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JUEGO INCESANTE – La Canalla Free

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.


 

CRÓNICA III : LA CANALLA FREE

TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO 

 

3 de noviembre de 202324s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

Estreno absoluto, como expresión, «estreno absoluto», suele ser un valor bastante cuestionable. Lo digo como dramaturgo, que ya llevo una pechá de obras a la espalda, como dicen por aquí. Yo, por lo general, prefiero que vean mis obras un poco rodadas, porque en los directos se sigue puliendo errores o mejorando opciones. Un estreno absoluto te puede salir caro, carísimo, o fluido y bendecido, como fue el caso de LA CANALLA FREE, que inauguraban propuesta con invitados especiales en el TEATRO CENTRAL, y aquello me dio muchísima envidia.

Juego, Jazz, La Canalla

Yo no sé si lo que presenciamos ayer fue un concierto de jazz o de otra cosa, o un popurrí, o un experimento, pero la gente llegó en grupos enormes (llegué a comprobar cómo cruzaban las puertas un grupo de once personas y otras dos familias con carritos de bebé incluidos) y muy dispuesta al disfrute, porque ellos sabían todo lo que me enteraría sobre la marcha: que los espectáculos de La Canalla son muy enérgicos, que tienen el buen humor por bandera, que su concepto de directo no sólo se basa en la música, sino que cuentan con un buen uso de luces, decorados y uso práctico del espacio escénico. Vamos, que lo tenían bien montado para estar a la altura de las expectativas de su público.

Juego, Jazz, La Canalla

Yo soy (o fui) un dramaturgo de la Grecia Clásica, a mí mucha de estas propuestas me pillan fuera y siento que, con mayor o menor fortuna, me aproximo a ellas como quien remonta un río. Si lo consigo, no quepo en mí de orgullo; si no es el caso, me rallo, para qué mentir, medito mucho para entender qué ocurrió. Con el show de La Canalla me pasaba un poco de todo, porque había temas que me hicieron levantarme de la butaca que había poseído, bailé por el pasillo, gesticulé a la cara de los auxiliares de sala, incluso emití interferencias en la mesa del técnico de sonido cuando me entusiasmaba en su perímetro. En cambio, con otros temas, yo me decía «Aristófocles, muchacho, qué te ocurre, si esto está animado, si la experimentación es lo tuyo también» pero no había manera, me quedaba abstraído, en mis cosas de fantasma. Y es que creo que vinieron con muchas armas seguidas (que si flamenco, que si blues, que si chirigota) y a un extranjero espacio-temporal como yo aquello me dejó atrás, qué le vamos a hacer. Me sentí poco preparado para su propuesta, no se entienda que la menosprecio, muy al contrario, era más que patente que allí cada música tenía un nivel impresionante y que Antonio Romera, «Chipi», es un maestro de la palabra y un buen espadachín a la hora de cantar, ahí sentado, con su cubatita (o eso imaginé yo, qué pena que sólo fuera agua).

Juego, Jazz, La Canalla

Mucha bohemia y buenas ideas, un juego incesante. Una de las mejores cosa fue la intervención de la bailarina de flamenco Rosario Toledo, que creaba imagenes en el espacio con una clase y una precisión solo al alcance de los más altos profesionales del baile. Magnética, entre taconazos, giros y palmas, me pareció brevísimas sus intervenciones a lo largo del concierto, por mí que hubiese estado ahí cada minuto. Había que abrir la mente, La Canalla ya lo advirtió en el cartel y lo repitieron al micro, que eso de «free» al micrófono era por «Free Jazz», ese subgénero musical, que es difícil para unos cuantos. Yo, por supuesto, no tengo idea de qué hablo. Lo importante es que el público asistente lo gozó, aplaudieron muchísimo, el concierto fue generoso, los músicos se desenvolvieron con talento y el humor marcó la noche.

Al salir del espectáculo me encaminé al bar, necesitaba una copa (¿sería capaz como eidôlon de beber una copa?) y además había mucho movimiento allí. Mi primer pensamiento fue la extrañeza, a esas horas del partido mi cuerpo espectral se deshace en algo más fino que el viento y a saber donde aparezco. Pero allí quedé esa noche. De hecho, me gustó poder caminar hasta aquellas paredes de cristal del vestíbulo y ver la noche, plena y radiante, pastoreada por la Luna.

Todos se aglomeraban en aquel bar pequeño y me hice hueco hasta la barra, me pisaban todo el tiempo la túnica y fue un trabajo duro, porque todos habían tenido la misma idea que yo. Debo puntualizar que un error común entre los vivos es pensar que los fantasmas somos totalmente traspasables. Si lo reflexionas un momento, eso produciría que fuésemos engullidos por el propio suelo, hasta el núcleo del planeta o vete tú a saber si caeríamos por el otro lado del globo y nos perderíamos entre el rebaño de estrellas. Un poco de lógica, por favor. Llegué a la barra pero, como todos los demás, los camareros ignoran a los muertos, pues no están programados para consumir a priori. Invisible como era, no me quedó otra para aplicar mi método científico, que meterme detrás de la barra y robar un botellín. Bueno, y un paquete de patatas fritas, dados a experimentar…

A través de unos escalones de cristal se accedía a una suerte de primera planta del bar, con algunas mesas junto al balconcito, y allí me dispuse para observar la razón por la que no me había evaporado aún: Estaba a punto de empezar una jam session. Al parecer es otra de las propuestas del Teatro Central, al finalizar cada concierto de su ciclo, se desarrollaría en el bar un tiempo de jam para amenizar la noche mientras la gente charla, come o lo que sea que hagan los amantes del jazz (imagino que comer tortilla y beber cerveza). Por mi parte descubrí que era las leyes de ultratumba permiten a los eidôlon beber alcohol, supongo que por aquello de que son «bebidas espirituosas»; no hubo la misma suerte con las patatas, que caían al suelo sin más. Minutos más tarde,  tuvimos la suerte de disfrutar de Álvaro Gandul, al piano, Manuel Calleja, al contrabajo, y a Nacho Megina, a la batería, aunque desfilaron varios músicos por este instrumento a lo largo de la noche. Me pareció una opción muy acogedora, ver la noche al otro lado de la cristalera, oír música de calidad, tomar algo en buena compañía (mi compañía era la cerveza y las papas). Por mi me quedaría allí todas las noches.


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