Víctor del Árbol «Una novela atípica: El nombre de la rosa». Miércoles 24 de junio de 2020. Espacio 17 Musas.
“Llamo estilo deleitoso al que se compone de número, consonancia y melodía”. Esta breve cita, extraída de la Poética de Aristóteles, se puede aplicar tanto a una de las novelas fundamentales de los clásicos contemporáneos, El nombre de la rosa, como a la clase magistral que Víctor del Árbol ha ofrecido a los suscriptores del Espacio 17 Musas.
Víctor del Árbol: número, cómo, quién, cuándo, por qué…
Número, por los datos, la numerología en la obra y su simbolismo, el orden, de los cuatro niveles de análisis crítico de una novela y el paso a paso para ir bajando desde la superficie, el nivel literal, al nivel hermenéutico de las novelas extraordinarias, sin olvidar el valor alegórico y el ético de los dos escalones intermedios. Los cuatro aparecen en la masterclass de Víctor del Árbol que, además de versar sobre las curiosidades y referencias de la obra italiana publicada en 1980, también dota a su discurso de consonancia, por los paralelismos, y una melodía muy particular que contextualiza a esas novelas detectivescas, del medievo o las actuales, en las que se conjugan la veracidad y la verosimilitud, el declive de la tradición escolástica y el nacimiento del humanismo.
Como si de un Guillermo de Baskerville se tratara, por los paralelismos referidos anteriormente, Víctor del Árbol nos adentra, a nosotros Adso, a nosotros discípulos, no en la abadía en la que se suceden los crímenes, no nos enfrenta a Jorge de Burgos; de lo que sí se cerciora es de responder a las cuatro preguntas sin cuyas respuestas las bellas e intrincadas madejas no serían devanadas.
Quién. El hombre, el científico, el humano, el débil, el arrogante, el escritor.
—¿A quién te refieres, discípula? ¿A Eco, de Baskerville, del Árbol, Holmes…?
—Sitúate en el contexto, y extrapola, los vasos comunicantes están ahí.
Cómo. Hace que nos hagamos preguntas, entreabre puertas para que decidamos si queremos asomarnos y ver qué hay, comprobar si podemos trascender el sentido hermético y llegar a una catarsis.
Cuándo. Tanto el siglo XIV como el XXI son momentos idóneos para plantearnos la creación de la realidad (por parte de nosotros mismos), la semiótica, la elección del destino que hacemos. “El personaje de Guillermo se desvanece en la niebla del tiempo”. Víctor del Árbol no debe haber elegido esa frase al azar. Las puntadas con hilo, las metáforas en el aire inconclusas… nos revelan más de lo que superficialmente podemos ver.
Por qué. Desde la humildad, el escritor nos da las claves de lo que para él supuso, y supone, tras las pertinentes relecturas, analizar, trascender el texto de El nombre de la rosa. Lo hace desde la valentía, desde un recordatorio a la responsabilidad individual y también a la colectiva, de nuestro futuro como sociedad. ¿Por qué? Seguramente, porque una buena novela, como una excelente masterclass, no tiene porqué ser una novela aburrida, ni deja de lado una trama o los ganchos que nos van a introducir en ese universo. Porque lo que nos dice Víctor del Árbol, haciendo suyo el mensaje de El nombre de la rosa, es que “todo lo que somos, todo lo que creemos y todo lo que pensamos depende de nuestras propias convicciones, de nuestra propia voluntad de llegar al final”. Melodía, otra vez.
El resto, lo no contado explícitamente, del Árbol, de modo generoso, lo deja en manos de la deducción del lector, en este caso espectador, que se ve obligado a una reflexión sobre nuestro tiempo, nuestro contexto. Eso sí, no nos hace pagar la penitencia de las primeras 100 páginas, tampoco de los 10 primeros minutos, desde el inicio, y hasta cumplir casi una hora de emisión, capta el interés de un público que tratará de hallar esas claves que nos
conduzcan a un significado global.
—Espera, muchacha, ¿acaso quieres encontrar un valor áureo en una interpretación
subjetiva de una novela sobre asesinatos entre monjes por un libro?
—Apacigua, vocecita insidiosa. Al contrario que Umberto Eco, él no nos deja con una sensación de final ambiguo.
Quizá de la rosa quede el nombre desnudo. Tal vez, del análisis de Víctor del Árbol nos quede un simulacro de orden. El de una verdad y una libertad sobre las que decidir qué hacer, cómo defenderlas, qué construir. El simulacro de una biblioteca laberíntica infinita de la que el significado perdure más allá del signo.
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