Si hay que destacar por encima de todas las rivalidades en Hollywood una que refleje la despiadada relación entre las estrellas de este glamuroso oficio, no hay otra como la que mantuvieron Bette Davis y Joan Crawford durante más de medio siglo.
Leo en redes sociales que un viento gótico llegó a París hace una semana para llevarse a la última gran estrella de un cine que ya no existe, pero que en las décadas 50/60 del pasado siglo marcó una época absolutamente dorada.
Dicen en las redes que Olivia de Havilland tenía el día de su muerte 104 años recién cumplidos y que acababa de arrebatarle, por un año, el record de pervivencia Hollywoodiana al longevo Kirk Douglas. Recordé entonces la tormentosa y disputada relación que esta actriz de leyenda tuvo con su hermana, la también legendaria, Jane Fontaine.
Según las crónicas sociales del Hollywood de aquella época, la antipatía y el odio entre ambas actrices era tan visceral, que Olivia solía comentar entre bastidores que no se moriría sin antes haber enterrado a su hermana. Desde hace 6 años Olivia ya sabía que, aunque por poco, lo había conseguido.
Rivalidades y despiadadas relaciones entre divas
No fueron las únicas actrices (ni seguramente serán las últimas) que porfiaron con uñas y dientes por obtener una gloria mayor que la de su rival en la escena. Ahora bien, si hay que destacar por encima de todas las rivalidades, una que refleje la despiadada relación entre las estrellas de este glamuroso oficio, no hay otra como la que mantuvieron Bette Davis y Joan Crawford durante más de medio siglo.
Es cierto que la suya era una rivalidad conocida. Aunque no fue hasta 1962, durante el rodaje de la inquietante ¿Qué fue de Baby Jane?, que saltaron por los aires todas las expectativas en cuanto a enfrentamientos a cara de perro (en este caso, de perra) se refiere.
Fue la primera y única vez que trabajaron juntas. Pero ese feliz acontecimiento, se iba a convertir en una especie de partida de ajedrez entre dos divas, disputada en las caldeadas calderas de Pedro Botero. Fueron solo 21 días de rodaje. Suficientes para conformar una serie de iniquidades que provocaron en ellas una hostilidad perpetua.
La Davis era un ejemplo de extraño glamour, el del blanco y negro del celuloide y de las fotografías antiguas. En su rostro serio, nada amable e incluso feo, perduraban el sarcasmo en la mirada o unos silencios tan elocuentes como violentos.
La Crawford era tan talentosa como soberbia, tan misteriosa como elegante. En escena alcanzaba un registro actoral difícilmente igualable, y para lograrlo (en escena y fuera de ella), utilizaba la seducción como arma de destrucción masiva y ese atractivo innato de quien se sabe deseada.
La película narra la historia de Baby Jane Hudson (Bette Davis), arruinada, alcohólica, enferma mental, de unos 50 años, aunque visiblemente avejentada, que fue una estrella infantil del espectáculo, y que a causa de un accidente de circulación quedó parapléjica y a merced de su hermana Blanche. Joan Crawford interpreta a Blanche, una actriz que triunfo en los años 30 y acumuló una pequeña fortuna.
La película se rodea de un ambiente claustrofóbico y tétrico que sirve como telón de fondo para mostrar la decadencia de dos seres humanos. Un drama que implica a dos hermanas solteras, que desde pequeñas han mantenido unas relaciones de amor y odio, alimentadas por celos, envidias, desconfianzas y rencores. Un odio que son incapaces de aceptar y que cuando el éxito acaba les explota en la cara y las convierte en dos patéticas caricaturas de sí mismas.
Como actrices, las dos mostraron durante el rodaje sus mejores artes interpretativas para crear un clásico irrepetible y perdurable. Como compañeras de oficio, mostraron al mundo su cara más perversa.
Bette Davis, maestra de la ironía y el agravio subliminal, se preguntaba respecto a Joan Crawford ¿por qué era tan buena interpretando prostitutas? y se respondía a sí misma diciendo que seguramente porque no lo era, y que por eso, solo interpretaba papeles de señoritas.
En las muchas ruedas de prensa que ofrecieron durante el rodaje, ambas aprovecharon para lanzarse dardos envenenados. En una de ellas, Davis comentó que Joan Crawford se colocaba unos pechos falsos tan puntiagudos que algún día le sacaría un ojo. Crawford, al día siguiente, diría ante los periodistas que la Davis era tan vieja que en su siguiente película interpretaría a su madre. La guerra había comenzado. O al menos, se había hecho más visible.
No eran tan distintas. Nacidas ambas bajo el signo de Aries, tercas como mulas, bebedoras empedernidas, las dos estuvieron casadas cuatro veces y cuatro veces recuperaron la soltería. Las dos eran orgullosas, egocéntricas, persuasivas, ambiciosas, y con un talento deslumbrante para la interpretación, ahora bien, si una agredía verbalmente a la otra, la respuesta no se hacía esperar. En eso, tampoco eran tan distintas.
«Pobre Bette, tiene cara de no haber pasado un buen día… ni una buena noche en su vida», dijo de ella en una ocasión Crawford.
Davis, que se esforzaba algo menos por mantener las formas, comentó entonces sobre Crawford, famosa por su promiscuidad, «que se había acostado con todas las estrellas de la Metro Golden Mayer exceptuando a la perrita Lassie» y que «no la mearía encima ni aunque estuviese ardiendo en llamas».
En una de sus últimas entrevistas, Bette Davis dijo, como para cerrar el debate sobre sus distintos méritos y capacidades, que la señorita Crawford era una estrella de cine y que ella era una actriz. Lo que deja entrever que las disputas nunca tienen que ver con el odio, sino con el dolor.
La vida de ambas fuera de los escenarios fue, de alguna manera, su mejor película. Una historia llena de recelo, ambición y amor desmesurado por el cine y también por la fama.
Ellas se odiaron, pero nosotros las amamos por ello. Porque ese odio fuera de los escenarios logró transformarse en genialidad dentro de ellos, dejando para la historia un legado cinematográfico brillante como pocos.
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