miércoles, mayo 15, 2024
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MÚSICA E HISTORIAS PARA GENTE COMO TÚ (Crónica III del 20 Festival de Cine Europeo de Sevilla)

Superado el ecuador de esta cita anual para cinéfilos del Cine Europeo actual, el deber de todo espectador era disfrutar todo lo posible las diferentes propuestas encaminadas a la reflexión y el abandono durante los minutos de cada proyección. Salas llenas y opiniones de todos los colores en esta 20º edición del SEFF. 

Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 20 Festival de Cine Europeo de  Sevilla.


 

CRÓNICA III DEL 20 FESTIVAL DE CINE EUROPEO DE SEVILLA

Tuvimos una discusión desde bien temprano, porque Larzo y yo no nos poníamos de acuerdo sobre qué otorgaba más punch a la atención del espectador: música cañera o silencios sostenidos. Dos conceptos que suelen ir vinculados a otros casi por mandato divino: imágenes a todo color o blanco y negro (vale también imágenes apagadas, tipo nocturnidades o interiores). Es raro que se mezclen, música a toda pastilla e imágenes en escala de grises… planos estáticos y a todo color fosforito… ¿No es verdad? ¿Qué doblega mejor la mirada del espectador? Pues la discusión nos duró todo el día, culpa del SEFF, por supuesto, y su programación dispuesta para ese lunes 27 de noviembre, ecuador del festival.

Música, Historias, gente, cine

Arrancamos la mañana con La estrella azul, ópera prima de Javier Macipe. Una película que se inspira en personajes reales para contar una historia universal: Un artista que abandona lo que funciona pero no le llena en busca de un pulso más auténtico, una renovación que, como un fénix, le haga volver a su pasión más ardiente que nunca. Es una obra llena de luz y calidez humana, más allá de la sombra dramática que la atraviesa, lo cual habla muy bien del corazón que late tras la obra. El actor Pepe Lorente recrea a un Mauricio Aznar (líder de Más birras y rockero español de los 90) que busca en Argentina un brillo en su folclore musical que se está extinguiendo en su propia tierra. Se dice en un momento iniciático que «la guitarra escoge a sus elegidos para mostrarles sus secretos» y en torno a ese instrumento orbita esta historia, la llave para aprender a transmitir sentimientos que escapan de otras artes. La familia Carabajal, que son y fueron artistas folclóricos de la música argentina, tienen un papel fundamental aquí, dan ganas de quedarse con ellos y disfrutar de su hospitalidad mientras rindes a sus pies la voluntad de eterno alumno.

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Salimos optimistas, casi abrazados, por ese efecto de generosidad que otorga la buena música dictada por gente humilde. Entonces subrayó Luco Larzo la «estúpida evidencia» de que sólo con imágenes bien luminosas y música alegra cualquiera se gana fácilmente al público. A mí eso me exaltó, porque lo veo una reducción injusta, una exageración de barra de bar, y empezó la disputa. Me reprochó, desde la memoria más fértil, títulos de películas que sin la música, según él, no tendrían tanto peso en la historia cinematográfica (media filmografía de Williams y la otra media de Morricone, cuarto y mitad de Zimmer, y el noventa y nueve por ciento de Disney). Vamos, que me dio el maldito almuerzo. Con una nube gris sobre mi cabeza, busqué en el programa del festival alguna película que contraatacase su teoría y nos metimos a las cinco y cuarto a ver Music de Angela Schanelec.

