Le Carré y el mundo de los espías

John Le Carré acaba de fallecer, llevándose con él toda una época de literatura de espías para la que marcó unas pautas que tienen miles de émulos en todo el mundo. 

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John Le Carré acaba de fallecer, llevándose con él toda una época de literatura de espías para la que marcó unas pautas que tienen miles de émulos en todo el mundo.


Los grandes imperios siempre tuvieron a su servicio grandes espías y eficaces aparatos de inteligencia. Les iba la vida en averiguar por dónde podían expandirse, qué preparaba el enemigo, qué rutas comerciales cabía explotar y proteger o dónde se escondía la disidencia en algún rincón de sus extendidos dominios.

Así que los tuvieron el Imperio español y el Imperio otomano, como antes los habían manejado el Imperio romano o el mongol, bajo Gengis Jan. Por supuesto, los rusos desarrollaron un excelente servicio de información para expandirse por Asia Central y los británicos hicieron lo mismo con su enorme imperio colonial. Ambos chocaron a lo largo del siglo XIX en Asia Central, en lo que se denominó el Gran Juego, una lucha sorda de exploradores espías, tribus leales y cartógrafos encubiertos.

De ahí bebe la tradición británica de literatura de espionaje: de la exótica aventura colonial, de Rudyard Kipling, de Joseph Conrad y su Agente secreto (publicado ya en 1907) o los Treinta y nueve escalones de John Buchan. De hecho, los británicos fueron más allá y no dudaron en enrolar a literatos para sus redes de inteligencia, siendo uno de los casos más sonados el de William Somerset Maugham, a quien, siendo ya un muy conocido novelista, ensayista y dramaturgo el Intelligence Service envió a Rusia en tiempos de la Revolución a cargo de una fantasiosa misión secreta que terminó en un desastre.

Portada Call for the deadPero no importa. Los británicos venden muy bien todo lo suyo –al fin y al cabo su Imperio era básicamente comercial- y Somerset Maugham llegaría ser el escritor mejor pagado del mundo pocos años después. Y de esa extensa fuente bebió precisamente John Le Carré, quien acaba de fallecer, llevándose con él toda una época de literatura de espías para las que marcó unas pautas que tienen miles de émulos en todo el mundo.

Creó personajes que han devenido clásicos: el coriáceo George Smiley y Karla su astuto adversario en el KGB soviético. Describió con cierto detalle procesos operativos clásicos del mundo de los espías, incluyendo los manejos turbios que suelen conllevar, así como los inconfesables fracasos. E introdujo en sus novelas la crítica política, elemento esencial en la novela de espías, subgénero de la novela de intriga.

De esa forma, su última obra, Un hombre decente, es un ajuste de cuentas con la clase política que llevó a Gran Bretaña al Brexit. De la misma forma que sus primeras y más exitosas obras fueron escritas en torno al escándalo de los Cinco de Cambridge, el selecto grupo de topos al servicio de la Unión Soviética, reclutados entre lo más granado de la sociedad británica y que lograron poner en jaque durante años al mítico Intelligence Service.

La traición de los cinco espías agitó a la sociedad británica durante años y años, por lo que no es de extrañar que buena parte de las novelas de John Le Carré se centraran en operaciones para descubrir a topos y traidores en las filas propias, esto es, en el contraespionaje. A lo cual ayudaba el hecho de que el mismo John Le Carré (nombre real: David John Moore Cornwell) hubiera trabajado durante algún tiempo en ese mundo. Y que siempre es más políticamente correcto escribir sobre acciones defensivas que ofensivas en lo tocante a las actividades del propio servicio de inteligencia.


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