martes, marzo 19, 2024
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CINE PARA ESCUCHAR CON ATENCIÓN (Crónica II del 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla)

Días de películas con un lenguaje sonoro muy marcado, cine para escuchar con atención. El 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla ofrece desde proyecciones con sonidos minimalistas hasta documentales sobre bandas de rock impresionantes. Las crónicas literarias de «La butaca del Enmascarado» surcan aquí los tres días que acontecieron a la inauguración del SEFF 2021.

Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta segunda crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca de El Enmascarado» en el 18 Festival de Cine Europeo de  Sevilla.


Crónica II del 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla

Si soy Daniel Brühl necesito que me traten como tal. Llegué a los cines y un jovencito del staff dudaba en concederme acceso. ¿Su excusa? No tenía entrada. ¿Y? Soy director. De cine, además. Lo especifiqué ocho veces y media, alguna incluso en lenguaje de signos, pero resistía su profesionalidad. Llamó a una encargada. Recuerdo pensar que allí acabaría todo para Daniel Brühl. La chica del walkie me trató con respeto, inspeccionó mi pase, me preguntó qué hacía allí. Obviamente quería ver The tale of King Crab y así lo declaré. Ella omitió comentar mi cuestionable pronunciación, pero comentó su sorpresa por la ausencia de todo acento. Ni alemán ni catalán ni, demostrado queda, inglés. Negué haber tenido jamás cualquier inclinación en el lenguaje, avancé por el pasillo y los abandoné en aquel punto y aparte.

Foto por indiewirepuntocom

Ya en la película, tuve paz. La historia de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis me envolvió completamente. Si hay palabra que la resuma es cuento. Un cuento magnífico. De hecho en la propia película se reúnen cazadores a contar historias y de su memoria surge esta aventura. El protagonista, borracho, solitario y algo misántropo, me recordó estéticamente a H. D. Thoreau con esas barbas. Pensé en dejármela igual, con aires de decadencia y filosofía. Reconozco que, como director de cine, no soy el más docto en el mundillo pero juraría que entre la dirección o guionistas existe un fan de ESDLA: Esa escena de apertura, oro brillando en el fondo de un lago y una mano que se acerca y lo rescata… ¿No empieza así la historia del resurgir del anillo que filmó Peter Jackson? O aquella otra escena, cerca del final, en la que se encuentra una figura tendida en la ladera de una colina volcánica… ¿No lanza un guiño al plano del final de la trilogía de Tolkien con los hobbits rendidos sobre el Monte del Destino? En cualquier caso, las escenas de The tale of King Crab son muy poderosas, a favor de la geografía salvaje y la decadencia humana (pueblo en ruinas, barco naufragado, etc.). Otro motivo por el que me recuerda a un cuento es el uso del propio cangrejo como brújula y guía. Recuerdo haber leído esto mismo, protagonizado por la tortuga Casiopea, en la famosa novela Momo de Michael Ende.

Me impactó que hubiese mucho canto a capela. Y, en cierto sentido, ocurría lo mismo en Rendir los machos de David Pantaleón. Confieso que antes de la nube de créditos de la anterior me escabullí al pasillo y me hice el distraído, que según siempre me dijo mi madre, se me da muy bien. Muchísima gente volvía a los cines y sus comentarios eran muy animados. Pero al oír por una puerta entreabierta el sonido de cabras y los coros de pastores para conducirlas sentí el impulso de seguir al rebaño. Seguí la estela del cine para escuchar con atención. En la película de Pantaleón, esos cantos a través de caminos rurales tenían una cadencia repetitiva que me hacía entrar en un trance caprino. La naturaleza se manifestaba con sus múltiples voces, en toma de posesión del protagonismo sonoro, puesto que sus actores interpretaban a hermanos en los que existe una brecha sentimental y guardan sus palabras y distancias siempre que pueden. Con planos simétricos, son ellos los que lo rompen en desigualdad, manifestación visual de la diacronía que sienten respecto al otro. Aunque sin duda me quedo con una imagen que jamás creí que vería en un cine: Una cabra pintada con spray.

