Continua el SEFF (Festival de Cine Europeo de Sevilla) en su 21ª edición. Esta segunda crónica recoge las suertes y anécdotas de los tres días siguientes, para que el lector quede sumergido completamente en aquella cita cinéfila. Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” encuentra la manera de participar este año de una manera mucho más activa en su amado festival.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica II del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla
9 de noviembre de 2024
Si nos atenemos a la experiencia, jueza implacable donde las haya, las dosis de realidad a la que son reducidas las mitologías cuando entras en contacto con ellas son una patada en los huevos. Metafóricamente hablando, se entiende. Los huevos de la conciencia, el crudo despertar a cómo son las cosas en realidad. Y cuando hablo de mitología hablo de Hollywood, hablo de imaginario popular, de personajes icónicos, hablo de JOHNNY DEPP. ¿Suficiente altura? El veterano actor aterrizaba en Sevilla en calidad de director para presentar su película, MODI – THREE DAYS ON THE WING OF MADNESS, la cual vi ayer como expliqué en mi anterior crónica, y entiendo la presencia de esta estrella de Hollywood en Sevilla, más como placentero tournée que como deber de la mercadotécnica. Pude ver a dos palmos al responsable de una filmografía tan extensa, escuchar su voz grave, apreciar su inquisitiva mirada tras unas gafas de sol azules, su rigidez corporal, mecida entre la timidez y el sobrecogimiento por tanta atención y flashes, algo incómodo, a pesar del tiempo, las tablas y la preparación. Pero comencemos por un flashback, que eso siempre funciona muy cinematográficamente.
La mañana del 9 de noviembre opté por la estética elevada: Me apliqué un perfume decente, cubrí mi torso con una camisa negra y una chaqueta oliva, financié mi proyección con un sombrero, un detalle significativo para que Johnny me localizase entre la marabunta de periodistas y fans. Y acogí en la esfera de mi reloj mucho, mucho tiempo; llegué dos horas antes a la puerta del Alcázar de Sevilla situada en el Patio de Banderas, o «el Patio de los Naranjos», como se suele decir aquí. Junto a compañeros de EuropaPress ostenté la primera fila, para envidia del resto, a la cabeza de una cola de más de setenta medios (yo, como cada año, infiltrado, inmerecida fortuna de estar donde no debo, pero bien que la aprovecho, sea dicho de paso. Haber llegado antes…).
Entramos rápido, pillé asiento privilegiado, desterraron a los cámaras tras los asientos para que montasen sus equipos, y yo, una vez todos tomaron sus posiciones, me dediqué a implantar mi propio equipo de grabación: Un trípode que no sobresaliese mucho para grabar con el móvil todo el encuentro, una cámara de fotos al cuello, mi libreta para hacerme el interesante aunque luego no hiciera más que dibujos de claquetas… Lo típico. Diría que es una herencia involuntaria de mi faceta como falso periodista del festival, quien leyese mis crónicas de otros años sabrá de lo que hablo. Aquello no le hizo mucha gracia a los compañeros fotorreporteros, y en parte era como traicionar a los míos, pero, chicos, qué puedo decir, hablamos de Johnny Depp a dos palmos de distancia, no voy a ceder a sentimentalismos. Por otra parte, aquello me dio la oportunidad de conocer a tres chicas que estaban bien parapetadas con buen equipo fotográfico y venían con el furor que se siente en una misión especial: Eran parte del Club de Fans de España de Johnny Depp, el JDSC (Johnny Depp Spanish Crew). Compartieron conmigo un vídeo en el que el mismísimo Jack Sparrow (Depp ataviada como tal) les saludaba y abrazaba en mitad de un evento. Para mí eso ya era como ser amigos íntimos, sé de lo que hablo, me puedo considerar besttie de Rodrigo Cortés y Daniel Brühl. Qué envidia más espesa de tragar. Ahí fue cuando supe que tenía que amistarme con Johnny, por lo que, en segundo o tercer plano, puse a trabajar algún plan maestro improvisado.
Nos ofrecieron desde la organización del festival unos cascos para la traducción simultánea, pero me negué a convalidar mis años escolares de inglés con esa muleta acústica. Confié en mis talentos políglotas. Llegó el susodicho, acompañado por la actriz coprotagonista ANTONIA DESPLAT, así como parte de su equipo. La presentación corría a cargo del periodista Alejandro Luque. El director comenzó circunspecto, serio, en respuesta al a grave situación que está sufriendo España, en concreto Valencia y sus alrededores, estos días por la DANA. Manifestó su incomodidad por promocionar su película en un escenario nacional tan oscuro y, por ello mismo, subrayó sus agradecimientos a los asistentes.
