A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de Artes Escénicas de Sevilla y recogerla en Revista 17 Musas.
CRÓNICA II –FEST 2023 – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
12 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Si hay una forma efectiva de invocar a un eidôlon es con mucho brilli-brilli, neones de colores y un escenario frente al público. Y ya si tiene una bola de espejos… No sé qué es lo que tiene pero activan las leyes de la postfísica, destapan la fantasía y atraen de una manera muy agradecida a los espíritus de otra época, ¡dispuestos para la pista de baile! Ya no hablemos si la propuesta entrecruza teatro, actuación musical, reivindicación y humor, mucho buen humor. Llegado desde el otro confín del tiempo me encontré en esta propuesta anunciada en una pantalla enorme tras el mismo escenario que se llamaba OH! DIOSAS de Roma Calderón.
Antes de que empezara el show estaba impresionado porque el espacio era muy diferente a lo que acostumbro, ya sabes, el clásico listado de teatros, anfiteatros y salas con buenos muros acondicionados. Jaulas de oro para un alma en pena, por mucho que me apasionen. Aunque una vez llegué a ver asistir una obra interesantísima en un establo que, por una estúpida confusión, salió ardiendo y todos lo pasaron un poco mal… pero esa es otra historia, ya la contaré, lo normal es lo otro. Además era joven e impetuoso… Centrémonos en el pasado reciente: Estaba emocionado de estar en PLATEA ONDEÓN IMPERDIBLE porque era un espacio abierto dentro de un edificio enorme, antigua estación de trenes, llamado ahora Plaza de Armas, toda una belleza.
Volvamos a la obra de Roma Calderón. OH! DIOSAS es una propuesta para filosofar a ritmo de música disco en el que Roma, como maestra de ceremonias, invoca a un listado de diosas de mi época, la Antigua Grecia, para recibir sus dones, hacerlos nuestros, y potenciarnos a diario. Estaba tan contento de encontrarme con algo tan familiar que no podía dejar de bailar y aplaudir entre los sofás en los que se repartía la gente, porque, ojo, este espacio tiene señores sofás en los que te hundes en una comodidad que debería estar tipificada por ley como delito. Casi muero (de nuevo) del gusto. Bien, pues a lo largo de la actuación desfilaron Atenea, Artemisa, Lita, Nix, Afrodita, Perséfone, Hécate, la sacerdotisa Morgana, Gea y algunas deidades que no conozco como Lady Gaga, Madonna, Bowie o George Michael. Todo revuelto con un excelente buen gusto para que todo quedase marinado en esta «ceremonia disco-mística» a través de este ritual llamado «Disco Akelarre».
Público y profesionales con cámara al cuello fueron engullidos por los cambios musicales, de vestuario, de extensiones de pelo y, cómo no, recursos en la gran pantalla, en los que desfilaron desde el formato vídeo-casero (intimidades en el proceso de creación), fondos coloridos, reflexiones en modo lo-fi, mucha disco-psicodelia, arrojo del «canto al más allá», neones, dibujos propios de corrientes americanas del cómic, pienso en DC en concreto, y reminiscencia a videojuegos noventeros (como un primera plano flotante de su cabeza junto a ella mientras canta, que a más de uno le traerá a la memoria juegos como Crash Bandicoot 2). Y antes de que alguien lo diga ya lo confieso yo: No tengo idea de la mitad de las cosas que escribí ahí, ese párrafo se lo robé a un joven periodista que tenía a mi lado, pero creo que esconde cierta verdad.
El público se levantaba y sentaba casi como si fuese un acto religioso encauzado por el ritmo de la sacerdotisa del micrófono brillante y los taconazos de vértigo. Digo yo que esa obediencia se debe al disfrute, tendrás que comprobarlo si acudes a su espectáculo. Lo cierto es que el gran mérito de los presentes fue eludir las tendencias masivas de ir a ver el partido de fútbol que se celebraba esa misma tarde en la ciudad, con las dificultades para la circulación que la policía sumaba a fin de las hordas llegaran a su destino. Confesó Roma Calderón en mitad de la obra: «Ojalá pasaran estos atascos por firmas de libros o para ir al teatro». Aunque yo me teletransporto, no podría estar más de acuerdo.