Foto por Alberto Revidiego

Salí a comer, qué remedio, y volví a las salas para Compartment Nº 6 de Juho Kuosmanen. Cuando pasé el control ya tenía cierto séquito esperando mi encuentro. Mascarillas, gafas de sol, boina cabrera (me influenció la película anterior) y mochila con víveres: Mi kit para disimular mi Brühlidad. ¡Daniel, Daniel! Interpelaban con efusividad para una foto o un saludo. Yo, por supuesto, complacía con amabilidad muda sin detener mi paso hacia la sala. Le veía las orejas al lobo: Tarde o temprano, alguien me preguntaría por mi última película y no tendría una respuesta. Y eso está feo en un director. De cine, me refiero. Compartment Nº 6, inspirada en una novela homónima de la escritora finlandesa Rosa Liksom, había sido etiquetada como un  Antes del amanecer por la Rusia postsoviética y no estoy de acuerdo. Es una película sobre amistad, más que de amor. Personas en soledad forzosa que deciden encontrarse. Mucho humor encierra este largometraje, aunque igual le falla un poco el final, un tanto predecible. Pero ¿qué se yo? Sólo soy un novato director de cine.

Foto por filmaffinitypuntocom

Confieso que me tumbé. Última fila, esquina derecha. Me achaté contra el suelo para que no me viesen entre sesiones y así me quedé a la siguiente película, Un corazón en invierno. Una obra de Claude Sautet de 1992, sobre una virtuosa violinista y el triángulo amoroso que se crea con dos luthiers. Que la actriz aprendiese a tocar el violín para el papel ya me pareció razón suficiente para atender a la proyección con mucho respeto. Las sonatas y tríos de Ravel reparten toda la emoción a través de la película, como una lluvia tácita que aborda a protagonistas y público. Y en la escena de créditos, con Ravel de fondo, intuyo que me dormí.

Foto de Maurice Ravel desde Ruiz-healytimespuntocom

No entiendo cómo no me vieron. Cuando abrí los ojos, el cine tenía un silencio inmaculado. Con la linterna del móvil, bajé y salí al pasillo. Todo era sombra allí. Comprobé la hora. Pasaban de las cuatro de la mañana. Me pareció un privilegio. ¿Qué se puede hacer en un cine de noche? Un regreso a la infancia, parecía claro. Disfruté de las instalaciones nuevas: me senté en cada sofá del recibidor y cada  asiento reclinable de las primeras filas. Grité en una sala a oscuras. Da miedo, no lo hagáis nunca. Hice carreras de un lado al otro del pasillo central con la música de Ravel desde el móvil. Escalé las filas de una sala por encima de los asientos. Entregado al juego, el apetito crecía. Tener la campana de cristal llena de palomitas para uso privado casi me hizo llorar. ¿Debía meter la cabeza en las dunas de maíz tostado? Me contuve por salubridad. Tomé un cubo entre todas las opciones ofertadas y lo llené hasta arriba. De vuelta al rincón oscuro en el que me dormí, abusé de aquel botín y, cuando no pude más, me estiré en el asiento hasta que me despertó un ruido sordo fortísimo.

Foto de filmaffinitypuntocom

La pantalla estaba encendida. Un plano de una cortina a contraluz y alguien que, como yo, se despertaba asustada. Dentro y fuera de la ficción, tuvimos un despertar acústico y repentino. A mi alrededor, la sala llena de público. Me acerqué a la fila inferior y pregunté cómo se llamaba la película. Me miraron con extrañeza y confesaron que Memoria. Creyeron que preparaba una broma, ojalá fuese así. Busqué mi móvil, doce y media. Buenos días, buenas tardes. Busqué la ficha de la película en mi teléfono. Director tailandés: Apichatpong Weerasethakul. Eso fue demasiado para mi mente que trataba de arrancar. Me dejé llevar por la película. De nuevo, cine para escuchar. La protagonista está muy preocupada por ese sonido sordo que parece que sólo ella oye. Ella y yo, quiero pensar, ya que tenemos esa conexión desde el  despertar. Es una película muy sonora, casi diría que importa más el audio que lo visual, que suele ser lento para apoyar nuestra atención en el oído.