Una vez dicho esto, le preguntaron por si es similar trabajar en Hollywood y Europa, algo con lo que no tuvo dudas para responder: «No hay parecido en absoluto», tras lo cual describió que, aunque tiene sus virtudes, Hollywood mantiene un formato muy rígido a la hora de crear películas, la estructura está muy marcada, los protagonistas deben ser guapitos, todo acaba siendo demasiado obvio. «En Europa, el apetito continuo de cosas nuevas de los directores actuales, esa avidez, me parece maravillosa». En este sentido, aprovechó para citar nombres como Almodóvar, en cuyo cine «todo es posible». Su voz, grave y pausada, emitida a saltos lentos, como si pensase mucho cada palabra (o como si se acabase de despertar) producía un medido sistema de atención a sus divagaciones. También apuntalar algunas de sus meditaciones con chasquidos de dedos, como un signo de puntuación adyacente. Aquello pareció divertirle. Confesó estar muy contento de estar allí y parecía un sentimiento honesto.
Cuando preguntaron a Desplat sobre qué supondría este personaje en su carrera, contestó que fue una increíble oportunidad, especialmente de ser británica, y que disponía de muchas capas para ahondar. Para hablar de la historia, Depp evidenció que «es algo que siempre existió en mi cabeza». Fue entonces cuando jugó con el micrófono, con su sonoridad y eco, preguntando si todos también escuchaban tan rara la difusión de su voz, dando a entender la posibilidad de psicofonía cuando bromeó preguntando «Mommy?» mientras miraba al techo. Me quedé un rato mirando arriba, la verdad es que los techos del Salón del Almirante son preciosos y, entre idas y venidas mentales, pensé si habían celebrado de forma extraordinaria la rueda de prensa allí como guiño a su autoridad marina como Capitán Jack Sparrow. Pajas mentales o lucidez extrema, me da igual lo que opines, no me lo tengas en cuenta, porque mi mente trabaja a saltos transmedia. Lo que dejó claro el señor Depp fue que trabaja sin expectativas, que era mejor así, y menos mal, porque luego en el turno de preguntas para los medios acreditados tuvo que aguantar algunas lindezas muy poco profesionales… (Primera pregunta de la rueda de prensa: «¿Te harías luego un selfie conmigo?»). No obstante, quiso acabar con un mensaje luminoso y humilde: Todos en su equipo fueron parte vital para el proyecto. Estaba muy, muy agradecido. Tras esto, tras aguantar una cascada de flashes durante una hora, se despidieron y salieron con premura, rodeado de su equipo y yo… entre ellos.
Lo cierto es que quería un selfie, llamadme banal, de gustos imberbes, un niñato. Sí, pero no poco profesional: No lo pedí en abierto amparado a la acreditación que pende de mi cuello. Pero ese tipo es todo un referente. Así que, sin saber muy bien cómo, acabé en el círculo prieto de su equipo y guardaespaldas, atravesando unas puertas árabes que me llevaron a un silencio privilegiado, anejo a otra ala del Alcázar, y llegamos a una habitación fresca en la que esperaba una suerte de cáterin humilde pero suficiente. Vi a Johnny beber agua mientras su equipo repasaba las pantallas de sus móviles. Relajado el ambiente, me dirigí hacia el director de MODI y le saludé sin mirarle, como quien no quiere la cosa. Hablamos un poco, de nada en concreto, especialmente del agobio de los periodistas, qué coñazo, sí, sí. Se fijó en mi sombrero, como era previsible. Me dijo si era alguna marca que no supe identificar, intuyo que muy cara; por supuesto le confirmé que estaba en lo cierto, los ojos en las ventanas o el cáterin, desinteresados frente a la proximidad de esa gran estrella de Hollywood, aunque mi fuero interno gritaba que lo compré rebajado en el Primark.
