A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XXXVII: “HAY ALGUIEN EN EL BOSQUE” – Anna María Ricart / Joan Arqué / Cultura i Conflicte / Teatre de l’Aurora
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
5 de abril de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Recuerdo caminar por un bosque el día que perdí la inocencia. Volvía de una comida familiar, la versión griega de la barbacoa de domingo, tan lleno y contento que aún la recuerdo, veinticuatro siglos después, qué rico estuvo todo. La panza apenas se ocultaba bajo mi túnica, hacía un gran día, la primavera en el punto más álgido, todo estaba verde a mi alrededor mientras volvía a casa bajo las sombras de la arboleda. Tomaba algunos frutos caídos al suelo y los lanzaba tan lejos como pudiese, a la espesura. En aquel silencio, que nunca es silencio, el bosque me hablaba y daba paz. Poco después encontré el cadáver. Tenía mi misma edad, la túnica rasgada, la cabeza con sangre seca. No sé cuánto tiempo me quedé observando, la risa y la muerte convivían en aquel bosque, al mismo tiempo, en espacios no tan lejanos, era inconcebible, sí, y, a partir de ese momento, algo obvio. Entonces llegó el pensamiento, casi como un dardo, de que su agresor podría estar próximo, y corrí todo lo que pude, ahora el bosque sí que callaba y mis latidos retumbaban por cada árbol, delatándome.
Hoy quiero empezar por el final. Este fue mi viaje interior al acabar de ver en la Sala A del Teatro Central, la obra multidisciplinar HAY ALGUIEN EN EL BOSQUE con dramaturgia de ANNA MARÍA RICART, dirección de JOAN ARQUÉ SOLÁ, y una producción de CULTURA I CONFLICTE junto a TEATRE DE L’AURORA. Una proyecto expansivo más que una obra cerrada, un esfuerzo social y de justicia, centrado en las barbaridades que sufrieron, especialmente las mujeres, durante la guerra de Bosnia y Hercegovina durante los años 90, en concreto mientras en España se celebraba toda la euforia de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Y es ambicioso el proyecto porque abarcó una exposición en el vestíbulo del Teatro Central, a modo de instalación fotográfica sobre la guerra de Bosnia, la declaración de la violación como crimen de guerra por primera vez por parte de la justicia internacional, y testimonios de supervivientes. Sobre las mismas, sábanas blancas, estiradas mediante cuerdas, que recreaban la necesaria barrera visual que debían disponer los ciudadanos para evitar disparos de los francotiradores. Por otra lado, este proyecto nace a raíz de una investigación que se recopila finalmente en forma de documental, homónimo a esta obra, y que actualmente está disponible en Filmin, por lo que he podido leer. De ahí derivó a la obra de teatro. Así nos lo contó sus protagonistas en un encuentro con el público tras la actuación.
Una obra que combina, a su vez, fotografía, vídeo de en directo y grabado, música analógica y digital, teatro, baile, escenarios móviles y un texto muy poderoso, que refleja las palabras originales de aquellas supervivientes que fueron entrevistadas. «¿Cómo explicarlo de manera que no se despierten los recuerdos?». Se cuenta con un elenco actoral brillante: Ariadna Gil, Montse Esteve, Carles Gilabert, Magda Puig, Erol Ileri, Judit Farrés y Pep Pascual (estos dos últimos, responsables de la música, con un minimalismo impresionante, prescindiendo de toda pornografía emocional, y sea dicho de paso mi admiración por el talento multiinstrumentista de Pep Pascual, un músico con mucho carisma en su expresión musical). Todos ellos logran transmitirnos el mensaje como si tuviésemos delante a las propias víctimas de aquella barbarie. «Estamos contando algo lejano geográficamente pero nosotros, ¿dónde estábamos?». Ahí el espejo.
Por la obra desfila mujeres violadas, mujeres abandonadas, reporteros de guerra, militares enjuiciados, ellos mismos como investigadores para el documental, y, a su vez, exaltan algunos momentos reales de ellos como actores o músicos durante aquel verano olímpico español, para situar dónde estaban (como Ariadna Gil, rodando Belle Époque, o Pep Pascual, cerrando las Olimpiadas junto a Comediants).
Aquel escenario con plataformas inclinadas cubiertas de césped artificial y algunos árboles, de esos que se emplean en navidad, desnudo de adornos, que van recreando guiños de aquel bosque del que aún se teme que venga alguien, desde la espesura del pasado, a por ellas, para perpetuar la monstruosidad a la que puede llegar el ser humano en tiempos de guerra. Quiero acabar como empiezan, con el fondo negro, y sobre el mismo tres frases con tipografía blanca: «Esto ocurrió. Esto les ocurrió. Esto nos ocurrió».
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