Algo similar ocurrió con Il buco de Michelangelo Frammartino. Aquí el sonido se destaca por contraste: Imagen y sonoridad se minimizan. Avanzan de forma simultánea en la naturaleza que habita dentro y fuera de una cueva. Cualquier sonido adquiere relevancia sin salir de su cotidianeidad. Lo mismo con los fragmentos de luz dentro de la cavidad. Yo me identifiqué en cuanto a mis actividades nocturnas de escalada e incursiones por las sombras. El resto me dejó indiferente. Fui al baño a quitarme las legañas y liberar tensiones intestinales. Desde mi cubículo oí perfectamente que había saltado la liebre: Un par de voluntarios comentaban sobre el falso Daniel Brühl. Me tachaban de cosas con las que no estoy del todo de acuerdo, la mayoría tipificadas como delito en el Código Penal. Estaban atentos, decían, para cazarme si volvía a presentarme a sus puertas. Parecían un par de esbirros en una película mala en la que se revela todo el plan maestro antes de ejecutarlo. Me dio vergüenza ajena, así que accioné la cisterna con tal de no escucharles y seguí a lo mío.

Foto por cineuropapuntocom

Terminada la función del baño, me precipité hacia la primera sala que encontré abierta. Correr por el pasillo no es lo mejor para disimular, eso lo aprendí ahí. Empirismo de un Festival de Cine, cada año aprendo más cosas. No obstante, nadie me retuvo. Me senté entre el dispuesto gentío, que ya llenaba la sala. En pantalla apareció: 200 meters de Ameen Nayeh. Una historia complicada que se posa en la necesidad de movimiento con el tiempo en contra. Empaticé de inmediato. Me gustó con moderación pero ahora necesitaba más frenesí. Volví al baño, Daniel Brühl necesitaba su metro cúbico de intimidad para pensar. Vi en el programa del SEFF que proyectaban  a continuación un documental sobre una banda de rock sevillana. Justo la manera que necesitaba de acabar la noche.

Corrí de nuevo a la sala. Me cuesta aprender. Debo darle la razón a mi madre, se me da muy bien la autodistracción. La sala estaba vacía cuando llegué. Me sentí acorralado. ¿Y si era una trampa para cazar al polizón? Tomé asiento y esperé. Me hice selfies. Estuve tentado de hacer otra carrera de escalada por los asientos, pero me contuve, más por agotamiento que por rescoldos morales. En el último minuto llegó todo el mundo. Como mínimo me duplicaban la edad el resto de espectadores. Melenas blancas, chupas de cuero, algunos casi habían traído la alegría de la Alameda a la sala, venían contentos. El ambiente olía de repente a bebidas espirituosas. Un tipo me localizó y me saludó con efusividad bajo el nombre de Fran Manuel. Respondí por no hacer el feo de evidenciar la equivocación. Al parecer era fotorreportero. Y yo también, según destilé. No me pareció mal adquirir esta nueva personalidad. Preguntas de reencuentro, respuestas neutras. Me interrogó por Rita. Valoré que podía ser mujer, hija o mascota. Respondí con seguridad que la dejé en casa. «¿Y cómo piensas volverte a Sanlúcar a esta hora? ¿Otra vez el embrague? Vaya mierda moto, tío». ¿Qué clase de persona es Fran Manuel que bautiza a su moto Rita? No sé si me gusta mi nuevo yo.

Foto de Villametalorg

Arrancó la proyección de Storm, película de Jesús Ponce, y me explotó la cabeza. ¿Cómo no conocía antes a este grupazo? Rock progresivo de finales de los sesenta. Son muchos los invitados de lujo que atraviesan el documental para evidenciar su influencia: Raimundo Amador, Pepe Bao, El Drogas, y un extenso etcétera.