«Vaya la que te ha preguntado por el tema de los piratas, ¿eh? Qué poco profesionalidad…», Johnny torció el gesto, ni una palabra. Luego llegó alguien de la organización, que ya estaban los vehículos listos, por lo que todos comenzaron a reunificarse alrededor del astro rey con sombrero y gafas de sol. Yo avancé a su lado, todo Ícaro, proyectando la falsa seguridad de que dos hombres con sombrero siempre comparten destino. Por suerte, tenían una salida preparada, lejos de la muchedumbre que ansiaba una foto o autógrafo, y allá que fuimos todos, nos distribuimos en tres coches, y yo con Depp y Desplat, porque siempre ante la duda, repito, la Ley de la Atracción de los Sombreros. Creo que es una de esas normas declaradas por Newton, pero mejor que cada cual lo compruebe en Wikipedia, tampoco soy yo muy de estudiar física y confección. Cuando ya llevábamos un par de minutos en carretera, en silencio absoluto, deslicé mi brazo hacia delante, empuñando el móvil, preparado para disparar ese selfie que me había propuesto. Johnny miraba por la ventana, no se percató de mis movimientos ajedrecísticos. Cuando estuve en posición, el pulgar listo para aterrizar sobre el obturador, grité «¡Eh, Johnny!» y a eso que se giró asustado FOTAZA. Ahí fue cuando se rompió el hechizo, por lo que sea. «Who fucking are you?!» y en menos de veinte segundos me echaron del coche y arrancaron con bastante prisa. Mentalidad de tiburón, cuando algo quiero… Y entonces miré mi trofeo: Mi cara irradiaba felicidad, la suya era un borrón cinemático que unía con un destello de sus gafas azules la ventanilla y mi oreja izquierda. Buah, podría ser cualquiera, podrían decir. Pero yo siempre sabré que ese barrido de luz y color fue el magnífico Johnny Depp.
Caminé por la carretera con la desorientación propia de quien sabe dónde acabará pero no le interesa los cómos y así llegué al Cine Cervantes. Allí habría una sesión doble que me entusiasmaba. En primer lugar, un estreno mundial, la última obra de LAURA HOJMAN, una de las directoras con más talento y sensibilidad, que lleva una trayectoria importante para ensalzar las obras literarias de otros autores, todo desde una reivindicación importante, sonora, visual y bella. Ya pude de ver de ella sus obras sobre Machado o María Lejárraga, y en esta ocasión presentaba UN HOMBRE LIBRE a fin de ajustar cuentas contra el olvido que ha anidado en España alrededor de la huella literaria Agustín Gómez Arcos, un escritor que fue reprimido por la censura de una España franquista, que decidió exiliarse, asfixiado en su producción y que acabó siendo bien acogido en Francia, recibiendo los mejores halagos de crítica, público e instituciones.
La propia Hojman estuvo presente para una presentación previa y un coloquio posterior, y recibió el título extraoficial de «la documentalista de la literatura española», bastante halagador. También confesaron que es un estreno que viene «calentito», porque hacía menos de una semana estaba cerrando la proyección por completo, lo cual despertó el morbo de la novedad entre los presentes. Un par de asientos por delante, se sentó Laura y su productor, se hizo la oscuridad y nos entregamos a este rescate de la memoria cultural española. La historia fue extraordinariamente contada, parece que Hojman avanza a pasos agigantados con la narración y montaje de cada obra, es completamente inmersiva. Por otra parte, se contó con personalidades relevantes como Pedro Almodóvar, Paco Bezerra, Alberto Conejero, Bob Pop, Marisa Paredes… Suma y sigue, pero siempre en espacios llenos de libros, bibliotecas personales o comerciales, algo que me enamoraba, como una presencia literaria omnipresente aunque se silencien las voces, aunque pongas el documental en mute. También me atrapó ese comienzo, a pantalla negra, con las chispas de una fogata fuera de plano y una voz en off que dice: «Si pudieras hacer sólo una cosa con el mundo, ¿qué harías?», a lo que otra voz respondía sin titubeo, «Una hoguera».
