Hay películas que miran hacia dentro y otras que muestran reflejos del entorno, sin embargo, este Festival ofrece de forma unánime una intención común a todas ellas: el trasvase de emociones al otro lado de la pantalla. Removerse en la butaca, algo tan simbólico y literario que sólo lo ofrende una sala de cine o un teatro. En los últimos días de este 19º SEFF hubieron reacciones muy distintas entre sí. Víctor Vigía conoció algunos colegas de profesión y debía presentar su primera criatura en la gran pantalla. ¿Habrá conseguido consagrarse como director de Cine Breve? Acompañadnos a esta Crónica IV de La Butaca del Enmascarado.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 19 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica IV del 19 Festival de Cine Europeo de Sevilla
«¿Y cuándo se proyectará mi ópera prima?» fue la pregunta con la que desperté aquel viernes diez de noviembre. Me alarmó tomar consciencia de que estábamos llegando al culmen del 19 Festival de Cine Europeo de Sevilla y no se había ofrecido mi película a los espectadores, por lo que decidí tomar el control de la situación; hablaría con los organizadores del evento y pondría fin a esta lacerante incógnita. «Buah, niño, “esta lacerante incógnita”, cómo se nota que desde que leo novelas de vikingos me estoy volviendo mucho más sexy como orador». Tras desayunar autoestima, acudí a los cines con toda la parafernalia que debía revestir un director de Cine Breve exitoso: Chaleco de cuello alto gris marengo (el Pantone perfecto para la sofisticación); mis Ray-Ban; una boina negra que compré en el mercadillo de El Jueves hace ya un tiempo; y, por supuesto, mi acreditación al cuello.
El staff sólo me ofreció un programa de papel de mano. Al parecer mi obra debía estar englobada en la sección denominada Los mejores cortos del cine europeo. MIOB Shorts (los Shorts, para abreviar), y como tal, debía proyectarse al día siguiente, sesión de sobremesa. Ya que estaba allí, había madrugado y tenía un look tan paseable decidí quedarme por allí y tratar de hablar con el público que allí entraba para convencerlos de que acudiesen a la sesión vespertina, donde verían una obra maestra dirigida por un tal Víctor Vigía. Los asaltados me miraban con desconfianza, asentían con timidez y apretaban el paso hasta entrar en las salas que dictaban sus entradas. Tras quince minutos haciendo pasarela de marketing afectuoso-agresivo, me incursioné en una proyección llamada A couple de Frederick Wiseman.
Antes de todo, soy y seré siempre, joven. Esto significa que desconozco más de lo que puedo reconocer, pero siempre hay margen de mejora. No tenía ni idea de quién era Wiseman, pero lo googleé y descubrí que este veterano director de documentales fue, en otra vida, abogado y eso ya despertó mi curiosidad. Más aún la avivó que esta fuera su primera película de ficción. Una recreación de entrevista a Sophia Behrs, en calidad de esposa y copista del mastodonte literario, León Tolstói. Sophia realiza un ajuste de cuentas para contar cómo fue, en realidad, la convivencia con el hombre que se esconde tras la figura del literato. Una entrevista-monólogo que va cambiando de fondo a través de elementos naturales de una belleza superior, que intenta elevar al espectador a un estado sensible de inspiración y pasmo, sentimiento que portaba Sophie hacia Tolstói. Quizás es una película que disfrutarán quienes conozcan a tales autores, interesados en biografías de escritores; para el resto igual no es su opción.