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No quise ser cruel, más bien demostrar que la música no es un truco barato del que se pueda cualquiera servir para ganarse al público, que todo tiene su ciencia, al fin y al cabo, soy director de Cine Breve y documentalista, sé de lo que hablo, pero Luco, erre que erre, así que opté por jugármela con esta película, cuyo título ya era una declaración de intenciones, ¿y qué pasó? Que fuimos totalmente engañados frente a nuestras pretensiones. ¿Música? ¿En serio? Cuarenta y cinco minutos de metraje tuvimos que esperar hasta que salió una mínima melodía. Y tampoco cambia la cosa mucho desde entonces… Su historia es extraña, demasiado pausada para mi gusto, unos personajes revestidos de una excesiva seriedad, presunta pretensión de hondura intelectual, en la que el desarrollo de la vida del protagonista tarda en cambiar y, cuando lo hace, es mediante un salto temporal tan imprevisto como difuminado. Creo que hubo muchos elementos que no quedaron claros en la trama, aunque la fotografía era luminosa y transmitía la sensación abierta de la naturaleza en la que a veces se desarrollaba la historia. Pero poco más podría destacar, siento que es una idea fértil con una ejecución anémica y algo soporífica.

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No me sirvió para contrargumentar a Larzo, es más, salió reforzado en aquella idea de que, sin potencia musical, la película decae en picado. Así que, antes de que tuviera tiempo a solidificarse ese estado de ánimo, le arrastré a Sueños y pan, otra ópera prima como largometraje, creada por Luis «Soto» Muñoz. Su construcción bebe de la influencia del cine quinqui, aventuras de delincuentes de estratos sociales bajos, pero sirve para lanzar una indirecta al mercado del arte pictórico y sus especulaciones. Con mi pasado de actor, me recordó en cierta medida a la obra de teatro de Yasmina Reza llamada Arte, igual a más de uno le viene a la memoria, comparten reflexiones. Aquí ya cambió la cosa a mi favor, porque es una película de muy bajo presupuesto, filmada en blanco y negro, en cierto aspecto muy amateur, pero con mucha fuerza y energía, que hace empatizar con unos personajes, interpretados con lagunas e intermitencias, pero con el acierto suficiente para que te quieras apegar a ellos y saber qué les pasa a continuación. En este sentido, sobresale de una manera increíble el papel de George Steane, actor que se comía cada plano en el que participaba, y cuyo nombre apunté en mi libreta de director, quien sabe si podré contar con él para una obra futura. En resumen, sin música apenas y en blanco y negro, es una película que te atrapa y no puedes dejar de sonreír con esa camarilla de amigos. Si fuera posible resumirla en una palabra, aunque parezca una locura, podría decirse que calza el adjetivo de «entrañable».

Música, Historias, gente, cine

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Nos retiramos a nuestras casas en un empate técnico, aunque Larzo me dijo que ahí no quedaría la cosa, ya que él tiene un mal perder notorio. Al día siguiente nos citamos a la misma hora directamente frente al cine e insistimos en nuestro debate, tras atravesar una marabunta de gente camino a una de las mayores salas del cine, para ver Crossing de Jacqueline van Vugt. Podría decirse que es una historia de habitación cerrada, esa clasificación en la que en un espacio cerrado un grupo de personas muy diferentes tienen que convivir un tiempo determinado y empiezan a pasar cosas. Con la forma de tragedia de lo cotidiano abre un diálogo tácito con el espectador sobre expectativas, terrores y esperanzas que puede ocurrir en un choque cultural, sobre el trampolín de la educación o si prescindimos de la misma. Reta a las conciencias que se creen limpias a comprobar si no se deslizan pensamientos prejuiciosos o infundados. Lo cierto es que, a la salida, comentamos Larzo y yo que echamos en falta más interacción entre los personajes con distintos orígenes, como que a pesar de todo se mantenía siempre una distancia física y verbal. No obstante, es una buena película y se hace larguísimo ese viaje en barco.

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Cero música, película a color, tras esa proyección diría que no soy vengativo pero Vigía se imponía a Larzo en el marcador de «quién tiene la razón». Digamos que él tiene mal perder y yo mal ganar, la verdad, tardé poco en restregárselo. Él me recordó si no debería estar grabando el SEFFUMENTAL, cosa que era cierta, así que me dediqué a perseguir a gente por aquellos pasillos con mi cámara del móvil para tener escenas que funcionasen sin necesidad de añadirle música, por supuesto. Cuando nos cansamos de hacer tomas, nos metimos a una sala poco vigilada por el equipo de Staff del festival y pudimos disfrutar de Yo, capitán (Io, capitano) de Matteo Garrone.

