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Universos paralelos. Col. 23. El sueño de McSorley

Universos paralelos es la última de las veintitrés columnas de un «antidiario» del confinamiento publicadas en el mes de mayo en Diario de León. Junto al relato fantástico La luz que no se apaga nunca forman la serie El sueño de McSorley. Esta serie es también un cuento, un monólogo teatral que interpreté en el Festival Celsius 232 de Literatura Fantástica de Avilés, entre la desescalada y los rebrotes.

La Revista Espacio 17 musas recopila ahora todos los textos de la serie El sueño de McSorley, a mitad de camino entre la literatura y el periodismo, entre la realidad y la ficción, como antesala del Curso de Creación Periodística que vamos a programar próximamente.

Una taberna de Nueva York que no ha cambiado en ciento setenta años. Una bodega del Bierzo con un ataúd junto a la barra. Una luz de emergencia en un garaje subterráneo que no se apaga nunca. Una novela sobre la Gran Hambruna que no termino de leer. El eco de las pandemias que han acechado a la humanidad. Y una serie de ruidos en el desván de mi casa durante los días del último confinamiento. 

Bienvenidos a este universo paralelo.


Universos paralelos

Anoche soñé que entraba en la taberna de McSorley, donde el tiempo tiene otro valor. En 1940, cuando el periodista Joseph Mitchell escribió de ese lugar fabuloso, la taberna más antigua de Nueva York, todavía iluminaban la barra con dos lámparas de gas que temblaban cada vez que alguien abría la puerta y proyectaban la sombra de los clientes sobre la pared del fondo. Como un viejo cinematógrafo.

Anoche soñé que entraba allí, en el local de techo bajo y serrín en el suelo, abierto en 1854 en el número 15 de la Calle Siete, en lo que todavía llaman la Pequeña Ucrania de Manhattan.

Soñé que cruzaba el umbral y observaba los tres relojes de la pared, cada uno con una hora diferente, los retratos de los presidentes asesinados, los cuadros de barcos de vapor antiguos, recortes de prensa, alguno tan viejo como para hablar de la batalla de Waterloo, fotos de caballos de carreras y un grabado de la Hermandad Revolucionaria Irlandesa.

Interior de la taberna McSorley, cuadro del pintor John Sloan
Interior de la taberna McSorley, cuadro del pintor John Sloan.

Soñé que el viejo John McSorley, que debió de emigrar a Nueva York durante la Gran Hambruna, me servía cerveza en una jarra de peltre. Era él, no me cabe la menor duda. Y yo miraba a la pared tapizada de imágenes, herraduras de la suerte. Y una estrella de mar.
Entonces sonó el teléfono. El timbre del inalámbrico en el otro cuarto me sacó del sueño. Y para cuando descolgué, somnoliento, ya había saltado el contestador y una voz de lija me dejaba un mensaje en un lenguaje ininteligible. Lo escuché dos, tres veces, hasta que me di cuenta de que hablaba en gaélico.

Temblé.

En mi mesita reposaba la novela que se me ha atragantado durante el confinamiento, El crimen del Estrella del Mar, y de nuevo les hablo de esa historia de inmigrantes irlandeses que cruzan el Atlántico en un barco ataúd para no morir de hambre.

Temblé, claro que temblé. Pero eso no fue nada cuando usé una de las aplicaciones de mi smartphone para traducir el mensaje y leí en la pantalla: «Te espero en el desván».

McSorley's Ale House15 East 7th Street Manhattan Berenice Abbott (1937)
Sorley’s Ale House15 East 7th Street Manhattan Berenice Abbott (1937)

Pensé que el viejo McSorley me llamaba. Que era él quien ha estado paseando sobre mi cabeza cada vez que he intentado leer el primer párrafo de la novela. Y como los valientes son aquellos que tienen miedo decidí salir de dudas. Mañana tendré una historia que contar para despedirme de este diario y cerrar el círculo que abrí hace veintitrés días, pensé.

Así que cogí la llave. Salí a la entreplanta protegido con una mascarilla, y en lugar de bajar al sótano para recuperar un teléfono perdido, como les conté hace veintitrés días, subí las escaleras en busca de un fantasma.

En el desván no había nadie. Ningún espectro. Ningún alma errante. Pero al otro lado de la puerta de mi trastero se oía una melodía muy tenue. Metí la llave en la cerradura. Y en medio del cuarto vacío (¿quién se ha llevado todos los trastos?) descubrí mi antiguo Nokia, aquel modelo que tiré hace un montón de años. Pero en lugar de la canción de U2 que me avisaba de las llamadas sonaba Camarón, con versos de Lorca en la boca. «El sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero. Como un velero…» Entonces descolgué. Y no me quedó más remedio que preguntar «¿quién es?», como si no supiera que al otro lado del inalámbrico me iba a responder yo mismo.


Este relato fue publicado el 24 de mayo de 2020 en el Diario de León como parte de la serie Diario de un confinado, el día 70, Universos Paralelos.

El texto es parte del material de trabajo para el Curso de Creación Periodística de Carlos Fidalgo en la Escuela del Espacio 17 Musas

Te invitamos a leer otros relatos y  artículos de Carlos Fidalgo en la Revista 17 Musas.

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