Tras eso, tomé un autobús que me dejaba cerca del centro porque tenía un objetivo que cumplir que tenía nombre y apellido: Álex de la Iglesia. El afamado director se reuniría con su público en el CICUS, otra de las sedes de este festival. Al llegar toda una larga cola de impacientes aguardaba por la acera que circunvalaba el recinto. Me aproximé a la entrada con la vana idea de excusar una emergencia urinaria y fortificarme una vez dentro; spoiler, era innecesario: Fue el único sitio que reconocieron de lejos la acreditación y me invitaron a pasar con preferencia; tenían las primeras filas reservadas para el alto copete de creadores, invitados y prensa. ¡Por fin un trato acorde a mi disrupción en la escena cinematográfica de España! Afortunada suerte, nunca redundante, porque aquello se llenó. Había jóvenes de pie junto a las columnas, todos querían ver al veterano cineasta, que venía, además de invitado de honor por su carrera, en calidad de coproductor de la última película de Eduardo Casanova, La piedad (obra que presentaba esa misma noche en el Teatro Lope de Vega, dentro del marco SEFF).
Comienza el encuentro y, comentando sus inicios como cineasta, suelta perlas con las que dialogo (en mi interior): «Soy muy persistente, me dicen no y sigo y sigo y sigo. Así se consiguen las cosas. Hay que presentarte en un sitio y enloquecer a la peña hasta conseguir lo que quieres.» (Como yo, Álex, así conseguí entrar estos años en este magnífico Festival, si yo le contara…); «La mejor manera de enfrentarse a las cosas es de bruces, sin tener idea» (Efectivamente, ¡si es que así hago todo! Los genios nos entendemos.); «En nuestros primeros proyectos, hubo épocas en las que dormíamos en los decorados para ahorrarnos pasta.» (Yo he dormido muy bien en los cines de esta ciudad. Aquellos sueños vívidos sólo fueron superados en hondura por los que invoqué durante el oficio de la boda de mis primos… La inspiración aparece cuando menos se imagina uno, ¿verdad?) «Me gusta que le pasen cosas increíbles a la gente normal.» (Sí, soy.) «En los ochenta todo parecía eterno, cada mes había algo épico en cartelera.» (No sé, Álex, comentarios así parecen sentadillas sobre melancolía barata). El auditorio escuchaba con mucho respeto la mitad de este diálogo telepático, digamos que la parte oral de Álex de la Iglesia; una lástima que se perdieran mis réplicas, eran bastante ingeniosas bajo mi humildísimo punto de vista.
Entonces explicó algunos trucos de dirección bastante buenos, que consistían básicamente en trampas psicológicas para que el actor que hace algo mal modifique su comportamiento creyendo que es decisión propia. Primero de manipulación. También que para seleccionar al elenco actoral lo importante es LA MIRADA. Según él, esa es la fuerza que mueve la película, lo que empuja las acciones; más importante incluso que la voz. Fue entonces cuando eché un vistazo al auditorio. En el extremo opuesto, uno de los jóvenes que asistían de pie era Luco Larzo y cruzó mirada conmigo. Fue un instante tenso, porque más bien él llevaba rato mirándome y yo me topé con su puntería de francotirador. Entonces traté de que parara levantando las cejas pero él boqueó, impasible; yo le guiñé un ojo y seguí serio; Luco sonrió con ojos tristes; saqué progresivamente mi lengua sobre el labio superior; él dejó un párpado cerrado; puse gesto de maloliente; respondió dilatando sus fosas nasales; barrí el aire con mi barbilla; él hizo amago de sonrisa. Casi le escupo. Aquella batalla de microgestos me había dejado exhausto. Llegó el turno de preguntas a Álex de la Iglesia y el muy desgraciado levantó la mano y preguntó el motivo por el que sus películas son como son, con esa sombra trágica, constante y contundente. Pensé en el exceso de adjetivación, error de novatos. «Para mí la vida es una broma pesada, macabra.» Aquello era demasiado, me puse en pie y todos aplaudieron; el acto había terminado y Álex agradeció el gesto pero, mientras hacía por bajarse de aquel escenario improvisado, una avalancha de fans me arrastró hacia él como si emitiese un pulso gravitacional. Todos querían foto o un autógrafo, qué sé yo, si mi única intención era huir. Por encima de la marea humana vi aproximarse el rostro de Luco Larzo, que no me quitaba ojo. Álex de la Iglesia me interpeló y me tomé un selfie con él mientras le contaba que tenía un corto que se estrenaría mañana mismo y que se pasara por el cine y… ¿para qué mentir? Se regalaba a su público y no creo que escuchara ni mi saludo. Larzo estaba cada vez más cerca y yo me agaché para salir de aquel tumulto con disimulo. Puedo presumir y presumo de que Álex de la Iglesia me pisó un tobillo. Dolió, sí, pero me sentí bendecido. Los dones tienen su precio.