Tras el repaso, el mensaje final estuvo claro: «Con todos los dones, sale la diosa que eres». Con un destello de su traje de espejos parpadeé, y aparecí en un pasillo con iluminación tibia, con mucha más calma que mi órbita anterior. Un lugar cuyo final tenía una gran O que esperaba impaciente para engullirme de nuevo. Lo reconocí rápidamente: Había vuelto a la SALA CERO TEATRO.
13 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
El cambio de registro fue contundente. El ambiente aquí era de recogimiento, casi con sensación previa a un examen académico. Me planché la túnica con las manos, aún nervioso, pues venía algo accidentado del encuentro anterior. Luego fui a sentarme a un sillón en aquel pasillo y quedé observando las láminas artísticas hasta que comenzó a llegar gente. La calma me vino genial, creo que todos estaban vinculados a un nivel de inconsciencia, pues habían rebajado sus pulsaciones o algo así, apenas se oía una voz o un paseo por aquella antesala. No tenía idea a lo que venía y eso siempre me genera una ilusión mística, casi infantil, porque estoy abierto a la sorpresa (ya me dirás cómo no iba a estarlo en este estado vital de Limbo en el que vivo). ¿Es la sorpresa el estado natural del ser humano? ¿Perdemos nuestra naturalidad conforme amasamos conocimientos? ¿Es este asiento más cómodo que el de enfrente?
Tras probar todos los asientos de la sala (sin un resultado científico reseñable), entramos a sala y comprobé el escenario, dividido en tres zonas, podríamos decir: Izquierda, mesa de artistas audiovisuales, cada uno con su ordenador; centro, espacio escénico, para interpretación y proyección en una gran pantalla; derecha, espacio de recopilación, en el que se disponían objetos que al final alcanzarían un sentido mayor. Aquella planificación ya me pareció diferente a lo antes visto. Me aproximé a una pareja que estaba sentada en las primeras filas y le quité la entrada para enterarme de quién tendría el gusto de conocer. El ticket rezaba: LA CAJA. DONDE LA REALIDAD PIERDE SUS LÍMITES (Teatro documental autobiográfico) – Teatro de la Catrina.
La pareja empezó a discutir por falta de fe: Él decía que su entrada había levitado a un palmo de su cabeza mientras se oía extrañas murmuraciones, ella refutaba que no tenía que inventarse excusas para evadir la conversación que mantenían hasta ese momento sobre su futuro como homeópata. Él insistió que le dio yuyu real, que había que recordar que era viernes trece, que igual… Ella se levantó del asiento y fue al fondo de la sala, a otra butaca solitaria. Yo esto lo vi como quien ve llover por la ventana, porque mi atención estaba ganada de antemano con aquel concepto que, debo confesar, nunca había contactado: «Teatro Documental». Voy a practicar un viaje en el tiempo para contestar a esta cuestión, es decir, dejaré este párrafo en blanco, veré la obra y volveré acá a escribirlo en cursiva una vez me entere, haciéndome el entendido, por supuesto, como la mayoría de gente hace con todo tipo de temas tras informarse durante quince segundos sin que su interlocutor lo sepa.
Como es evidente y todo el mundo conoce, el Teatro Documental es un género híbrido, con tendencia dramática, que erige su dramaturgia en hechos y testimonios resultados tras una investigación. Un trabajazo, la verdad. Hijo mestizo entre el periodismo de investigación y la propuesta teatral. Suele emplear material gráfico, grabaciones de audio, textos con cierta carga política o social, reflexiones teatralizadas y una clara intención de denuncia o lucha. Busca la reconstrucción de lo cotidiano. Si se hace bien, te cambia por dentro. Si se hace mal, te echas una buena siesta. Siempre saldrías ganando.
