A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA XX: “LAS NIÑAS ZOMBI” – Celso Giménez
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
20 de enero de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
El Teatro Central no había terminado conmigo. Aquella tarde de invierno parecía ceñirse sobre sí misma, y yo, en reflejo fiel al ambiente, continuaba entre sus pasillos, descendía por sus escaleras, me perdía entre las sombras de los asistentes, en plena paradoja, yo, Aristófocles, el hombre sin sombra, la sombra sin cuerpo. Cuando esto sucede me suelo preguntar «¿y ahora qué?» y el murmullo de los vivos suele darme la clave para averiguarlo.
«Chacena, ¿seguro?, Chacena, butacas sin numerar, escenario detrás del escenario, creo que ya empieza, la obra de Celso, nunca he visto a Celso, corre que se llena, Sala Chacena, las entradas casi agotadas, hay que aprovechar, ¿Celso? ¿Celso Giménez?, LAS NIÑAS ZOMBI, rápido que empieza». En el río de conversaciones algunas palabras brotan sobre la corriente, salmones orales, voces como haces de luz. Fui al fondo del auditorio, a la mencionada sala, encontré una butaca vacía en lo alto de la grada, la oscuridad ya engordaba la intimidad del espacio y percibí cómo la marea de palabras se deshacía contra el rompeolas de la puntualidad.
Frente a un telón oscuro, surgió un hombre y un micro, el propio Celso Giménez, para narrar su idea como punto de partida, una presencia que seguirá durante la obra en forma de voz en off simultánea. Sube el telón oscuro y nos encontramos con una habitación oscurecida, un container de cristal para ver el interior (que aún no se aprecia), pero al que sacarán todo el jugo posible. Y el primer punto es trabajar la imaginación, por ello todo es seguir la voz en off (Celso fuera de escena) y una serie de puntos de luz, que ahora aparecen y desaparecen, movimientos en la oscuridad y parpadeos incandescentes; seducciones para acercar la intuición y la febrilidad propia de la mente de un niño cuando le narran un cuento. Se habla de un pasado, porque la obra instiga a la mirada atrás, al salto de tres generaciones, para resolver misterios que (en ese «hoy») resuenan.
Tras unos juegos en directo propios de una película de animación (algunos objetos parecen cobrar vida, por el movimiento y por la asunción de una metáfora manifestada por la voz de Celso), entran en escena una trío de mujeres que cobraran toda la responsabilidad de llevar a buen puerto esta obra. En este momento me abstraigo un segundo, pienso en los programadores del Teatro Central, el buen hacer que tienen, hoy han vinculado dos obras cuyo peso recae sobre tres mujeres en cada una, me encantan esos detalles.
Aquí las actrices son Natalia Fernandes, Teresa Garzón, Belén Martí Lluch, que jugarán el papel de primas que se reencuentran después de mucho tiempo en una suerte de reunión familiar, pero que, aisladas en su propio espacio (aquella habitación-cabaña), entre risas y actualizaciones vitales, tendrán que tomar las riendas de una responsabilidad heredara, un cabo suelto alrededor de la (doble) vida de su abuelo (¿quizás el zombi fundador del misterio de esta familia?). Las conversaciones se encaminan desde diferentes puntos de vista, ajenos sentimientos parentales filtrados por ellas, que deben reconducir a una solución colaborativa y eficaz. Como volver en mitad del bosque tras unas huellas desdibujadas y bajo una luna debilitada por nubes opacas.
Esta propuesta escénica se sirve de recursos teatrales y efectistas que acarician la atención del espectador con amabilidad y seducción, ya sea a través de un baile suave de diminutos focos, una columna de humo, una simulación de lluvia en el cristal que nos separa de las intérpretes, o el acompañamiento perenne de subtítulos con el discurso de Celso. Incluso destacaría dos momentos álgidos que van continuados en la obra: El momento musical con guitarra, en el que Teresa Garzón se luce en voz y cuerdas; seguido inmediatamente del arrastre de la propia escenografía para desgajarla, como un cajón, de su jaula de cristal, para así voltearla, sobre sí misma, y crear otro espacio (escenografía increíble de Marcos Morau, el mismo Morau que me impresionó hondamente con la obra Afanador, ¡por lo que mi alegría fue superior al coincidir con su nombre de nuevo!), con su propia atmósfera y concepto temporal, un territorio de niebla y silueta para la segunda parte de esta reflexión zombi detectivesca.
Y quiero pararme a meditar sobre la zombicidad, si existiese esa palabra. Este que escribe ha leído libros y revistas en la sala espera del Limbo, sé cosas, sí, hasta ojeé un manual de supervivencia. Al fin y al cabo, como eidôlon, me interesan mis compañeros de rellano en esta vida entre el más allá y el más acá. Por lo que tengo entendido, la idea habitual de zombi es más vieja que las alpargatas, muertos que vuelven a la vida y aterrorizan. Un poco la vida del monstruo de Frankenstein. Y Celso, aquí en palabra y subtítulo, define que el zombi es el animal más indefenso que camina sobre la tierra porque en él “cualquier herida quedará abierta hasta el final”. Zombi como animal sensible al arrastre de traumas y brechas, zombi como heredero de una vida arrebata. De nuevo, pienso en la obra de Mary Shelley. Aquí también adquiere otro matiz: Zombi es la gente de la tercera generación en una familia que ha padecido la guerra o la posguerra. Descendientes de sangre y secretos, de miedos y vergüenzas, a los que les toca repensar lo que conoce antes de que se pierda en el camino de polvo del tiempo.
Y en ese sentido, las tres detectives cuestionan: ¿quién fue su abuelo? ¿Murió su abuelo donde se dice que murió? ¿Por qué parece que tuvo una doble vida? ¿Qué luz se puede arrojar sobre la omisión continua de unos padres, la segunda generación, que no quieren hablar de lo oído o deducido? Una historia valiente, un formato creativo, una intención generosa de cuento y de verdad.
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