Salí del CICUS como un cojo de pleno derecho, era duro posar aquella pierna, una corriente eléctrica me recorría por dentro cuando lo intentaba, pero no tenía tiempo que perder. Cuando llevaba unos cinco metros, vi que Larzo salía del recinto y me localizaba. Corrí (o lo que hagan los cojos) mientras él ganaba terreno y el azar quiso que pasase por allí un taxi que no dudé en tomar (empiezan los efectos holísticos del pisotón). Vi por la luna trasera la cara de tonto que se le quedaba a aquel acosador. Dos minutos más tardes salíamos del barrio rumbo a Nervión. En un semáforo en rojo alguien golpeó mi puerta, sobresaltándome: Luco Larzo me conminaba a salir desde su patinete eléctrico. Rogué al taxista que arrollase a ese loco en cuanto se pusiera en verde y él me preguntó si era gilipollas mientras me hacía bajar del vehículo. Obtuvo su cobro y me dejó desamparado, inmune a mis lamentos de tullido. Larzo me empujó con la pared más cercana y, mientras me retenía con insistencia, me dijo: «Quiero ser tu chica Almodóvar.» Yo, por supuesto, pensé que querría besarme contra el muro. Pero luego continuó: «Te voy a interpretar mi currículum, ¿ok? Atento.» Me bailó, hizo drama, risa, desató un comercial y sus armas como doblador de películas de animación; luego hizo EL BAILE JAPONÉS (lo cual me gustó bastante, sea dicha la verdad) y, acto seguido, cantó flamenco (lamentable). Entonces me miró con vulnerabilidad; se había desnudado (metafóricamente) y esperaba compensación. Le balbuceé algo que sonó a fichaje para mi próxima película y él me abrazó, satisfecho, me sacudió la ropa y me dio un beso en la frente. Luego se marchó y yo me quedé petrificado.
Huí de la presentación de La piedad. Imaginaba que Larzo deduciría que querría asistir y ya había tenido suficiente contacto por un día. Cuando me quise dar cuenta estaba frente al Teatro Alameda y tenía la convicción de que si quería ser un respetado director de Cine Breve debía atravesar una etapa intimista. Para mí, esto era hablar poco y profundo, así como enfocar mi mirada desde un blanco y negro. Lo intentaría, al menos. Y para serenarme fui a ver la proyección de Arde! de Paco L. Campano, director que se ha encargado desde 2014 de hacer los spots del propio Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Cine freak, serie B, locuras de pseudoculto: en esos términos se engloba una iniciativa que viene el SEFF desarrollando desde hace ya muchos años para que el público más gamberro se reúna y libere tensiones y cachondeo frente a la gran pantalla. Esta iniciativa recibió inicialmente el término de Maratón Grotesco Palomitero y, aunque este año no tenía tal nombre, todo el mundo encasilló esta película ahí (y venía seguida de La novia ensangrentada, por ello lo de maratón). Arde! Tiene de protagonista a una mujer consumida por el deseo pero… sinceramente aquí el argumento da igual. La película en sí da lo mismo, el propio Paco Campano aceptó los términos en la presentación, sabía a lo que venía. Este evento sirve para que la gente del público reaccione en voz alta tanto a lo que transcurre por la gran pantalla como a los comentarios de otros espectadores. Si sale la protagonista desnuda, alguien grita: «¡Vas a coger frío, niñaa!»; si un tipo llega a caballo lo reciben a grito de «¡Jesulín!» (amén del torero); el otoño reincide durante la película y los espectadores preguntaron a pleno pulmón qué porcentaje del presupuesto se habían gastado en hojas. Una catarata de risa y ganas que arrancan desde la presentación de Paco L. Campano hasta los créditos finales. Todo es motivo de burla, la fantasía habita en las propias butacas. Alguien voceó: «¿Y esto no se puede hacer una vez a la semana? ¡Me ahorraría el psicólogo!» y respaldo al cien por cien la idea. En ese ambiente cervecero, el buen rollo es tan sanador que dejas al otro lado de la puerta el mundo del que provienes. La película no era LA PELÍCULA pero era justo lo que necesitaba.