«Esto es como tener un pase VIP a la madriguera de Alicia» declaraba la actriz principal sobre el escenario, una vez comenzada la obra. Móviles de espejo reflejaban luz en todas direcciones, la pantalla y la canción de Whitte Rabbit pasada por alguna mixtura sirvieron de apertura a un ciclo de entrevistas en la gran pantalla a tres personas que deben o debieron sobrevivir al margen de lo que se estipula como normalidad y dentro de lo que reconocemos como enfermedades mentales. Deshechos de tópicos (el enfermo incapaz, el enfermo violento) las personas entrevistadas tienen un denominador común que guiaban sus desenfocados actos por la realidad: El amor. Ejercían el mayor de los cariños en su vida diaria. Sólo deseaban estar en paz, independientes, en estado de respeto recíproco, «que no me encierren, que no me humillen, que no me etiqueten».
Fue llamativa algunas reflexiones como qué la gente se queje a diario por todo es normal, ese malhumor tóxico, pero alucinar con lo que te rodea, como ponerte extremadamente feliz por cruzarte con una mariposa bonita, pongamos de ejemplo, eso no… Eso debe tratarse. Me dejó pensativo, porque creo que a los que acudimos en busca del Arte como alimento suele gustarnos pequeños detalles que nos llenan mucho, además de usarlo como evasión, salir fuera de esa caja que tan bien describe Teatro de la Catrina.
Como curiosidad, una de las personas sobre las que pivota la obra es Vicente Rubio, productor audiovisual (y, posteriormente, gran activista contra el estigma de la salud mental), quien grabó un documental en el que él mismo estaba convencido de que encontraría el amor de su vida con tan solo viajar a París y lo que se obtuvo fue un viaje de entrada y salida por el túnel inesperado de la esquizofrenia. Nadie había grabado este proceso tan de cerca. Este documental se compiló en formato película, se bautizó «Solo» y está ahora disponible en su canal de YouTube (sea lo que sea ese canal, que no sé si tendrá mucha agua o poca).
Al finalizar la obra, se invitó al público a subir al escenario y curiosear los objetos de estas personas y algunos que conformaban la creación de esta obra. Leo en una postal: «Felicidades, Miguel Ángel, porque estás vivo. Un abrazo, Vicente» y pienso que ese recordatorio, a pesar de mi condición de eidôlon, debería estar presente para cada uno de nosotros. Atravesamos el espejo, una vez más. ¿Es esta sociedad el mayor de los delirios? He estado en muchas ciudades de este planeta, a lo largo del tiempo más largo, y puedo subrayar que cada época tiene su ración de sinsentido. Lo peligroso es qué hacemos con ello.
14 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
¿Quién no sospecha de las coincidencias? ¿Es el azar una canica que cae por unas escaleras o un disparo certero de un arquero profesional? Desaparecí sobre el escenario del Teatro Documental y aparecí sobre otro escenario vacío, con un rectángulo claro en el suelo sobre la negrura absoluta de sus contornos, como si se tratase de un cuadro de Malévich, blanco sobre negro, para presenciar en unos minutos una obra de mi época traspasada por el desvarío humorístico de Companhia do Chapitô.
La obra en cuestión era una versión de ANTÍGONA pero no adelantemos acontecimientos. Salí del escenario y me encaminé al vestíbulo del teatro para situarme. Ya mucha gente se sumaba en aquellos metros cuadrados, a la espera de que se abriese la veda y pudieran ocupar sus butacas distribuidas por las gradas. Leí en un folleto de la programación que estaba en TEATRO LA FUNDICIÓN y pude comprobar el éxito de asistencia que contaba por adelantado esta obra. También me gustó reconocer cómo sus paredes también se empleaban como galería de Arte, igual que había visto en Sala Cero Teatro, esta vez con láminas coloridas de Ana Jarén. Una vez abiertas la doble batiente de madera todos fuimos engullidos por la penumbra de la sala.
La reinterpretación de la obra tiene su mérito porque, al ser enfocada desde la comedia pura, transgresión directa a la idea original de mi compañero Sófocles, son muchas las vueltas que aprecio que se han dado para que todo fluya en este sentido. Aprecié mucho humor físico, voces graciosas, golpes, muecas histriónicas, disonancias temporales para hacer guiños a esta época, pocos materiales y muchísimo ingenio para multiplicar sus efectos. Esto me gustó especialmente, es un recurso muy griego… eramos pobres pero sabíamos divertirnos.
