En Il Trovatore (Giuseppe Verdi 1853) hay dos madres predadoras. Una, la gitana Azucena, está interpretada por una mezzosoprano. Es el eje en torno al cual se construye todo el conflicto de la ópera. La otra no aparece físicamente. Es la madre de Azucena. Murió quemada por bruja en la hoguera. Ella es quien dio a su hija el mandato de vengarla. Ambas son víctimas y victimarios a la vez.
Hay un conflicto recurrente en las óperas de Verdi. Se construye en torno a un padre o madre fuerte cuyo amor posesivo destruye a sus hijos. En Il Trovatore, Azucena es hija y madre a la vez. Reproduce como madre el mismo esquema posesivo que ella misma padece como hija. Su madre la domina hasta borrar de ella toda iniciativa y deseo propio. Azucena transfiere a su hijo Manrico este mandato materno hasta destruir su vida.
En Il Trovatore no importa que la madre esté viva o sea solo un recuerdo. Su poder se expande en todas las direcciones. Tampoco es necesario que el dominio conduzca al enfrentamiento. Se convierte incluso en protección. La relación de poder está establecida e interiorizada.

El sufrimiento de la madre en Il Trovatore
Esta voluntad controladora absoluta tiene su contrapartida en el sufrimiento que la acompaña. En el caso de la gitana muerta, es recordada principalmente por su final.
La ópera Il Trovatore comienza con el relato de su historia. Es una leyenda de fantasmas contada en la guardia nocturna de soldados: «Di due figli vivea padre beato il buon conte di Luna» (De dos hijos vivía como padre feliz el buen conde de Luna). Fue él quien la condenó a la hoguera acusándola de haber embrujado a su hijo. Su fantasma los acecha. «È credenza che dimori ancor nel mondo l’anima perduta dell’empia strega» (Se cree que está aún en el mundo el alma perdida de la impía bruja).

Al morir pidió a su hija que la vengue. Azucena recuerda su mandato en su aria. «Grido feroce di morte levasi (…) Mi vendica!» (Grito feroz de muerte se eleva (…) ¡Véngame!). En respuesta, Azucena raptó al hijo del conde para arrojarlo a la hoguera donde ardía su madre. Confundida, arrojó a su propio hijo al fuego. Decidió entonces conservar al hijo del conde y criarlo como propio. Este hijo creció y se convirtió en Il Trovatore del título. Lo conserva justamente como herramienta para su venganza. Sigmund Freud ríe desde el más allá.
El control de la madre en Il Trovatore
Azucena, sufre un dolor del que no puede desprenderse. Un dolor que, de manera explícita o aletargada, anida para siempre en ella durante toda Il Trovatore. La estrategia de acoso que esta madre herida desarrolla es de control constante. Empuja al resto de los personajes para que cumplan sus planes de venganza. Nadie se puede librar de una madre así y menos su hijo.

Azucena genera en Manrico la imposibilidad de liberación. Lo empuja a destruir al conde y también combate su relación con Leonora reteniéndolo a su lado. La ópera muestra desde el propio relato como Manrico opta por su madre. Por ejemplo, al enterarse que Azucena ha sido capturada por el conde, abandona a Leonora en el momento de su boda. Siempre prioriza su rol de hijo por sobre el de amante. «Madre infelice, corro a salvarti, o teco almeno corro a morir!» (Madre infeliz, corro a salvarte, o al menos corro a morir contigo).
La dulzura de la madre en Il Trovatore
De todos modos, en Il Trovatore, Verdi trata a Azucena con humanidad. La caracteriza con dulzura e incluso belleza. Un ejemplo son las frases de su dúo final con Manrico «Ai nostri monti» (A nuestros montes). Son los momentos que compensan el frenesí de las pesadillas y la venganza.

Si bien en ocasiones resulta siniestra y asfixiante, al mismo tiempo se le reconoce su fortaleza y su valor. Es víctima y victimario al mismo tiempo. Es una madre. En realidad, dos madres. Dos madres y un niño en llamas.
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