«Esta es una historia de vida, de rebelarse contra la muerte. Una historia de amor». Para mí, que estuve altamente receptivo al descubrimiento cegador de este escritor, es una historia de hambre literario; el que nos deja a sus futuros lectores, el que reposa en los lectores parciales, el que el propio Gómez Arcos tenía para seguir escribiendo. Anoté gran parte de su bibliografía para explotar como es debido: El cordero carnívoro, Ana No, El niño pan, María República… Ganó dos veces el Premio Lope de Vega y las dos se lo quitaron por capricho de la censura. Empleaba influencias de grandes clásicos (Cervantes, Fernando de Rojas, Valle-Inclán…) como un espejo contra la España que tanto le dolía y deseaba. Llegó a decir en el exilio: «Utilizaré mis recuerdos como bombas». Y vaya si fueron contundentes. Medalla de las Artes y las Letras en Francia, autor cuyos libros son parte del programa de los liceos, ¿y aquí? Silencio, omisión, ultraje, descuido. Hora de cambiar las tornas para este escritor. Durante más de dos minutos estuvimos todos en pie, aplaudiendo el talento presente de Laura Hojman, ella feliz, sin saber bien a dónde mirar, y todo un teatro rodeando su autoría. Fue precioso, me siento muy agradecido por ese trabajo.
Cuando desalojaron todo, me agarraron del brazo y me sacaron al pasillo principal. Luco Larzo tenía los modales de un perro hambriento, yo no iba a reprocharle nada, le había dejado sin atenciones a posta. «He tenido que pagarme la entrada», dijo como un reproche, y yo le aplaudí, respondiendo que a eso venimos, a apoyar el cine, la cultura, los creadores. «Ya sabes a lo que me refiero», por supuesto lo negué por encima de mis posibilidades. «¿Me vas a contar ya cómo es que tienes pase este año? Tanto secretismo me está generando escozor de huevos», qué soez, lo sé, miré a mi alrededor para disculparme por el comportamiento de este tipo pero ya no había nadie en la sala, seguía apretándome el brazo, como apurando la pasta de dientes, así que me vi forzado a confesar. «Te lo voy a contar con la condición sine qua non de que no salga de esta intimidad a la que me veo forzado», le miré serio, él parecía oír un idioma élfico pero mantenía los labios sellados. «He comprado este teatro», abrió muchísimo los ojos, se cabreó muchísimo, pero no habló. «Está bien, está bien, era una prueba de fuego para ver si eras capaz de contenerte, una mentira hiperbólica, has aprobado, te voy a contar la verdad… Publiqué el SEFFUMENTAL y ha tenido repercusión popular», «Bullshit!» refutó, se ve que cuando está mucho tiempo callado piensa en otro idioma. «Yo nunca miento» mentí para nadar río arriba, «pero no conseguí que nadie me lo proyectase ni moviese… ni siquiera la aceptaron en el propio SEFF». Su mano seguía prensando mi bíceps, creo que nunca recuperaré la fuerza que hasta hacía una hora ostentaba. «Que de qué tienes acceso, he visto la programación, no está el SEFFUMENTAL ni tu nombre» arrinconó con argumentos mis contrasentidos. «Es que lo publiqué en… Youtube. Sí… en abierto, en mi canal de YouTube, se movió bastante entre cinéfilos y morbosos, se petó de reacciones y comentarios, se compartió más que el sida, y ahora estoy aquí casi como invitado de honor del SEFF, una suerte de chocolatina como premio por haber aprendido a hacer un truco nuevo por mi cuenta». Su mano cedió en la progresión hidráulica de mi músculo, sentí la sangre retomar esos caminos, reformuló la información en su cabeza, alzó los ojos, yo a su vez hice lo mismo y quedé mirando la lámpara (preciosa como siempre, le han añadido un haz rojo alrededor, estamos en el siglo de las luces LED) y entonces liberó su síntesis: «Hostia, que eres youtuber».
Durante la siguiente proyección y coloquio, DESMONTANDO UN ELEFANTE, de Aitor Echeverría, no paró de darme la tabarra con el temita. Yo trataba de atender, porque vaya elenco más potente que se presentaba: Natalia de Molina, Emma Suárez, Darío Grandinetti y Alba Guilera. Además la historia refleja muy bien una casuística bien difícil: El silencio que se establece entre los miembros de una familia cuando se instala el problema del alcoholismo y todos los parámetros cambian o se hacen extraños cuando más entendimiento debería ofrecerse. Una obra que costó cinco semanas de rodaje y quince años de rumiación, merece respeto, eso ante todo. Por otra parte, no sé si es culpa de Larzo (mosca cojonera con el «¿ahora ser youtuber es lo mismo que cineasta?») o del sobrepensado guion, pero a veces se me hacía lento o con momentos esbozados con insuficiencia, en los que puede que el director lo viese clarísimo en su cabeza, pero el público que se lo encuentra de primeras lo ve con ciertos saltos o lagunas no resueltas. Por ejemplo, la desaparición a mitad de película del personaje de Grandinetti. O algunos saltos temporales que, al cumplir la protagonista con una rutina (más o menos fingida), no deja bien claro cuánto tiempo ha pasado entre momento y momento. Eso sí, aplaudo el minuto de la pesadilla, lo diré así para no hacer spoilers. La gente aulló, brincó en su asiento, y creo que ni el propio equipo se esperaba una reacción tan visceral.