Entre todos estos momentos minimalistas, hubo tres momentos de oro para mí que me hicieron especial gracia, no sé si quienes han visto la obra coincidirán conmigo: El momento en el que se usa el cuerpo de los caídos en combate como fregonas para limpiar tanta sangre (figurativa); el momento en el que las aves carroñeras se sirven con cuchillo y tenedor; y el momento en el que se entrevista a apedreadores profesionales para hablar de los talentos de su oficio.
Alguien dijo que era «muy Monty Python», no sé, a mí me recordaban a mis colegas del pueblo, especialmente en las fiestas mayores, cuando corría cuesta abajo la tarde y los vinos de las tascas, y nosotros, sostenidos por los hombros y los cánticos impronunciables, tratábamos de amasar en los bolsillos rotos el talento que desprendían las ganas de hacernos más graciosos que el de al lado. Qué buenos recuerdos atesoro, a eso me supo la obra. Finalmente todo el público acabamos participando en la sentencia de apedreamiento a Creonte, pero con bolas de ping-pong, lo cual fue una divertida simulación de justicia que rompió en aplausos y ánimos complacidos.
15 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Desperté y me creí aún en el intermedio oscuro del espacio-tiempo. Estaba oscuro y hacía frío en aquella sala. Caminé hasta toparme con un piano de pared, abierto en canal, podía intuir sus percusiones. De nuevo estaba en una sala cuyo escenario estaba a ras del suelo y, frente al mismo, un graderío de butacas para un publico aún por llegar. Los ojos de eidôlon se me hicieron a las sombras, pude comprobar una silla de madera, apenas un atril y una tela al fondo, recreación de un primer plano a un poema incompleto. Caminé hasta la puerta, necesitaba aire fresco, y accedí a un patio exterior en el que pude contemplar la noche sobre una cadena de bombillas cálidas que colgaban entre el edificio y algunos árboles. Comprobé que aquel espacio tan bello y abierto era el TEATRO TNT/ATALAYA.
Ese fue un primer regalo, el aire. Esa sí que era la primera vez en mucho tiempo que podía acceder a la contemplación del cielo sin extralimitar los muros del teatro. Aquí apenas se ven las estrellas, no como en mi casa de la vieja Atenas, pero sentí agradecimiento y… algo más. El ambiente estaba marcado por un hálito de nostalgia. ¿Qué sucede en la luz y los muros, en la noche y estos árboles? La naturaleza intuye invisibilidades del hombre. Entonces algunos organizadores pasaron por mi lado, fueron a reunirse con Ricardo Iniesta, el fundador de aquella compañía, el reconocido director y dramaturgo, aquel que me dio la revelación, casi al descuido: «¡Estemos preparados, que es la última del Festival y debe salir perfecto!».
El público inyectó el nerviosismo feliz propio del acceso a un espectáculo, copó las primeras filas, yo preferí subir unas filas por encima, tomar una visión aérea de la sala, disfrutar un poco de esa simulación. Poco se habla de lo popularizado que está el fantasma sabanero que levita y la jodienda que es estar muerto y tener que caminar a todas partes como el común de los mortales. ¿Dónde están las hojas de reclamaciones? Me pesa la grave realidad de la gravedad. Distraje este pensamiento gracias a un libreto de la obra que había sido depositado en un asiento próximo y que robé sin piedad. La obra que estaba a punto de comenzar era NO HAY DOCTOR PARA LOS MUERTOS blandida por la compañía Grenland Friteater y en homenaje a los versos del poeta noruego Georg Johannesen.
Las dos artistas crearon con suma facilidad una trinchera de intimidad, con la sensación tácita de una confesión y, a su vez, la intuición del público se posaba en la movediza certeza de horadar una fase onírica. De hecho era responsable en gran medida las habilidades al piano y los efectos sonoros que envolvían la oscuridad. Recuerdo que recitaron al comienzo: «Yo no puedo contar mi propia historia. Para lograrlo uno debería ser completamente insensible. Y las personas insensibles no recuerdan nada. Por eso nadie podrá escuchar la verdad de sí mismo o de otros. Sucede lo mismo que con el sol: nadie tolera fijar en él la mirada, pero nadie puede vivir sin él.» Yo, que vivo de la acumulación de memorias, que mi teatro bebe de la experiencia, que llevo siglos siendo pesadete con esto… debo ser entonces un ser ultrasensible.