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Digamos que aquí, como en la proyección anterior, también se trataba de llegar sanos a Europa desde África. Pero la historia es muy diferente. Es la verticalidad emocional y física a la que se someten muchas personas de diferentes puntos de aquel continente para huir del hambre, las mafias y, al fin y al cabo, la desesperanza en una vida asfixiante. Las escenas a través del desierto son de una belleza abismal, pero causan la misma hondura hacia el temor de cada uno, ¿qué haríamos en el lugar de los protagonistas? Me daba pavor las escenas en las que una multitud es aglomerada en un mínimo espacio y puede desatarse el caos y el pánico en cualquier instante. Pienso en las escenas en barco, para mí un reflejo casual de la película Crossing pero con una óptica totalmente distorsionada, casi otro mundo. Una de las enseñanzas universales que capté con la película es que más me valía, en cualquier contexto, ser habilidoso con las manos, haber ejercido un oficio manual que pudiera ser útil. Eso podría salvarle a uno. Me avergüenzo de mi corriente artística, insuficiente lujo en caso de necesidad. No obstante, recuerdo a Oscar Wilde diciendo aquello de «todo Arte es completamente inútil» y así debe ser, aunque eso no signifique que no saquemos provecho de la obra, y así repercuta en la realidad que nos rodea. Tras hablarlo con Luco, nosotros apostamos por resumirlo en «o eres un creador o un destructor», y sabemos que sumar para el marcador del bien siempre ayudará a alguien.

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Aquel día terminó ahí, nuestra sensibilidad estaba a flor de piel tras ir subiendo la intensidad de los dramas que habíamos visto. La mañana siguiente se cancelaron todos nuestros planes de grabar en exteriores, porque la lluvia se apoderó de Sevilla. Creo que Luco tiene la estabilidad emocional de una placa solar, porque quedamos para almorzar y lo primero que me preguntó es si ya había hablado con alguien para proyectar el SEFFUMENTAL, que si igual estábamos trabajando en balde, que si estábamos perdiendo el tiempo, blablablá, cara larga, cejas bajas, palabras que se arrastran por una voz a medio volumen; su personalidad era bastante pesimista sin rayos de sol. Yo, por supuesto, me tiré el rollo. Le dije que todo estaba bajo control, que teníamos un par de interesados como productores, que tenía cinco auditorios para su proyección, y un zeppelín para anunciarlo con pancartas y altavoces por encima de la ciudad. Igual sobrepasé una línea o dos, pero él no pareció percatarse. Para aliviar un aterrizaje forzoso en el futuro le dije que siempre podríamos publicarlo directamente en YouTube o alguna red social, mucho más democrático, el Arte para el pueblo y todas esas proclamas pseudosocialistas que pudiesen encajar ahí. Él me miró ceñudo, por suerte llegó el camarero con las croquetas que habíamos pedido y se disipó toda sospecha.

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Cuando nos preparamos para acudir al cine, vimos muchos escenarios superpuestos que nos impresionaron. La ciudad medio encharcada, especialmente por las obras que horadaban las proximidades del edificio en el que se alojaba MK2 Cinesur. A ello, se le sumaba la multitud de adornos navideños instalados a la espera del alumbrado oficial del próximo sábado, aunque parte de ellos, insurrectos, ya otorgaban al ambiente la calidez de sus leds y cintas rojas o doradas. Y a todo ello, para hacerlo mucho más peliculero e impensable, furgones y furgones de policía, agentes a caballo, otros a pie con equipo antidisturbios, otros dirigiendo el tráfico, algunos paseando por las calles próximas. El ambiente vibraba, había ruido de horda, gente por todas partes. Por supuesto, para lamento cinéfilo, no estaban exultantes por la jornada final de esta 20º Festival de Cine Europeo de Sevilla, ojalá. Detrás de los cines hay un estadio de futbol y ahí, unas horas después, habría partido. No obstante, el ambiente destellaba energía y ello nos puso en alerta. Al llegar a la entrada del cine, buscamos en la programación alguna película que pudiera contrarrestar tanto estímulo y transportarnos a otro mundo, y dimos con la opción perfecta para cerrar esta edición.