«Soy intimista, ahora lo veo. Un director de Cine Breve necesita encontrarse para luego plasmar su identidad, revestir la marca de Cine Europeo, y ello lo conseguiré siendo intimista, un gerundio dirigido pa dentro.» Con esa reflexión desayuné. Para este último día del SEFF fui con otro look, mucho más dark, un poco fancy, bastante minimalist aesthetic. Eso se tradujo, tras mucho buceo por Pinterest, en camiseta negra bajo blazer gris. Quería ir guapete, la verdad. Tras mis gafas de sol veía el mundo con una paleta de grises que me permitía contemplar a mi alrededor gestos banales desde los que extraer elevados significados. Esa era mi mood.
Acudí al cine en busca de una película que no acabé rechazando. Su evasión respondió a esta forma de entrenar la mirada: Un grupo de personas con mucho y voluminoso pelo rizado entraba en la sala cuatro y yo iba a la diez. No iban en grupo, no tenían relación entre ellas. ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo desentenderme? Esa particularidad biológica se transmutaba aquí en llamada de atención como director de Cine Breve, por lo que me resigné a entrar a la sala oscura y espiar desde la última fila. Icónico: última línea de butacas en el último día de festival. Allí estaba yo, con los dedos cruzados para que no llegase el ocupante de mi butaca y me echase. El tiempo pasaba y las luces no se iban; zozobramos en el retraso horario y aquello era extraño. Llegó una chica del staff y se disculpó en nombre del festival: el proyector de la sala había empezado a dar problemas. No obstante, nos trasladarían de inmediato a la sala uno, la más grande. Allí cada uno se buscó su propia butaca desde la que dominar el mundo; el azar a veces es maravilloso. Arrancó la película y descubrí que estaba dispuesto a ver: Eleonora Addio de Paolo Taviani.
Estaba película me ayudó a fagocitar lo que entendía como film intimista. El blanco y negro está presente en casi todo el metraje y narra la historia que vivieron los restos del gran novelista y dramaturgo italiano Luigi Pirandello. Los restos del Nobel de Literatura sufrieron las vicisitudes de traslados, la memoria y el respeto que su obra inspiraba. Con uso sutil de imágenes de archivo y una fotografía bien cuidada, esta película inspira por momentos gran parte del abanico sentimental inherente al ser humano. Debe destacarse que la banda sonora estuvo a cargo de Nicola Piovani (La vida es bella) y es una joya. Además se sirve de la historia dentro de la historia al final de la proyección para crear una estructura circular y ahí vuelven a recuperar el color en pantalla. Delicadeza sería una palabra que define a esta obra.
En la sobremesa se iniciaba la primera fase de los Shorts. Al parecer lo habían dividido en dos tandas, se ve que para no saturar a la gente con tanto corto. Ni almorcé, los nervios se habían apoderado de este director primerizo, recordemos que debía presentar mi obra ante el auditorio, la primera proyección, estreno mundial… Tenía el minimalist aesthetic temblando como un flan. Pedí información a una chica en prácticas, necesitaba saber en qué sesión estaba mi obra programada; con eficiencia me dijo que no aparecía mi autoría en los que contenía la primera ración de cortometrajes. ¿Podría haberme quedado a ver la obra de mis colegas? Sí. ¿Me quedé? No. Nada de mala baba, necesitaba serenarme, así que me metí a ver otra película del catálogo: EO de Jerzy Skolimowski.
