de la sencillez y su fluidez, algo que todos los bailarines llevaron a cabo con extraordinaria expresividad y técnica, provocando la atención innegociable de un auditorio que, entre actos, arrancó en aplausos, incapaces de contenerse.

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Dentro y fuera del escenario se desarrollaron múltiples engranajes de pasión por aquel ballet, podía apreciarse como los saltos de los bailarines arrancaban murmullos entre las butacas, y la delicadeza de sus gestos, algunos suspiros. Era casi un diálogo tácito. Estaba muy atento a cada gesto, como dije, culpa de las coincidencias, estoy más sensible a esas reacciones. Escuché a un señor a mi lado susurrar a su esposa que le encantaba el vestuario kilt de los bailarines, esas faldas y chalecos coloridos (deseé que pudiera verme, estoy hecho un pincel, me he quitado once siglos de encima), y ella le respondió que la responsable era Tania Bakunova, habría que seguir su trabajo.

Como el vestuario, esta obra está llena de detalles clásicos y bien cuidados, como la escenografía (el gran salón y el bosque de sylphidas, su mobiliario, desde la chimenea hasta el fogón para las pócimas de la hechicera, por no hablar del ataúd flotante, imagen desgarradora de la fantasía romántica). La representación de la ventana del fondo del salón, con ese color suave y cálido, por la que podemos ver un paisaje luminoso con espesura selvática que servirá tanto como acceso a este espíritu etéreo o como plano de profundidad mientras huye junto al protagonista, funciona muy bien, quizás no tanto como la rampa del fondo en el bosque mágico, cuyo efecto es más pobre.

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Sobre el elenco en escena, más allá de los aplausos merecidísimos que recibieron todos y cada uno de ellos, me gustaría subrayar cuatro nombres que, para mí, brillaron por encima de todos. Los nombraré como destellos, no siendo para nada un pódium ordenado. En primer lugar, me gustaría destacar la interpretación de una de las fuerzas sobrenaturales de la historia, la carismática bruja, la única que parece no vivir en una burbuja azucarada, llevada a cabo por Elisabet Biosca. Para mí también tenía un importante papel, el pulso cómico que habita dentro de la obra, que comparte de una forma sublime con Felipe Domingos, el autor de los mayores saltos sobre aquel escenario, y el bailarín que más me ha impresionado en esta actuación. Me corrijo, ese puesto quedaría otorgado de forma conjunta junto a Giada Rossi, la Sylphide que todo distorsiona en la vida del protagonista. Una actuación muy elevada y elegante, servida en escena con extremado cuidado y entusiasmo. Por último, el caballero embaucado por este ser etéreo, interpretado por Thomas Giugovaz, quien demuestra una capacidad física increíble, llevó al público al ritmo de los latidos de su personaje, su persecución dramática en busca de ese amor platónico.

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Una obra cuya primera parte transcurre en un parpadeo, dejando el aliento cortado ante el inicio dramático, y cuya segunda parte terminará de forma tan abrupta como efectista, para un público que no querrá levantarse de sus butacas, que ansiará continuar la obra, porque esta compañía consigue embaucar, en el mejor de los sentidos, la atención de los asistentes y llevarles a la fantasía manifiesta que vive, con la misma fuerza, en el siglo XIX y en el presente más escandaloso.

Estrenada en diciembre del 2023, esta obra que ha aterrizado tres días en el Teatro de la Maestranza de Sevilla seguirá una estela que todos deberíamos atender. Porque, ¿acaso no necesitamos todos un poco de fantasía que nos transporte a otros mundos? Me miré la falda kilt a modo de respuesta mientras desaparecía entre la bruma de aplausos entregados a aquellos artistas. El telón cayó y todos nos fuimos  con la conciencia inquieta por los peligros de la ficción.


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