Aprendí que es vital que una persona en tratamiento de desintoxicación tome sus propias decisiones, tenga sus rutinas bien establecidas y no se le trate como si estuviera incapacitada. Ahí el director y todo el equipo hicieron un gran trabajo. Quizás el momento más bello fue la escena del baile, del ensayo, cuando el personaje de Natalia de Molina se deja fluir y florece su conexión interior y externa, como llevaba un tiempo que no lograba. Una liberación sentimental, soberbiamente filmada. Lo mismo ocurre con una escena relacionada con el baile, ya próxima al final de la proyección, en la que vemos un zoom in hacia esta protagonista, bañada completamente en color, música y una soledad terrible. Con todo ese regusto, salimos del Cine Cervantes a la noche cálida (insoportablemente cálida) del noviembre sevillano y nos despedimos rápido, porque el día había sido largo y los minaretes del sueño comenzaban a irradiar sus cánticos.
10 de noviembre de 2024
Uno no despierta hasta que se ilumina la pantalla del cine. El tránsito de ir, llegar, buscar la butaca, coñe, esta no es la fila, reconquistar la butaca, rumiar los buenos días a los vecinos de fila, y toda la conjunción de preliminares se ejecutan en pleno trance, piloto automático, y esos estados de pestañas despeinadas a veces contagian a la propia sala. No me refiero al resto de espectadores, allá cada uno con su ruina del sueño, no… me refiero a la sala, literalmente. Cuando arrancó la proyección vimos constaté que estaba a punto de ver RAQA de Gerardo Herrero. Una historia valiente, con la máscara argumental de un thriller de espías, ambientado en la lucha contra el ISIS en el norte de África, pero que contiene una gran carga de crítica a estos regímenes totalitarios y teocráticos. Ya desde el comienzo comprobé una interpretación brutal por parte de Álvaro Morte y Mina El Hammani, un tándem protagónico que mantienen una tensión constante, una crudeza propia del superviviente y eso es el punto fuerte de la película.
Me sorprendió la mezcla de idiomas que se emplea, me gustó esa inmersión, pero no sé hasta qué punto se emplearía tantísimo el español entre mercenarios del ISIS por esa zona, más allá de algunas localizaciones en Ceuta. Pero no quiero dejar mi reflexión en el aire, creo que Orfeo afecta a los templos, aunque sean consagrada a la religión del Séptimo Arte. Cuando llevábamos unos cuarenta minutos la sala quedó a oscuras. Todo dejó de gozar de presencia, la pantalla, las butacas, los vecinos de fila; la oscuridad abrió sus fauces con hambre. Murmullos tras diez segundos de contención, se oye el accionador de la puerta, mantenemos posiciones pero surgen los resoplidos anónimos, y tarda, tarda muchísimo la normalidad en volver a despertarse. Orfeo jugando con el mando de la tele. Luego se reinició unos segundos previos y cuando llegó al punto caliente… Oscuridad. Ya protestas, esto cómo es posible, ya la paciencia se mina a favor de la protesta, que es mucho más cómoda y divertida. Reinicio, diez minutos, apagón. Oh, no, paciencia, protesta, reinicio por otra escena, ¿es esto lo que continuaba?, pasan cinco minutos, apagón indefinido. Alguien manda un audio de Whatsapp: «Llegaré tarde , la película se ha roto». Un tipo enorme llega a la sala, baja las escaleras, va hacia la pantalla y… desaparece por ella. Me quedé atónito, como el resto de compañeros que no imaginaban el truco de encontrar una habitación detrás de la pantalla, lo cierto es que atravesó la pared, como si una cortina ocultase una trampilla. Yo, que estaba aburrido, que soy lo que se llama un inconsciente, me dirigí hacia la pantalla y me interné tras los pasos desaparecidos del gigante.