Los Tormentos, luego Storm, fueron adolescentes que se comprometieron con los instrumentos de una manera que irreversible y honesta. Pronto adquirieron un nivel que amenazaba con hacer sombra a las bandas consagradas de entonces. Años setenta, España tardofranquista y aun así superaron muchas de las censuras de entonces. Cantaban en inglés y español, hacían psicodelia, heavy, hard rock, imitaban a sus ídolos con excelencia, interiorizaron el lenguaje. Pronto por todo el panorama estatal empezaron a confundir sus grabaciones con grupos de primer nivel. En el documental repetían distintas personas lo mismo: Fueron los Deep Purple españoles.

Llegaron a ser teloneros de Queen, con la admiración expresa de Brian May y Freddie Mercury. Sólo dejaron un par de discos, The Storm y El día de la tormenta. Poco después se deshizo la banda. Tras treinta años, lanzaron su tercer disco de estudio, Trilogía. En 2020, 50 años tras la formación de la banda, han anunciado que vuelven y grabarán un nuevo LP. Estoy impaciente tras oírles. Me he pegado toda la película taconeando el suelo, suenan tremendos y no entiendo cómo unos chicos tan jóvenes y con tan pocos medios podían haber alcanzado ese nivel. Quiero pensar que igual en el futuro dicen lo mismo de mí como actor.

A la salida del cine, mi reciente compañero fotorreportero me invitó a ir con otros colegas a tomar algo. Acepté porque debía celebrar mi nueva vida. Dejé a Brühl en aquella sala oscura, con la creencia que ya no volvería a saber más de él y me fui con mi nuevo personaje. Esa noche aprendí que los fotógrafos son una cuadrilla de individualistas. Me explico: Hacen mucha vida en común, se nutren unos a otros, en tantos tiempos muertos. Pero el trabajo es meramente individual, así que ponte las pilas. Son muy trabajadores. Somos muy trabajadores, quiero decir. Entramos pronto al curro, siempre en grupo. Me fijé que nos dejan pasar en masa. Y ahí estaba yo, infiltrado cual Fran Manuel. Mis nuevos colegas se extrañaron de que no tuviese cámara. Yo les puse en conocimiento de las virtudes tecnológicas de un móvil actual. Vaya triple.

Foto del SEFF. Alberto Revidiego

Ahed’s knee de Nadav Lapid arranca con una motorista cruzando la ciudad bajo la lluvia. A mí eso ya me conquistó, porque como Fran Manuel que soy, tengo cierto amor loco por las motos. Soy un actor integral. Es una película cuyo uso de la cámara la dota de cierta conciencia propia, como si la atención se dirigiese o desenfocase conforme al argumento de la historia, y eso precisamente es lo que te mantiene atento a qué ocurrirá. Los sonidos potenciados, distorsiones y zumbidos, generar los procesos mentales de los personajes. De nuevo, un cine para escuchar.

Foto del SEFF 2021

Con mis compañeros de fotografía asistí a Bloodsuckers de Julian Radlmaier, comedia sobre vampiros capitalistas, el capitalismo como vampiro y otras piruetas relacionadas. Y The innocents de Eskil Vogt, una película de miedo psicológico, en la que unos niños adquieren poderes como telequinesis o telepatía y, como niños que son, sin una correcta educación pueden derivar a monstruosidades. Ambas películas parecen desarrollar su atención en lo que ocurre en el segundo plano, en lo que no ve todo el mundo. Tomé buena nota, parece que todas las películas hablen sobre mí. Simulé tomar un par de fotografías y me fui para casa. He visto tantos días y noches en la oscuridad de una sala que empiezo a ser incapaz de distinguir en qué día vivo. ¿Cómo acabará el experimento? Sólo sé que me toca caminar con este frío de noviembre. Ojalá tuviese mi Rita aquí.

 


Sigue las crónicas literarias de Víctor Vigía sobre el 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla, desde «La butaca de El Enmascarado» a través de la Revista 17 Musas. 

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