El año pasado vi una película sobre una vaca, este año me tocó ver una sobre un burro. Se ve que al Festival de Cine Europeo de Sevilla le gustan mucho los filmes sobre animalitos con carga dramática y denuncia social. Me lo apunté en la libreta por si algún día pretendo que escojan mi largometraje. Lo cierto es que es una película que te hace empatizar con rapidez; allí, en la sala oscura, todos eramos asnos sentados en sus butacas. Los planos en rojo me parecieron propios de una poética del terror, bellísimos y llenos de significado. Me hace pensar lo expresivos que pueden llegar a los animales cuando los miramos con atención. Esta película resultó hipnótica y me ayudó a evadirme pero los créditos finales me devolvieron al mundo real y tenía el archiconocido nudo en el estómago.
Aún quedaba tiempo, volví al programa de mano (¡el mejor amigo del festivalero!) y vi que tendría tiempo para ver algo llamado Human Flowers Of Flesh de Helena Wittmann. Lo cierto es que no estaba en condiciones para captar la película, mea culpa, porque el contexto del Mediterráneo era precioso y la intención de que la vida es un fluir continuo en subcapas pero… era tan lenta que me dejó en la costa y zarpó sin mí. Estar minutos grabando un primer plano del agua o cómo alguien duerme no es mi ideal de entretenimiento, aunque respeto la búsqueda poética. Leí más tarde una entrevista a la directora que aclaraba algo más pero advierto que el tráiler es engañoso, parece que pasa mucho en distintas localizaciones y, spoiler, vemos a un grupo de personas silenciosas e inexpresivas que están en un barco el noventa por cierto de la película y no pasa apenas nada. Repito, igual no era mi estado mental el óptimo, pero debo confesar que al menos me dio confianza para presentar mi aportación al Cine Breve.
En un extremo del recibidor, me atrincheré en unos silloncitos para ver a la gente pasar, todo ello parapetado tras mis gafas de sol, por supuesto. Para hacer tiempo escaneé el código QR de aquel CV que seguía teniendo en el bolsillo. Mi móvil cargó en primer una web en la que se te daba la bienvenida junto a una foto sonriente de Luco Larzo. «La verdad es que es guapo el cabrón» confesé antes de abordar sus experiencias. Como actor, si soy honesto, tenemos un historial de fracasos y mitos muy parecido. Hemos hecho el tonto por igual y barnizado el entorno con los colores del éxito. Pero la gente como nosotros no nos detenemos ahí: nos vanagloriamos de aquellas ciénagas en el historial y las recopilamos en el currículo. No por ello dejaba de ser tan creepy, recordaba cómo me había perseguido el día anterior, aquello no era normal. Cuando era la hora aparecí por la sala en cuestión que proyectaba la segunda sesión de los Shorts y arrebaté el micrófono al personal del staff dispuesto a dar mi discurso.
La sala estaba casi ocupada (el vaso, mejor medio lleno) y pronto me percaté que era el único autor que estaba allí para presentar su obra. Con toda mi potencia escénica me puse a vender mi obra de forma épica hasta que vino un encargado a censurarme porque «una presentación no debería durar más que el propio corto». Como fuese, me fui a la última fila y me dispuse a ver la cascada de obras (males necesarios) hasta alcanzar la mía y así atender a la reacción de los presentes, que no habrían visto algo así en su vida. Pasaron uno a uno, todos los títulos contemplados en el programa y el mío… ¡no se proyectó! Era un maldito atropello pero no supe reaccionar cuando las luces se encendieron y la gente comenzó a salir de la sala. ¡¿Cómo podían haber omitido mi obra?!