Podría describir lo que encontré al otro lado, pocos me creerían, hay todo un universo espejo cinematográfico escondido, pensar que fue como atravesar el pliego entre botones de la camisa de fuerza de la ficción. La gracia fue que, en las tripas del cine, no fui capaz de localizar al hombre por mucho que ahondase. Sentí una inquietud repentina acerca de mi destino, sólo palpaba quiebros y cables por todas partes, me sentí autorizado para asustarme ante la pesadilla que sería rondar una suerte de laberinto ignoto, que la voz de mi mente me llamase sin voz, Teseo o Víctor Vigía, la confusión nos haría uno. Necesitaba quitarme esas telarañas mentales así que hice lo que haría cualquier hijo de vecino: Lloré fuerte. Le eché minutos a la llorería, y cuando la biología dijo «ya está bien, bonico» y no brotaban más lágrimas, en un ataque de frustración me puse a tirar de cables, de todos los tamaños y posiciones, cables en cada mano, otros grandes tras enrollarlos en el codo, tirones con todo el cuerpo, palancas con el pie, mordiscos jurásicos, lo que hiciese falta. Al final oí la luz. Sinestésico, lo sé. O debería decir cine-estésico (sin guion ya existe y me jode la gracia), porque volvió la película y yo la fui interpretando con lo que oía desde aquel rincón oscuro. Caminé hacia el sonido y tropecé con otro cable y… se cortó de nuevo. La gente protestaba a lo lejos. Pura contraintuición, traté de arreglarlo con otro tirón de cables y… funcionó. Diez minutos de película y, al apoyarme en una pared interna, se fue de nuevo. Mira aquello se repitió como ocho veces más, no me voy a poner a relatar cada tirón, al final vino una chica de la organización y comentó que abortaban la proyección pero que todos estábamos invitados a un cóctel que se estaba celebrando en Platea Odeón, donde también se suele hacer ruedas de prensa, entrevistas y encuentros. Cuando dijo eso, mira por dónde, encontré rápido la salida de aquel laberinto, y todos nos fuimos a comer y beber de gratis, así de sencillo, es un talento que nos viene innato al nacer.
Tres verdejos más tarde, con la mirada vidriosa y feliz, me interné a la Sala 4 de Odeón a fin de descubrir SEGUNDO PREMIO de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez. Todos los años el festival programa películas que tiene que ver con música o bandas, en mi memoria tengo algunas como Storm o La estrella azul, y me gusta participar de sus visionados. Esta vez tenían preparada una película que trata de captar lo que fueron Los Planetas, la banda de indie-rock que fue tan popular en España. Desconociendo por completo su música y trayectoria, creí sensato ese punto de partida para hacer una inmersión objetiva en el proyecto. La sala estaba llena, tuvimos la suerte de tener una presentación del guionista, Fernando Navarro, y la productora de la película, quien confesó cosas como que «quería reflejar mi ciudad, Granada, que comparte con Sevilla su lado conservador y su underground rockero», pero que ante todo «era una celebración de la amistad». En conexión con ello, se llegó a decir que a la hora de crear una película «hay una especie de directoritis, pero las películas no son cosa de un director, sino de muchos creadores». Y tras esto nos adentramos en la proyección, que orbita un momento temporal concreto de la obra, la creación del disco llamado Una semana en el motor de un autobús. Con un formato menos panorámico, intuyo que un 3:4, comenzó a contarse una etapa de la banda a raíz de la desintegración de sus miembros, especialmente con la salida del mundillo de la que había sido hasta ese momento la bajista y corista.
