A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA VII: STACEY KENT
TEATRO DE LA MAESTRANZA – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
13 de noviembre de 2023 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Transiciones luminosas pero inciertas: Los parpadeos pueden ser suaves o drásticos, nunca se sabe cómo vendrán. Hablo de los que sufro como eidôlon, que son como un corte progresivo o brusco entre la visión de donde estabas y donde apareces. Ya conté alguna vez que, si no hay motivos acuciantes para materializarse en un espacio-tiempo concreto, suelo aparecer en una especie de sala de espera que existe al margen del cronómetro habitual. Allí no creas que son mucho mejores las revistas que ofertan para matar el rato en comparación con las de los dentistas u oficinas de extranjería. Pero si hay una gran energía escénica, sin embargo, se me invoca de inmediato y aparezco vete tú a saber dónde sin solución de continuidad. No hay mucho margen de maniobra. Esta vez aparecí en la oscuridad absoluta mientras un murmullo omnipresente alcanzaba su pleamar acústica. Otro problema de los fantasmas del que apenas se habla: en la oscuridad estamos igual de ciegos que los vivos, no sé qué hace pensar que tenemos visión nocturna. Seguí una fina línea púrpura que llegaba desde la base de lo que fuese que me separaba de aquel sonido y, una vez lo toqué, me decidí a atravesarlo.
Entonces pude reconocer el escenario del TEATRO DE LA MAESTRANZA de Sevilla, me hizo gracia la continuidad de auditorio, pero rápidamente me apresó un sentimiento de extrañeza. El escenario era diferente y, a su vez, el mismo, ¿cuál era la disonancia? Tardé en verla, luego pareció evidente: Su área era más pequeña porque habían bajado un telón en el fondo para disponerlo de forma más íntima (e imagino que para proteger la escenografía elaborada de la ópera Norma de Bellini, que seguiría interpretándose los días venideros, si mis cálculos no fallaban). Bajo la luz púrpura de los focos, habían dispuesto un piano de cola, un teclado, al menos tres micrófonos con su pie, instrumentos de viento como saxos y flautas, y algunas percusiones de pequeño tamaño. Por la disposición suponía que presenciaríamos un trío musical, la gente entró con prisas pero no les veía con folletos publicitarios en las manos, por lo que tuve que ir hasta el piano y ver en un apunte rápido sobre el piano, una hoja con notas manuscritas bajo la fecha del 13 de noviembre, y, en la parte superior, se titulaba STACEY KENT con el subtítulo de Songs from other places, que era el disco que venían anunciando en esta gira, deduje. Pero me sorprendió ver a tinta azul una flecha que salía de ese nombre y señalaba otra frase subrayada que decía «Summer me, Winter me: New album, worldwide release Nov 10th 2023!».
Desde que Shakespeare estaba con los ensayos de Macbeth no repaso mi inglés, pero, si no estoy muy equivocado, eso significaba que estábamos prácticamente ¡a tres días del estreno absoluto! Un momento importantísimo en la carrera de esta artista, una oportunidad enriquecida para su público. Oí un carraspeo a mi lado, el técnico de sonido había dispuesto su mesa llena de botones y cables a un lado del escenario, seguramente impulsado por las molestias sonoras que ayer percibía por sus cascos. Intenté aguantar el aire para que no me detectara esta vez y me alejé hasta una butaca libre cerca del escenario. Luego caí en la cuenta de que un muerto no necesita aguantar el aliento, en fin. Menos mal que se iluminaron las luces y entraron los músicos y no tomaron ni siquiera un minuto para saludar, arrancaron directamente con la primera canción.
Luego vendría momentos de cercanía con el público, al que se dirigió en inglés y portugués, tras reconocer que no domina el español. No obstante, la hora y cuarenta minutos que marcaron con dieciséis canciones (dos de ellas, bises) de jazz suave de cosecha propia y reconstrucciones de canciones muy conocidas de otros autores, fue interpretada en inglés, francés, portugués y español, con una ecuánime pasión por parte del público congregado. Todo quedó marcado con una calidez absoluta en la voz, con ciertos tonos nasales que daban guiños naifs que construía una intimidad orgánica con su auditorio. El piano de Art Hirahara no bajaba de la excelencia, el tacto más allá de lo técnico, es decir, el roce hasta el sentimiento, a la vibración sensible que acongoja y exalta, fue un elemento contundente para el éxito de este encuentro. De hecho, en más de una ocasión, Stacey daba espacio para que Art se desenvolviese como bien sabía, contemplándolo apoyada al otro extremo del piano de cola, como un ave curiosa ante aquel destello de talento.
El tercer vértice de este triángulo tan bien conducido fue la versatilidad de Jim Tomlinson a los saxos, flauta, triángulos, percusiones varias e incluso apoyo coral. Su trabajo fue impecable y uno de sus solos en los instrumentos de viento llegó a arrancar la mayor ovación espontánea de la noche. Juntos balancearon entre la emotividad y una etérea felicidad que planeaba en todo momento, pues sus interpretaciones, si debiesen calificarse con una palabra, tomarían el cariz de luminosas.
Y, hablando de claridades… estuve todo el concierto muy desconcertado con el técnico de luces. Comenzaba una canción y disponía un color para el fondo, pero, igual a mitad o casi el final de la canción, decidía cambiarlo a otro color o incorporar filigranas de color blanco que podía simular volutas de humo o poliedros indeterminados. Pasó durante todo el concierto, sin lógica aparente, de fucsia a azul, de ahí al naranja con líneas blancas, que desaparecían al rato, dentro de la misma canción, y daba paso al azul de nuevo, antes de saltar al rojo. Al finalizar el concierto, cotilla como yo mismo, me gusta atender las conversaciones privadas de los espectadores, y muchos de ellos coincidían con la distracción innecesaria de aquella sesión de luces aleatorias. Y es que debería subrayar la austera presentación del concierto, con un escenario vacío, a excepción de los instrumentos mencionados. Ninguna proyección o revestimiento, con una disposición más bien estática de los músicos y con un ritmo constante en la presentación de las canciones. Supongo que comparten la opinión de que todo lo que rodea a la música pura es accesorio.
«Estou muito feliz» decía Stacey Kent a mitad del show, y nosotros con ella, con los tres, y aquellas canciones que acompañan en unos días en los que el mundo parece girar tan rápido descontrolado. Aquí tuvimos una excusa para abstraernos de ese territorio de lo cotidiano y sonreír sostenidos en un tiempo acogedor, una dulzura luminosa bajo el caparazón de su música en vivo.
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