Superado el shok corrí a increpar al encargado y él, por supuesto, no tenía idea de qué le hablaba. Le subrayé de todas las maneras posibles que faltaba una obra en la proyección, MI OBRA, y él se limitó a encogerse de hombros y contactar con walkie con el equipo técnico encargado del lanzamiento de las proyecciones. Oí nitidamente cómo crujía el aparato y expedía una voz cansada que dijo: «¿Te refieres al tipo que envió una foto en vez del archivo de vídeo?». Qué vergüenza… Autosabotaje. Es lamentable, lo sé, pero si lo incluyo en mis propias crónicas es porque debo ser honesto; el trabajo del creador también es llorar en la ducha. Hay que aprender y la manera más rápida es chocarse contra un muro (hay quien necesita varios muros).
Salí encorvado de la sala, como si la tierra me llamara y sólo quedase cavar. Entonces noté unas palmadas en la espalda, seguí si procedencia y allí estaba Luco Larzo. «Yo sí quiero ver ese corto», por supuesto, le corregí: «Cine Breve». Caminamos mientras sacaba mis cascos del fondo del bolsillo. En plena alfombra roja del photocall le enseñé mi obra en la pantalla del móvil. Cuando terminó vi que lloraba y me emocioné, entonces me abrazó y le preguntó sin ápice de constricción: «¿Entonces cuándo hacemos el siguiente?» y prometo que ahí, durante ese abrazo, me di cuenta en lo buen actor que era el hijoputa. Le dije que trataría de tenerlo para el 20º Festival de Cine Europeo de Sevilla y él se ofreció a protagonizarlo («si es en solitario, mejor» me sugirió el muy narcisista). Luego me preguntó si esa acreditación que tenía no me servía para entrar a ver más películas (el pobre no tenía ni idea de los años cinéfilos que llevo) y probamos a pasar ambos para la última proyección del 19º Festival: La piedad de Eduardo Casanova. Por suerte, a estas alturas me tenían bastante visto y nadie impidió que pasase acompañado (quizás por pena, ahora que lo pienso ya habría corrido el rumor de lo sucedido con los Shorts…).
La piedad es una película de terror sui generis, una opresión en rosa, negro y blanco. Una madre ultracontroladora y ególatra, un hijo con hambre de libertad pero sin herramientas, un hogar que es una tumba, apartado del tiempo y de los demás. Todo se dispara cuando el hijo recibe un diagnóstico de cáncer y quiere ver a su padre ausente, algo al margen de la previsión de la progenitora. La fotografía está tan cuidada que no puedes dejar de mirar, aunque te remuevas en el asiento, te crezca el instinto homicida contra esa figura materna. No es en vano la comparación dictatorial con Corea del Norte que llevan de la mano durante toda la obra. Es una de esas películas que te devuelven la fe en el cine, que hacen que no te arrepientas de haber comprado tu entrada. Creo que voy a seguirle la pista a Manel Llunell desde ahora.
Acabé mi paso por el 19º Festival de Cine Europeo de Sevilla con un buen sabor de boca. La balanza es buena, he descubierto grandes creadores y también he tenido que asumir algunos errores, pero ese es el juego, nadie sale indemne de esta vida. El rigor que genera todo el equipo del festival ha hecho que todo fluya sin mayores complicaciones y eso luce genial para una ciudad como Sevilla, cuya cita cinéfila es una tradición y todo un faro para el panorama cinéfilo internacional. Conocí el palmarés de este año ya entrada la noche. ¿Quién sabe si el año que viene vengo con una idea propia producida por Álex de la Iglesia o Juan Antonio Bayona? Y ojalá me entrevista María Guerra, por supuesto. De momento tengo un seguidor fiel, ese pesado de Luco Larzo con el que estoy dispuesto a trabajar a la sombra de la próxima edición del festival. Estoy impaciente por ver qué nos espera dentro y fuera de la gran pantalla.
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