Imagino que Paulina Flores fue una de esas niñas que lo racionalizaban todo, que se preguntaban por el significado de todo lo que las rodea, y que llegaban a conclusiones sorprendentemente adultas a veces. Una de esas niñas dolorosamente conscientes de que la vida de los adultos es mucho más complicada, y sobre todo que -en realidad- ellos están mucho menos seguros de lo que hacen y dicen que lo que uno cree cuando es más pequeño.
Quizá lo haya sido, quizá no. Pero en los nueve cuentos que conforman Qué vergüenza -que ha tenido una estupenda recepción de crítica y de público- aparecen historias de niños, o de jóvenes adultos que recuerdan su infancia, y momentos en los que se encuentran con diferentes vergüenzas. La vergüenza de saberse pobre y que personas bondadosas te miren con conmiseración. La vergüenza de llegar a la adultez y no haber encontrado respuestas. La vergüenza de ser un hombre y perder el empleo (¿y qué es un hombre que no puede llevar dinero a la casa?). La vergüenza de la propia maldad, de negar a los padres de uno, o de decirle cosas horribles e injustas a la mejor amiga.
En este volumen abundan las historias que son como un corte, historias que se desarrollan tan solo para llegar al corte, a la imagen sobre la que Paulina Flores quiere hablar. Historias llenas de reflexión y sobrerreflexión, momentos en los que no se deja de pensar, y de sacar conclusiones.
Y en esto la autora es notable: no cae en la tentación de jugar a exhibirnos su rollito mental, su mundo interior y rellenar 120 páginas de reflexiones insulsas sobre lo interesante que ella es, así como tampoco en la tentación de dedicarle dos pinceladas a su reflexión, y luego enlazarla con un detalle al azar que pretende ser simbólico.
No, Paulina Flores reflexiona en serio, dice cosas porque tiene cosas que decir sobre sus personajes, y si añade detalles que pretenden ser simbólicos, es capaz de justificar su presencia en el cuento. Paulina Flores hace literatura en serio. De los nueve cuentos (ocho cuentos y una novela corta, si prefieren), yo destacaría sobretodo dos.
Empezando por el primero, llamado «Qué vergüenza», en el que una niña de nueve años que adora a su padre intenta ayudarlo a encontrar trabajo: ella medio entiende lo que significa para su papá haber quedado cesante, enfrentar las críticas de su esposa, y siente que él necesita mucha ayuda. Sin embargo, tras urdir un plan cuidadosamente, convencer al papá y llevar a cabo su idea a la perfección, resulta que se dirigen a una trampa para bobos, a una estafa con forma de oferta laboral. La niña no entiende todo lo que ocurre, pero entiende la vergüenza. ¡Qué vergüenza!
El otro cuento que a mí me llamó la atención es «Últimas vacaciones», en el que un niño pequeño, que ha sido criado en un entorno de alta vulnerabilidad social es llevado de vacaciones por una tía a La Serena. La tía es una mujer que ha salido de la pobreza, e intenta rescatar a su sobrino y ayudarlo a obtener una vida mejor. se esfuerza por tratarlo bien, y no descalifica a la familia del niño ni a su modo de vida, sino que intenta mostrarle un mundo diferente al que el niño conoce. Y también está la prima, una joven solitaria y lectora, que intenta educar su mente, ofreciéndole libros y enseñándole a leer, a leer de verdad. El niño agradece y quiere a esas mujeres… pero seguir su ejemplo y convertirse en lo que ellas quieren es, para él, como abandonar a su madre, como negar su origen y su pasado. Y descubrirá el dolor de tener que elegir.
De los otros cuentos, algunos me gustaron más, otros menos. Pero en todos se destaca la prosa de Paulina Flores, ajustada, cuidadísima, y desemocionalizada. Pocas veces la autora se detiene ante las emociones de sus personajes: prefiere seguir la pista de sus pensamientos, sus asociaciones de ideas y conocer las conclusiones que ellos se dan a sí mismos. Está a la caza de lo que sus personajes aprendieron de su propia experiencia, y cómo la usan para vivir.
En suma, un libro de cuentos absolutamente recomendable. Cuentos no siempre perfectos (¿de qué diablos se trata «Teresa», por ejemplo?), pero que hay que respetar, porque nacen de la herida y la buscan, la exploran, nos muestran algo de ella que antes no sabíamos, y que no sabríamos de no ser por este libro. Y hacer eso es caminar por la senda que sigue la gran literatura, me parece.
Te invitamos a leer otras reseñas de libros y artículos de Carlos Basualdo Gómez