La película tiene muchos momentos memorables, como la pelea en el bar que en realidad nunca sucede, como síntoma del carácter granaíno. Pero en general me dejó un regusto irregular, y me quiero explicar. Yo, que lo veo desde fuera y lejos, veo una historia sobre una banda en la que hay poquísimas escenas de música, es más, cuando hay momentos de ensayo, se centran en dejar de tocar y discutir. Creo que no hay más de una secuencia en el que se les vea tocar ante un público. Ni siquiera se ofrece una visión sólida de cómo componían. Por otra parte, la cuestión de la drogadicción, la desorientación como banda y como individuos, me pareció algo redundante. Tras la primera hora ya habíamos captado que el guitarrista era un adicto, que no avanzarían con él en ese estado, que eran superamigos y ello suponía un desgarro al vocalista, pero se sigue reincidiendo en esto sin que haya grandes cambios durante la segunda mitad de la película, a mi gusto, de forma aguada y sin verdadero peso argumental. Otro caso fue el recursos de acudir a la exbajista. Muchísimo protagonismo, y lo hubiera entendido al comienzo de la película, por el tema bisagra entre etapas y tal, pero cuando el cantante la visita por segunda y tercera vez al mismo espacio, la universidad, para contarle lo mal que va y pedirle que vuelva, nunca con éxito, me hizo pensar que habría un motivo… que al final volvería al grupo, que ella tomaría una gran decisión a favor de la banda… pero no es así. No fue a ninguna parte. Era una aliteración con pinzas en el guion. Por ello no salí muy contento, imagino que un superfan de la banda la disfrutará, como los fans de las cosas disfrutan de cualquier migaja relacionada con su obsesión, pero, francamente, no siendo mala película, no entiendo cómo se le tiene como candidata a los Oscar. Una chica del público comentaba en voz alta lo mismo y puntualizó, «cómo les va a importar a los americanos si ni siquiera son tan conocidos en España». No sé de qué latitud emocional venía esa chica, igual toda esta impresión es producto de las tres copas de vino con las que brindé a la salud del festival. Visto para sentencia.
Necesitaba aire y me dirigí hacia los cines MK2 de Nervión, porque en su sala principal, tenía apuntado en mi agenda ver A MISSING PART, peliculón (advierto desde ya) de Guillaume Senez. Uno entraba en la web y lo veía claro: Prácticamente todas las butacas vendidas en aquella sala inmensa. Hubo una breve presentación del director, que llegó a hacer una foto al público porque le impresionó tal convocatoria, y decretó antes de marcharse que «espero que os emocionéis con la película. Surgió desde el mismísimo azar». Un francés que trabaja de taxista en Tokio desde hace más de ocho años está plegando toda esperanza que le llevó allí: encontrar a su hija, cuya madre la raptó sin consentimiento y ahora la legislación japonesa le protege con la guarda y custodia exclusiva, un sistema normativo que tortura al extranjero, pues le prohíbe tener acceso a información tan básica como dónde está la menor, pero que a su vez le descuenta del salario una parte cada mes en forma de pensión para la hija que no verá hasta que sea mayor de edad. Pues lo dicho, en ese punto de abandonar y volver a Europa, se sube al taxi una niña que reconoce inmediatamente como su hija. Y a partir de ahí, la película. No puedo hablar sin spoilers, así que no diré más.
Una obra muy sensible, con personajes que trascienden lo ya visto o esperable, y un acercamiento a la cultura real de Japón que no pretende ser un tour turístico para occidentales, sino que brotan las costumbres o maneras de una forma orgánica en el día a día de los protagonistas. Debo destacar, aunque sea dicho así en abstracto, el momento que hay en la película en la que acuden a una empresa que, por un módico precio, puedes disponer de una habitación de oficina perfectamente habilitada para que la destroces con el arma que elijas (bate de beisbol, espada, martillo… tú eliges). Una vía de escape a tanta tensión y agobios que me surgió la necesidad de comprobar si eso existía en España, porque tengo días y días, como todos supongo, y creo que se enderezarían si puedo ir veinte minutos a romper pantallas, mesas y televisores como un diablo ojeroso al que no le dejan dormir. No imagino algo más zen. De momento, mi película favorita para que gane el Giraldillo de Oro este año.
11 de noviembre de 2024
Una hoja de reclamaciones para el cine. Así, tal cual, lo comentaban algunos compañeros de prensa. ¿El motivo? Que una espectadora había ido a ver la película de Johnny Depp pero creía que éste estaría ahí para hacer una presentación de la misma. Claro que sí, señora, a una sala pequeña, tras la rueda de prensa y los photocalls, a comentarla en un espacio íntimo… La gente pasea demasiado entre la calle inventiva y la plaza de las ilusiones. Sé de lo que hablo, y es que a veces se vive mucho más dentro de nuestras cabezas que lo que se irradia con palabras o acciones al exterior. Algo similar ocurría en la película COMME LE FEU de Philippe Lesage, una película extraña pero acogedora que resalta las dificultades pero también generosidades que puede ofrecer las relaciones humanas en un entorno limitante como puede ser una cabaña en mitad de un paraje boscoso y salvaje.
