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CRÓNICA V – ABIERTOS AL EXPERIMENTO – XXVI Festival de Jazz US

A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 20 al 28 de octubre de 2023, recogidas en Revista 17 Musas.

27 de octubre de 2023


 

La tarde estaba abierta al experimento. Lo supe desde que puse un pie en el duro acerado que bordea la catedral y a los niños correr entre las cadenas, lejos de la supervisión parental, hasta que uno de ellos fue menos diestro y agitó el hierro de siglos con su, hasta entonces, inmaculada frente. ¿Llantos? Era lo esperado, pero sólo se llevó una mano a la zona, meneó el busto y, obstinado en el juego, quizás por pura adrenalina, se lanzó a la carrera tras los los compañeros de juego, que ahora perdían la ventaja obtenida con tan azarosa mezquindad. Son de goma, que se suele decir, pero juro que ahí mis poderes no intervinieron. Es más, estuve tentado de hacer ciencia con cada frente que paseara junto a la catedral, pero me ganó la distracción: En una hora comenzaría el siguiente concierto del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA y la mayor de las incertidumbres era saber cómo sonaría un trío compuesto de violín, clarinete y batería.

Los autores de tal milagro (o crimen, estaba por ver) actuaban bajo el nombre de RAMÓN LÓPEZ TRILOGUE en el ya familiar auditorio del ESPACIO TURINA. El trío llevaba el nombre del batería alicantino, el mismísimo Ramón López, cuya biografía dice expresamente que «huyó» a París. Se acompañaba en esta ocasión de Louis Sclavis, a los clarinetes (sí, en plural), y Dominique Pifarely, al violín. Esta vez quise estar cerca para ver bien a estos científicos. Esto me recuerda que, por lo general, la gente cree que dioses y ciencia no casan bien en la misma frase si no es para rebatir lo intangible. Yo, por el contrario, soy un dios que aboga siempre por el método científico y los datos contrastados, no me supone ningún problema, seré yo, quizás, el menos ortodoxo. Si un paper o prueba con probetas y pesos de plomo indicasen que mi existencia es pura ficción literaria, sonreiría y me bastaría chasquear los dedos para que el resultado de dicho documento expresase justo lo contrario. Adoro la ciencia.

Aquello empezó, casi sin previo aviso, salieron, tomaron posiciones y la batería fue  golpeada como si quemase, mientras los otros generaban un ambiente mediador con el público que recién se asomaba a esa ventana musical. Por mi parte, generé cierto olor a humo, un golpe de efecto mínimo, por meternos en el mood pronto, y eso hizo que más de uno se inquietase o saliese pasillo arriba. No entienden una broma, en fin. Vi a Ramón López cambiar de baquetas cada pocos segundos, algunas tenía una bola amortiguadora en la punta, que empleaba cuando le venía bien. En otra ocasión, directamente tocaba con los puños o con las escobillas propias del sonido jazzístico. El nervio era increíble, ese hombre no estaba sino ERA un incendio.

El concierto se balanceó entre el puzle abstracto y la melodía armoniosa que trataba de tranquilizar una batería que, como un hiperactivo en la noche, no quería irse a la cama. De hecho, cuando decidieron hacer una mínima presentación o, mucho más tarde, una despedida, la batería no dejaría de sonar mientras el propio Ramón López hablaba a su público. ¡Ni durante los aplausos! Desde luego se lo pasaba bien. Sus compañeros parecían revestir una severidad de rostro que fue deshojándose a medida que transcurrían los temas. Prueba de ello fue algún baile de rodillas que hizo (involuntariamente, me juego quince palomas) el violinista o la sonrisita socarrona de Louis cuando daba la última nota, robada al platillo de Ramón.

El concierto se hizo breve, fue el sentimiento generalizado de la audiencia mientras salía de la sala, y eso es buena señal. El nivel de concentración de estos músicos fue ininterrumpido y eso les hacía llevar adelante la maquinaria sin pérdidas de tiempo ni palabras vacuas hacia las butacas. Me pregunté qué secretos escondería el cuaderno verde marmóleo dispuesto en el atril en el que, muy de vez en cuando, buscaba guía Ramón López. Me creería perfectamente que no tiene ni media partitura, como si tanta percusión no saliese del fondo del volcán que debe ser su instinto.

A veces las melodías inducían a una fase parecida al REM, por mucho empeño dentado de la batería. Te atravesaba la cadencia de violín y clarinete y los párpados sufrían el destello del sueño y se estremecían para que desapareciera. Era una relajación tiránica, te obligaba. Desde luego no sentí ninguna ansiedad, contraste absoluto al día anterior. Ellos mismos tocaban con los ojos cerrados, encerrados en su propia trampa.

Estos músicos excepcionales cerraron filas a la hora del inicio y los aplausos le hicieron salir y volver a entrar al escenario para posar la reverencia y pretender algún tema como el clásico bis. Pero, como dije al inicio, la tarde estaba abierta al experimento. Ramón López no tuvo tiempo de llegar a la batería y sus compañeros iniciaron una melodía pactada, violín-clarinete, de una belleza superior, y con miradas de cachondeito hacia Ramón, que no vio posible unirse a la canción. Sus propios músicos le habían troleado, excluido dentro del escenario, como sorpresa, abuso de poder u homenaje, y, aunque López tomó las baquetas, no le dieron entrada ni él lo consideró necesario. Tanto fogueo recibía un ajuste de cuentas. Desde luego se divertían con ganas y aquello se contagió a los espectadores. Seguro que más de uno, en la vuelta a casa, y sólo por mirar, desapego del disimulo, comparó precios en Amazon de baterías, clarinetes y violines. Sabremos los resultados la mañana de reyes.


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