jueves, abril 18, 2024
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Ángel Herrero o el silencioso (re)conocimiento de la Lengua de Signos

Nos contó el profesor Ángel Herrero, que fue de niño cuando decidió aprender una de estas lenguas para poder comunicarse con su hermano mayor (que había perdido el oído a los 2 años), y nos contó también que, a partir de ese instante, surgió un flechazo y ya nunca dejó de practicarla, y mucho menos, de fomentarla.


En el año 2000 me matriculé en Humanidades en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante. Recuerdo que en aquella época acababa de nacer mi segundo hijo, trabajaba por la mañana en una empresa de Telecomunicaciones e impartía clases de informática en una academia por las tardes, así que tuve que hacer un extraordinario esfuerzo para poder seguir con regularidad dicho curso.

En algunos casos me era materialmente imposible acudir a clase, así que pedía los apuntes a los compañeros o me buscaba la vida como buenamente podía para no desengancharme. Y sí, faltaba a algunas clases (a veces la vida no me daba), pero a la que no falté nunca, nunca, fue a la de Lingüística y Semiología que impartía el profesor Ángel Herrero Blanco.

Desde el principio me cautivó su voz profunda, su manera de transmitir los contenidos, la audacia con la que improvisaba determinados temas no recogidos en el programa y, sobre todo, su reveladora forma de entender la vida. Descubrí gracias a él una, para mí, desconocida Lengua de Signos con la que las personas sordas se comunicaban entre ellas, «los felizmente sordos» –decía–, y también, el misterioso código mediante el cual se comunicaban las abejas, o los análisis precisos sobre la «poética de lo inefable» en San Juan de la Cruz o en Antonio Machado.

Nos contó el profesor Ángel Herrero, que fue de niño cuando decidió aprender una de estas lenguas para poder comunicarse con su hermano mayor (que había perdido el oído a los 2 años), y nos contó también que, a partir de ese instante, surgió un flechazo y ya nunca dejó de practicarla, y mucho menos, de fomentarla.

Desgraciadamente, ya no está entre nosotros. El profesor Ángel Herrero falleció en mayo de 2017 pero nos dejó un legado vasto y absolutamente enriquecedor. Entre otros, la Biblioteca de Signos, que dirigió y cuidó con esmero durante años y que en su momento pasó a forma parte de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

En la Biblioteca de Signos se incluye material bibliográfico y publicaciones en lengua de signos española que abarca desde ediciones facsímiles, materiales pedagógicos, diccionarios, gramáticas, trabajos monográficos, obras históricas, y proyectos de investigación. Dispone además de una sección de literatura que recoge numerosos poemas y cuentos signados, y una serie casi inabarcable de obras literarias universales.

Su colega en la Universidad de Roma, el catedrático de Lingüística Rafaele Simone, declaró en un congreso internacional, que el descubrimiento de las Lenguas de Signos había provocado en él un tremendo impacto. Simone reconoció, con cierto sentido del humor, que él hasta entonces se había creído un lingüista pero que a partir de entonces había comprendido que era solo «medio lingüista».

El profesor Angel Herrero en su casa de Alicante, en 2005.
El profesor Angel Herrero en su casa de Alicante, en 2005.

El profesor Ángel Herrero lo contó años después en otro congreso y apuntó que «esa mitad» que le faltaba a su colega de catedra, evidentemente, correspondía al conocimiento de este tipo de lenguas signadas. Estaba claro que el solo hecho de hablar de lenguas orales era todo un síntoma de que algo estaba cambiando, porque hasta hace escasamente cuarenta años nadie hubiera dicho «lenguas orales» ya que solamente se hablaba de lenguas. Por lo tanto, para el profesor Ángel Herrero, el primer y gran impacto de las lenguas de signos en la lingüística fue sin duda el haber acabado con el fonocentrismo del lenguaje.

Tras varios años de investigación, comenzó a elaborar una Escritura alfabética de la lengua de signos española, que publicó finalmente en 2003 y que estaba basada en la fonología del signo y en el orden de procesamiento de las sílabas.

Pero, además, Ángel Herrero amaba la poesía, el ritmo y la música que pueden llevar a la alegría y al sufrimiento. Esta pasión se transformó en un empeño por elevar la poesía a las lenguas signadas para que las personas sordas pudieran disfrutar y sentir el gesto de la voz. Por eso realizó adaptaciones poéticas de la lírica tradicional, de Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Rosalía de Castro y Antonio Machado.

El profesor Ángel Herrero siempre tuvo claro que las universidades estaban obligadas al saber, al descubrimiento y a la defensa de los patrimonios culturales, y que estas, debían esforzarse en la defensa de una lengua que era también patrimonio de la humanidad.

En clase nos hablaba de Leonardo da Vinci, que elogiaba la habilidad de los «mudos» porque, según él, ejecutaban movimientos que expresaban el concepto de las almas. Nos ilustró sobre el Renacimiento a través de Juan Luis Vives y su Tratado del alma, nos habló largo y tendido sobre Michael de Montaigne y sus Ensayos, destripamos párrafos enteros del Crátilo de Platón, el Imago poético en Lezama Lima o el Cantico Espiritual de San Juan de la Cruz.

Sí, mereció mucho la pena matricularse en aquel curso de Humanidades, allá por el año 2000, aunque solo fuera por haber tenido el placer de asistir a sus clases y el lujo de poder escuchar su magisterio. Mereció la pena conocer a un sabio. Podría destacar de él su elocuencia o su enorme erudición (que de ambas poseía en abundancia); sin embargo, yo quisiera destacar del profesor Ángel Herrero, algo que seguramente en él era innato, y, además, contagioso: su inagotable amabilidad.

Finalizo, como homenaje hacia su persona, con unos emotivos versos que él mismo escribió y que a mí, particularmente, me parecen de una lucidez extrema.

“Yo no escribo desde la melancolía
sino desde el deseo.
No escribo lo que hubiera querido escribir
no escribo lo que quiero.
Lo que me hace escribir es un deseo
que uno solo nunca podría tener.
Es el deseo de otros, de muchos otros o de todos
de realizar lo escrito y confiarlo a la vida
querer lo que ellos han querido
haber tenido el mismo amor, los mismos sueños
escribir sus poemas.
Lo singular no es único
que un verso se pronuncia con versos como juncos
con gestos transparentes como el agua del rio.”


Te invitamos a leer otras reseñas de libros y artículos de Javier Viraje.

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