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Se trataba de Eureka, una película de Lisandro Alonso, y esto era sinónimo de cuento al que zambullirse y adentrarse sin prisas, para palpar su atmósfera, respirar su propio tempo y dejarse llevar por la imaginación. Sé de lo que hablo. No es la primera vez que veo un estreno de Alonso en el SEFF. Allá por 2014 presentaba su película Jauja y aquí repetía protagonista, nada más y nada menos que el admirable Viggo Mortensen. Yo, conociendo el tipo de cine de Lisandro Alonso, fui preparado con la mente abierta y la paciencia dispuesta, pero reconozco que no puse en sobreaviso a Luco Larzo, quería observar con disimulo sus impresiones a medida que avanzara el metraje.

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Las películas de este autor suelen dividir al público. A mí, por ejemplo, me parece de una alta sensibilidad y belleza difícil de comparar con otros directores, pero reconozco que, al tener su propio sentido del ritmo, a mucha gente le pueda parecer lenta en determinados pasajes, o incluso «soporífera», como apuntó un desesperado Larzo a mitad de la proyección. Pero creo que no pretende entretener por entretener, quiere estimular la imaginación del espectador, servirse de metáforas visuales, que sus personajes recorran una calma pausada con la que poder ser ellos mismos y que, su público, también olvide el mundo que le rodea y empatice con los confines del que se desarrolla ante sus ojos. Arranca la película con un cántico folclórico, propia de tribus de Argentina, y un paisaje natural y rocoso, en blanco y negro, proyectada como una película antigua en formato 4:3, es decir, más bien cuadradita, y ahí veremos un ambiente de western cuyo protagonista, un pistolero bastante eficiente, es el mencionado actor, Mortensen. Pero Alonso juega con la metanarración y pronto aquel plano quedará inserto en la pantalla de una televisión antigua y nosotros estaremos viendo un plano 16:9 a todo color que se desarrolla en la actualidad y cuyos protagonistas van cambiando, desde una policía en turno de noche por Estados Unidos, hasta una adolescente de una reserva federal india que está preparada para dar un cambio irreversible en su vida, algo puramente literario, que no especificaré porque reviste una belleza sublime con alto contenido poético. Rituales, magia, planos atractivos, elementos cinematográficos diferentes, un guion depurado, unas interpretaciones comedidas y brillantes.

Música, Historias, gente, cine

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Tuve que darle un codazo preventivo a Larzo en algún que otro momento, pero para mí fue un cierre magnífico para un SEFF salvado sobre la campana. En esta edición no hubo competición ni entrega de premios, aunque se concedieron Giraldillo de Honor a Catherine Breillat, por abrir camino a las mujeres en el mundo del cine, y a Juan Antonio Bermúdez, sentida pérdida como programador del festival. Pensaré cómo estrenar el SEFFUMENTAL, al menos con lo que aprendimos en esta edición, y como muestra de agradecimiento a los equipos de trabajadores que estuvieron implicados para que saliese adelante, y ojalá optar a algún premio el año próximo. ¡Estamos deseando la siguiente edición! Pero, por favor, que no vuelvan a jugar con la viabilidad cultural de una ciudad como Sevilla, una ciudad al servicio del Arte, tan llena de creadores y consumidores, que subraya mediante este festival, el abrazo al cine europeo.

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