viernes, noviembre 1, 2024
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La derrama, un relato de Olga Mínguez Pastor

La derrama, de la escritora ilicitana Olga Mínguez Pastor, es un relato en el que cual se exploran la ruindad del ser humano, así como los sentimientos contradictorios ante el matrimonio y la necesidad, a veces, de escapar a él. Ha sido publicado con anterioridad en las redes sociales, aunque no aparece en ninguno de los libros publicados por Mínguez hasta ahora.

Olga Mínguez Pastor conversará con Sandra de Oyagüe sobre teatro y feminismo en el Encuentro con escritores el proximo 23 de mayo de 2022. Este encuentro es un evento gratuito con previa inscripción en la web del Espacio 17 Musas. Como abrebocas Revista 17 Musas publica: La derrama.


La derrama

Con las cinco cartas ya en las manos, Matilde sintió cómo le temblaba el cuerpo. Era la primera vez que le tocaba. Cuando se enteró, una semana atrás, las lágrimas pudieron con ella. Menuda desgracia eso de ser una de las elegidas para la partida de póker. Así que, allí estaba, en la antigua garita del bedel, reconvertida en trastero vecinal. Delante de ella, sus dos rivales de la noche: Eulalia y Rosario. Para ellas, no era su primera partida. Ambas habían jugado en el pasado, y ambas habían ganado. La única novata era Matilde. Tal vez por ello, también era la única que tenía los nervios machacándole el estómago.

—Empezamos. ¿Tenéis clara la apuesta? —el administrador de la comunidad hablaba con tono hosco, muy alejado del amistoso que usaba en su día a día.

Las tres mujeres asintieron. Asumían las reglas como asumían la rareza del desafío: una partida, mano única, y la misma apuesta para todas. En juego, el marido de cada una de ellas. Que visto desde la cordura externa podría parecer algo esquizofrénico, pero para los vecinos del número 66 de la calle de Los Desamparados, las timbas macabras de las derramas eran tan ordinarias como temidas. Que esa tradición contaba ya con veinticinco años, los mismos que tenía el administrador al frente de la finca. Cuando se necesitaba dinero extra para cualquier arreglo comunitario y no había fondos, se sorteaban los participantes forzosos para la partida de póker.

El perdedor, correría con los gastos de la derrama en cuestión, pero no de una forma económica. Su castigo sería ponerse a disposición del administrador, que ya encontraría él la manera de sufragar el arreglo. En esos años, se habían dado casos de prostitución, drogas y palizas. También algún vecino se había dejado la vida, para qué negarlo. La misma suerte que correría el desafortunado al que su señora no pudiera defender en el juego de esa noche, porque el contacto del administrador que pagaría el arreglo de la tubería general quería unos pulmones, y los tres maridos eran compatibles.

—¿Algún descarte? —preguntó el hombre.

Eulalia sonrió y negó con la cabeza. Rosario, en cambio, dejó dos cartas en el centro de la mesa, mientras pedía otras dos al administrador. Matilde se quedó muda, mirando una y otra vez sus cartas. No se podía creer lo que tenía entre manos. La mente se le fue directamente hasta casa, donde su Amadeo la esperaba nervioso con la quinta lata de cerveza en la mano.

Ocho años de noviazgo y treinta de matrimonio. Todavía les quedaba mucha vida por compartir. Si perdía, no habría más paseos matutinos, más cafés con tostadas, más telediarios compartidos, más tardes de televisión y aburrimiento. Si perdía, se acabaron las horas preparando el cocido, los remiendos de las camisas, los calzoncillos con arrastre por lavar, los viajes al pueblo para visitar a su suegra, las noches de piernas abiertas y riñones adoloridos de tanto coser, cocinar y limpiar. ¿Qué haría Matilde sin su Amadeo? ¿Salir con las amigas? ¿Ir más de seguido a la peluquería? ¿Descansar? ¿Ir al masajista?

—Matilde, ¿te descartas? —apremió el administrador.

La mujer vaciló, antes de responder.

—No, no me descarto.

—Bien, pues en ese caso, muestren sus cartas, señoras.

A Eulalia no se le borraba la sonrisa de la cara. Seguro que tenía buenas cartas, la muy cerda. Justo antes de que les diera la vuelta, Matilde la cortó.

—Me planto.

—¿Seguro? —se extrañó el hombre.

—Seguro. Me planto.

Amadeo estaba sentenciado. Eulalia tenía un póker, y Rosario, color. No preguntaron a Matilde, supusieron que le había sido imposible hilar nada medianamente decente. Únicamente se limitaron a abrazarla mientras abandonaban la garita, consolándola por su pronta viudedad.

El administrador empezó a recoger las cartas. Volteó las de Matilde, que seguían ocultas en el mismo sitio donde las había dejado. Ese hombre, nunca antes había abierto la boca tanto. Escalera real. De mano. Sin descartes. Una victoria asegurada.

—¡Qué hija de puta! —gritó.

Pero Matilde ya no podía escucharle. Se dirigía a su vivienda, ensayando muecas compungidas creíbles, y pensando qué día le vendría mejor para pedir cita en la peluquería.


Las inscripciones en el Encuentro con Olga Mínguez Pastor están abiertas en la web de Espacio 17 Musas. Sandra de Oyagüe reseñó Victoria viene a cenar, obra teatral  de Olga Mínguez Pastor que actualmente se está representando en  en el Teatro Luchana de Madrid.

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