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CUBISMO COMO FORMA DE VIDA – «LOS GAVILANES» de Jacinto Guerrero

A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.


 

CRÓNICA XLIII: «LOS GAVILANES» – Jacinto Guerrero

TEATRO DE LA MAESTRANZA – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO

 

9 de mayo de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)

El cubismo es lo que tiene, no pretendas vivir con rectitud. Y no me refiero a que dejes de lado toda ética, sirve también para la crueldad más humanista: Por mucho que te esfuerces, incluso si buscas el error, no acertarás de frente, mejor lanza el dardo con efecto o acepta los vaivenes que todo lo complicarán. El cubismo te rompe la perspectiva, y no hay hojas de reclamaciones. La vida cubista, la vida fuera de control, como yo estoy más allá de la muerte puedo hablar con equidistancia. La geometría puede ser traicionera. Es lo que aprendí aquella tarde.

Aparecí en aquel cuartillo dedicado a controlar, entre muchas otras cosas, el sonido de los espectáculos que se desarrollarían sobre el escenario. Una ventana elevada me hizo ver aquel patio de butacas tan cálido y un telón oscuro sobre el que se proyectaba una especie de cuadro cubista, marítimo, con un faro a un lado, una luna llena en el centro de un cielo troceado en líneas y ángulos, sobre un mar que fluía hacia un lado, lejos de la estática de la imagen. Reconocí de inmediato aquel espacio, me había materializado en el Teatro de la Maestranza, y en la pantalla del ordenador que tenía bajo la ventana se leía que aquel público que entraba, sofocado por las altas temperaturas de la calle, verían LOS GAVILANES, la zarzuela a la que Jacinto Guerrero dio vida como compositor en 1923.

Cubismo, Los gavilanes, zarzuela, teatro, vestuario

«¡Desde los años veinte no veo una zarzuela!» me dije en voz baja. Un golpe tremendo se oyó bajo la mesa y, con gran estropicio, salió de allí un hombre con uno de esos cascos con micrófono incorporado, con los ojos bien abiertos y la respiración agitada. «¿Hola?» preguntó en voz alta, «¡Hola!» dije, más por cortesía que porque creyese que me oiría. «¡¿Qué pasa aquí?!» refutó el compañero, comprobando la petaca electrónica a la que estaba vinculado aquellos cascos, «¿es una broma? ¿Una interferencia?». «Algo más sencillo, un fantasma. Qué sorpresa que con esos cascos pueda oírme, hace veinticuatro siglos que no tengo una conversación, ¿cómo se llama?». Por supuesto, salió corriendo de aquel cuartillo. Por mi parte, seguí observando al público entrar, el patio de butacas estaba lleno, mayoritariamente por un público de edad avanzada, el target de las zarzuelas, sin duda. Cuando se oscureció el auditorio, el tipo volvió, saludó con miedo y yo me callé por no retrasar el espectáculo.

Cubismo, Los gavilanes, zarzuela, teatro, vestuario

Desde el foso, una animada Real Orquesta Sinfónica de Sevilla dio inicio, se elevó el telón y aparecieron casi todos los intérpretes de la compañía en escena para narrar la historia de esta obra, el regreso deseado y sorprendente a su aldea natal de un hombre que se marchó a América, aparentemente, para hacer fortuna. Por supuesto, tiene una herida abierta y secreta que saldrá poco a poco, como la luna al cielo nocturno, por aristas inconvenientes, pienso en cubismo emocional. Y es que este concepto, «cubismo emocional», se impondrá en la psicología de los personajes, porque en vez de alcanzar sus deseos de forma directa, tendrá que desenfocar sus ambiciones para transitar posibilidades ajenas que les proteja del rompeolas. La vida misma, es una obra sobre poder y necesidad. Aunque repetirán numerosamente aquello de «no se compra con dinero la juventud ni el amor», y por ahí gira el epicentro de la obra.

«El vestuario es de lo mejor de este espectáculo, ¿no te parece?» mencioné, olvidando mi jurado silencio. Aquel hombre palideció pero, haciendo acopio de fuerza interna, expresó un «desde luego es vistoso». Ahí supe que florecería nuestra amistad, superado el respingo inicial. ¿Hay algo más bonito que te escuche y respondan? Desde antes de morirme carecía de esa fortuna, así que insistí: «Vestuario propio de la época, me encantan esos sombreros, los vestidos de ellas, los zapatos del protagonista…, ¿de verdad eres un fantasma?, un eidôlon, para ser precisos. Aristófocles es mi nombre, encantado, yo soy Juan, ¡como el protagonista de esta zarzuela!, sí… y los eidôlon esos, ¿son más bien buena o mala gente?, depende de la perspectiva… como el cubismo, para que lo entiendas, yo no entiendo nada…, hablando de rectas torcidas, ¡increíble la escenografía de esta obra! Esos andamiajes que aparecen y se elevan con inclinación, ni un ángulo recto, lo aplaudo. Aristófocles, que sepas que la puesta en escena es de Mario Gas, un apasionado de la zarzuela, y el diseño de escenografía y vestuario de Ezio Frigerio y Franca Squarciapino. Tomo nota…».

Cubismo, Los gavilanes, zarzuela, teatro, vestuario

Me gustaron mucho los detalles que recorren la obra, desde las bandas de las banderas aparecieran desestructuradas, al modo de este estilo pictórico, hasta las campanillas que surgían del foso en momentos determinados. El talento de los intérpretes y el coro (Coro Teatro de la Maestranza) es patente, pero el humor teatral que convive con la musicalidad logró encandilar al público, pude atestiguarlo. Subrayo con especial interés la fuerte comedia que emanaba esa pareja de «gavilanes» que rondaban la fortuna de Juan, el indiano. Hablo de Lander Iglesias, en su papel del alcalde Clariván, y Esteve Ferrer, con su, Triquet, sargento de gendarmes. Más allá del humor, qué bello trabajo el de Javier Franco, como Juan, el Indiano; María Rodríguez, como Adriana; Alejandro del Cerro, como Gustavo; Sofía Esparza, como Rosaura; Carmen Boza, como Leontina; Carmen Serrano, como Renata; Enrique Baquerizo, como Camilo; Alicia Naranjo, como Nita; y Andrea Carpintero, como Emma.

Una obra con humor blanco, amable, con una arrastrada romantización de las relaciones, propias de los años veinte del siglo XX, con cambios bruscos en los arcos psicológicos de los personajes, pero con un trabajo interpretativo increíble detrás (y a la vista, como vestuario y escenografía, repito). Cuando terminó todos aplaudieron desde sus asientos y le comenté a Juan, el sonidista, que me había encantado compartir este espectáculo con su amena charla. «Ojalá charlemos de nuevo pronto», le dije. Tras meditar unos segundos, me respondió «ojalá, sí, pero sin necesidad de que tenga que pasar esa línea cubista del horizonte» y, por suerte, me desvanecí, porque estuve tentado de afilar alguna broma, propia de la crueldad más humanista. No creo que lo entendiese.

Cubismo, Los gavilanes, zarzuela, teatro, vestuario


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