La hora 25 de Virgil Gheorghiu fue publicada en París, en 1949. Y fue un best seller en su tiempo, por allá por los años 50, recibiendo la bendición de la crítica y el amor del público, con prólogo de Gabriel Marcel -nada menos- incluído. Pero luego cayó en desgracia, y ya nadie la menciona, aunque bien que lo merecería.
Como muchas novelas de su época, La hora 25, intenta reflexionar sobre la locura que fue la II Guerra Mundial. Y aunque fue un bombazo editorial, en algún momento se descubrió que antes de emigrar a Francia el autor había publicado escritos antisemitas en su país natal, y desde entonces recibió el escarnio público: la crítica lo destruyó, Gabriel Marcel pidió que retiraran el prólogo de esta novela, y desde ese momento todos decidieron ignorarlo educadamente.
Por su parte, el propio Virgil Gheorghiu tampoco se dio muy por enterado: nunca renegó de esos escritos (aunque hacia el final de su vida declaró estar avergonzado de sí mismo), insistió en publicar una novela tras otra, de calidad irregular, y se acercó a los sectores más conservadores del catolicismo ortodoxo.
No obstante lo anterior, la novela es magnífica. Es la historia de Ion Moritz, un campesino rumano que cae por un error de la autoridad en un campo de judíos en Rumania (que por entonces era aliada del Eje, recordemos), y que cuando consigue huir, cae prisionero a un campo de rumanos en Hungría.
Luego, Ion Moritz, es enviado a Alemania en calidad de húngaro. Allí gozará del favor de los jefes, quienes lo consideran miembro de un grupo ario de la mayor pureza y lo harán entrar al ejército, aunque Moritz no dispara ni una bala, e incluso ayuda a otros presos a escapar del campo de prisioneros.
Pero cuando termina el conflicto, Ion Moritz, es juzgado como criminal de guerra, por haber sido oficial del ejército alemán. La historia de Moritz sirve para ilustrar la tesis del autor: estamos en la hora 25, aquella que se sitúa después de terminado el día, y en la que ya no hay esperanzas para ninguna persona. Y no las hay porque el mundo ha sido dominado por los «ciudadanos», una especie que es una cruza entre la máquina, de la cual conserva la ausencia de sentimientos y compulsión por el orden, y el animal, de quien conserva la crueldad.
De este modo, los hombres y las mujeres se encuentran en una situación en la que no existe un lugar para vivir libremente, porque serán perseguidos por la maquinaria burocrática, allá donde vayan, al igual que Moritz que es encarcelado por diferentes regímenes, sin que nadie le pregunte su nombre ni el delito que ha cometido.
Sociológicamente, La hora 25 es la novela de la burocracia, de la «jaula de hierro» a la que se refería Max Weber, que atrapa y regula los actos de las personas, ya sea en sus versiones autoritarias o democráticas. A Gheorghiu le interesa más señalar un problema que trasciende a la discusión acerca de la democracia versus el totalitarismo, sino que es un asunto de nuestro tiempo. Quizá solamente Kafka haya tenido esa sensibilidad para interpretar el horror de la máquina impersonal del Estado moderno.
Y emotivamente, La hora 25 es el gran libro de la piedad. De la piedad infinita hacia nosotros, hacia todos nosotros los locos que vivimos en una era en la que nuestra propia inteligencia ha construido máquinas que se vuelven contra nosotros. Máquinas de metal, o de registros sin los cuales no es posible encontrar aire para respirar.
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