La historia del cosmonauta Sergei Krikaliev, que contempló desde el espacio y sufrió las consecuencias de la desintegración de la Unión Soviética.
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Krikaliev: Como Basura Espacial. Cap 5. Perdidos en el tiempo
Decía Engels que aquello que es real en la historia humana se vuelve irracional con el paso de tiempo. Pero en ocasiones sólo bastan unos pocos meses para que todo el peso del absurdo caiga sobre nosotros. Los últimos años han sido pródigos, para cualquiera, en este tipo de situaciones. Pero pocos como el cosmonauta Serguei Krikalev vivieron esa experiencia de forma particularmente dramática, en poco menos de un año.
En realidad, su historia es bastante conocida. Fue lanzado al espacio el 19 de mayo de 1991, en compañía del también soviético Anatoli Artsebarski y la británica Helen Sharman. Su misión era la de realizar experimentos y trabajos de mantenimiento en la estación espacial Mir. La mujer regresó a la Tierra pocos días más tarde, mientras Artsebarski lo hizo en octubre, siendo relevado por Aleksandr Volkov. Pero Krikalev seguía y siguió en la Mir tras el regreso de su último compañero; no llegaban órdenes de devolverlo a casa.
Mientras, en la Unión Soviética sucedían cosas extraordinarias. La más destacada, que en diciembre de 1991 la superpotencia eurasiática dejó de existir, se descompuso en diversas repúblicas independientes y Rusia pasó a detentar la herencia principal de la URSS. Sin embargo, el antiguo programa espacial soviético se gestionaba en buena medida desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán.
Las negociaciones que llevó a cabo Yeltsin con los presidentes republicanos para desmembrar la Unión Soviética se vivieron deprisa y corriendo para sacar a Gorbachev de en medio y quedaron muchos flecos pendientes, como la gestión de Baikonur por el gobierno kazajo. Así que éste subió el precio de los servicios prestados al programa espacial ruso.
En medio del marasmo generado por la transición acelerada al capitalismo y la antigua administración del Estado desintegrándose, nadie se acordó de Krikalev, que seguía contemplando desde la estación Mir cómo se borraba del mapa el país que lo había enviado al espacio.
A esas alturas, el cosmonauta se pasaba las horas haciendo gimnasia para no perder masa muscular en la ingravidez y conectando con radio aficionados del mundo, en un intento para saber qué estaba sucediendo allí abajo. Esa odisea, precisamente, es el sujeto del film cubano Sergio y Sergei, dirigido por Ernesto Daranas y estrenado en 2017, en el que el argumento nos lleva a un ingenioso ejercicio comparativo, bien resuelto en el plano emotivo, entre la situación en la Cuba socialista, más aislada que nunca en el momento de la desintegración soviética, y la nave olvidada de Krikalev.
Sin embargo, la situación del cosmonauta transpiraba más abandono y suciedad que épica. En la nave se sucedían las filtraciones, los apagones, las averías de sistemas y las chapuzas para hacer la Mir habitable, mientras una constelación de detritus orbitaba en torno a la estación espacial.
Y las miserias de la tierra también llegaban hasta allí. La brutal devaluación del rublo había hecho que el sueldo de un cosmonauta como Krikalev equivaliera al de un taxista de Moscú. Al cambio, salía a dos dólares y medio al mes. Desde casa, su angustiada esposa le reprochaba que con esos estipendios no podían subsistir. La depresión se instaló en el deteriorado ánimo de Krikalev, que además llevaba meses viviendo en días que duraban cuarenta y cinco minutos, a razón de las diecisiete vueltas al planeta que daba la estación espacial cada día terráqueo.
En Moscú, la agencia espacial buscaba dinero desesperadamente para poder rescatar al cosmonáufrago. Apenas había fondos ni para abonar los sueldos del personal de tierra y administración. ¿Y hacer publicidad de Cola-Cola desde la Mir? Se pensó en todo. I ncluso se barajó la posibilidad de traspasar el programa espacial ruso a la NASA y que los americanos se encargaran del rescate de Krikalev.
Al final, el dinero lo tuvieron que poner los alemanes. El 25 de marzo de 1992 regresó a la Tierra después de haber pasado en el espacio un total de 313 días. Con cierta ironía se le denomina a Sergei Krikaliev “el último ciudadano de la Unión Soviética”, dado que fue lanzado al espacio con esa condición y regresó como ciudadano de la Federación rusa. Cuando lo sacaron de la cápsula que lo había devuelto a la Tierra, enclenque y aturdido, los operarios rusos hicieron lo posible por tapar, ante las cámaras, las banderas soviéticas que aún adornaban su traje espacial.
Si alguien fue testigo privilegiado de los brutales cambios históricos que hemos vivido en los últimos treinta años, ese fue, sin duda el cosmonauta Krikalev. Con la peculiaridad de que los contempló desde fuera pero a la vez los sufrió en carne propia.
Pero su carrera no se detuvo ahí. Como gran profesional que era, cumplió nuevas misiones y hoy ostenta el récord absoluto de permanencia en el espacio entre comunistas rusos: 803 días.
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