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CRÓNICA IV – COLORES DE UNA BIG BAND – XXVI Festival de Jazz US

A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 20 al 28 de octubre de 2023, recogidas en Revista 17 Musas.

26 de octubre de 2023


 

La  lluvia fue la invitada especial para esta jornada del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA. Normalmente me alegra mucho ver los destellos en las aceras, los caparazones de los paraguas, las carreras hasta los soportales y ese cielo que se ciñe sobre los tejados con rostro castigador. Me gusta el frío, ostentar mi gabardina larga, y que la gente no se ande con tonterías por la calle. Menos interacción, más felicidad, ese es mi punto de vista ahora mismo (o el de mi preciosa ansiedad). Las palomas de la ciudad se resguardaron en vete-tú-a-saber-dónde, refugio que siempre funciona, pero no necesitaba charlar con ellas, hoy iba a ser un buen día. Vaya autoengaño me hice, casi reviento. Esta es la crónica de cómo disfruté y sufrí por encima de mis posibilidades.

Te pongo en contexto: Llego al ESPACIO TURINA, que un lugar espectacular para este tipo de espectáculos, lo he podido comprobar en la jornada anterior. El personal encargado de taquilla, seguridad y comprobación de entradas tienen, con diferencia, una «majabilidad» que sobresale en todas las gráficas de atención al cliente. Creo que es importante subrayarlo: Sin el personal que hay detrás de cualquier espacio dedicado a la Cultura no se podría desarrollar las ideas y propuestas que sirven como punto de encuentro para humanos y dioses (¿asistirán más tricksters a estos eventos? Aún no conozco a nadie como yo… ¿eso me hace incomparable en talento, poder y belleza? Que el eventual lector de este diario decida).

Pues ahora creo que todo era una trampa. Entré de los primeros, el auditorio estaba vacío, a excepción de un par de chicos sentados a media altura, junto al pasillo. Allá que fui y, con tres palabras perfectamente escogidas (aliñadas con una pizca de control mental) hice que se levantaran y se fueran a la última fila. Chavales, gracias por escogerme el mejor asiento. En posesión de mi butaca, decidí leer el folleto del festival para matar el tiempo hasta la actuación. Debo aclarar dos cosas: Una, me encanta el formato «libreto de CD» que tiene el folleto de este festival. Dos, no suelo hacerme spoiler de quien viene cada día y cuando vi que aquella tarde tendríamos el placer de oír a la ANDALUCÍA BIG BAND, una formación que luce doce años de trayectoria, y que sería dirigida en esta ocasión por Guillermo Klein, levanté la vista de inmediato para enfocar las sombras del escenario.

Hice que se encendieran los focos con luz roja (atención, peligro) y reveló sobre el escenario un piano, un contrabajo, amplificador para guitarra, batería y tres filas de atriles y asientos, dispuestos en gradas, para la sección de viento. Conté rápidamente los reposanalgas y estimé diecisiete culos de talentosos músicos. Esto ya me encendió el nivel de alerta mental, avisos de maremoto ansioso, así que inicié una serie de respiraciones y gorgoteos que me han enseñado mis plumíferas psicólogas. Pero fue todo un reto porque el público fue conquistando el aforo y pronto el oxígeno del auditorio estaba bastante repartido, o esos sentía yo.

Comenzó el espectáculo, con fuerza, sonaban tremendos pero necesitaba más, porque o me enganchaba pronto a su música, que era como entrar de cabeza a una piscina y bucear lejos del ruido mental, o huiría a los baños de nuevo a hiperventilar (menos mal que no hay más trickster entre el público, qué vergüenza un dios con estas lides). Klein, desde el piano, llevaba adelante a la formación con movimientos tranquilos y mucho optimismo, cómodo con ellos y con el trabajo que llevaban preparado. Hubo momentos en las primeras dos canciones que los vientos (el Gran Huracán, lo llamaré desde ahora) tocaban solos, en formación de capas de sonido constante que generaba una emoción intimista y me recordó al sonido captado por la NASA de los anillos de Saturno. (¿Qué? ¿No esperabas este dato científico? Aunque sea un dios, yo también leo cosas cuando voy al baño). Ojalá estar en Saturno ahora, me decía la voz ansiosa en la cabeza, pero lo cierto es que nunca he salido de Sevilla. Traté de ignorar esa tontería personal y pasó lo que pasó.

A partir de aquí mi mente se fracturó, podría decir: Por una lado, estaba muy dentro de la música generada por estos intérpretes monstruosos. Qué sonido tan intenso en el contrabajo de Javier Delgado, qué precisión en la batería (esa Gretsch blanca ya tan familiar, aunque aquí Nacho Megina incorporó su propia caja, guiño rojo entre tanto blanco), qué paz daba esa guitarra Epiphone de Álvaro Vieito, así como el piano oscuro del propio Klein, y qué decir del Gran Huracán dorado, que hacía vibrar todo el auditorio. Mención especial para los dos solos que lució Alejandra Artiel, trompeta y única representación femenina en la Andalucía Big Band (me pregunto por qué).

Pero por otro lado, mi mente se sentía arrinconada ante tantas personas dentro y fuera del escenario, por lo que buscó una fórmula para pasar el mal trago mientras disfrutaba de este concierto tan bello. La solución al problema me llegó precisamente por la caja de Megina. Atendiendo a su color rojo decidí que, durante cada canción, los intérpretes serían reducidos a gamas cromáticas. Llámalo sinestesia o filtro de Instagram, pero cada uno de ellos fue transformado a una llama de color que oscilaba en función de la partitura, y así se desdibujaron las formas y contornos, casi con talento expresionista. El rojo se extendió hasta cubrir toda la batería, el morado disparaba las llamas más altas y el azul emitía fogonazos en círculos desde el amplificador Fender. Ello conformaba la sección rítmica, junto al poderoso blanco titilante de lo que alguna vez fue un piano. Ello era contenido o avivado por el Gran Huracán dorado, naranja y negro. ¿Puedes imaginar el espectáculo flamígero que se representó por mi culpa en aquel auditorio? Todos los que asistimos pudimos contemplarlo, extralimitación de mis poderes, mea culpa. De nada.

Kandinsky hablaba de «Lo espiritual en el Arte» y estaría orgulloso del show de aquella noche. Con esta gama cromática desfilaron temas como «A orillas del Rin», «Con Brasil adentro», «Córdoba», «Flores», «Melodía de Arrabal», «El espejo» o, el gran final, «El Minotauro». La conjunciones de dorados y naranjas se trenzaron con el morado cálido, influenciado por el rojo creciente. Sobreexcitación de azules y blancos, contrastados con los negros purpúreos que saltaban por la borda del escenario. Creo haber visto algunos verdes y amarillos, ¿cómo fueron posibles? Tendríamos que preguntarle al propio Kleim, compositor de las gamas pictóricas. Cuando menos te lo esperabas, tonos fríos cruzados de rojo furia. Formas dentadas, nerviosamente agudas en los solos de naranjas oscuros y dorados atravesados de luz pálida y estallidos morados. «La perfección se basa en la unidad», como escribió el pintor Eugène Boudin sobre los impresionistas, y aquí suscribo para la Andalucía Big Band. Esto era otra cosa, despojadas las formas, quedaba la esencia en estado candente. De hecho, fue lo más parecido a crear una partitura para el fuego. Y no supuso algo difícil con una banda muy viva, que rebosó confianza en sí misma, y que no dudó en entregarse a su público, recompensa suficiente para los heridos de sensibilidad artística, que buscan en el Jazz un refugio del mundo.

 


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