Mientras queden en el mundo bibliotecas con encanto por visitar o librerías mágicas por descubrir, el viaje no habrá terminado.
Uno de mis sueños, felizmente cumplido, fue el de poder entrar en esa fabulosa biblioteca del no menos fabuloso fabulador Jorge Luis Borges. Acceder al misterio de lo infinitesimal y leer en ella textos sagrados, crónicas de caballería, incunables, libros de aventuras, historias del cosmos. Abrazar cada ejemplar, perderme y encontrarme, y volverme a perder en su laberíntica e inagotable estantería cretense repleta de volúmenes inescrutables, ese vasto reino de las palabras que conforman el universo de todos los libros posibles.
El sueño se cumplió cuando hace quince años entré en la librería neogótica Lello e Irmao, de Oporto. Desde entonces, siempre que viajo a lugares que tienen entre sus encantos culturales bibliotecas o librerías, no dejo de visitarlos. El viaje se convierte así en un encuentro con lo indescriptible que desemboca en un descubrimiento de lo inimaginable.
Es curioso que fuera en Portugal, la patria de Fernando Pessoa, donde tomara yo esa decisión tan viajera. Y es curioso porque este escritor decía que para viajar bastaba con existir.
Durante años recorrí Europa en busca de arcas perdidas en forma de libros únicos, y estancias mágicas en forma de arquitecturas fascinantes. Llevado por la fama y la leyenda de la Biblioteca del Trinity College, quise que fuera Dublín mi primer destino. Dublín es a la literatura lo que la literatura es a James Joyce a Jonathan Swift a Oscar Wilde o a Bernard Shaw, así que para llegar a la Old Library del Trinity College de Dublín, mi itinerario bibliófilo estaba ya trazado. La biblioteca es colosal.
La sala principal, conocida como The Long Room, tiene casi 65 metros de longitud y es el hogar donde reposan más de 200.000 volúmenes. En el centro hay unas resplandecientes vitrinas con infinidad de libros y manuscritos antiguos. Unos bustos en mármol de personajes históricos como Isaac Newton, Francis Bacon, Aristóteles o Sócrates, custodian la biblioteca en ambos frentes. Por momentos, tuve la sensación de que el propio Harry Potter podía aparecer entre aquellas estanterías para realizar un conjuro. Maravillosa.
Mi segundo destino fue Maastricht. Había estado antes en Holanda, pero nunca se me había ocurrido visitar la Selexyz Dominicanen, la espectacular librería de la ciudad donde se firmó el Tratado de la Unión Europea y cuya característica principal es haber sido, hasta 2006, una iglesia gótica construida en el siglo XIII.
Cuando accedes al interior, lo primero que ves es una enorme estantería de acero negro de tres pisos repleta de libros trepando hasta las bóvedas de piedra. La sala está llena de ascensores y escaleras que llevan a los estantes más altos situados en medio de grandes columnas. En la parte posterior de la iglesia pude admirar los frescos del techo y tomar un expreso bien caliente en la cafetería, ubicada en el antiguo coro. Para no perdérsela.
Cuando aterricé en Buenos Aires, hace casi una década, tuve claro que no podía regresar a España sin antes haberme paseado por los palcos y proscenios de la librería Ateneo Grand Splendid, del barrio bonaerense de Recoleta. Sabía que la revista National Geographic la había elegido como la librería más hermosa del mundo por encima de otras tan emblemáticas como la de la de la Universidad de Oxford o la Picture Book Library, en Iwaki (Japón).
No exageraban. Cuando entré en ella, me pareció inmensa, imponente, deslumbrante. Me contaron que antes había sido un cine-teatro de vanguardia, y que, en el año 2000, se inauguró la librería tal y como yo la estaba viendo.
Fue un placer literario recorrer sus más de 2.000 metros cuadrados bajo una cúpula que había pintado, hacía casi un siglo, Nazareno Orlandi. Sus tres plantas estaban abarrotadas de atlas geográficos, tomos antiquísimos o volúmenes inclasificables. Y fue otro placer comprar «Cornelia frente al espejo», de Silvina Ocampo, y ojearlo en uno de sus palcos mientras saboreaba un mate escuchando tangos de fondo.
Cuando hace seis años volví a N. York, quise conocer la Pageant Print and Book Store, la librería donde Woody Allen rodó la famosa escena de Hannah y sus Hermanas en la que Michael Caine le regala a Barbara Hershey un poemario de E.E. Cummings mientras la conmina a leer el poema de la página 112.
«Con solo mirarme me liberas.
Aunque me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo a pétalo, mi ser,
como la primavera abre con misteriosa destreza su primera rosa.
(ignoro qué hay en ti que se cierra
y se abre; pero algo en mí comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene unas manos tan pequeñas.»
Mi decepción fue descubrir que la librería ya no existía como tal. En su lugar había un bar donde servían jugosas hamburguesas de tres pisos y Pepsi-cola helada… así que modifiqué el plan. Alguien me dijo entonces que no dejara de visitar la Biblioteca Jefferson Market, «te encantará su estructura gótica y el ambiente desenfadado de sus instalaciones».
Y efecto, me encantó. Descubrí en mitad de la sexta avenida un edificio con sus agujas y sus torres de estilo gótico veneciano, donde en el pasado hubo una campana que hacían sonar cuando se declaraba un incendio. Había sido antes Palacio de justicia y la habían reconvertido en una preciosa, espaciosa y tranquila biblioteca, con su jardín en la parte de atrás y una galería de arte en una de sus plantas. No descarto que Woody Allen, ruede en esta maravillosa biblioteca, alguna vez, una de sus películas.
Ahora el viaje continúa. Se trata de descubrir otras Ítacas tan literarias y arquitectónicamente tan deslumbrantes como las ya descubiertas. Continuaré viajando, continuaré leyendo. Mientras queden en el mundo bibliotecas con encanto por visitar o librerías mágicas por descubrir, el viaje no habrá terminado.
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Me ha gustado el artículo que manera más hermosa de viajar cuantas historias hay allí guardada que hace que soñemos que enriquecen nuestra mente y que alimentan nuestro espíritu.
Me encanto el artículo. De las que menciona solo conozco la del Ateneo en Argentina. La verdad fue un descubrimiento al azar caminando las calles de Buenos Aires. A