Para cruzar la frontera con Portugal desde Lobios en Orense, a las puertas de la Reserva de la Biosfera transfronteriza del Xurés-Gerés, tenemos dos opciones, una siguiendo el río Limia, más directa, y otra yéndonos más al sur, hacia Portela do Home.
Nosotros vamos a seguir el río Limia. Pero, los que quieran disfrutar de los apasionantes paisajes del Gerés les recomiendo que partan de Portela do Home, Portela del hombre en castellano.
Portela de Home es el paso natural que nos conduce al Parque Nacional del Gerés, cuyo nombre deja bien claro las reminiscencias históricas que ha tenido desde siempre como frontera entre España y Portugal.
Siguiendo el río Limia nos encontramos con el Castillo de Lindoso, situado en un privilegiado emplazamiento y que nos confirma la vocación de frontera que ha tenido la Sierra de Gerés desde antiguo.
Se trata de uno de los castillos mejor conservado de Portugal, considerado uno de los monumentos militares más importantes. Sobre las primitivas murallas medievales, obra románica y gótica, se encuentran los típicos baluartes del siglo XVII más aptos para soportar las armas de artillería. En su construcción los portugueses fueron auténticos maestros como lo demuestran tantas obras defensivas que podremos contemplar a lo largo de toda la frontera hispano portuguesa.
Seguimos ruta hasta llegar a Ponte da Barca, a orillas del Limia, cuyo nombre recuerda a la barca que usaban los peregrinos a Santiago para atravesarlo en su camino hacia el Apostol. En su lugar un fabuloso puente construido en el siglo XV y que es el símbolo de la población y su seña de identidad.
Un poquito más al oeste, pero perteneciendo al mismo partido judicial, nos encontramos con el monasterio de Bravaes. La construcción que muestra un sencillo estilo románico, nos recuerda mucho al que podemos contemplar en la Ribeira Sacra del Miño. Constatamos que muchas veces las fronteras no dejan de ser un mero artificio, que no evitan la comunión de ideas y sentimientos de los pueblos que se sitúan en sus inmediaciones, ni que estos se plasmen en sus construcciones.
Y siguiendo nuestro camino hacia el sur, no podemos dejar de ver una de esas maravillas de la naturaleza, una muestra de lo insignificantes que podemos ser ante tanta belleza. Me refiero, a la cascada de unos veinte metros de altura en Fervença, perteneciente también a Ponte da Barca.
Seguimos nuestro viaje hacia la ciudad portuguesa de Braga, una de las más antiguas de Portugal y la tercera más poblada después de Lisboa y Oporto. Fundada por los romanos en el año 14 a.d.C, en el siglo II fue nombrada capital de la región de la Gallaecia, condición que no perdería hasta la conquista visigoda.
La ciudad de Braga que ahora contemplamos es una ciudad dinámica, moderna y con un casco histórico donde reina como monumento más significativo su imponente catedral, reconstruida después de 1135 debido a la destrucción de la primitiva por un terremoto.
Se trata de un edificio románico, grandioso y que ha conservado prácticamente íntegra su antigua fábrica a pesar de tener algunos añadidos posteriores que no le han restado un ápice de su proverbial elegancia.
El resto de la ciudad antigua de Braga guarda algunas sorpresas. El castillo, que no está situado en ninguna altura relevante como nos tienen acostumbrados, sino cerrando por uno de sus lados la enorme y peatonal Plaza de la República, centro neurálgico de la ciudad y punto de reunión de vecinos y visitantes. Sus plazas que aparecen en el lugar más insospechado, sus jardines y los múltiples recovecos de una ciudad medieval harán que el viajero salga reconfortado de tan bella ciudad.
Desde el punto de vista del gran turismo, el lugar que llama más la atención de Braga es el Santuario del Bom Jesus. Está situado a las afueras de la ciudad y se accede a él a través de una enorme escalinata barroca que se ha convertido en el símbolo de la ciudad.
Sin embargo, los que me habéis seguido hasta aquí sabéis a estas alturas que el que esto escribe prefiere las pequeñas joyas olvidadas. Braga es una ciudad con enormes encantos pero el más bello de ellos permanece olvidado, incluso para las propias autoridades que la tienen prácticamente ausente de sus folletos e indicaciones circulatorias para conseguir encontrarla.
Estoy hablando de la Capilla de San Fructuoso de Montelios. Uno de los pocos ejemplos de arquitectura visigoda en el Portugal, situado a las afueras de Braga y que guarda tremendas similitudes con Santa Comba de Bande. Edificada en planta de cruz griega, fue originalmente diseñado como mausoleo de San Fructuoso, obispo de Braga en el año 665. En la actualidad, lo que antiguamente fuese una iglesia exenta ahora se encuentra encastrada en una iglesia franciscana bastante posterior.
Cada uno de los brazos de la cruz, excepto el más occidental donde se encuentra la puerta, es un ábside con forma de arco de herradura en el interior y cuadrado en el exterior. La decoración exterior destaca por alternar triángulos y arcos de medio punto que parecen tallados en la piedra, ya que estas no cambian su posición para darle forma.
Su interior destaca por la altura que le otorga el crucero y por la forma tan curiosa de sus tres ábsides, que se juntan en el crucero donde aturde la altura del cimborrio que lo corona. La sensación es de que nos encontramos en el centro del mundo aquí representado.
Como ocurriese con San Miguel de Celanova, lo antiguo ha sido menospreciado, apartado, pero felizmente conservado. Resuena en mi cabeza la frase bíblica: «La piedra despreciada por el arquitecto es ahora la piedra angular».
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