Entre bromas, juegos y mucho vino acaban floreciendo verdades que no siempre son fáciles de conducir. Una obra cuyo elenco actoral es tan orgánico que rápidamente te olvidas que son actores, que aquello no está ocurriendo, porque igual sientes una pseudoenvidia por no participar de sus festejos (brutal la escena del contagio danzante con la música a todo volumen) que te alegras sobremanera por no estar nadando en incomodidades emocionales en un lugar del que no es fácil marcharse por tu propio pie. Una película cuya psicología es imprevisible y magnética, como un fuego que amenaza con crecer y escapar de la fogata que creemos controlar. Hasta el final guarda sorpresas para el espectador, como ese sueño dentro del sueño que sueña otro soñador diferente al metasoñador. Una pájara de apenas unos minutos con los que se despiden y me ganó. También es de esas películas cuya escena inicial comulga con la final. Y dicho sea de paso, aunque sea un comentario aerolito que se cuele en mi valoración, la calidad sonora de Odeón es acojonante. Se disfruta mucho una película así.
Y hablando de personas que no saben vivir sin pasar más tiempo dentro de sí mismos que fuera… La tarde me regaló la oportunidad de ver el documental que han hecho en memoria de la importantísima trayectoria de Jesús Quintero llamado EL LOCO. LOS SILENCIOS DE QUINTERO dirigido por José Rueda y Rocío Cañaveras. «Todo lo que ves aquí es mentira», la frase que abre el documental con la propia voz del mítico entrevistador. Una personalidad irrepetible que desde la filosofía, el pulso poético y la sabiduría pícara de la calle abría mentes y corazones de aquellos que tuviera delante. Ejercicios propios de psicoanálisis, la escucha activa, la paciencia silenciosa para que le otro completase la respuesta, la templanza de la mirada para ahondar en la verdad que cada uno guarda tras los destellos iniciales, así como la mimetización con el carácter que tiene delante, a fin de crear una atmósfera cómoda y segura para el entrevistado.
Viendo sus trabajos en programas como El loco de la colina, El perro verde, La hora D, Cuerda de presos o Ratones coloraos entre otros, a uno se le despiertan las ganas de dedicarse al oficio de las preguntas, de ahondar en la naturaleza basta de la humanidad (como si fuera poca cosa), tirar de cabeza a las cuestiones fundamentales y luego, sin que se note, meterle humor negro y mala leche, para que pique. Igual ya que tenía mi altavoz en YouTube podía dedicarme a recolectar entrevistas rocambolescas al estilo de Quintero, debo meditar sobre ello, desde luego eran admirables los encuentros con personalidades como Antonio Gala, José Luis Sampedro o Antonio Banderas. Y así salí de ese emotivo homenaje, en gran parte conducido por sus propias hijas, Andrea y Lola.
Con hambre de conocimiento, de nuevas experiencias, decidí regalarme la oportunidad otra de las nuevas sedes del Festival de Cine Europeo de Sevilla: Cartuja Center Cite. Un espacio a las afueras de la ciudad, en plena Cartuja, que dada su grandes dimensiones como auditorio y su gran dispositivo para photocalls y presentaciones, contribuiría a un gran broche final para mi día, estaba seguro. Allí tendría lugar la premier de SIN INSTRUCCIONES, una película de Marina Seresesky, y protagonizada por Paco León. Se trata de una adaptación por las guionistas Marta Sánchez e Irene Niubó de una obra que supone el mayor éxito en la historia del cine mexicano, No se aceptan devoluciones de Eugenio Derbez.
Una película confort, para toda la familia, pero con caminos que surcan el drama más lacrimógeno. Una película cálida, propia de sofá y mantita, o esa fue la impresión que me dio. La pantalla del Cartuja Center Cite es enorme y el sonido perfecto, por mucha distancia a la que te encuentres. Y huele a limpio, a limpio-nuevo, que es algo que me llamó la atención (¿es muy rara esta precisión?). Un poco antes de la película hubo una presentación global del equipo presente, Paco León incluidísimo, por supuesto, todo ello conducido por el director del SEFF, Manuel Cristóbal. Cuando todo terminó, aplausos del público, rostros con ojos rojos, surcos de lágrimas, pañuelos arrugados bajo la nariz, abrazos entre el equipo que ve funcionar en pantalla grande su obra. El cierre de mi día no podía haber sido más completo. ¿Alguien tiene un clínex de sobra? Los vientos traicioneros de una habitación cerrada, siempre tan inesperados, me habrá metido algo en el ojo…
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