sábado, octubre 12, 2024
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AFANADOR ENTRE LA LUZ Y LOS CUERPOS – Ballet Nacional de España

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.


 

CRÓNICA VIII: Ballet Nacional de España

TEATRO DE LA MAESTRANZA – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

 

1 de diciembre de 2023 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Lo inesperado es una dádiva que llega por igual al que ostenta soberbia o ingenuidad. De entre todas las almas que circulaban entre las puertas del TEATRO DE LA MAESTRANZA y la última butaca de la tercera de paraíso, nadie conocía las apuestas y mutaciones que se desarrollarían en aquel escenario por parte de la compañía de Ballet Nacional de España. Yo el que menos, ya imaginarás por qué, viniendo de la otra punta del tiempo, materializado sobre una butaca del primer balcón del auditorio, cuando ya todos tomaban posesión de sus asientos, tan arreglados y elegantes, dispuestos a ver cómo se destruirían sus predicciones sobre aquel espectáculo.

Ballet, Afanador, Luz,

Ballet, Afanador, Luz,

El encuentro se había titulado Afanador, en homenaje e inspiración del imaginario de Ruvén Afanador, el reconocidísimo fotógrafo, o eso rezaba el folleto de la programación que leí en aquellas pantallas enormes (aún me cuesta acostumbrarme a leer en esas imágenes en movimiento, letreros que no esperan y que, a los pocos segundos, serán sustituidas por otra imagen, ¡qué ansias!). Leí que decía Marcos Morau, ideólogo y director de este proyecto: «Ruven Afanador observa el flamenco a través de una lente deformante, hecha de sueño, deseo y memoria. Si los elementos de la tradición son tranquilizadores por definición, ¿qué ocurre cuando estos se vuelven extraños e irreconocibles? La mirada surrealista de Afanador sobre el flamenco es muy parecida a la mirada sobre el mundo que ha nutrido en estos años mi trabajo al mando de La Veronal: no representar el mundo que existe sino inventar uno nuevo.» No pude estar más de acuerdo, por lo que estaba impaciente por su comienzo.

Ballet, Afanador, Luz,

Una vez llegó la hora, la sombra fue absoluta. Luego, la música electrónica distorsionaba un ritmo propio del flamenco. Se abre el telón y aparece un espacio que iría cambiando pero que ya declaraba su inclinación por los negros, blancos y plateados. En aquel arranque, lleno de energía contenida, ya estaba lo que vendría luego, la plenitud de vestuarios implacables que parecían sacados de obras pictóricas que rozaban lo picassiano, los juegos con luces potentes y un racimo de modos de empleo, la narrativa de los cuerpos, para dialogar con la imaginación pretendida y la espontánea del público, así como la conjunción de artes y estilos que declararían una hermandad absoluta entre el flamenco y otros vientos artísticos.

Engranajes de pasión en una maquinaria bien engrasada. Eso me pareció que irradiaba aquel movimiento continuo, la patente intención de condensar el fulgor interior contenido en esta rama musical, en sus gentes y a través de la cámara de Afanador. Es una obra llena de momentos que impregnan el subconsciente del público, escenas muy potentes, como bajar el escenario hasta que sólo se vean hasta las rodillas y, en aquel rectángulo de luz, comunicar el coro de taconeos y otras danzas, en la estricta simultaneidad de los bailarines. (¡Y gran detalle el momento del afilador, con su bicicleta, la sonrisa ganada desde la memoria callejera de la infancia!).

Ballet, Afanador, Luz,

Otras fotografías móviles pueden ser cuando presenciamos el surgimiento de un camerino donde las bailarinas se preparan, con pocos elementos de luz, desde la silueta de las danzantes, casi como si un cómic se tratase. Jugaba un gran papel los dobles telones, los focos móviles, la artillería de focos que subían y bajaban desde el techo del escenario, las grandes paredes giratorias, las emisiones de niebla artificial, las proyecciones de video mapping (oí a un señor mencionarlo, yo lo llamaría dibujos de luz en la pared), y tantos recursos de vestuario y escenografía que soy incapaz de resumir. Un balcón desde el que cae una larguísima melena (me resuena a cuentos árabes, una tal Sherezade), bestias en el suelo que surgen de las piedras, parejas que transforman sus cuerpos en los de un caballo, viudas de negro íntegro que parece deslizarse por el aire sin ápice de articulación motora. Todo es logro de un trabajo llevado a la máxima potencia, un sudor consagrado al Arte y al placer visual del encuentro entre la luz y los cuerpos.

Ballet, Afanador, Luz,

Gran mención al cantaor, guitarristas y percusionistas del cajón flamenco, así como al momento en el que los bailarines ejecutan su música con castañuelas en las manos, música en directo que se superponía a la editada de forma previa, esa presencia electrónica que hilaba tiempos y espíritus, amasando incluso, bajo su poder, marchas de semana santa o sintonías propias del toreo. Un ejercicio de elegante barroquismo visual y sonoro que no daba tregua a un público sediento de danza que acabaría en sobreexcitado, aplauso duro, palmas enérgicas, y en reparto azaroso entre las filas, butacas estáticas cuyos espectadores se debatían entre el desconcierto y la asimilación. A mí, como eidôlon, me cautivó, en génesis de la certeza de haber contemplado algo atemporal, que derrotaría por igual a los visitantes de un circo romano y a los de un palacio dieciochesco. Comencé a evaporarme, a saber dónde surgiría de nuevo, en qué fuego escénico, pero puedo decir que me fui taconeando bajo mi túnica griega. El ritual entre la luz y los cuerpos había recompensado a sus testigos.

Ballet, Afanador, Luz,


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