Y es que en esta obra se oferta una atención absoluta a la palabra, a los orígenes de las mismas, a los diarios, a la tarea encomiable de aprender un idioma adoptivo y la búsqueda de la singularidad. «Ruego a la casualidad para que me evite la cruz común». Como he podido testificar por suerte, lejos de aquí pero en el mismo siglo, la actriz Geddy Aniksdal y la músico Anette Röde Hagnell tenían toda la esencia de Patti Smith, su cadencia, estilo y arrojo. En su elegancia cabía la crítica social y política, el humor negro, la biografía y la ironía mayúscula.
«No creo jaulas para las golondrinas porque yo no pueda volar»; «En una batalla invisible, han matado a todos los que se parecían a mí»; y aquella de «Los muertos tienen derecho a soñar», que me dejó complacido como muerto andante. Aunque hubo una última más que la entendí como un guiño hacia este eidôlon, justo antes de que el público aplaudiera con fervor y se fuese a la noche mansa. Decía: «Nunca podré morir. Uno muere cuando duerme.»
16 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Y cuando creí que todo había terminado me aparezco en PLATEA ONDEON IMPERDIBLE y me veo, sin comerlo ni beberlo, en mitad de la Gala de Clausura de este feSt 2023. No me pienso extender porque las razones por las que estuve aquí era, sin duda, la actuación y ceremonia de Alex O’Dogherty y su banda, La Bizarrería. Mucha gente guapa, muchos creadores, algunos trepas (como yo, autoinvitado desde la Grecia Clásica) y moderados nervios por la entrega de premios en torno a los espectáculos presentados en la edición del año pasado.
Ricardo Iniesta dio el discurso de bienvenida, excusó la media hora de retraso con la broma de que, al estar en una antigua estación ferroviaria, era un guiño a Renfe. Empezó rápido la entrega de premios, desde aquí mis felicitaciones a todos los laureados, especialmente el premio de honor a los periodistas culturales, me pareció un grandísimo detalle, aunque a más de uno le hayan criticado la actuación… Haya paz, bien hecho.
Yo, por mi parte, debo confesar que me entretuve mucho con los músicos, me parecieron tocados por las deidades olímpicas, sonaron contundentes y sus pintas me arrancó el gusanillo de actualizar mi vestimenta gris que… empezaba a ver más como sábana enrollada al cuello que como toga intelectual (en mi pueblo y época era EL-NO-VA-MÁS… ¿siguen diciendo eso los jóvenes de hoy?). Cuando toda la audiencia estuvo saltando con la despedida y terminó la vibración distorsionada de la última nota de guitarra hice bomba de humo (como verás me estoy actualizando, creo que los jóvenes dicen algo así), vamos… que me perdí en el espacio-tiempo, con el deseo, eso sí, de volver el año que viene y comprobar cómo evoluciona este ritual de talento que es el Festival de Artes Escénicas de Sevilla.
Y, si sucede, ya te aseguro yo que no vendré con estas pintas de bayeta usada, ¡ya está bien! Mínimo vacilaré con una camisa hawaiana de esas que llevan los músicos, llenas de colores, para hacer creer que no te importa ser tan atractivo. Y pasearé la cara, en pleno alarde, aunque nadie me vea porque soy un eidôlon. Sí, pero un eidôlon con mucho estilo.
A una biografía se acude cuando ha pasado algo. Si fue mi culpa y te llamó la atención, quiero que sepas que soy Alberto Revidiego, escribo historias que escapan de sus contornos y divulgo cultura a través de todo medio a mi alcance. Actualmente puedes encontrarme por el podcast Mapa Desbloqueado que explora el multiverso de la Cultura, por las calles de Sevilla con el único tour de creación literario que existe, u ofreciendo mi asesoría como corrector profesional. Entre otros artículos, para Revista 17 Musas destaca mi cobertura mediante crónicas literarias del Festival de Cine Europeo de Sevilla (La butaca del Enmascarado) y el Festival de Artes Escénicas de Sevilla (EIDÔLON – Aristófocles eterno). Para hablar sobre cualquiera de estas cosas o simplemente saludar, me tienes por Instagram.